ALFIERI
DÍAZ ARIAS, ENTRE ALACRANES
Harold
Alva
Es vital para los que estamos de una u otra forma involucrados con
la literatura toparnos con un muy bien escrito libro de cuentos que
nos llega desde provincia, y ojo que con esto no pretendo clasificar
ni dividir a los escritores, pero sí precisar (repetir) que
por culpa de un centralismo avasallador existe una literatura postergada;
por eso los que están en la otra orilla, digámoslo así,
han
asumido desde hace mucho que Lima ya no es esa ventana a la que necesariamente
tenían que llegar para que se los conozca. Han constituido
entonces sus propios círculos, su propio ambiente cultural,
y eso, cuando realmente son buenos, los hace en cierta manera más
valiosos. El problema es que pese a ello existe una cultura que pretenden
vendernos como oficial, y quienes han fortalecido esta ruptura más
allá de los medios, ha sido la propia crítica, los críticos
de esta ciudad que se han acostumbrado a "investigar" desde
sus propias torres, que todavía pretenden analizar los procesos
de nuestra literatura encerrados en sus claustros cuando en la periferia
se escriben a diario libros que nada tienen que envidiar a sus "hallazgos
oficiales". Eso más allá de la Internet, el google,
o la televisión.
De esos escritores que están fuera de Lima, y que sin embargo
han asimilado el reto, porque creen en lo que hacen, y porque, como
todo buen creador, se informan de lo que acontece más allá
de sus ciudades, es Alfieri Díaz Arias, que aparece
en escena con un recomendable libro de cuentos donde apreciamos el
dominio de los recursos narrativos, que han hecho de sus historias,
relatos memorables que sorprenden por tratarse de una ópera
prima. Alfieri Díaz Arias nació en Trujillo en 1971.
Es Comunicador Social, a simple vista es un sujeto normal, tímido,
el típico intelectual con sus lentes de lector voraz, que da
la impresión se mantiene alerta, esperando el momento para
lanzar la pregunta con la que pretende medir el talento o la formación
libresca de su contertulio. Pero que sin embargo esconde a un creador
que no teme liberar a sus personajes sobre la página en blanco
(la pantalla de Word para ser más exacto) y presentarnos a
través de ellos al cinéfilo, melómano o erotómano
compulsivo que guarda muy dentro.
ENTRE ALACRANES explora diversos territorios, va desde un cuento
que describe la tragedia de un desdichado en la prisión, que
se suicida torpemente (Cachupipe); inventa una historia descabellada
sobre un sujeto al que pretende hacernos creer que se trata del propio
Hitler refugiado en Trujillo (Otto Hassinger); nos narra la
vida de una prostituta con finísimo oído para la música,
cuyo rostro está marcado por una cicatriz propia de quien sobrevive
en los bajos fondos (Oolla); nos describe los días de
un niño que asesina su padre poniéndole alacranes en
los zapatos (Entre alacranes); hasta los bajos instintos de
un necrófilo que quiere poseer el cuerpo de Jim Morrison (La
morgue central); o cómo asesina un militar a la chica de
sus sueños, aventándola desde un avión, por comunista,
en la dictadura de Videla (Último concierto); sólo
por citar algunos de sus cuentos. Sin duda, este un libro que ofrece
ese gozo que busca todo lector, es un conjunto de relatos que no cansan.
Alfieri Díaz Arias nos demuestra que la suya es una asimilación
puntual y arriesgada de lo mejor de nuestros clásicos; ubicándose
así como uno de los escritores jóvenes con mayor proyección
en nuestras letras.
*** ***
DOS CUENTOS DE ENTRE ALACRANES
Oolla
De
Eva nunca se hubiese percatado si no lo enviaban esa mañana
a cubrir la información sobre el cadáver de una quinceañera,
asesinada en las inmediaciones supuestamente por una secta satánica.
En la fachada, una gran banderola con letras amarillas fosforescentes
anunciaba: LOS SEX PISTOLS TOCAN GRATIS ESTA NOCHE y a él le
causó gracia. ¿Los Sex Pistols en Trujillo? Aunque meses
atrás habían vuelto a juntarse, reemplazando a Sid Vicious
por Glenn Matlock, el bajista original, tan siquiera pensar que podían
presentarse en su ciudad era tan irracional como ese rumor que le
contaron sobre los últimos días de Hitler viviendo escondido
en Trujillo y en su mismo barrio, California, a dos cuadras del colegio
San José y que a principios de los setenta un joven lo mató
a cuchillazos por oponerse a que enamorase con su hija... Qué
cojudeces que te hacen creer de chiquillo.
¿Cuántos trujillanos sabrán de la existencia
y trascendencia de los Sex Pistols? Uno entre cien cuánto mucho.
