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Andrés Florit: Materias de libre competencia y regulación.
Das Kapital Ediciones, diciembre 2011. 103 pp.

Por Gabriel Zanetti.



 

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Hace mucho tiempo, específicamente después de leer Los mandarines Simón de Beauvoir, adquirí la buena o mala costumbre de revisar las contratapas antes de entrar de lleno a los libros. Si no me engaño, retuve con especial atención de las señas de Bertoni para Materias de libre competencia y regulación, autores como William Carlos Williams, Teillier, la idea “del lado calentito de la fuerza” y Whitman.

Seguramente porque aquellos autores o ideas me interesan y sospechaba de antemano que al poeta Andrés Florit también. Bertoni transcribe a Whitman “el que toca este libro toca un hombre”, cita que se abre con el último poema de Materias de libre competencia y regulación.

Por el contrario, yo recordé a Whitman con el poema “Bishop”, que abre este libro. La idea de perder es quizás en la que más profundiza Florit. Me costó un poco encontrar la cita de Whitman y no me atreví a reescribirla ni a inventarla. Que haya tenido que revisar Hojas de hierba –más si se tiene a mano la traducción de Borges-, es un punto a favor para cualquier título, porque es un regalo para quién lo lee. Lo agradezco.  

“¿Has oído que está bien ganar la batalla?/ Yo afirmo que perderla está bien, las batallas se pierden /con el mismo coraje con que se ganan”, escribió el maestro estadounidense.

Vale la pena destacar ese coraje de perder, ya que se expone no como exaltación o celebración de perder, de perderse, sino como una condición inherente a la experiencia humana.

Materias de libre competencia y regulación no es una novela -por supuesto, podría decirse- de hecho, cuando le pregunté a Florit sobre la composición del libro –de la estructura del libro- me dijo que había sido armado sobre la marcha, un poco por acumulación de poemas antiguos y la escritura de otros nuevos. Que un libro esté escrito en verso no quita la posibilidad de que se sienta como novela, como tampoco la escritura en prosa quita la posibilidad de leer poesía.

A partir del trabajo de las imágenes, poemas cortos con aire chino, poemas un poco más largos, a veces con aire a Teilliier y un poco líricos, Florit va trazando el libro, un libro de poesía y no una colección de poemas –a pesar de haber sido compuesto sobre la marcha-, que se deja leer casi todo el tiempo como una novela.

Dice Constantino Bértolo en su libro de ensayos La cena de los notables: “Un texto narrativo –seguimos aquí a Claude Bremond- consiste en un discurso que integra una sucesión de acontecimientos de interés humano (…) Los textos son una propuesta de significado y, en ese sentido, son una propuesta de realidad. 

La idea de perder se instala en cuatro elementos fundamentales que identificamos consiente o inconscientemente cuando leemos. El mismo Bértolo los define como 1. Lo textual, 2. Lo autobiográfico, 3. Lo metaliterario, y 4. Lo ideológico. No quiero y no puedo determinar cuál poema responde específicamente a los cuatro estratos de lectura nombrados, ya que casi todas las veces, coquetea con más de uno y es tarea de la inmensa gama de lectores, no de uno, en este caso, yo. Me contento con transcribir de este libro calipso o celeste, que a pesar de saber que todo está perdido, está escrito con una serenidad que a veces llega a ser un alivio. Algunos de los puntos más altos desde mi perspectiva.

Sí, a veces todo es redundante.
Como una lámpara encendida a mediodía en
pleno verano.
Y qué.
[11]

Mi viejo a mi vieja: “usted quería guindas,
niñita, pero ya no quedan guindas. Se las
comieron los zorzales”.
[19]

A borrones, balbuceando,
escribo mis días
acostumbrándome al fracaso
de toda traducción.
[27]

Casitas caras color crema
donde hubo tupido centro de bosque.
Porque pavimentaron estoy aquí.
[60]

Sin embargo, es evidente, como se integra el elemento autobiográfico, el yo sin ningún tapujo en casi todos los poemas, sin demasiada premeditación, pero aún así se transforma en una boutade para quienes están en el lado más frío de la fuerza. Sobre todo en poemas amorosos y otros que rozan elementos metaliterarios. En los textos amorosos, hay cosas sencillamente notables.

