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PABLO SALINAS: LA DOCTRINA DE LA PERIFERIA
Ediciones Una Temporada en Isla Negra, 2011

Notas de lectura por Hernán Castellano Girón.


Los penitentes
En la portada creada por Américo Robles para  La doctrina de la periferia (LDP), primera novela de Pablo Salinas (PS),  artista pintor y escritor residente en Algarrobo, aparecen tres figuras verticales como los penitentes del folklore colchagüino, pero éstos en vez de penar en los glaciares lo hacen en un banco de arena frente a un mar amenazante.

Son ellos tal vez el paradigma de los desolados cuanto chichafrescas personajes principales y/o secundarios que repletan esta densa, compleja y sorprendente creación de Salinas: ellos viajan sin moverse por un páramo que los acoge, los interpreta y también los atrapa igual que a los penitentes legendarios, en un terreno que es a la vez playa y desierto, territorio de la luz y de las sombras.

No es muy común que un novelista use un título conceptual para su creación, siendo lo más normal una imagen colorida como Cien años de soledad, La espuma de los días o el fabricante de ausencias, por nombrar algunos entre miles.   En LDP la periferia se usa como referencia toponímica,  y como concepto filosófico y sociocultural. Se trata entonces de un tÍtulo con ideas contrapuestas, una especie de oxímoron ideológico entre Doctrina (coagulación, canon aristotélico) y Periferia (disolución, decentramiento, crisis de la modernidad).  Esta contradicción se plantea extensamente en la novela pero queda muy lejos de resolverse, cosa que tampoco puede pedírsele a una obra literaria. Es el lector el que debe planteársela y “rumiarla” mientras lee o descifra las densas páginas del libro.

Volveremos a esta idea en el curso de estas notas.

La presentación/apertura del texto nos muestra a Martín,  un autoproclamado genio, un soi disent Rimbaud lavado por mareas de océanos polutos y muy lejanos con respecto a los del poeta simbolista.  

Uno de los temas no planteados por LDP, pero que se cuela y percibe a lo largo de todo el texto, es precisamente el del artista adolescente.  Pero éstos son adolescentes muy diferentes de los que, por ejemplo, Jorge Teillier señalaba como el paradigma del artista, el sueño germinal de la inmadurez (tema asimismo de los libros de Witold Gombrowicz, la inmadurez como estado ontológico, referida por Ernesto Sábato en el prefacio que le escribió para la edición argentina de su Ferdydurke.)  En “Los dominios perdidos”, Teillier nos habla de “las estrellas eternas del cielo de la adolescencia” respecto de su héroe/alterego el Gran Meaulnes de Alain Fournier.

Pero los adolescentes jóvenes y viejos de LDP están mucho más cerca de los que brillan en la farándula chilena e internacional (que en nuestro país se copia servilmente). Los individuos maleados, arribistas y competitivos de TVN Rojo y Calle 7 podrían ser paragonables a los personajes de LDP.

Es éste un tema muy vasto y de muchas aristas que sólo puede quedar insinuado en estas notas.

Contextos y paratextos
Fuera del artista adolescente (sin importar los años que cargue), que más que tema parece ser un aspecto integrativo importante  de los personajes de LDP, hay un contexto o espacio semántico que se muestra como central en esta singular novela cuya temática parece girar en torno al mundo o mundillo de los artistas y operadores culturales, tanto de la “periferia” como del supuesto centro de la vida cultural chilena, esto es Santiago. Este contexto —que a su vez es parte de la mecánica misma en la vida de los personajes— está integrado por las elucubraciones, juicios, descalificaciones y sueños de grandeza de los personajes que frecuentan y conviven en grupos o ambientes artísticos. Esta temática no es nueva en la literatura chilena, pero la forma de plantearla en esta novela es novedosa.

No escasean en nuestra literatura las novelas cuya trama se centra en las discusiones culturales, políticas, sentimentales, etc. de grupos etarios o reunidos por intereses comunes:  estudiantes bohemios por ejemplo, como en Los túneles morados (1961) de Daniel Belmar, especie de suite compuesta por el relato en serie de las borracheras de universitarios penquistas,  situada antes del gran sismo de 1960.

Creemos que un directo antecesor de este mundo de los artistas en cierne, los aspirantes al éxito cultural y social conectado a ciertos ambientes del arte chileno de LDP tendría una convergencia señalable en las dos novelas que Juan Agustín Palazuelos (JAP) publicara en su breve vida (1936-1969): Según el orden del tiempo y Muy temprano para Santiago,  ambas publicadas en la década de los sesenta.