Y de esos, ¿cuántos pueden dejarse seducir por el ardid
publicitario? Pues él, Ezequiel Vidal, periodista del semanario
La Voz, llegó a Eva esa noche de miércoles y
no sólo encontró música de los Pistols, también
de Violent Femmes, Siouxsie & The Banshees, Iggy Pop y aún
más, retrocedían en el tiempo y sonaba Walk to the
wild side de Lou Reed y Space Odity del mejor Bowie. Las
muchachas que salían a escena, adaptaban sus movimientos al
ritmo de canciones que no habían escuchado en su puta vida,
y lentamente se iban despojando de sus prendas. ¿Qué
mágico puterío era Eva? ¿Por qué ponía
música que pocos apreciarían a unos metros de Chan Chan,
la esplendorosa ciudadela del reino Chimú? Los concurrentes
no se molestaban si es que a la hora de bailar con las chicas les
ponían temas de Héctor Lavoe, Willie Colón y
por supuesto, Lágrimas de Roberto Blades. Por lo demás,
estaban contentos si la carne que se miraba, se lamía y se
manoseaba, era complaciente y si el precio de los tragos no era exagerado
como en antros similares.
Envalentonado por su cuarto cubalibre, Ezequiel se atrevió
a preguntarle su tarifa a Margie, la charapa que sorprendió
a todos mostrando su velluda vagina al ritmo de London Calling
de The Clash, aunque ella no tuviese idea del nombre de la tonada
ni quién diablos la tocaba. "150 soles para mí
y 50 que dejas en caja para que me dejen salir; el hotel corre por
tu cuenta". Mucho para su sueldo de periodista que sacaba 900
soles sin descuentos, clavado para quien no tiene mayores obligaciones
que correr con su propia manutención.
Desde esa noche, Ezequiel se volvió asiduo de Eva, ubicada
en una incipiente urbanización con una que otra casa en construcción,
a la que se llegaba por un desvío del camino a Huanchaco. Todos
los martes, miércoles y viernes, pasadas las doce, tomaba asiento
cerca a la barra y observaba el espectáculo, que podía
ser catártico y frenético si era con los chirridos de
la música punk, o sosegado si se bailaba con una canción
más pausada, pero que no dejaba de tener un matiz maligno u
oscuro. Su consumo intentaba que no fuera superior a los treinta soles,
el equivalente a cinco vasos de cerveza y se entretenía intimando
con las muchachas, no sólo con la vana esperanza de llevárselas
gratis a la cama, con el cuento del videasta que busca actrices dispuestas
a realizar escenas fuertes sin llegar a lo pornográfico, sino
averiguar el porqué del gusto de aquella música no muy
convencional para Trujillo ni para ningún puterío en
el mundo entero.
-Odio bailar esa mierda-, le confesó Fresia, la tarmeña
que juraba ser limeña y que destacaba de las demás por
sus extravagantes zapatos de plataforma. Ella prefería desnudarse
al ritmo de algo más chonguero como: Fuego-fuego llamen
a los bomberos, qué es lo que tú quieres, mamacita,
de mí...
-¿Por qué no bailas lo que a ti te dé la gana?
-Porque la perra de la "Caracortada" no nos deja-, le reveló
con cierta amargura, aludiendo a la flaca de cuello modigliánico
y nariz respingada que todas las noches vigilaba cada detalle, paseándose
con una licra ceñida en su cuerpo y un vaso de whisky en la
mano.
Ezequiel había reparado que ella guardaba su distancia y no
permitía que nadie se le acercara, ahuyentándolos con
la repulsiva cicatriz que surcaba su mejilla, desde la comisura de
los labios hasta la oreja. La hendidura delataba que se la habían
hecho con vidrio de botella y hacía cruel contraste con la
espectacular silueta que conservaba. Su anatomía quebrada y
su abdomen libre de adiposidad se lucía aún más
con su garbosa forma de caminar. A la hora de subir al escenario,
ponía, invariablemente, una canción corta: Girlfriend
in a Coma de The Smiths y se colocaba una máscara de terciopelo
azul para tapar el lado malogrado de su rostro. A pesar que bien se
acercaba a los treinta, demostraba una fuerza y una elasticidad muy
superior a las otras nudistas, a quienes fácil llevaba ocho
o nueve años, dejando caer el corpiño y las bragas con
una sutileza inimitable, casi como si se tratase de un ritual fúnebre
que la hacía más inaccesible y enigmática.
"Qué miserable el tipo que destruyó su belleza",
se lamentaba Ezequiel cuando la veía pasar, imaginando el origen
lumpenesco de su desfiguración. Al principio no se lo admitía
pero la deseaba con toda el alma, y no era el único. Qué
no daría por sentarla a su lado y que le diera tan solo la
oportunidad de conversar.
Algunas noches, Ezequiel gastaba más de la cuenta. Convidaba
vodka tonics o cigarrillos de mentol -de esos que generan impotencia-
a Brenda, Pina, Miranda y Melina, en pos de averiguar algo más
de aquella mujer que tanto le interesaba. Supo que Oolla era su nombre
y Robles su apellido. Nació en Piura donde sus correrías
y fornicaciones eran legendarias. Mal de muchos hombres que perdieron
la cabeza al probar de sus sabores, el predicador de una Iglesia Apocalíptica
-dicen que despechado de amor- le dedicó el capítulo
23 de su poco inspirada obra puritana, que distribuía en copias
fotostáticas. En ella recreaba y exageraba las andanzas de
la pecadora que al final recibía un castigo atroz y ejemplar
al ser desgarrada y devorada por los colmillos de sus propios amantes.