¿Piensas que ya te olvidé?  Todas las tardes el viento
hace sonar los metales que colgaste en mi terraza.
[28]

El poema que cierra el libro puede llegar a ser el más provocativo de todos, pero al final poco importa como tituló Florit su anterior libro, ya que el punto final de nuestra poesía nadie lo pondrá. Las peleas y el pelambre, los golpes al aire –no me refiero a Florit- están destinados a desaparecer. “Paso en limpio mi vida / te la ofrezco en esta bandeja blanca.”, apunta el autor con dos cojones y la idea de quién toca un libro toca un hombre termina de cerrarse o quizás se abrirse.
Aún así, el autor da su punto de vista respecto al llamado escenario, y algunas declaraciones de principios.

En Moneda llegando a Cumming,
un rayado acertadísimo: “Maquieira al Nacional”.
[91]

Otra de Charly: “Fito es políticamente
correcto. Yo no, yo soy éticamente correcto.
[83]

Canta tu ombligo y serás universal.

O como dice Nietzsche:
“Hay que apartar de nosotros el mal gusto
de querer coincidir con muchos”
[74]

 “No seré poeta de un mundo caduco. / Tampoco contaré el mundo futuro. /Estoy preso a la vida y observo a mis compañeros” cita en la página 27, atribuida a Carlos Drummond de Andrade. Esto nos sitúa en el presente, en el tiempo presente, que se transformó en materia casi obligatoria en la literatura del siglo XX. Dentro de estos cánones, aparece también la fuerza de la naturaleza, expresada brillantemente a través de sol. A mi me hizo pensar en El extranjero de Camus y se lo agradezco. También aparece la poesía china, oriental. Los referentes nacionales ineludibles son Teillier, Millán y Bertoni. Lihn también, el primer Lihn.

Cito otra vez, abiertamente, para que el lector decida.

“Todo ocurre a plena luz. El asunto es
sacarnos de una vez la chaqueta que heredamos.
O enmendarla. Mejor sería decir: he tenido un
período terrible, de mucha luz. La luz me confunde.”
[50]

El sol como un padre atosigante
o como el voyerista que no baja la mirada
si lo miras.
[8]

Da vértigo mirarse los pies
cuando has pasado tantos años
erguido sobre el mismo cuerpo.
[23]

¿Si nos quedáramos quietos creceríamos
tanto como estos árboles?
[61]

Mi madre corta el pan en la cocina.
La madre de mi madre ya no corta el pan.
Quizás eso sea todo.

Este libro da cuenta de un poeta con oficio, cuyo punto de vista, tono propio o voz si acaso interesa, están en pleno desarrollo. Que no se mal entienda: no me refiero a que escriba con una plantilla siguiendo a los autores ya mencionados, tampoco a que estamos frente a una escritura a la que le tiembla la mano sin que el autor quiera que le tiemble, sino que, siguiendo el proceso entre Poco me importa y Materias de libre competencia y regulación se nota que Andrés Florit está en plena investigación, ensayando, descubriendo nuevas formas sin alejarse demasiado de la estética que le interesa. Ahora vemos un trazado mucho más suelto, menos lírico y directo en casi todos los poemas. La búsqueda de una sola significación, de la claridad, si acaso aquello es posible.

T.S Eliot sugiere que un poema puede fallar por dos causas. La primera es, por que el poeta no ha hecho ningún descubrimiento y la segunda es, que aunque se dé ese descubrimiento, el autor no sepa darle la forma lingüística adecuada. Más allá de toda teoría, basta con leer los poemas o haber escuchado los ya citados, para entender que el autor acá ha trabajado con el lenguaje, para decir algo de interés humano, de forma clara, cristalina, si se quiere, para tener un espacio propio en nuestros estantes, veladores o bolsillos. Espacios de difícil acceso, sin duda. En este caso, merecidos.



 


 

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