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Rafael Gumucio: Mi abuela, Marta Rivas González
Ediciones Universidad Diego Portales. Santiago de Chile, 2013. 228 páginas.
Por Gabriel Zanetti
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En París se acercó a Albert Camus confundiéndolo con un chileno que conocía. Una mujer que atormentaba a los invitados limpiando con una aspiradora portátil barbas y ropas. Esposa del primer presidente del Partido Demócrata Cristiano, que, en el Chile de Pinochet, era una amenaza de izquierda, por lo que el matrimonio tuvo que exiliarse tras el golpe de Estado. Amiga de José Donoso, del pintor y escritor Adolfo Couve, un gay “brutalmente buenmozo” según ella, del que no entendía porque quería ser escritor. “No entiendo, qué huevada (tontería) más grande. ¿Has visto algo más latero (aburrido) que escribir” le declaró alguna vez a su nieto, autor de esta, su biografía, y de libros como Memorias prematuras, Los platos rotos, La deuda, entre otros.
“Mi abuela fue, moralmente hablando […], el primer hombre, el primer varón que conocí, la primera imagen de valentía, de moral y de lealtad caballeresca que me fue ofrecida”, confiesa Rafael Gumucio. En las primeras páginas ya se pueden identificar correlatos que anuncian la representación del fin de una época, donde empezaron a caer, junto a hombres fuertes, las utopías. Tal vez, también es la derrota de la administración de las viejas familias dando paso al mercado, a las empresas. El relato de una familia que, de haber nobleza en Chile, serían al menos condes o duques.
La historia está enfocada en la figura de esta señora irreverente, estrafalaria. En la vida de una mujer eternamente exiliada (“La vejez también es un exilio” anota en su diario), que fue rica, culta y de izquierdas. Pero parece ser el vehículo para hablar -no directamente- de la propia educación intelectual, moral y política del autor. Una especie de afirmación de lo que vendría a ser su capital simbólico. Esto último podría considerarse un acto de valentía, puesto que la mayoría de los libros que abordan la dictadura chilena -su régimen y lo que llegaría después-, lo hacen bien lejos de un exilio tal vez venido a menos, pero elegante, situados dentro del país, desde una clase media que comienza a emerger o derechamente desde el proletariado o alguna especie de marginalidad.
Es interesante cómo Mi abuela, Marta Rivas González supera la anécdota, la mera narración que perpetúa a un personaje familiar, para lograr una novela con alcances históricos potentes. Sin aburrir, haciendo literatura, sin caer en la tentación del ensayo o en las labores de un historiador. Un personaje que ya, desde la manera de hablar, nos anuncia su destino, su lugar y sufrimiento.
La propia consciencia política del lector juega aquí un lugar preponderante. Seguramente desde algún sector habría que esperar empatía, paciencia, que no se ocupe solo de contrastar posiciones y, desde otro, no demasiado entusiasmo (o idealismo) para digerir esta historia de buena manera. Valdría la pena hacer el esfuerzo. Parece ser lo mejor que ha escrito Rafael Gumucio hasta ahora.