Severa advertencia para que las mujeres de su cofradía dejaran
de putear. En Chiclayo, Oolla llegó a ser la primera figura
del Fontainebleu, alguna vez el night club más exclusivo
del norte del país, hasta el día que ocurrió
el incidente que estigmatizó su cara y que al mismo tiempo
originó el declive del local. Hace unos dos años había
llegado a Trujillo y, junto con su hermana menor y otras compañeras
de labores, inauguraron este local, autonombrándose gerente
y administradora por ser la socia que había aportado más
capital.
Llegó un martes 29 de abril. Cuarenta y siete días habían
transcurrido desde que Ezequiel Vidal cayó seducido por el
influjo de Eva. Eufórico y con la billetera cargada, fruto
de su silencio por no develar los negocios turbios de un regidor de
la comuna, no se imaginó que en la noche del debut de
una riojana, que tomó el nombre de Mujer Araña y se
desnudó con Spider Man de los Ramones, estaba escrito
que Oolla le contaría su historia.
Nunca hubiese sucedido sino fuera porque Ooliba, su hermana menor,
infinitamente distinta, más morena, con el rostro lleno de
pecas y unas tetas enormes que daban ganas de morderlas, se sobrepasó
con el trago y las anfetas y no pudo mantener el equilibrio de sus
tacos elevados, precipitándose por la escalera de caracol y
estampándose de bruces contra las baldosas de la pista de baile.
Ante la conmoción general, fue Ezequiel el primero en socorrerla,
la cargó en sus brazos y se ofreció a llevarla en su
viejo Datsun, modelo 1974, al hospital Regional.
Sentados en la sala de emergencia, mientras suturaban la herida de
Ooliba en la frente, con más de cuarenta puntos entre internos
y externos, lo cual forzosamente le obligaría a modificar su
peinado, Ezequiel, el periodista que había entrevistado a Alex
Lora y Facundo Cabral, a Christina Rosenvige y Alejandra Guzmán,
se demoró mucho en cavilar una pregunta que no sonara estúpida
cuando la fuera a soltar.
-Me gusta la música punk, ¿pero sólo eso escuchas?
-Escucho desde Morrison hasta Morrisey.
-Son nombres mayúsculos que sorprende encontrar en...
-¿Una prostituta?
-En cualquier mujer diría yo.
-¿Eres maricón?
-Machista antediluviano sería mi exacta definición.
-¿Y te gusta mi música?
-Me llama más la atención que a ti te guste.
-La escucho porque en ella estoy atrapada. Es la música que
me enseñó a amar y fue testigo de mi tragedia.
-¿Acaso es protagonista de la cicatriz que llevas en la cara?
-Esa es una larga historia que no creo sea oportuno revelarte.
-No calles ahora, te lo ruego. Desde la primera vez que te vi, apoyada
en la barra, quise saber todo de ti. De verdad, no lo tomes a mal,
pero me fascina tu estilo.
-Eres un perdedor. Lo delata la ansiedad de tu voz.
-Qué mejores oídos que los míos entonces. Te
escucharé sin tener nada que reprocharte.
-¿Hace cuánto que la persona que amas te dejó
de lado? Tus ojos transmiten el vacío de quien lo ha perdido
todo.
-Hace dos años, cuando partió a Bolivia y me dejó
destrozado.
-Nosotras las putas también nos enamoramos...
-¿Y por qué te hiciste puta?
-¿Y por qué no?
"Y claro, por qué no", pensó encogiéndose
de hombros, prestándose a escuchar la historia que la mujer
tenía muy guardada en su interior.
Oolla nació en Castilla, distrito de Piura, pero su infancia
la pasó en el desierto, rodeada de burros, algarrobos y gente
de apellido Seminario. Su padre fue un teniente del Ejército,
que no llegó a conocer, y su madre una bella mujer blanca,
demasiado quizá para la vida miserable que llevaba. El día
que vino al mundo nadie se ocupó de cortarle el cordón
umbilical, ni fajarla con pañales, ni sumergirla en agua para
purificarla. Su velludo cuerpecito quedó expuesto en el campo
porque su madre la repudió desde el momento de nacer. Sólo
la madre de su madre, al verla agitarse en un charco de sangre, la
recogió y la hizo crecer como la hierba de los campos, hasta
que fue abundante su cabellera y se desarrollaron sus pechos.