El éxito fulminante (principalmente promovido por José Donoso y su tribuna de literaria de la revista  Ercilla) transformó a JAP  en lo que —en la perspectiva del tiempo— sería una especie de  “protobolaño”, en el pasaje a la celebridad y el reconocimiento unánime en el Santiago de los 60 y los grupos de artistas y bohemios que se reunían en el   café Sao Paulo de calle Huérfanos.

JAP basó su narrativa en una forma sofisticada de realismo social, con fuertes elementos de reflexión introspectiva. Sus libros describen con precisión y autoironía la vida de preciosos ridículos desde los años de la presidencia de Ibáñez a los tardos años sesenta donde ya se percibe un tufillo —para ellos agorero— reflejando su terror a la repechada izquierdista / allendista. Hay un spleen postexistencialista, una náusea sartreano-mapochina, que contamina y trasciende aquellas páginas.

Existe más de un punto de contacto entre este mundo y el de LDP, salvada la distancia de casi medio siglo que las separa.

El mundo descrito tan minuciosa como fragmentariamente en LDP y sus personajes, también se puede referir a un ilustre antepasado: el llamado Club de la Serpiente de Rayuela, donde Cortázar crea una periferia parisina  de artistas y escritores mínimos o impublicables cuyas connotaciones tienen vigencia hasta el día de hoy y constituyen un precedente veleidoso de esa “periferia” exhaustivamente proyectada por PS.  Desde el principio Rayuela nos presenta al París de “antes” (queremos decir antes de la hecatombre mundial urdida a partir del 11. 9. 2011)  y de la obra maestra cortazariana surge una ciudad que se sostiene en la misma metáfora de su tiempo y su leyenda. 

En LDP hay —o mejor dicho se vislumbra, ya que el trasfondo parisino sólo se toca tangencialmente en la novela de Salinas— un  París managerial y rockero donde ya no existían los espacios de la vida simplemente que el presente niega a los que no pertenecemos a la minoría tenebrosa que controla la economía planetaria.

El París cortazariano de Rayuela es un mundo vivido a concho y desde adentro, y el de los personajes de LDP es un mundo husmeado, de “fantasmas de un [ni tan] viejo pasado que ya no se puede resucitar”.  Ellos tampoco quieren hacerlo.

En las “discadas” de los muchachos del Club de la Serpiente donde escuchan críticamente desde Teddy Wilson a Chuck Berry,  Coleman Hawkins y John Coltrane, “París es una enorme metáfora”  (afirma el personaje Gregorovius).  Ahí existía también una periferia, pero que a su vez estaba en el centro de todo, era parte sustancial del proceso de la posvanguardia existencialista, por mínimos que fueran Horacio, la Maga, Gregorovius, Babs y los otros, se apoyaban y vivían el lenguaje de la trompeta de Satchmo, “falo amarillo”.  Las elucubraciones del personaje Morelli dan un cierto tono a Rayuela, al menos en cuanto a teorización vanguardista de posguerra, y remiten al lector a un mundo donde el arte o existe o es destruido, desintegrado, “deconstruido”, pero igual vuelve porfiadamente al mismo medio y se reconstruye, siendo parte integral de la eterna metáfora de París. A los periféricos de LDP no les preocupa tanto ese proceso intrínseco del arte, a ellos les interesa surgir, sacar su tajadilla, dar que hablar a la gente que consideran importante. Su discurso no está centrado en el arte—por lo menos mayoritariamente—sino en ellos mismos y sus ambiciones de triunfo en la sociedad de mercado, que nunca es cuestionada ni debatida. 

Hay un afán de compararse con los “grandes”, con Rimbaud, con Ginsberg y semejante discurso, patético en su megalomanÍa,  calza muy bien dentro de la función irónica del texto, aunque la posición del autor no sea clara al respecto. 

Cabe anotar que al referirnos en estas notas a obras de autores consagrados a nivel nacional e internacional (y aún de obras fundadoras de todo un lenguaje  en la modernidad hispanoamericana, como Rayuela) no nos mueve el efectuar un paragón desproporcionado ni tampoco (esto mucho menos)  tratar de disminuir el valor de LDP como un texto válido para el momento histórico y cultural que vivimos. Queremos sí, situar críticamente esta novela  escrita por uno de nuestros valores artísticos locales, dentro de la línea conectiva de las teorías de la modernidad, y señalar sus aproximaciones y distancias.

Saint Germain y Gurdjieff
En LDP aparece también un correlato esotérico / teosófico en cuanto a que los personajes, entre sus muchas veleidades personales, se apoyan —aunque habría que reconocer que es una conexión bastante débil— en las ideas que el personaje Max presenta a los otros, tanto en la provincia/periferia como en la otra periferia gigante que es Santiago: un deslavado y acomodaticio esoterismo entendido más que nada como una moda para sentirse  incorporados a la crema de la crema artística, que los personajes creen ser o representar.

