Enrique Vila-Matas: Aire de Dylan
Seix-Barral, marzo 2012. 328 pp.
Por Gabriel Zanetti
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Estamos ante la última entrega de uno de los narradores de habla hispana más relevantes en la actualidad. Relevante y popular, palabras que no siempre se pueden aunar, más todavía si sumamos la coherencia de su proyecto literario. Un proyecto híperliterario —si acaso vale una distinción entre literario e híperliterario-, consistente, contemporáneo, traducido a infinidad de lenguas, premiado, pero que quizás, en este libro, asegura fracasar siempre. Incluso fracasar en el intento de fracasar. En Aire de Dylan el narrador es un escritor anónimo al que invitan a un seminario sobre Literatura y Fracaso que no sabe si, al recibir esta invitación, ponerse la máscara de fracasado o seguir su vida normal de fracasado. En este, asiste a todas las ponencias y descubre a Vilnius, un joven parecido a Dylan, ideólogo de la desgana, maestro en el arte de escurrir el bulto —el epígrafe de Reverdy que abre la novela es “Necesito tanto tiempo para no hacer nada que no me queda tiempo para trabajar”-, que asegura que escribió su conferencia solo por temor a que no le fueran a pagar.
Y su conferencia no concuerda con las habituales —es extremadamente lúcido y genial que en más de la mitad de esta “falle la traducción simultánea”-. Es nada más —y nada menos- que la escritura de los días posteriores a la muerte de su padre, el escritor Juan Lancastre —prolífico autor, que contrasta con el arte de no hacer nada-, quien le traspasa sus pensamientos y pide venganza, como en Hamlet. El joven Vilnius comienza a “trabajar” en su Archivo general del fracaso y funda la sociedad Aire de Dylan para intentar descubrir a los asesinos de Lancastre en medio de una obra de teatro. A través de los conferenciantes y el narrador, la novela toma tintes de ensayo literario y quizás siempre, en el fondo, el tema del fracaso, el que se va a deshilachar. Se dice de Lancastre —con el que Vila-Matas se identifica según sus propias palabras- que es una suerte de escritor contemporáneo escindido que supo refugiarse en lo contemporáneo para reducir el dolor del fracaso si acaso se internaba en la arena de los clásicos. Sobre la autoría, sobre las citas y sus autores —otra noción del padre- se duda de la originalidad.
“Cuando oscurece, siempre necesitamos a alguien” es la frase atribuida supuestamente a Fitzgerald —y que habla de la lectura- por Vilnius, quien se obsesiona por leerla de puño y letra del estadounidense en algún texto. Lo consigue, pero se da cuenta que de este fue corregido por otros guionistas y, lo que es peor, incluye la frase en castellano, por lo que, casi seguro, está manipulada, y siempre traducida. Claudio Arístides Maxwell, experto en Hollywood, termina de arruinarle la investigación contándole de Sorensen, un genio a la sombra de Kennedy, a quien se le atribuye la célebre frase: “No pienses en lo que tu país puede hacer por ti, sino en lo que tú puedes hacer por tu país.”
Literatura de avanzada, sentido del humor, ironía y una noción del “aquí y ahora”, de la contemporaneidad alucinante. Un encuentro entre la literatura de los padres y los hijos. Entre lo leído y lo que se escribe. Absolutamente recomendable. De lectura compulsiva. Nada solemne y profundísima. Con tintes autobiográficos tanto en el escritor muerto como en el joven. Una novela estupenda, hasta tal punto que dan ganas de citarla casi toda.