Antes de cumplir los doce, conoció de amores al cubrir su desnudez
con el cuerpo de un primer hombre. Luego vino otro, un comerciante
de casi setenta años que, pletórico de ilusión,
la llevó a vivir a su casa en Catacaos y le hizo conocer de
perfumes, buena ropa y buen calzado, el gusto por la orfebrería
al colocarle ajorcas en los brazos, pendientes en las orejas y un
collar con su nombre grabado en el cuello, como símbolo de
su pertenencia. Mas era tan repugnante el aspecto del viejo y sus
esfuerzos por parecer un amante mancebo, que Oolla escapó una
madrugada y volvió al desierto, donde su cuerpo de piltrafa
amenazaba con quebrarse cada vez que un mecánico o un camionero
que triplicaba su peso se colocaba encima de ella, a cambio de unas
monedas o un pollo con papas fritas. Al cumplir los catorce, un ex
marino mercante se fijó en Oolla y la llevó a trabajar
en la red de locales nocturnos que tenía en Piura, Tambogrande
y Los Órganos. En esa época aprendió sus primeras
letras y a confiar en su hermosura, pues de tanto pronunciar la elevada
tarifa que cobraba por lo que tenía entre las piernas, se dio
cuenta de lo que valía en verdad. Cinco años después,
al redondearse sus atractivos y convertirse en la prostituta más
codiciada de Piura, Oolla se dejó seducir por la propuesta
económica del Fontainebleu y partió a Chiclayo,
no sin antes dejar en su reemplazo a Ooliba, su hermana menor, quien
de tanto prostituirse en el desierto, supo cómo desterrar el
recuerdo de su hermana y la superó en vicio y fornicación,
llegando incluso a estelarizar dos vídeos pornográficos
en Ecuador: Pinga de Asno fue el primero y Leche de Caballo
su muy requerida continuación.
Ni bien Oolla pisó Chiclayo, la fama de su gracia y figura
se extendió por toda la región. De Lambayeque, Motupe,
Ferreñafe y alrededores, llegaban agricultores e industriales
para verla desnuda y pagar lo que fuera por disfrutar de sus favores.
Para no dejarla a merced de los lobos, doña Pilar, la propietaria
del Fontainebleu, le propuso pernoctar con las demás
chicas en el local, pero Oolla, aburrida de vivir bajo la tutela de
sus empleadores, se negó y más bien aceptó que
la recomendase como inquilina en la casa de su hermana, la tía
Julita, quien la recibió sin hacerse problemas por su estilo
de vida, siempre y cuando cumpliera con pagar la mensualidad.
La habitación que Oolla rentó era cercana a la habitación
de Joaquín, el hijo de la tía Julita, quien hacía
sus prácticas en una Cooperativa Azucarera a la par que cursaba
el penúltimo año de Agronomía. Yendo siempre
presuroso de un lado a otro, parecía no tener tiempo en reparar
en la existencia de Oolla, hasta que una mañana que le ganaba
la hora, entró en el baño que ambos compartían
y la encontró desnuda y abierta de piernas, orinando en la
taza del inodoro. Superada la sorpresa inicial, sobrevino una violenta
discusión porque una no le puso seguro a la puerta y porque
el otro debió suponer que el baño estaba ocupado. Sin
más argumentos que los gritos y los insultos, un "ándate
a la mierda", de parte de Joaquín, puso punto final a
la discusión y se marchó, pero antes que enojado, se
había quedado anodadado con el espectáculo; tanto que
a la vez siguiente que se toparon, de nuevo en el baño, al
repetirse el descuido de no cerrar la puerta, él la encontró
llorando porque no había logrado despedirse de su abuela, la
persona que más quería y que moría a la víspera
de cáncer al páncreas. Entonces Joaquín la abrazó
y la llevó a su habitación, le mostró su amplia
colección de vinilos y ningún disco compacto -los detestaba
porque sentía que la música venía enlatada y
su ritmo vertiginoso no se comparaba al ritmo romántico y cadencioso
de los discos de 33 revoluciones- y eligió el Horses
de Patti Smith para la ocasión. Al dar vueltas el tornamesa,
le tradujo la amarga poesía de cada melodía, hablándole
bonito, en tono sosegado, como nunca otro hombre le había hablado
y la despojó, casi sin darse cuenta, del polo que le llegaba
hasta las rodillas y publicitaba una marca de mermelada, descubriendo
que debajo no llevaba nada y que la magia de su desnudez quedaba a
su entera disposición, no hastiándose de recorrerla
por un día entero, olvidándose del trabajo y de vivir
pendiente del tiempo.
Desde ese día y casi durante todos los días, en más
de tres años, Oolla y Joaquín vivieron para devorarse.
Ya sea en el baño, las escaleras o el pasadizo, cualquier sitio
era bueno cuando había ganas y la música, siempre la
música, ya sea de Damned, New York Dolls o de Elvis Costello,
sonara a todo volumen para morigerar los gemidos. Nunca antes ni después,
hubo para Oolla un hombre que lamiera sus senos, el punto corporal
que más la excitaba, como sólo él podía
hacerlo. Nunca otra lengua recorrió los rincones más
recónditos de su cuerpo: su ombligo, sus muslos, los dedos
de sus pies. Nunca antes le robaron orgasmos tan intensos al momento
de penetrarla, ensayando un movimiento y una velocidad diferente,
con la intención de brindarle un goce distinto. Cualquier elogio
que Oolla dedicara a quien le robaba tantas sensaciones no era por
cumplir. Joaquín guardaba la facultad física y mental
de mantener erecto su miembro por espacio de treinta o cuarenta minutos,
permitiéndose eyacular luego que ella se derramara cinco o
seis veces. Oolla a su vez tampoco se quedaba atrás en el arte
de prodigar intensos placeres.
