Alejandro Zambra: Formas de volver a casa
Anagrama. Barcelona, 2012. 164 páginas.
Por Gabriel Zanetti
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Es inquietante leer una novela breve desarrollada con un lenguaje cristalino, preciso y con una estructura compleja —parece no ser compleja, pero lo es- puesta allí como propuesta de significado, tornándola extremadamente legible y cercana a lo ilegible a un mismo tiempo. Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975), poeta, ensayista, crítico y narrador, autor de Bonsai y La vida privada de los árboles ha cultivado desde sus comienzos lo cristalino y la síntesis. Formas de volver a casa no es la excepción, salvo por ser la primera inmersión del autor en la Novela Río.
En cuatro capítulos y con dos narradores (uno es un niño de nueve años, el otro el autor) se despliega una historia que indaga en el Chile de mediados de los ochenta, en donde, siguiendo a Zambra, los más pequeños aprendían a leer o a dibujar mientras sus padres se convertían en cómplices o víctimas de la dictadura de Augusto Pinochet.
El niño (I. Personajes secundarios, III. La literatura de los hijos) empieza a contar su historia desde el terremoto ocurrido en Santiago en marzo de 1985. A partir de ese suceso conoce a Claudia, una niña cuyo padre está ligado al comunismo, por ende usa un nombre falso, es perseguido. La historia de siempre, la inevitable, más para un autor que creció en la dictadura. Pero en el capítulo siguiente (II. La literatura de los padres) se quiebra la ficción, nos encontramos con la narración, con el diario de un autor que dice que Claudia, por ejemplo, no existe. Pero no importa si existe o no, saber qué es verdadero y lo ficticio, nos damos cuenta a medida que avanzamos en la lectura de la novela —que de corrido y sin prisa se puede leer en poco menos de cuatro horas- de que los narradores —uno situado, como decía antes, a partir del terremoto de 1985 y otro, que es el autor, cerca del terremoto de febrero de 2010- están ahí para develar una narración oculta entre esos dos niveles. Un capítulo se alimenta de otro, el otro del otro, y así, lo dicho toma ese efecto que se acerca a lo ilegible o al menos a deformar, reformar, las narraciones.
Es sabida la responsabilidad que implica para casi todos los escritores latinoamericanos abordar el tiempo de las dictaduras. Es un pasillo que todos deben sortear. Zambra lo atraviesa provisto de una inteligencia inusual al desarrollar una estructura que entrega algo más que un cruce de voces, o lo que deberíamos esperar, realmente, de este recurso. Dos historias de amor, finalmente, para contar el fantasma latinoamericano, sin caer en culpabilidades ni inocencias. El pasado y el presente de Chile, encerrado siempre entre terremotos.
