Carlos Fuentes: Carolina Grau
Alfaguara. Madrid, 2011. 184 pp.
Por Gabriel Zanetti
Publicado en Los Lunes de El Imparcial.
http://www.elimparcial.es/
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Para presentar a Carlos Fuentes basta con decir su nombre. El escritor mexicano –aunque nació en Panamá, en 1928-, tiene un lugar propio en los estantes de las librerías, bibliotecas, en las cátedras universitarias, no sólo del ámbito hispanohablante, con títulos como Aura, La muerte de Artemio Cruz, La región más transparente y Terra nostra, traducidas a muchísimas lenguas y merecedoras de diversos galardones, desde el venezolano Rómulo Gallegos, pasando por el Cervantes, y la Gran Medalla de Verneil en 2010.
Carolina Grau es su última entrega. Las historias están recogidas y dialogan con El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas, “toda una revelación, otra dimensión, otro género de la literatura” en palabras de Fuentes. “La gran novela de la venganza” funciona a la perfección respecto a lo que el mexicano quiere decir sobre nuestro tiempo: la imposibilidad de cambiar, el encierro moral que conlleva una manera de ser y al que somos sometidos por un sistema.
Si esta novela o conjunto de relatos tiene como tema principal el encierro –físico, mental, espiritual-, la presencia de Carolina Grau en todos los relatos representa una metáfora de libertad o de posibilidad de libertad. En el relato El prisionero del Castillo de If, un italiano, un nuevo Abate Faria, es quien escapa esta vez y no Dantés, al contrario de lo que ocurre en El conde de Montecristo. “No obtuvimos la libertad, ganamos la compañía”, dice el italiano, que escapa para encontrar a su amada –símbolo de libertad-, Carolina Grau.
En una carta de Chéjov a su editor, fechada en 1890, dice “cuando escribo confío plenamente en que el lector añadirá los elementos subjetivos que le faltan a mis cuentos”. Los ocho relatos que conforman Carolina Grau se ajustan a esa visión narrativa. “Me cuesta mucho saber dónde estoy. Quién soy. He tardado en acostumbrarme a la oscuridad. Me corrijo: tardo en descubrir la luz”. Así comienza el relato Olmeca. No se sabe bien dónde está parado el autor, ni los personajes, que algunas veces parecen fantasmas y poseen “otro yo” que los guía o los pierde. Como si fuera un sueño, y a veces, un delirio.
Esa ambigüedad se presenta también en el discurso de los personajes. Quizás ahí esté la clave metaliteraria y social representada en Carolina Grau. “Los hechos son inasibles. Nunca sabemos si lo que ocurre está ocurriendo, ya ocurrió o está por ocurrir”. O “Y aquí me detendría, si no supiera que no tendré otra ocasión de decir la verdad. O de dejar sentada la ficción. Eso depende de ustedes”, dice la narradora del relato Brillante.
Así los narradores de Carolina Grau nos descolocan y siembran la duda respecto a lo que se está diciendo. La participación del lector es irrenunciable, tanto si han leído o no El conde de Montecristo, ya que abundan las dimensiones literarias, las capas. Escrito además con frialdad, cierta parsimonia y distancia, se aumenta un extraño efecto que descoloca, una sensación de que las cosas están fuera de lugar, una narrativa con aire de vigilia, inmersa en escenarios confusos, oníricos, sumado a las distintas perspectivas del encierro, conforman una nueva entrega absolutamente satisfactoria, de un Carlos Fuentes merecedor de aquel lugar propio en los estantes, necesariamente traducido, que no afloja y no pone las cosas fáciles a los lectores.