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Reedición de Inxilio, de Hernán Carvajal.
El eco del trueno sigue estremeciendo el aire

Felipe Montalva Peroni
Publicado en revista Punto Final, octubre de 2015

 


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El 11 de septiembre de 1973 significó una fractura en la vida de millones de personas. Dentro y fuera de las fronteras chilenas, el arte representó y reflexionó en innumerables oportunidades sobre este suceso. Un ejemplo fue la literatura, con centenares de títulos, en diversos géneros.

Un caso singularísimo es el de “Inxilio”, poemario editado en Valparaíso, en 1993, firmado por un oscuro Juan de Quintil, también autodenominado Lord Cuchuflí. Los alias pertenecen a Hernán Carvajal, un profesor normalista, nacido en la década del 30, que poetizó el cautiverio político propio y ajeno. Pisagua era el epicentro del salvajismo y la época que derivó fue denominada por el autor los años penitenciales. El libro fue publicado por el mismo Carvajal, junto a algunos colaboradores, y se transformó en un objeto de culto. Tras las austeras tapas negras y páginas bond emergía una voz que iba más allá del testimonio y mediante la dislocación (cuando no la destrucción) del lenguaje, podía transmitir el quebranto personal y social. Alguien que establecía nexos, mediante citas, con autores como Enrique Lihn (a él pertenece la frase de la portada: “Nunca salí del horroroso Chile”), el Marqués de Sade, Luis Cernuda, Cesare Pavese y, especialmente, Jean Arthur Rimbaud, para nutrir el paisaje reseco e impune descrito por la prosa poética y los poemas breves -como ráfagas- que contenía la obra. Alguien que ponía a sus escritos títulos como “Chincolito acusado de matar escopeta”, “Carepalo la fotocopia del edén”, “Chorrocientas estrellas” o “Gorra con laureles y su hombrecito”.

… Y manufacturaba líneas como esta:

         “Cuando nos metieron en prisión, nos tocoteamos la cabeza, descreídos de la coladera. Raro eso de sentirse semimuerto, tan blandas las presas del cuerpo” (“Cementerio de campaña”).

O:

         “Habitamos la casa del dar tortor. Quien nos tiene la vida en un tiento: arquetipo del mílite sin desbravar, verbalización a mandibulazos, sus ojirris recuerdan los de la orca: hecho un chile, alardea puntería de vaquero a la italiana; no disimula su recurrente mala contra los chutos, ni tampoco oculta su grosería cobardeándolos: él, con armada compaña; detrás de las rejas los peruanos” (“Tragabalas”).

22 años después “Inxilio” es reeditado por las porteñas Ediciones Inubicalistas y Ágora. De esta manera se exhuma un libro cuyas 100 copias originales estaban destinadas a unos pocos, to the happy few, como indicaba el mismo Juan de Quintil en los créditos del volumen. “Publicar obras como “Inxilio” ayuda a restaurar la trama rota de la literatura chilena, la que se ha reconstruido a fuerza de operaciones mediáticas, una vez desbaratada la trama cultural que alguna vez tuvo este país”, señala Felipe Moncada Mijic, poeta y editor de Inubicalistas. “Generalmente, las poéticas de vanguardia en Chile han sido islas de esteticismo donde la política o la contingencia no se mezclan con la exigencia expresiva; excepciones hay pero ha sido la tendencia. En cambio, en “Inxilio” se narra el horror de la experiencia de la prisión política y, para ello, el lenguaje se tensa hasta extremos muy poco comunes, contradiciendo aquello de Theodor Adorno, de no poder escribir luego de la experiencia de la barbarie”.

El caso Carvajal

Prácticamente desconocido en el medio literario nacional, Hernán Carvajal es un hombre que en sus más de 80 años, trató a algunos autores, como Mahfud Massis, Carlos de Rokha y Juvencio Valle. Sin embargo, estaba distante de camarillas literarias. Profesor rural durante décadas en las provincias de Maule, Arauco y Malleco, se hizo militante comunista siendo joven. Colaboró con El Siglo usando como pseudónimo el de Arcadio Meza. La literatura lo acompañaba desde niño. Él mismo ha señalado que leyó a Rimbaud en la Escuela Normal José Abelardo Núñez, en Santiago, siendo un adolescente. Es sospechable que el precoz maestro escuelero escribiera en secreto, en medio de valles y potreros. Por añadidura, la vida campesina y mapuche, su lenguaje, su modo de estar en el mundo, lo nutrió fuertemente. Entrevistado en 2009, a propósito de un documental, Hernán Carvajal señalaba:

“Yo tenía 19 años cuando comencé a trabajar y, una vez, va la madre de un alumno que tenía. Fíjate que en Chanqueuque ni siquiera (me) decían profesor. Decían 'preceptor', una palabra del siglo XIX... E iba con una chica de 17-18 años. Cuando veían a una muchacha muy hermosa los campesinos decían 'una niña mándame a llamar con lluvia' (se ríe). Y la mujer le llama la atención a la muchacha: 'Le estás pelando la cebolla al preceptor', es decir, le estás dando sentido... ¡Y hoy día nadie usa eso! Me llamaba la atención el lenguaje, especialmente, en la provincia de Maule y debe haber sido por el aislamiento en que vivían”.

Carvajal retornaría a Valparaíso en la década del 60. Hizo clases en la desaparecida Escuela 17, del barrio de Playa Ancha. Intervino en una toma de terrenos en la parte alta del cerro Cordillera, donde edificó la casa para su familia. Militó en la célula de los pobladores, no en la de los profesores. Algunos colegas suyos, sin embargo, lo recuerdan hasta hoy por el portentoso bagaje intelectual que poseía, así como por la cantidad de libros que era común verle leyendo. 

