Lo crónico de su “condición” de poeta es la hipocondría. Zanetti es el poeta de lo cotidiano, de la profundidad incomprensible de lo cotidiano, y parece escribir para defenderse de la realidad que acaricia con su experiencia. Estas crónicas son el sueño de Teillier en El poeta de este mundo. Uno de los aspectos más fuertes de nuestra tradición poética es, justamente, lo cotidiano. De allí debe venir el amor de Zanetti por aquel poema de W. C. Williams donde se come una ciruela y pide perdón por habérsela comido, cuyo título es equivalente a este Juro que es verdad: Es solo un decir.
Digamos que encontrar poesía en Chile hoy es muy difícil, y el que la encuentra tiene todo el derecho de ser llamado poeta. Los textos de este nuevo libro de crónicas confirman dos intuiciones del género: se puede hacer poesía en prosa y la crónica es un lente que desajusta la realidad, tomándola por sorpresa. Además, permite respirar y tomar distancia del corrosivo ambiente poético. Es un gesto de humildad y pillería. Sin ser discursivo ni candidato a nada ni militar en “el buenismo de los buenos” con el que luchaba el poeta trasandino Alejandro Rubio, hoy muy vigente en la larga y langosta, estas crónicas se deslizan y esparcen imágenes de un mundo que ya se fue y otro por venir. La frontera está en varios textos: estallido social y pandemia. Hay que reconocerlo: vivimos en un valle de silicona.
Otro aspecto destacable del libro es que está escrito con amor. Por el gato (cuyo nombre completo era: Félix Bon Pensiero), por los amigos, por el fútbol, la familia (el ejemplar está dedicado a la abuela; El pejerrey, al abuelo), etc. Mención aparte merece el amor por sus hijas, que entran con una potencia inaudita como imagen cuando le piden que les cuente cómo nacieron y al despertar de una siesta donde soñó con el cumpleaños de ambas: “las vi a las dos sonrientes soplando sus velitas”. De manera sutil, en los textos se establece un contraste entre la infancia del autor con la infancia actual, sin absolutismos, en las formas de vincularse y su repercusión emocional. La crónica que abre el ejemplar es clara al respecto.
Al mismo tiempo, encontramos formas rebuscadas y propias de entrar en la literatura, esa cosa hoy inexistente en nuestro país. Se inventa una forma de leer poesía: Gonzalo Millán jugando de 8 por Colo-Colo, lesionado. Esto merece largas discusiones. Zurita de 9 en la U es una broma oscurísima; Rosamel del Valle arquero en la Católica, no lo comprendo. Ningún poeta debiera ser cruzado, ¡menos Rosamel! Ahora bien, la canción de Jeanette es Corazón de poeta; lo que puede ser un truco del poeta crónico, parte de su condición. Lo genitivo del error, lo generoso del truco. Leemos la misma entrada de canto en el texto sobre nombre de autores. No deja de ser curioso que se mencione en reiteradas ocasiones a Lihn, sin embargo el que triunfa silenciosamente es Teillier. Y Montale, un maestro abandonado.
Parte de ser alguien es reconocer las propias debilidades (también las fortalezas), con lo que uno se muestra vulnerable. Hoy está de moda, aunque desde un lugar que intuyo instrumental, pero ya en el Tao la vulnerabilidad era laforma de ser alguien y el regreso el movimiento para lograrlo. Regresar a la vulnerabilidad. Esto recorre todo el libro, lleno de humildad y amor por la vida. El mismo título es divertido si se piensa bien: cuando uno jura que es verdad, parece contar algo bastante improbable, cuando no mentira. Esto pone en entredicho al cronista, que requiere de gran destreza para salir de los entuertos en que lo mete la vida (y la escritura). Yo le creo, dijo una vez un humorista. En un mundo de calumnias y posverdad, palabra tan aborrecible como lo que produce, un libro así retoma la claridad en el sentido de transparencia de Oppen. En una sociedad diezmada por los acontecimientos de los últimos años, resaca de varias décadas, donde crecimos y nos hicimos personas, Juro que es verdad nos trae recuerdos del futuro.
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[A propósito de "Juro que es verdad" (Editorial Aparte, 2022) de Gabriel Zanetti Reyes]
Por Sebastián Gómez Matus