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Sobre “Con Ajo” de Harry Vollmer.
Por Gabriel Zanetti.
Ya me imaginaba algo así. Recuerdo a Óscar Petrel hablando de Vollmer como un muy buen y ácido poeta. “Una vez, en Puerto Montt, en un bar, leí un poema. Ahí estaba Vollmer. A él no le gustó el poema, agarró una silla y la tiró contra la ventana”. Hay otras anécdotas, que el propio Vollmer me contó mientras recorríamos una feria que estaba al costado del Estadio Regional de Chacao. Pero me quedo con la citada anteriormente. Cuando Vollmer leyó algunos poemas de su libro “Con Ajo” hice una relación directa con la anécdota, de poeta ácido, semimaldito si ustedes quieren. Allí me di cuenta que para él la poesía es una autoflagelación, una herida que no cierra desde la infancia, como escribió Brecht por ahí “y después lo que duele no es la herida, lo que duele es la cicatriz”.
Vollmer da cuenta, como Rilke que “la verdadera patria del ser humano es la infancia”, cosa que al comienzo del libro se hace evidente: “Para nosotros los caminos siempre fueron turbios./Ya alguien en la infancia tapió las ventanas,/por donde solíamos mirar las cerezas del vecino”. También da cuenta, o responde a la tan relamida pregunta ¿Por qué hay tantos y tan buenos poetas en Chile?, cuando escribe “En los lugares más extremos,/en los peores sufrimientos, más te apegas a la vida./Luego te ahorcas”. La muerte es la compañera del poeta, la musa inevitable, estando en contra de ella o aceptándola. Chile, con todas sus fronteras geográficas que nos separan del resto del mundo, en el caso de Vollmer la casi sempiterna lluvia, el frío del sur, los ríos y los lagos que separan a la gente, por donde él viaja por la madrugada en lanchas amarillas, a realizarle clases de matemáticas a los niños de la escuela rural, le tocan el hombro a Vollmer todos los días. Él no sabe, o quizás su inconsciente si; todas las dificultades de la vida del sur, el clima inhóspito, el sufrimiento de los niños, las poblaciones, la pobreza, hacen que a Vollmer, la pelada, le respire en el oído. Entonces el autor, escribe con un cuchillo embetunado con ajo, tal como en las poblaciones la gente escribe su historia. Las heridas que se infringe a sí mismo y para nosotros no cierran, su poesía es una autoflagelación que responde a la muerte, que le toca el hombro, de la quizás, intenta escapar, todos los días.
Santiago, 17 de marzo de 2008.
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