Max siempre anda sobajeando un famoso libro (en la novela) del fabulado Conde de Saint Germain (personaje multifacético del siglo XVIII que además de aseverar que era inmortal, aseguraba ser la reencarnación de ilustres antepasados, nada menos que de Platón y Cristóbal Colón entre muchos héroes, filósofos y santos) quien nunca escribió un libro, aunque le han sido atribuídos algunos textos de carácter esotérico y recientemete ha aparecido, hasta en ediciones pirateadas, El séptimo rayo (o también El rayo violeta) compendio de escritos atribuidos a Saint Germain.  También Max, el gurú del grupo central de LDP tiene sus tratos distantes con el místico/santón George Gurdjieff (1872-1949) y alardea de representar el nexo entre sus discípulos/alumnos  con la New Age o la Era de Acuario, época de paz y armonía universales que ya estaría entrando en vigencia, pese a las catástrofes y la amenaza de extinción global que se ciernen sobre el mundo, aunque en verdad lo peor de este proceso catastrófico se fue desencadenando después de los eventos narrados en LDP.

El autor evidentemente considera importante este aspecto, ya que el libro se abre con un epígrafe de Madame Helena Blavatsky (1831-1891) la fundadora de la Teosofía y autora de libros muy influyentes en el pensamiento espiritualista del siglo XX, como Isis develada y La doctrina secreta. Sin embargo, y como es característico en los personajes de LDP, también este filón se pierde entre las vivencias erráticas y la superficialidad del grupo artístico “periférico”.

Narrativa en clave
Un pensamiento que aflora constantemente al lector crítico de LDP, es su naturaleza o condición de libro en clave, o sea que sus personajes serían reales protagonistas del mundo cultural chileno (y ocasionalmente estadounidense y francés).

Dicha fauna literaria aparece y desaparece en LDP sin nunca consolidar un personaje “completo”  y en realidad ninguno funciona  como protagonista, salvo el escurridizo Martín.  Sin embargo, es un grupo sociocultural descrito a veces con un tono satírico (poniendo distancia)  y a veces compartiendo su mundo, lo que pareciera configurar o al menos sugerir una novela “en clave”. Esto sucede en modo reflejo:  por la misma razón de que los personajes y la trama no logran construir una alternativa autónoma convincente como el Morelli cortazariano, o los esperpentos del Chile inventado de Roberto Bolaño,  que el celebrado escritor nunca llegó a conocer en su realidad. El lector definitivamente busca la correspondencia de los validos escribientes caracterizados en LDP, que  peroran, pontifican, se pelan y también se reparten elogios siempre entre los mismos personajes (como en el tout Santiago “real”). El único claramente discernible, en clave caricaturesca y algo denigratoria —se le califica de “viejete” (sic, 37)— es el “antipoeta” de “LC”, Facundo Salas, pero dejamos al lector identificar quién es. Los “grandes novelistas” como Germán y el misterioso “L”, parecen corresponder a fragmentos frankensteinianos de varios literatos “reales”: Germán tiene el apelativo, la corpulencia y la irritabilidad de Marín, el “naftalinismo” decimonónico y el dandismo amanerado de Donoso, la astucia de buscón de Ampuero, los pasitos cortos en la literatura pero de siete leguas en la autopromoción al más alto nivel de Edwards, etc.  

Los personajes de LDP son como retratos fugaces que el autor describe con rápidas pinceladas que se borran, y para el lector la mejor referencia para “agarrarse” la constituyen los monólogos y comentarios de MartÍn, aunque también hay otras perspectivas incluso en tercera persona, que se funden en el maremágnum narrativo.

Ellos se mueven primero dentro del ámbito de la búsqueda del éxito artístico, el rating, la consagración que se alcanzaría —al menos en las artes plásticas— específicamente en el ámbito de Nueva York, donde uno de ellos, Boris, ha alcanzado el triunfo y es tan entusiasta como solapadamente envidiado por sus colegas.  Otro triunfador a nivel nacional sería Daniel Astorga,  “joven promesa de la pintura chilena” etiqueta que, si bien se piensa, ha recurrido en todas las disciplinas artÍsticas aplicado en la forma arbitraria,  facciosa y discriminatoria que  caracteriza el medio cultural chileno. Salinas describe velada pero muy exactamente ese proceso —o trasfondo— en LDP.

Son personajes de una minináusea pueblerina, exiliados tanto en su propia tierra como en los diversos países que visitan como merodeando. Ellos se mueven en la marginalidad a tres niveles: la marginalidad geográfica o sea la provincia, en este caso la llamada Costa o Litoral Central, con contactos esporádicos o frecuentes pero lábiles, con la capital omnisciente. En el nivel ideológico, es una periferia relegada a lo precario de sus búsquedas centradas en encontrar formas que vendan y en copiar fórmulas de los países o centros culturales que se suponen son triunfantes, especialmente el Nueva York de los años noventa anterior a la debacle ya referida. En esto, LDP acierta plenamente al describir descarnadamente estos ambientes e individuos. Son círculos dantescos de la mediocridad en la cual pululan estos personajes como los escarabajos cuando se levanta una piedra, y la visión del narrador los sorprende circulando en su medio,  “el fenómeno Chile” (31).

