Humberto Díaz-Casanueva, nació el 8 de diciembre de 1906. Poeta metafísico, dicen algunos. Hombre de ojos grandes que ya a sus 17 años, siendo profesor y en contra de su tradicional familia, se sumaba a las filas de la revolución. Ese mismo año publicaría su primer libro El aventurero de Saba.
Si bien es considerado como uno de los grandes de la poesía chilena, junto a la Mistral, Neruda, Huidobro y de Rokha; pasa que la voz de Humberto Díaz-Casanueva no está tan presente en el imaginario popular, quizás opacada por la fuerza de sus pares, o por el propio hermetismo de su poesía, o por la historia que le tocó cruzar y que en el camino lo silenció por revolucionario, por cuico, por raro, porque no se entiende.
La edición del libro La hija vertiginosa por parte de editorial Bordelibre aporta desde lo inmediato a la revalorización de la obra de Díaz-Casanueva, a poner nuevamente su poesía en la mesa de los lectores. La hija vertiginosa es un poema que merece ser servido, ser oído y relamido.
La imagen de su hija de doce años danzando sola frente al espejo, nos lleva a otras fotografías, donde una adolescente en un juego de selfie se explora buscando en sí mismas señales de una vida en frenesí, queriendo salir y revelarse. Esa imagen de «la niña» como metáfora permanente de esa vida que se abre paso ante todo, y que ante nuestros ojos saturados, deja un halo de poesía inalcanzable pero fascinante de contemplar. El poeta nos lleva de la mano en un viaje lingüístico y metafísico por una multiplicidad de imágenes poéticas que evocan la vida burbujeando y las posibilidades aún mayores del hermoso laberinto que es tener doce años.
En lo personal, mi hija de nueve, como parte de la generación Alpha, ya manifiesta un autocuestionamiento a la identidad que construye. Cuando sea grande voy a salir del closet, nos dijo el otro día; y al siguiente llora por el planeta y se ensimisma al pensar que el mundo es un bello y feo lugar a la vez. Hace bromas sobre el aborto, y ve la crisis social con la parsimonia propia de quien naturalizó su vértigo.
Cómo entonces no ver en nuestras hijas e hijos la vida misma latiendo y sobreponiéndose, incluso, a nosotros mismos y las anclas naturales que nos impiden estar presente en el futuro. Pienso que el poema de Díaz-Casanueva nos devela ese futuro desde la espiritualidad máxima que pudo vislumbrar: el humanismo.
El poema le habla desde su inicio a la Hija, derramando en ella la palabra a ver si la alcanza. ¿No es acaso aquello la poesía, una búsqueda incansable de lo inalcanzable?; por eso es que quizás como en este juego, el poema esté lleno de preguntas, cuestionamientos que revelan la necesidad de versos; o la posibilidad de que el lector sea quien construya los versos en sí:
¿por qué así te veo futura? ¿Pudiste acaso antes que nacieras solo cruzar por mí lagrimeando de la vena que derramo hacía la noche sin necesidad de que aparecieses de carne? ¿Soñarte así increíble, habría sido moldearte más intacta? ¿Dónde, dónde estarías dando sombra de otra sombra más muerta que la muerte?[1]
Pregunta el poeta, explorando los alrededores del tiempo; observando su propia insignificancia, su propia condición de estrella fugaz. Desde ahí, desde ese torbellino de estar mirando las almas y deleitarse en su frágil inmortalidad, desde ahí le habla a su Hija y le dice:
El alma cuento como el parpadeo de un dios perdido que en mí encontrara el goce de su ausencia ¡Oh, las flechas que soporta la apagada cabellera de carbón! Crece niña, crece Echa la carne adentro de una manzana de oro Crece Más grande y más radiante que una reina extraída de una pirámide El portazo de la carne ¿no obscurece mi alma hasta creer que todo en ella se origina?[2]
Y entonces…
¡Cuánta luz carnal para el fiel que la descifra! ¡Cuánta hija! ¡Hija! ¡Qué palabra es ésta que la lengua afila en medio del corazón![3]
Surge la hija, vuelve a la hija, como quien vuelve a la casa de los padres después de la larga temporada y se encuentra con la tetera de siempre, y el sabor de un pan hogareño que no tendrá nunca ningún similar. ¿Acaso no es una hija o hijo también un progenitor de sus padres?
