Enrique Vila-Matas: El viajero más lento.
El arte de no terminar nada.
Seix-Barral. Barcelona, 2011. 222 pp.
Gabriel Zanetti
Los Lunes de El Imparcial. 04 de Marzo 2012
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Estamos frente a un libro que parece haber sido escrito caminando. Ensayos y artículos, textos sobre viajes con diversos escenarios, reales o imaginarios, ficciones literarias, que ahora, tras casi dos décadas desde su primera edición, se reeditan con dos textos inéditos. Ficción, no ficción, qué más da, diría. Literatura en pleno desarrollo, me atrevería a asegurar, aunque Enrique Vila-Matas no es nada amigo de las sentencias, de las tesis. “Utilizo mucho el “tal vez”, “quizás”, “acaso” y a veces hasta me atrevo con las más prudentes formas del subjuntivo”, anota el barcelonés en el epílogo “El arte de no terminar nada”.
El viajero más lento. El arte de no terminar nada es un paseo por Bioy Casares, Borges, Conrad, Lichtenberg, Gombrowicz, Céline, Perec, Melville, Monterroso -entre otros-, autores que conforman el universo literario o poético de Vila-Matas. Una entrevista falsa a un Marlon Brando que viaja para esconderse de su padre, una verdadera a un Dalí —que muchos creyeron falsa- que golpea la mesa de Freud diciéndole “quiero que lea usted mi tesis sobre la paranoia”, un librero extravagante y tacaño en Frankfurt —Bankfurt, anota- y el recuerdo de su abrumadora Feria del Libro.
Así, entremedias de ensayos con un tono anecdótico, a veces epistolar, los artículos se van abriendo poco a poco, rozando de cerca los intereses literarios, enunciándolos, mostrándolos y nunca o casi nunca diciéndolos. Ninguna reflexión categórica. Solo esbozos o acercamientos que terminan siendo mucho más potentes que la sentencia; planean mucho más cerca de lo que llamamos genialidad o lo que relacionamos con el hecho literario. Pero como no hay manera de hablar desde cero, las sentencias caen de otras fuentes. Seguir la cita para ensayar posibilidades, maneras de decir.
El epílogo —escrito para abrir, no para cerrar- incluye dos artículos. En “El arte de no terminar nada” Vila-Matas expone sus dudas respecto a que sea el punto final lo que cierra una narración, sobre todo después de haber leído a Roberto Bolaño “que desafía siempre todo cierre en sus relatos”. En el libro -citado por Vila-Matas- El vértigo infinito, de la crítica chilena Patricia Espinosa, se sugiere que la propuesta de Bolaño “desarrolla la idea de mundos posibles o paralelos, con lo cual subvierte la causalidad” produciendo una narración que “ninguna muerte, dogma, racionalidad o definición conservadora de novela pueden detener”.
Quizás, más allá del punto de cierre, de la teoría de lo inconcluso, en la que solo las historias mal contadas pueden tener final, de aquella subversión de la causalidad bolañiana —que podemos entender como las causas y efectos que determinan una trama, identificable en 2666, y más todavía en Los sinsabores del verdadero policía, es el arrojo, el riesgo, el espíritu creador absolutamente libre lo defendido como literatura en este libro. Cierta valentía para escribir, aprecio y confianza en un lector que termina de completar la propuesta de realidad de un texto literario.
Bajo estos puntos de vista es valido preguntarse si el autor de este libro es acaso un poeta disfrazado de narrador, un viandante barcelonés que descifra una ciudad en la que el héroe es un diseñador y no un poeta llamado Fernando Pessoa como en Lisboa. Tal como señalan los editores, El viajero más lento. El arte de no terminar nada es una suerte de alcancía, de hucha, donde permanecen los elementos fundacionales de una propuesta literaria. Un documento imprescindible para leer la obra de Enrique Vila-Matas, un libro erudito y sencillo a la vez, con un sentido del humor que cautiva y da a entender que la última palabra nunca será escrita.