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Caligari en América o la risa del turiferario

Por Hernán Castellano Girón

Estaba pensando en buscar online el email del Dr. Campos, a quien conocí brevemente en un congreso en Riverside en 2001, después de haber intercambiado textos con él, en mis tiempos de exilado en Italia, cuando él  mismo aparentemente  también lo era en otro lugar del mundo que no recuerdo.

Esto, porque precisamente conociendo su presente dedicación casi obsesiva   al activismo anticubano y antichavista y en general a todo lo que huela a progresismo comunitario o crítica al mundo “liberalizado”, quise contactarlo buscando su email en la red, para mandarle mi testimonio.

Su respuesta llegó más rápido que el pensamiento, rellena de los previsibles alegatos de quien, asimilado completamente al sistema, ya no sólo es incapaz de juzgarlo con ojo crítico, sino que califica a su vez como delirios de “una imaginación exagerada” lo que fue mi diaria experiencia de vida durante 26 años de ejercicio de la docencia en los EE.UU.

He leído recientemente (fuera de sus consabidas monsergas contra la Revolución Cubana  y sus líderes, y ahora contra el Movimiento Bolivariano de Venezuela)  una diatriba contra el gran Noam Chomsky quien con el italiano Umberto Eco, probablemente son las inteligencias más brillantes que pisan este pobre planeta devastado por el sistema que el Dr. Campos tanto defiende, junto con turiferarios como Vargas Llosa (el de ahora, no el de entonces) y su delfín Alvarito.

Me siento honrado de estar en su compañía (la de Chomsky, por supuesto, no la de los otros).

Sin duda, egregios docentes chilenos y sudamericanos han formado parte de la Academia americana en todas las disciplinas (y no sólo en literatura)  como Jaime Concha, Pedro Lastra, Grínor Rojo, Fernando Alegría, Juan Armando Epple,  y tantos otros.  Su experiencia es más que válida y ejemplar, pero tampoco puede ser paradigmática o unívoca,  porque mi historia es igualmente válida y merece llamar la atención de las conciencias libres que van quedando. 

Paso por alto los epítetos descalificatorios del Dr. Campos, que no me tocan ni conciernen ni interesan.

Dicho sea de paso, en ninguna parte de mi artículo se menciona que Alurista me haya “quitado” el puesto, como si me hubiera pertenecido a la manera del criollo pituto. Pero que tenía más merecimientos literarios y académicos que él, los tenía, y en esa decisión no valió la ley “del más capaz” , cuento de hadas negras en el que Campos aún parece creer.

Es más que fácil inventarse o pergeñar estadísticas que apoyen la  vigencia del American Dream, y es lo que hace el Dr. Campos desde su poltrona jesuítica, pero el denunciar con la verdad experimentada y vivida los vicios internos, los procedimientos hipócritas despachados por transparentes, y el racismo que satura el sistema de arriba abajo,  les produce hondo escozor a quienes se han convertido en sus comparsas ideológicas. 

He relatado sin reparos los hechos dolorosos, pero también la alegría de participar en culturas artísticas como la poesía y el jazz, cosa que vivimos a fondo y que se refiere durante todo mi testimonio, como así las palabras de profunda gratitud hacia mi país de adopción, expresadas al final. Pongo muy en claro en mi artículo que en ninguna parte recibí tantos reconocimientos como en los EE.UU., aunque muchos de ellos no provinieron del ambiente académico sino de los artistas mismos. También atesoro el aprecio y conmovedor cariño de mis estudiantes. Dan fe de ello,  sus evaluaciones puestas online y los muchos  de ellos que, dos años después de mi partida, todavía mantienen correspondencia  amistosa y profesional conmigo.

Por lo tanto “que me fue mal en la academia norteamericana” es sólo un insulto gratuito que me endosa  el Dr. Campos.

Parece que él no alcanzó a llegar al final de su lectura, llevado acaso por su mohín de disgusto frente a mi historia de disidente interno al sistema por él venerado, o bien por haber leído mi texto (como en ese capítulo de Rayuela) línea por medio,  por su mucha prisa de sentarse a escribir el próximo ataque a Fidel.

 

img: Hernán Castellano G.

 

 

 

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