
        
        
        Notas para una aproximación a la poesía de Humberto Díaz Casanueva
      Dennis Páez M.
          16 de Diciembre de 2009 
        
        (…) no escribo para agradar sino para  explorar. 
  La experiencia poética me interesa como un  modo
 de  transparentar la existencia humana (…)”
          H.D.C
         
          Abordar uno de los premios nacionales tal vez más poco explorados  no es tarea fácil.
          
          Un cúmulo de  obras, tachadas de herméticas por una crítica que no se ha logrado hacer cargo  de magna reliquia que nos  herenció el  poeta nacional, dan cuenta de que no es un autor  transparente, evidente, fácil, o tal vez  claro y comprensible de buenas a primeras. Por el contrario, Díaz-Casanueva, de  una envidiable formación en filosofía, entre las cuales se encuentran en su  currícula más de unas cuentas clases con   el filósofo alemán  Martín  Heidegger, es un poeta  que aun  permanece  en el sombrío pantano de  nuestra literatura nacional. Sombrío pantano del cual nadie ha logrado  rescatarlo eficazmente, a excepción sólo  de unos cuantos artículos que  tal vez no develan detalles propios de su  escritura, y que no han logrado atraer a lectores comunes de poesía, fuera de  sus fieles seguidores, en su mayoría poetas, que van tras las pistas de códigos  encriptados en las páginas de sus variados libros.
        Si bien la obra  de Díaz-Casanueva  empieza  a gestarse   paralelamente a la decadencia del romanticismo y las tendencias  modernistas precedentes, instauradas en la literatura nacional con plumas como  la de Pezoa Veliz o Magallanes Moure, también coinciden sus inicios en la  escena literaria con la oleada vanguardista que desde la segunda década del  siglo XX en adelante no cesará de remecer   las letras nacionales, con propuestas que cada vez más  irían en búsqueda de una renovación en la  tradición, instaurando nuevas formas poéticas que tendrían pleno desarrollo con  el Neruda de Residencia, con el Huidobro de Altazor, con el de Rokha de los  Gemidos, y más tarde con La   Mandrágora y todos sus secuaces, quienes levantarían la bandera  de Bretón en estas tierras hasta los extremos del llamado surrealismo negro.
        Sin embargo, el  poeta pese a encontrarse rodeado por estas tendencias, asume un cariño y un  aprecio intenso (e inmenso) hacia los románticos alemanes, y a decir verdad,  hacia toda la cultura germánica. Serán autores como Rilke,Hölderlin,  Goethe, Trakl y Novalis los que lo cautivarán  en todo su esplendor. Además, claro está, de  la influencia que poseen en la gestación de su obra las lecturas de  Nietzsche y Heidegger, dos pensadores que  dejarán una sutil presencia perceptible en algunos textos del  basto legado del galardonado con el premio  nacional en 1971 y a los que nos remitimos brevemente en las líneas siguientes.
        De  Nietzsche el poeta  nos dirá que su primer gran libro leído  comprensivamente, y que lo cautivo por completo, fue  El  origen de la tragedia. Y es  posible  rastrear en su obra alguna de las ideas del pensador, como los conceptos de lo Apolíneo  y lo Dionisíaco.  En la extensión de  su poesía, se aprecia  una pugna entre estos dos polos, en los que  inevitablemente resulta dominante Dionisios, de manifiesto con un lenguaje  invadido por lo confuso, la deformidad, el caos, la noche, las pasiones en su  máxima revolución, lo instintivo exacerbado, todo ello permeado por lo  inconsciente, lo irracional, la negación del logos en general: 
        “si muevo la mano alrededor de mi alma encuentro una luz ciega
          una zanja llena de hojas escritas
          costumbres y creencias, muñecas nudosas, esplendores
          nocturnos, fundición de ídolos.”
        De Heidegger la  influencia es distinta. Ya no es una lectura, sino que son clases o seminarios  a los que asistió Humberto, y más aun, las clases sobre poesía en las que  Heidegger se abocó a filosofar sobre  Hölderlin con  mayor entusiasmo, y que por estos días llegan por medio del FCE en una edición  titulada Arte y Poesía.
         En razón de lo anterior, hay ciertos conceptos  heideggerianos como el da sein, el  llamado ser ahí, el ser para la muerte, o simplemente el ser, en su total  desnudez, que se ven de cierto modo involucrados en el entramado textual creado  por Casanueva. Dichos conceptos pareciesen despertar sentido en la lectura del  poeta si leemos en sus textos insitencias sobre la temática de la existencia.  Bástenos leer la pregunta que inicia uno de los poemas del libro  La estatua de sal y la afirmación con la que culmina el mismo  verso para  entender cómo nos lo manifiesta:
        Qué  soy para vosotros? un  moribundo? Yo no  sé lo que soy,
            Yo  os ofrezco un poco de luna desfallecida en el desierto,
            Una  sal bañada por mis ojos que  cae sin  cesar
            Y un  canto callado.
        Esta insistencia  en la búsqueda del ser, saber quién soy, qué soy, porqué soy, pregunta  existencial que pareciese reiterativa, adquiere nuevas dimensiones al interior  de los versos del poeta cuando la óptica se configura en razón de una  exploración ciega,  exploración a  obscuras, entre sombras, trampas del lenguaje, prejuicios y vicios del idioma  que nos obligan en reiterados momentos a creer o admitir que somos tal o cual ente  o ser. En un breve texto titulado Poesía, escrito en Alemania en 1934, el poeta  declara: 
        Es bello y heroico  asistir a las batallas del ser, rehuir todo libertinaje y facilidad y aceptar  el cilicio.
        De este modo,  Díaz-Casanueva, evadiendo todo ello, vierte al interior de sus versos el  suspenso, posiciona la sospecha de no tener claridad ni plena consciencia de su  ser, aunque sí de las acciones que puede   lograr realizar tal ser. En el mismo poema, versos más abajo se lee:
        Yo  desnudo la sombra dentro de  vosotros  que  es   tumba
            Y os  dejo  en el cuerpo un incendio lejano.
        Al interior del  citado poema canto II del libro la estatua de sal, se nos reiteran incesantes  los imperativos. El hablante poético manda: aceptad, apartad, dejad, cerrad.
          