Nunca antes había conocido un conducto vaginal que se afirmase
tan bien con su miembro. Nunca antes había sido capaz de erectar
cuatro veces en una mañana y acabar con la misma potencia encima
de su vientre. Y esta proeza era frecuente. Nunca nadie lamió
su pene como ella, se tragó sus fluidos como ella, se comió
su escroto y su trasero, lo obligaba a colocarse de espaldas y fingía
ser un hombre que lo penetraba. Nunca nadie se había corrido
encima de él con sólo sobar su sexo en su pecho velludo.
Ambos eran dos máquinas sexuales, dos fieras insaciables hechas
el uno para el otro, el complemento perfecto, la alquimia exacta que
sabían que en otros cuerpos no hallarían jamás.
Oolla siempre creyó haber nacido sin corazón hasta que
empezó a compartir su cama y su alma con Joaquín.
-Una palabra tuya y te juro que dejo de ser puta-, le ofreció
al cumplirse dos años de entrega mutua.
-¿Y a qué te dedicarías?
-A amarte-, respondió con convicción, y a Joaquín
de repente le asaltó el temor de estar comprometiéndose
más de lo necesario.
A Oolla la quería, pero quizá no lo suficiente como
para olvidarse de que era una puta. Un día se peleó
e intentó dejarla, pero en menos de una semana volvía
a ella arrepentido y con las mágicas promesas de futuros de
fantasía en los que Oolla era su reina y princesa para toda
la vida.
Entonces fue que apareció Diani, una chiquilla rubiecita y
menor de edad, que cursaba el último año en el Santa
Ángela y provenía de una familia respetable, propietaria
de extensos arrozales. Joaquín la presentó ante la sociedad
como su enamorada oficial y el corazón de Oolla se partió
al enterarse de la novedad, pero no tuvo el valor de increparle algo
a Joaquín porque de manera tácita sabía que las
putas no tienen derecho a reclamar nada. Si se enamoran deben ser
sumisas y aceptar lo que el destino les depara. Como no quería
perderlo, Oolla siguió entregándose a Joaquín,
recibiendo como toda contribución que le dijera que con Diani
no gozaba ni la quinta parte de lo que gozaba con ella, y no mentía.
Su relación sexual con la chiquilla era diferente, y no porque
no se entregara a plenitud y accediera a satisfacer sus caprichos
más extravagantes, sino porque el sabor de su cuerpo no lo
dejaba tan satisfecho como el cuerpo de Oolla. Mas de tanto intentarlo,
Diani salió preñada y Joaquín no tuvo más
remedio que apresurarse a pedir su mano y asumir un compromiso formal
antes que se desatara el escándalo.
De esto, Oolla se enteró por boca de la tía Julita,
mientras veían la telenovela de la tarde, y sin ninguna explicación,
corrió dolida a su habitación donde lloró, golpeó
y mordió su almohada hasta estar segura que su amor por él
se había hecho pedazos. Con los ánimos deshechos cumplió
esa noche con su trabajo. Bailó un par de canciones, se tomó
media botella de White Horse y se fue a la cama con un gerente
de Nestlé antes de retirarse a casa. Eran casi las tres,
hora en que Chiclayo duerme, menos Joaquín que aguardando su
llegada, salió a buscarla, pero Oolla con una pose altiva,
no propia de una prostituta, le cerró la puerta y no le abrió
en ésa, ni en las noches siguientes, incluso cuando lo sintió
llorar y rasguñar la superficie de madera.
Viendo que la situación se volvía insostenible y que
pronto Diani llegaría a vivir bajo el mismo techo, Oolla decidió
tomar sus cosas y corrió a refugiarse en los dormitorios del
Fontainebleu. Loco de dolor y sin ninguna intención
de renunciar a su cuerpo, Joaquín pisó por primera vez
el local y encontró a Oolla rodeada de clientes. Bajo la amenaza
de armar un escándalo, ella accedió a hablar en un lugar
privado.
-Y dime, ¿siempre te vas a casar?
-Es inevitable. Su barriga está hinchada.
-Entonces todo lo que hubo entre nosotros se acabó.
-¿Cómo que se acabó? ¡Yo te amo!
-Yo también, por eso te pido que me dejes en paz.
-No, por favor, ¡yo no puedo vivir sin ti!
-Yo quizás. Ya le estoy haciendo la lucha.
-Pero por qué tenemos que separarnos...
-Porque tú, Joaquín Prieto, siempre serás especial
para mí y no puedo verte con otros ojos que no sean de amor,
pero de amor mío y no compartido. Yo no puedo hacerte el amor
como antes. No puedo verte como los demás hombres, sujetos
de carne y sin ningún sentimiento. Significas mucho para mí
y no quiero verte rebajado a cualquier cosa.
-Pero te juro que no he dejado de quererte, amarte y adorarte. Siempre
que te haga el amor estarán todos mis sentimientos involucrados...
-Y luego de terminar, te vestirás y te irás a dormir
con tu mujer y a mí me quedará la congoja de tenerte
un momento y perderte después. No gracias, nací para
puta, no para amante.
