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PAUL LÉAUTAUD: IN MEMORIAM Y AMORES
Ediciones Universidad Diego Portales, 2012. 152 pp.
Por Gabriel Zanetti
http://www.revistalecturas.cl/
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Es sorprendente la capacidad de Léautaud para revisitar, indagar y rememorar el pasado. Y no precisamente fragmentos livianos de éste, sino los que cualquiera evitaría —por privados, por patéticos— o al menos metería un poco de mano a la ficción para intentar descifrarlos, solaparlos o sencillamente darles valor literario. Pero el autor sólo confía en lo real. Además, dice tener poca imaginación. Entonces el padre y el amor, su muerte y las primeras experiencias sexuales, a las que el francés nacido en 1872 llegado el momento nos las describe así (…….), quizás no sólo por timidez, sino por exaltar los amantes, tal como se enaltecen cuando desaparecen en la oscuridad de un teatro, lugar que conoció como pocos.
Quizás podríamos encontrar las raíces de toda la formación de Paul Léautaud en el padre; un actor mujeriego que lo hace partícipe de su vida libertina, llevando a todas sus mujeres a casa y metiéndolo en camarines de teatros poblados de encantadoras y hermosas postulantes a actriz. Comienza el recorrido de su infancia —que es a un mismo tiempo la historia del padre— mientras lo ve agonizar, cambiar físicamente, alejándose con las horas del hombre guapo y encantador del pasado. El ir y venir del presente al pasado y viceversa, podría resultar un atado de quejidos e increpaciones de culpa a su progenitor. Por el contrario, Léautaud no se queja, no lloriquea, tampoco celebra. Analiza sin resentimientos su presente alcanzando una prosa, en este sentido, admirable: “…¿acaso sería yo el buenazo que soy, si hubiera gozado de la buena familia usual? Personal hasta el desagrado, libre hasta ofender, sensible hasta el ridículo, imperfecto en todo lo posible”.
Son diversos los elementos que componen su escritura, pero posiblemente podríamos aunarlos en el teatro que presenció y, de algún modo, vivió. Una narrativa oral —“escribo como si alguien me dictara”—, efusiones donde una y otra vez aparecen signos de exclamación propios del melodrama, el cultivo del patetismo como señala Pauls en el prólogo, una ironía casi declamada, el cuerpo, muecas, como la del padre antes de morir: “Con la cabeza levantada profirió un gran ¡ah!, sordo y sofocado y después la cabeza volvió a caer”. Un poco más adelante evidencia la inevitable mimetización, su escuela: “Echado tal como le vi, adopto a mi rostro aquella mueca mortuoria cuyo aprendizaje acabo de hacer tan bien…”
Al leer a In memoriam y Amores recuperamos una vitalidad literaria ejercida sin aspavientos ni malabares. La coherencia de su prosa, en términos forma y fondo, alcanza un punto altísimo, tanto así que, fácilmente, podríamos no percatarnos de los recursos que utiliza, pareciendo sólo fluida y directa cuando trata temas como la muerte, el amor, la sexualidad, la familia, las mujeres. Todos los elementos, tanto estéticos como vivenciales, se funden aquí como parte de su proceso formativo. Y parece decirnos que no hay nada que inventar, que nada más vale estar atentos y saber leer los diferentes momentos, por nimios y aburridos que parezcan, de la propia vida.