Hay tres vertientes muy potentes en esta entrega: UNO. La pesca. DOS. la literatura. TRES. El barrio.
UNO.
La pesca nunca fue una tendencia en mi familia. Recuerdo haber ido un par de veces al lago Rapel a intentar sacar algo para la foto de rigor y enmarcarla en el living. Compramos tebos, cervezas para los hombres y ponche de durazno para las mujeres, y pasamos la noche esperando que picara algo. Nada.
Terminamos jugando a la mímica entre el ruedo de carpas de la familia y una fogata, escuchando Luis Miguel.
Distinta suerte en la historia del autor porque la pesca es una actividad endémica de su familia. La dedicatoria del libro dice: “A mi abuelo Héctor, que me contó tantas historias”.
Pareciera que, al mencionarlo al inicio, la elocuencia al contar historias se transforma en otro de los legados de su abuelo.
Héctor cultiva el arte de la pesca de forma profesional, si se puede llamar así a la afición severa por el deporte. Pasajes completos dedicados a distintas anécdotas, terminología y gloriosos remates, como en la crónica QUINTUPEU, UN FIORDO PERDIDO. Cuenta una jornada gloriosa de pesca de truchas y salmones cerca del parque nacional Hornopirén y de un casi accidente fatal, pero que se resuelve con la llegada a las cabañas en que se estaban quedando. Venían exhaustos sobre el camión Kia del pescador que los llevó a ese lugar. Ya de noche, salen a recibirlos y les preguntan ¿Cómo les fue? Y la respuesta es ¿Tenís espacio en el Frízer? Se augura un mambo de proporciones comiendo pescado hasta altas horas de la noche y un pasaje digno de una crónica.
DOS.
La literatura es inherente a todo, así que, en este escrito, no profundizaré demasiado en el punto DOS. Está de Perogrullo.
TRES.
Cuando vi por primera vez a Zanetti, me dijo juntémonos en el café Montenegro. ¿Dónde queda? Le pregunté. En Montenegro con Battle y Ordóñez. Anoté en mi celular y busqué la intersección por waze. A las 8 en punto llegué al café y al rato llegó él. Llamó al mesero por su nombre y pidió un café negro sin azúcar.
La segunda reunión que tuvimos, nos sentamos a tomar unas cervezas de litro en el Rugen Bogen (Pocas cuadras más abajo que el café antes mencionado) y conversamos de correlato objetivo y la importancia de los números y lo cabalísticos que son los israelitas. En dos reuniones, estuve en dos lugares que me encontré al leer Pejerrey. Los trae a colación porque son habitués de su ruta histórica y se mueve en ellos con soltura.
Hay agilidad en la construcción de paisajes, guía la mirada a fotogramas específicos que activan espacios añorados de los nacidos en los ochenta. Caminatas por las calles ñuñoinas, los negocios y los centros sociales del barrio. Villa Frei, Irarrázaval, el Estadio Nacional y los caracoles de Pedro de Valdivia.
Reconozco en estas crónicas palpitaciones y chispazos propios de nuestra generación. Olor a Robotech, Silverhawk, los Thundercats.
Es la época análoga que se mueve con potencia en los relatos, el sepia de las fotos reveladas.
RÉPLICA.
Se abre de forma rotunda una bitácora que se amasa desde la previa al cambio de milenio hasta estos tiempos.
Pejerrey arrastra olores, etapas. De prosa ágil y hermosamente concatenada a las neuronas de los paraísos de niñez. Estamos aquí frente a un ejercicio de memoria colectiva a través de la intimidad del autor. Podría ser un fractal que se abre desde su localía de Ñuñoa. Es representativo de una generación. Ahora nosotros nos encontramos armando recuerdos con nuestros hijos.
Zanetti es un escritor que levanta momentos memorables de situaciones que aparentemente son cotidianas para llevar el libro a una esfera entrañable, emocionante y potente.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com PEJERREY / Gabriel Zanetti / Editorial APARTE / 2020
Por Larenas Añasco