Sin embargo, Joaquín siguió llorando y suplicando. Sus
oídos se volvieron sordos a las palabras hirientes de Oolla.
-Al menos regálame una última vez-, le pidió,
pero Oolla se mantuvo inflexible en su negativa, como si su corazón
y sus entrañas se hubiesen vuelto de acero.
Tanta fue la insistencia de Joaquín que doña Pilar prohibió
su ingreso al Fontainebleu. Mayor fue su desesperación.
Le pidió a su tío el prefecto que allanara el local
con una orden de cateo y en compañía de la policía
no hubo cómo evitar que se dirigiese a la alcoba donde Oolla
se había encerrado. Sin hacer caso de los gritos porque abriera,
Joaquín derribó la puerta de un puntapié y se
acercó a Oolla con la intención de tomarla de los brazos;
mas ella, entre insultos y chillidos desgarradores, le hizo frente
con sus uñas afiladas, no quedándole más remedio
que tumbarla de una bofetada.
-No quiero que te comportes como mi amante, ¡quiero que te comportes
como una puta! ¡Dime tu tarifa! ¡Dime cuánto cobras!-,
exclamó fuera de sí, arrojando varios billetes al suelo.
Entonces fue que Oolla, con el rostro enrojecido y el corazón
lleno de ira, rompió una botella de cerveza con el filo de
la cómoda y la esgrimió como arma filosa.
-¡No quiero verte nunca más! -gritó al levantarse
y, al mismo tiempo, embistiendo con la botella, llegó a incrustarla
en el pecho de Joaquín.
Herida letal, pero no instantánea.
Entre pasmado e indignado, el muchacho logró desprender el
vidrio de su cuerpo, sin amilanarse por la sangre que corría
a borbotones. Con furia, arrastró sus pies hasta Oolla y la
tomó de los cabellos antes de que llegara a la puerta.
-¡Nunca más serás de nadie! -la maldijo, tirando
su cabeza hacia atrás y con la misma botella le desfiguró
la cara hasta que la fuerza se escapó de sus manos. Su último
suspiro lo utilizó para clavar sus dientes en los labios y
jurarle que moría hambriento por su lengua... Ahí nomas
se derrumbó ante los ojos horrorizados de los presentes que
llegaron tarde para evitar la tragedia.
Asombrado por esta historia, donde Eros y Tanatos se habían
mezclado a la perfección, Ezequiel optó por quedarse
callado, considerando que sonaría estúpido acotar alguna
reflexión
innecesaria. Tuvo más bien el tino de tomar la mano de Oolla
en silencio y eso hizo que la viera sonreír por única
vez en su vida.
-Para el mundo, Joaquín no existe. Diani rehizo su vida y su
hija ya tiene un padre. Para el resto de su familia es una lápida
a la que se le pone flores. Si Joaquín todavía sigue
vivo es porque sus mejores momentos los traigo conmigo, en su música,
en las cintas que me regalaba cada semana, esmerándose por
explicarme qué grupo tocaba, quienes eran sus integrantes y
la letra traducida de cada una de las canciones. Tengo más
de 150 cintas y no me canso de oírlas y memorizarlas como a
él le hubiese gustado que lo haga.
-Mira, yo no soy como Joaquín, pero comparto su resistencia
a sucumbir a la tecnología del disco compacto, y conservo mi
tornamesa y mis discos de vinilo. Sin que esto te suene a insinuación
de ningún tipo, si quieres algún día podríamos
escuchar algo más de los ochentas. Si te gusta The Smiths,
me imagino que te gustará Depeche Mode, New Order, Ultravox,
Soft Cell...
Al escuchar los nombres de esos grupos, Oolla sonrió con ironía
y se puso de pie para darle el encuentro a su hermana que, tambaleándose,
se acercaba con un grueso vendaje en la cabeza.
-Eres un perdedor que nunca sabrás cómo llevarse a una
mujer a la cama-, le dijo antes de darle la espalda para siempre-.
Cómo se te ocurre confundir el gusto refinado de Joaquín
con esa música para rosquetes.
*** ***
El último concierto
A tres mil metros de altura la pudo ver de nuevo. Sólo fueron
unos segundos, suficientes para sentir un intenso hormigueo en el
vientre. La luz bermellón parecía difuminar su rostro
poblado de pecas, pero al observarla detenidamente no le quedaron
dudas. Era ella. ¡Ella! Le parecía que había pasado
mucho desde la primera y única vez que compartieron juntos
un momento. Apenas un par de años para que el mundo diera vueltas
y volviera a colocarla en su camino.
Con una dulce tristeza notó que estaba delgada, aún
más de lo que recordaba. Era todita huesos forrada en tan poquita
piel. La profundidad de sus órbitas hacía imposible
apreciar sus ojos azules y traviesos.
Tampoco podía escuchar el tono de su voz inquietante. Era tan
extraña su belleza que nadie reparaba en ella. Ni ahora ni
aquella tarde de septiembre que la conoció, a las afueras del
Luna Park, en aquel concierto al que oficialmente asistieron veintiséis
mil personas, pero podía jurar que fueron muchos más.
