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La belleza de lo probable: los cuentos de Lisselotte R. Alvarez

Por Hernán Castellano Girón

 

He tenido el placer de leer un libro ya diagramado por mis queridos amigos Claudia y Alejandra de Ediciones Tralcamahuida de Isla Negra. Se trata de Nostalgias de lo improbable (en adelante NDLI), un conjunto de relatos que revela una personalidad literaria y poética (1) que es mucho más que una promesa: nos muestra un mundo escritural y metafórico ya consolidado, pero también profundamente comprometido en una bella, fecunda y chispeante fase de crecimiento, búsqueda y exploración.

Lisselotte ha aceptado el múltiple desafío de descifrar en una clave literaria moderna, una realidad cambiante donde la conciencia de un/a narrador/a joven (2)  asume la perspectiva de una desmesurada longevidad para construir su universo narrativo, comprometiendo diversos estadios de la vida, eras o katunes de la mitopoyesis que a su vez concluyen en pequeñas conciencias, mínimas historias que se proyectan a lo inmenso, y hablan en el lenguaje desolado del presente.

Veamos con un poco más de detalle estas afirmaciones o referencias sobre la prosa de Lisselotte: ella usa principalmente un narrador omnisciente con poderes paranormales de introspección o retrospección y ocasionalmente un narratario, generalmente un niño o encarnación de un pasado infantil. También uno o más narradores en primera persona aparecen en la red narrativa creada por la autora.

El resultado —visto desde una perspectiva global— aparece como el diálogo de una conciencia moderna, insertada en  dimensión tan íntima y cercana al lector de hoy, como inquietante cuando se proyecta y sumerge en un arcano protohistórico, referido por ejemplo en el breve y muy bello  El príncipe de las panteras.

En NDLI hay un logrado uso de la personificación, en la animación de un habitat definido por el lenguaje poético en que lo “feo” sugerido por una imagen brutal emerge a veces en medio de una visión de ensueño (p.17) Es una prosa marcadamente connotativa,  henchida de sueños, de referencias cruzadas, de escudriños dentro de una confusa realidad mutante / metamórfica que se ordena y clarifica en el texto.

NDLI como volumen aparece como un conjunto muy sólido desde un punto de vista crítico, y también muy interesante para el lector exigente por la variedad de perspectivas narrativas y los niveles de introspección escudriñados y resueltos felizmente en los diversos planos expresivo-semánticos.  En este sentido la estructura del conjunto nos parece bien equilibrada y arquitecturada con temas eternos y actuales como la psicología y la entropía de la vida espiritual y erótica de la pareja humana y de su proyección ectópica: el así llamado triángulo sentimental:  Conjunción, Subterráneo, Dos mujeres y Reflejo (dolorosa y bella parábola universal, donde  el drama de la pareja humana es metaforizado con pájaros como personajes). En el caso de Conjunción (el relato más extenso y acaso más complejo y sutil del conjunto) dos ex novios se encuentran después de trece años. Es una historia densa y minuciosa, bitácora de la angustia de un reencuentro tan anhelado como temido.  Hay aquí un trabajo sutil y complejo de reconstrucción sensorial apoyado en destellos a veces fulgurantes, a veces opacos o densos en su negrura, de una memoria que parece abarcar no una sino más vidas de los personajes y de la narradora misma. Lisselotte experimenta con dos narradores (femenino y masculino),  dos perspectivas, dos realidades que confluyen autorregulándose.

Un segundo tipo de exploración presente en NDLI es el del ser humano recluso en la prisión de su sociedad autofagocitaria, que la autora despliega  entre la ternura y el horror: Trashumantes (donde el circo, como en los filmes de Federico Fellini,  es el microcosmos humano, demasiado humano), Frecuencia, La botella de Kleim (curioso relato donde un protagonista es un chino cinófago), La fiesta (visión al sesgo sobre la sociedad,  sinécdoque que se proyecta a un microcosmos que muestra facetas poco amables de la condición humana), La lista (la narradora juega con un espacio delimitado por la misteriosa lista que existe en nuestra mente y nuestra memoria, que nos exorciza y a la vez nos agobia, la nómina de los amores  perdidos  y recobrados a medias en los sueños, terreno de latrocinios y venganzas y también del placer de poseer o ser poseído a medias, en la dimensión impalpable que al mismo tiempo es el único islote de tierra firme donde podemos intentar una vida mejor o al menos posible), Sonidos de los 80 y el desolado Una cena vernácula, que nos recuerda el infierno oficinesco descrito por Jaime Laso en la novela clave El cepo (1958) y sugiere (como en La botella de Kleim) un tema a explorar de estos cuentos: la “perritud” de nuestra chilenidad.  En Carlos Pezoa Véliz encontramos el primer poema donde se habla de la miseria de los perros chilenos: “El perro vagabundo” que [va] cantando triste la canción del hambre, pero que en La cena vernácula resulta al final devorado por los mismos degradados individuos.