El golpe militar lo sorprendió en esa vida. Como dirigente de la población y docente militante de la UP. Fue arrestado el 13 de septiembre. Su nutrida biblioteca personal fue quemada por los carabineros del barrio. Fue embarcado en el Maipo y conducido al norte, junto a centenares de obreros, estudiantes y empleados. Su prisión política fue en Pisagua hasta 1974.

Insertar un par de fragmentos de “Inxilio” puede representar aquello:

         “Patriarca, geronte y no gerente de esta nueva barca de Caronte, es un campesino de Lagunillas; capitán de carabineros del pueblo próximo (Casablanca) redactó denuncia y firmó sin verle: los cargos no se compadecían con las maquineadas del viejo, que en otra boca su relato da risa. Forjado por intemperies, reseco el continente, pausada el habla, tiene sin embargo un nombre dulce y agreste como miel de monte: Amable Pozo; jodido por la diabetes, sin los anteojos, este peligroso instructor mirista de campamento guerrillero, no alcanza ni a divisar el rostro de sus bisnietos”. (“Chincolito acusado de matar escopeta”)

         “Ocurre cuando alguno asume la dignidad: por respuesta ideación cobra en vidas. Al conscripto Michel Selim Nash Sáez, edad 19 años, se le actuó la ley de fuga, 29 sept 1973. Natural de Santiago con anterioridad participó en la JJCC. Cumplía la milicia en el regimiento Granaderos de Iquique; un consejo de guerra lo condenó el 14 a prisión en Pisagua, acusado de infiltración política e insubordinación. 'No, señor, no disparo contra mi pueblo. Nuestra misión es protegerlo y no luchar contra él'. Otro muerto sin cadáver. Ni mentarlo: puertas hay que se abren dando hacia laberintos agrios, salvajes; las bocas se ahogan bajo caliche. Desde las salitreras malditas, el viento de la pampa suena Caín. Bandera de histriones invoca muerte”. (“Carepalo la fotocopia del edén”).

En Valparaíso otra vez, Carvajal volvió a la docencia. “Nunca quise exiliarme”, declaraba en 2009. Hizo clases en escuelas de cerro hasta que se trasladó, en los años 80, a la zona rural de Puchuncaví. Es en ese período y ese lugar (en específico en la caleta de Los Tebos, Horcón, donde comienza a aglutinar los escritos de “Inxilio” aunque un lector minucioso podrá descubrir que los textos puestos allí están fechados desde las primeras jornadas post golpe.

“Le puse “Inxilio” porque, en el lenguaje de todos los días, se hablaba mucho del 'exilio' y yo me preguntaba qué le ocurre al que se quedó aquí, mamándose el miedo; el que en la noche, antes de dormir, ponía el carnet de identidad en el cajón del velador ¿Le ocurría a Hernán Carvajal nomás? ¿Me servía la palabra 'exilio'? ¿Cómo definir al tipo que se tiraba toda la porquería para adentro, toda la vibración, todo el desgarro? No me servía 'exilio'. El inxilio, en buenas cuentas, es lo que está pasando al interior del sujeto. No podía decir 'exilio interior'. No, no tiene esa connotación”, contaba el autor en 2009.


El corrector impenitente

Carvajal realizó 2 autoediciones previas a “Inxilio”: “Seguridad Ruleta Rusa”, de 1990, y “Verticación/Omisionario”, de 1992. En estos se hallan algunos de los textos del libro mayor pero también valiosísimos otros materiales. Son volúmenes de tiradas escuetas, muchas veces obsequiados por Carvajal a algunos amigos. Un elemento revelador de su compleja personalidad es que muchos de esos libros regalados eran días (o apenas horas) después, retirados por él mismo pues – siendo un lector/escritor/crítico impenitente- enjuiciaba que les faltaba algo, que había un error que enmendar.

Uno de los (re)editores de Inxilio, en este 2015, es Víctor Rojas Farías, poeta e investigador porteño. No obstante, tiene una larga trama con Carvajal,  a quien conoció de niño pues fue su profesor en la Escuela 17. Luego, en los años 80, se lo reencontró en su período universitario: Un contacto casual en una librería -hoy desaparecida- de la ciudad-puerto, mirando nada menos que libros de los poetas malditos franceses. Rojas Farías se transformaría a la postre en su colaborador en algunas aventuras editoriales, a fines de esa década. Uno de estos fue la publicación de “La Temporada en el Infierno”, traducida por Carvajal, en 1992. La otra fue “Inxilio”. Ambos volúmenes fueron impresos en los talleres de la Universidad Técnica Federico Santa María tras arduos procesos. El talante correctivo de Hernán Carvajal alcanzaba latitudes irrisorias. Recuerda Rojas Farías:

“La imprenta de la Universidad estaba a la mano. Teníamos amigos allí. Carvajal presentaba 5 páginas para digitar. En esa época, esa imprenta (era una de las pocas) que tenía computadores. Carvajal cambiaba el texto, cambiaba las palabras, la disposición... Volvía locos a los digitadores. También estaba la dificultad propia de transcribir los textos que venían manuscritos y con un lenguaje abismante para un digitador de la época. Ahí aparecían sinonimias, paranoimias hasta puntuaciones distintas. Cuando después de mucho rato tenían la página lista, antes de entregarlo, venía Carvajal nuevamente con la página vuelta a escribir”.

En los años posteriores a “Inxilio”, Carvajal siguió residiendo en Valparaíso, en el secreto de la vida ordinaria tocando, a cada tanto, a quienes le rodeaban eventualmente -en la población, en la escuela, la calle o la micro- dejando tras de sí la borra del destello intelectual que guardaba.  

 

Foto superior: Mauro Devoto



 

 

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Publicado en revista Punto Final, octubre de 2015