Las entradas que Lalo, su hermano mayor, había conseguido eran
para la segunda función y la cola era interminable. Atropellando
desde atrás, lograron superar a la muchedumbre y llegar hasta
Guille, el mejor amigo de Lalo e hincha de River, quien les guardaba
sitio desde temprano. A su costado estaba Cecilia, la novia de Guille,
Laurita, su hermana que toda la vida ha estado enamorada de Lalo,
por eso se apuró en hacerle espacio, y una pelirroja desconocida,
amiga de Laurita, que era pura sonrisa.
Sin haber sido presentados, Guille lo haló de su brazo e hizo
que se colocara detrás de ella, antes que llegaran los oficiales
y lo cogieran a palazos. No se abochornó ante las pifias de
la gente, pero sí al sentir el estrecho contacto con sus caderas.
La miró como intentando disculparse y ella volteó sonriendo
como si no le importase.
Supo sin que le preguntara que se llamaba Fabiana, que tenía
diecisiete años y vivía en La Boca, cerca de Caminito.
Que era estudiante de medicina en la UBA y formaba parte de la Juventud
Guevarista. "¿Y cómo te llamás, vos?"
Entre tartamudeos le dijo que se llamaba Omar y era soldado de la
segunda brigada de infantería. "Formás parte de
un ejército loco, tenés veinte años y el pelo
muy corto", le dijo y él sólo sonrió sin
poder responder, sintiéndose menos porque nunca había
sabido decirle nada bonito a una mujer.
Al cumplir los dieciocho quiso conseguir una novia como la que tenía
la mayoría de los pibes en el barrio. La única chiquilla
que aceptó salir con él fue la hija de un gran amigo
de la familia, pero al tenerla a su lado se quedó callado,
reemplazando con el The dark side of the moon las palabras
que jamás osaría decir. Cansado de su poca personalidad,
su viejo lo empujó a que postulara al Ejército, así
dejaría de ser boludo y se ganaría el respeto de todos.
Le costó mucho, como a tantos, adaptarse a la vida militar.
A base de insultos y duro entrenamiento le despojaron temprano de
su innata candidez. No tenía agallas quizá para expresar
lo que sentía por una mujer, pero sí para masacrar a
un grupo de prisioneros del ERP en la provincia de Tucumán.
Apenas ingresaron al Luna Park, la luz se apagó y el griterío
de la muchedumbre fue ensordecedor. De repente, un efecto sonoro producido
por un melotrón y las luces de diferentes matices que se fijaban
para iluminar al cantante. Yo miro por el día en que vendrá.
Hermoso como el sol en la ciudad.
Sui Generis jamás le había atraído. Lo calificaba
de "dúo de maricas". Detestaba la frágil figura
de Nito y la facha de "Lennon tuberculoso" de Charly. Fanático
del rock progresivo, de Crimson, Floyd, Yes y el Genesis de Peter
Gabriel, pensaba que el rock no podía ser tan suavecito y empalagoso.
Lalo estaba seguro que este concierto de despedida iba a ser un hito
en la historia del rock nacional. Él más bien creía
que el nivel experimental del Instituciones, su último disco,
era una farsa que iba a quedar demostrada cuando tocasen sus canciones
en vivo.
Siempre el mismo terror a la soledad, y quizá esperaré
en vano, a que me dieras tu mano, cuando el Sol me viene a buscar,
para llevar mis sueños al justo lugar. Si bien intentaba
aparentar que la música no le gustaba, ver a la pelirroja a
su lado, cantando con tantas ganas, le animó a dejarse llevar
por un ambiente que parecía hechizado con el flautista de Hamelin
y el pianista chiflado.
Al llegarle el momento de cantar: y dónde estás,
a dónde has ido a parar, y qué se hizo de tu sombrerito
gris, la muchacha pegó su anatomía y sin consultarle
tomó su mano, alzándola como tantos. Él sintió
una corriente, un hincón que surcó su línea vertebral
y también se puso a cantar. No lo creía pero sabía
más canciones de las que imaginaba. Te encontraré
una mañana, dentro de mi habitación y prepararás
la cama para dos. Más que fijarse en el escenario, no podía
dejar de contemplar a la pelirroja y deleitarse con las expresiones
de su cara. A ratos parecía
reír, llorar, gozar, ansiar. Antes que empezara: No llores,
nena, que no es la muerte, estoy en busca de algo naranja y verde,
ella pescó uno de los pitillos de marihuana que circulaba y
le dio de fumar. Quizá por eso se esfumaron los temores de
abrazarla, de sentir el calor de su cuerpo contra su pecho, de embargarle
una sensación de felicidad que no había sentido jamás.
A la voz de Nito cantándole a la niña que ha sido enterrada
viva en Rasguña las piedras, la pelirroja, emocionada
y sin parar de fumar, le acarició su rostro que llevaba días
sin afeitar y depositó la cabeza en su hombro. Él atinó
a tomarla fuerte de la cintura y, en un arrebato, se atrevió
a levantarle el mentón y besarle los labios. Era su primer
beso. El húmedo contacto se tradujo en la extrema felicidad
que produce el disfrutar lo que siempre se ha anhelado y nunca se
ha tenido. Era tanta su emoción que hubiese rogado que cada
canción durase para siempre.