          Desde esta  óptica, la posición que adquiere el poeta es la de un supremo omnisciente,  quien ordena, manda y exige, y al cual jamás percibimos frontalmente, jamás  reconocemos quien es, sino que sigue siendo una incógnita, perpetuamente un  otro para nosotros.
        Ahora bien, en  su obra el poeta es claro o es oscuro, pero a medias jamás. Así en uno de sus  últimos libros publicados, titulado El niño  de Robben Island, deja ver con claridad las ideas que pretende desarrollar  en el poema, mostrando a la vez toda esa faceta humana que durante tantos años  le significó  ser embajador, defender los  derechos humanos y la segregación racial. En dicho texto, el poeta no encripta  el significado, sino por el contrario, manifiesta explícitamente y con claridad  expresiva todo lo que  pretende decir en  relación con la segregación de los niños africanos. Tal vez éste texto pueda  ser el único en el que predomina el carácter apolíneo sobre el dionisiaco como  se expreso líneas atrás. Por medio de un solo poema extenso, desglosa el origen  de la diferencia que se establece entre blancos y negros, pintándonos imágenes  que destilan una fría y desinteresada labor de las naciones, las cuales, en  intento de imponerse sobre otras en beneficio  propio para   la obtención de materias primas, arrasan a la vez con una comunidad, con  un cúmulo de  personas a quienes se les  extirpa toda noción de derechos que puedan tener, abusando moralmente de todo  sus ser derruido por la imposición de otra cultura.
        Para culminar,  esperamos que este limitado e inacabado introito sea de utilidad a quienes se  interesan por la obra poética del autor nacional. Hemos de esperar  de igual forma, que la crítica deje de lado  Réquiem, poema archicitado del autor, y comience a indagar en otros textos del  poeta, de igual y tal vez mayor calidad poética como aquel. Nosotros nos  limitamos en este estrecho texto a referir mínimos aspectos de la obra del  poeta, esperando incitar a  la  aproximación a quienes parecen estar distantes de leer al autor de La hija vertiginosa. A aquellos ya  iniciados en su lectura, esperamos estas notas sean una razón más para seguir  urgetiando entre símbolos de una poesía que tenemos para bastante tiempo más  hasta develar la avasalladora  presencia  de signos y lenguajes, códigos de una realidad en permanente búsqueda que a lo  mismo nos invita: iniciar el recorrido o la búsqueda de la búsqueda iniciada  por Díaz-Casanueva en su poesía.
         
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        Referencias:
         -Díaz-Casanueva,  Humberto. El niño de Robben Island. Ediciones Manieristas. Santiago de  Chile. 1985.
              - Díaz-Casanueva, Humberto Antología poética. Santiago de  Chile. Editorial Universitaria. 1970.