Estos relatos “hiperrealistas” forman una especie de centro o fiel de la balanza donde se equilibran los otros extremos del espectro narrativo de NDLI: la forma más sutil del Eros en los primeros citados y aquéllos donde la realidad se proyecta a dimensiones “paranormales” o simplemente más allá de lo cotidiano, gracias al ojo avizor y la mente perceptiva de Lisselotte.

Esta última y tercera perspectiva (Atrapa sueños, El príncipe de las panteras, Fantasmas, Requiescat in Pace, y Visitantes) es realmente notable en cada uno de los cuentos,  pero citaremos para abreviar, el más paradigmático de ellos, El príncipe de las panteras (p.43) que se afirma en un núcleo simbólico/surreal que conecta misteriosas dimensiones donde el narrador juega con lo espacio-temporal. Aquí se muestra un diestro manejo —en la síntesis de sus breves páginas— en la construcción de una metáfora que engloba encarnaciones dolorosas de la memoria donde relubra el rostro negroide o pitecoide del abuelo prehumano que perdimos.

Es ésta una narrativa extremadamente sutil, polidimensional, que refleja una poética que ha madurado en su propósito. Lisselotte sabe internarse en los meandros más oscuros pero también los más luminosos del laberinto de lo real, a partir de un detalle mínimo, sugerencia o momento álgido de la eternidad que es  proyectado en textos tan precisos como lo puede ser un sueño, un verso de un poeta sufí o un microcuento de Cortázar o de Monterrosso,  extremos de los extremos de la diapasón textual, tensada y puesta a tañir en la antigua onda de la música de las esferas de Pitágoras y Platón, los que instilaron en nuestros genes las visiones que se abren en nuestros ojos del presente. 

No es extraño, entonces, dicho lo que hemos esbozado en estas notas, que las fuentes más evidentes de la narrativa de Lisselotte no sean escritores chilenos, tanto menos los narradores de la frivolidad y la superficialidad que ahora parecen acaparar reconocimientos inmerecidos.

Lis pertenece a esa minoria selecta de los que escriben porque todo esto les duele,  y lo hacen sin pensar en como destruir o quitar de en medio  al otro que  a su vez escribe o publica o  anda por ahí declamando, como Homero, por los caminos del viento.

Todo eso duele, pero con relatarlo literalmente ningún mal social o personal se exorciza: hay que elaborarlo literariamente primero, y sin pensar en la recompensa o en la figuración en el mundillo de los oledores y los lechuguinos que ahora atestan el mercado literario.

A nosotros nos parece que en la prosa de Lisselotte hay más ecos del mundo de los grandes creadores de ensueños, como Marcel Schwob, o el gran Gerard de Nerval e incluso, en sus miradas al horror, Gustav Meyrinck.

En el lado de acá cortazariano (3) notamos en NDLP una conección directa con la parte más revolucionaria del modernismo, esto es, las parábolas de corte futurístico usadas en algunos cuentos del argentino Leopoldo Lugones.

Por supuesto, en la faceta de introspección y sutileza narrativa que Lisselotte explora en sus  cuentos, se podría referir a Virginia Woolf, maestra de este tipo de relato y encarnación de una forma de conciencia literaria que se conecta con los ámbitos  antes referidos.

Como fuentes cercanas, fuera de María Luisa Bombal, referente o base ineludible para las introspecciones de la psique y la sensibilidad femenina reflejadas en un texto literario (4) están los relatos del one and only Rosamel del Valle de País blanco  y negro (1928), Eva y la fuga (1929), Las llaves invisibles(1947) y las prosas surrealistas de El sol es un pájaro cautivo en el reloj (1963) libros inundados de mujeres angélicas y demoníacas, miradas escrutadoras a las dimensiones del sueño y del abismo, de lo espectral y de la metamorfosis.

Isla Negra, febrero 2010.

***

(1)  Creo, como  Julio Cortázar, que en el lenguaje poético está la base de toda propuesta literaria, sea escrita  en prosa o en versos.

(2)  Nuestro uso del abusado término de la juventud (¿divino tesoro?) no está unido a circunstancias generacionales o de manipulación grupal que siempre tienden a la descalificación de los otros, en este caso a los mayores, sino a una condición ontológica no ligada a parámetros del tiempo o de la microhistoria.

(3)  Se refiere a las dos divisiones / definiciones de el lado de acá y el lado de allá (que corresponden a lo geopolítico y cultural, América y Europa) usadas por Cortázar en su novela clave en la evolución de la modernidad literaria en idioma castellano, Rayuela (1962).

(4)  Sea esto dicho con la necesaria cautela, a fin de evitar encasillamientos simplistas como la llamada “literatura femenina”.

 

 

 

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