Mari Huana, María Elena. María Juana que más
da. Por debajo de la frazada, todas se llaman igual. Dame amor hasta
mañana, yo te daré algo más. Desvestite no seas
mala, si eso es lo más natural. Si lo hace hasta mi hermana
y lo hizo mi mamá. Los sucesos posteriores al cuarto pitillo
que fumó eran como una nebulosa. Sabía que se quedó
hasta tarde entre tanta gente, insistiendo inútilmente que
Sui volviera al escenario. Alguien propuso continuarla en un boliche
cercano, y a la tercera cerveza perdió el conocimiento.
Al día siguiente, todo era pasado. Lalo comunicó con
orgullo a la familia reunida en la mesa que su hermanito había
estado con una mina de la mano y quizá el romance pudo haber
llegado a mayores si no le hubiesen dado ganas de vomitar. "Bueno,
algo es algo", concluyó el viejo, enterrando la vista
en el plato de ñoquis que su abuela preparaba como nadie. Rojo
de vergüenza, el soldado recordó ese instante bochornoso.
Ella lo acompañó afuera del establecimiento y su vómito
se impregnó en una pared con pintas subversivas. Él
quiso disculparse, pero ella con una sonrisa le dijo que no se afligiera,
que cualquiera se pasaba de vueltas. En el bolsillo de su camisa depositó
una servilleta que contenía su nombre y numeración:
Fabiana McKay 55-5569 y le dijo "llámame"
al despedirse con un beso en la mejilla.
Al terminar el almuerzo y notar que no había nadie cerca al
teléfono de la casa, fumó dos cigarrillos y aguardó
que le sobreviniera el valor de llamar... pero nada. Era necesario
que la nítida voz del general Farandelli llegase a su mente
para guapearlo: "¡Qué pasa, soldado! ¿No
tiene huevos para ablandar a ese prisionero?" Y pateaba a todo
aquel que tenía enfrente, como si se
tratase de un costal de legumbres. Aguijoneado por esa sensación,
discó el número, aguardó dos-tres timbradas y
al contestar una anciana, su imposibilidad de hablar le hizo colgar.
Vencido por el fracaso, no volvería a intentarlo hasta que
salió con permiso del cuartel.
-¿A quién llamás?-, le preguntó Guille
que esa tarde había ido a devolverle a Lalo su colección
completa de Mafalda-. No me digas que andás detrás de
la putita.
-¿Detrás de quien? -Intervino Lalo, entre divertido
e intrigado.
-De la putita, pues. La pelirroja que le mordía la oreja a
tu hermano la noche del concierto.
Sin tomar en cuenta que le rompía su corazón, Guille
habló de la mala fama que tenía Fabiana en la facultad.
Según unos porque se juraba izquierdista y se acostaba con
cualquier desaliñado que tuviera ideas revolucionarias. Según
otros, porque era malograda y tiraba con cualquiera que le diera de
fumar.
-¿Y vos permitís que tu hermana salga con esa clase
de amigas?-, le recriminó Lalo, que esa misma noche se le declararía
a la Laurita y posteriormente la haría su esposa.
-No te preocupes que ya está aleccionada. La vuelvo a ver con
esa perra y le rompo la cara a bofetadas.
-¡Y vos que no tenés experiencia en estas macanas, te
la vas quitando de la cabeza, ¿oíste? Un soldado del
glorioso ejército argentino no puede andar enamorado de una
piba que se ha entregado a más de un batallón.
Con una profunda desazón, el soldado convino que su hermano
tenía razón. El número telefónico lo guardó
dentro de la funda del Tubular Bells que casi no escuchaba
y nunca más intentó llamarla. Si bien en los meses siguientes
la belleza de su recuerdo emergía en su mente, los milicos
le enseñaron a desfogar sus nostalgias en los burdeles que
hay en la carretera al interior.
-Cambiá de semblante -le dijo Guille en la pascua navideña-.
River ha campeonado después de dieciocho años. Se acerca
una nueva era para la Argentina.
En eso último tenía razón. Tras su valerosa acción
en la escaramuza de Monte Chingolo lo ascendieron a cabo y meses después,
un general, un almirante y un brigadier iniciaron su gobierno militar.
Muchos cayeron detenidos, entre ellos esta chiquilla pelirroja a quien
tras varios días de tortura, ahora la veía frente a
él, drogada, deshonrada y desnudada; incapaz de pronunciar
palabra alguna.
-A esta mina nadie más se la podrá tirar -comentó
un compañero luego de pasar revista a los demás prisioneros.
-Sí, es una lástima-, respondió al tomarla de
los hombros y mirarla por última vez.
Una lágrima solitaria recorrió su rostro al recordar
aquella parte de: cierro mis ojos y te veo más, no tengo
miedo a caer, si sostienes, toda mi estructura y me haces bien,
antes de empujarla por la puerta del avión hacia el vacío.