Lenguaje literario
En este diálogo consigo mismo del ególatra no redimido (narrador o personaje)  se usa un lenguaje coloquial que no llega a ser vulgar (sociolecto del marginal, el flaite) pero se asimila mejor el vocabulario y estilo de una franja culturalmente menos desarrollada que lo normal en las élites culturales y este recurso se despliega a lo largo de LDP. Es un narrador que precisamente narra desde su marginalidad / periferia espacial / conceptual / sociocultural, y menos desde la siutiquería habitual de ciertos círculos similares. 

En este sentido el autor mediante una mimesis prosódica proyectada a lo largo del texto de la novela, construye un narrador autosuficiente una suerte de pícaro de las artes marginales, que en el ámbito del libro no logra emerger  del tembladeral adolescente ya que a su vez busca establecer su centro en él.

El autor no parece posicionarse críticamente sobre lo triste que significa esta realidad humana del artista chileno, aunque tampoco es el cometido de una propuesta narrativa, el presentar soluciones de corte sociológico. Igualmente es digno de comentar el   discurso sobre “el bueno que sobresale rápido en Chile” (65),    cuando la verdad es precisamente al revés: el mediocre sobresale velozmente y recibe a menudo premios inmerecidos, mientras los verdaderos genios desde Vicente Huidobro a Juan Emar y Rosamel del Valle debieron esperar décadas para empezar a ser reconocidos, y ni siquiera completamente, estos últimos.

LDP contiene excelentes descripciones de ambientes y anota muy bien los resultados de la medianía en el éxito y el fracaso a nivel local, confundidos en el mismo magma.  El viejo merchante atorado con una aceituna es una buena descripción de corte realista/esperpéntica (78-79). Igualmente, y en un sentido completamente diferente, la referencia admirativa a Roberto Matta (33-35) hecha en clave más mundana que artística, sirve para matizar el tono generalmente sarcástico, de “perdonavidas”, del /los  narrador/es, y está muy bien descrita y escenificada, emergiendo la figura de Matta como uno de los pocos, si no el único, referente respetable dentro de la chilenidad en un ámbito internacional.

Los personajes de LDP saben practicar el deporte de la exclusión y la descalificación, que parece estar en el genoma chileno.  A propósito,  algo que llama la atención al lector atento de LDP, es la preocupación del/los narrador/es, por la ropa de marca, la supuesta calidad de ella como elemento de filiación social pero también del valor personal. Los personajes están pendientes de este tipo de valores como si se estuviera leyendo a un cronista de la sección de modas o de vida social de algún diario que se ocupa de esas banalidades, en vez de ser la voz de una conciencia cultural que se supone debe calar hondo en la sociedad “novelada”. Pero también es posible  que el propósito del autor fuese ironizar sobre estos aspectos socialesdesde la perspectiva de sus protagonistas de la periferia…si es que la periferia tiene protagonistas.

La periferia centrada
No es poca gracia y logro literario haber consignado en una novela todo ese proceso de aprendizaje del dolor donde hasta el mismo dolor se queda en el camino, en un tipo de artista mediano pero con delirios de grandeza. Las descripciones líricas (contenidas y sobrias) tanto de los ambientes en que se desenvuelven los personajes, como de sus sentimientos y emociones, son un punto de evidente valor estilístico que merece ser resaltado.

LDP se lee con dificultad pero nunca con tedio, porque finalmente la propuesta de Salinas es la del hiperrealismo minucioso de un escáner literario donde el texto se desgarra en una especie de harakiri silencioso que contiene su propia  sanación.

El desenlace de la novela, en que el protagonista finalmente “consigue” a su escurridiza amada Valeria, tiene un cierto corte edificante sin que ello arruine el final como suele suceder. Lo que pasa es que ellos al final se desprenden de la doctrina periférica y se integran al sueño: el Logos se muta en Eros, que es el centro del todo.

La mente que —según el epígrafe de Blavatsky— fue un amo cruel durante gran parte del libro, se transforma en dócil sirviente del eterno sueño humano. Ellos ingresan a su cuartito azul (¿o rojo?) pero el lector queda integrado a esa   periferia voraz como hoyo negro infragaláctico, una periferia no doctrinaria ni espacial, pero que se identifica con la condición misma del fiaco logos spermatikos del chileno.


Isla Negra, mayo 2011.


 

 

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