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Daniel Titinger: Un hombre flaco. Retrato de Julio Ramón Ribeyro
Edición de Leila Guerriero. Universidad Diego Portales. Santiago de Chile, 2014. 172 páginas.
Por Gabriel Zanetti
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Ribeyro nada en el mar muy de madrugada para ocultar su cuerpo cercano a la desnutrición -a los 44 años pesaba 46 kilos-. Se sirve un trago y lo pierde en el departamento, su método para beber. De regreso a casa diciendo a su mujer “me dejé a Julito en el parque”. Arriba de un taxi luego de pedir prestado a Bryce Echenique, aunque la carrera le iba a costar casi todo el préstamo. En la terraza de un bar hablando de una idea de relato titulado “Los surfistas”. Con la cabeza vendada porque se cayó de la escalera al bajar a buscar los cigarrillos. Bailando con mujeres quince o veinte años menores en una discoteca peruana.
Daniel Titinger esboza una interesante narración donde quedan flotando imágenes inesperadas desde diversas entrevistas a amigos y familiares, en la que destaca el testimonio de Alida, viuda del cuentista peruano -el non plus ultra de la viuda literaria-, vendedora de arte que viajó a París para casarse con algún escritor -se dice que incluso tenía una lista-, y también, sobre todo en el último tercio de libro, de su hijo, Julito Ramón, que dan las señas tal vez más verdaderas de la vida del autor de los cuentos más memorables -me atrevería a decir- del siglo XX, del Perú y de Hispanoamérica.
El recorrido vital muestra a un joven trabajólico, lector infatigable, cerca de lo romántico (tal vez a lo maldito) en el sentido de que su biografía se condice con ese sobrevivir miserable de tantos escritores fundamentales, donde es más importante leer a Flaubert que conseguir algo de comer. Este hombre flaco, el mejor fumador de todos, comienza a arrastrar problemas de salud desde temprano, correlato de lo que serían sus achaques en el futuro, lo que termina por quitarle la vida en el Perú (el epígrafe de Jorge Eduardo Eielson da la señal: “Lima no es una ciudad para vivir, sino, al contrario, un lugar ideal para morir: un cementerio”). En todo caso, sorprende, a pesar de todo, cierta vitalidad con la que vive sus últimos años lejos del escritorio, transformado ya en un escritor nacional y en mito, lo que tal vez no llegó antes por haber nacido justo en medio del boom, con la figura totémica de Mario Vargas Llosa instalada en el Perú.
El interés por conocer la vida de otro se muda aquí, para los lectores de Ribeyro, en una búsqueda constante de relaciones entre la vida y la obra. Titinger transforma en novela un texto hecho de testimonios e investigación con gran talento, sumada a la edición de Leila Guerriero, hace de este libro un material interesante en todo sentido. Muchos tipos de lectores pueden disfrutar de Un hombre flaco y seguir las señas de Ribeyro que tira dardos de este tipo: “Cada escritor tiene la cara de su obra”.