…y dentro de ella ¿qué más soy que una reverencia hondísima hacía un prodigioso designio? No me hagas caso hija mía El loco escupe tibios pedazos de pájaros cantores La merienda devuelve en el gemido A ti la tierra elige Ondulante Para que el trigo salga otra vez silbando a los niños…
…¿acaso si te hablo barrido por la nieve te quedas con los muertos friolenta en el verano viéndoles trasegar su silencio voraz el corazón que los provoca?[4]
Y así, en ese transitar de vidas y saltando por el tiempo, desmembrado en la imagen de hija que ahora se vuelve la vida misma, el dios, las almas, el propio reflejo en un tiempo que corre y quizás baila como esa belleza ante el espejo. Y mirando más allá del reflejo, más allá de la pulcritud de la niñez, el poeta llega a declarar:
¡Crece madre eterna hija mía crece! Ya no distingo entre ambas A la mayor A la que huye como un nudo por el velo[5]
Viéndose vencido ante tanta inmensidad; quizás hasta cegado por ver el rostro humanizado de Dios, aún iluminado con el resplandor de lo eterno, el poeta clama en su poema confundiendo arcanos con cotidianidades para que la foto permanezca y no se diluya lo sustancial. Quizás en la voz de Humberto Díaz-Casanueva encontramos esa metafísica; esa metalingüística; una observación constante de su reflexión que nunca deja de asombrarse de la misma.
La aparente encapsulación de los versos de Díaz-Casanueva, no es otra cosa que la búsqueda de un espacio concreto, carnal en su decir, que el poeta siente «deber» ante tanta majestuosidad; se pierde en sí mismo sin miedo y sin el peso de estar creando la voz de Chile o del Pueblo, como sí se observa en sus contemporáneos. Se dispara el poeta, se aleja de la tradición poética nacional sólo para adentrarse en la profundidad de la tradición poética universal del pensamiento filosófico y de las oralidades primitivas que bordean lo surreal; que es quizás el origen del verso mayor.
El poema La Hija vertiginosa, extrayendo de la experiencia del poeta los insumos para la iluminación y éxtasis, al final señala:
Con tu pie izquierdo demueles Con tu pie derecho fabricas Y ambos tan veloces como los palillos del chino en la escudilla del arroz Qué veo en ti Qué precoces plumas te arrancas Cuerpo oculto que la luz torna innumerable ¡Cien hijas salen de mis ojos locos![6]
Concluye con una sutil y alentadora invitación: Bailemos.
Luego de la contemplación y el éxtasis, luego de un viaje vertiginoso por las posibilidades de la vida, la tormentosa y frágil realidad de enfrentar que el tiempo pasa, las personas pasan, y nada es certero pues el universo danza como una niña frente al espejo y los humanos sumamos a esa fragilidad lo insulso, lo banal de la carne; que pasando por el vaho de la fe, ve la inmortalidad como quien mira la orilla de un precipicio.
Bailemos ¿Qué jardines reflejamos saltando? ¿Qué ronda somos de dioses presentidos? ¿Sonrisa que dice la verdad? Bailemos Las manos juntas dentro del mismo bronce…
…seamos La presencia es solo La cifra en que crecemos Hija ¡Semejanza que nostálgica nos sueña![7]
II
Mención importante en esta reflexión es la calidad del libro como objeto de arte. Acostumbrados los poetas de un tiempo a esta parte a ediciones artesanales, cartoneras, de encuadernación casera u otros que representan las fuerzas con que la palabra quiere hacerse presente; siempre se agradece un trabajo técnico de calidad, para dar sostén a la obra de un poeta que necesariamente debemos leer y releer, estudiar y revalidar, en el marco de la recuperación de la memoria histórica de la palabra, y el cuestionamiento constante al canon nacional para nuevas generaciones.
El libro es parte de un trabajo que Bordelibre Ediciones viene haciendo con la seriedad y peso necesario para dicha recuperación. Aplaudo desde ya el trabajo de la editorial; que no sólo pensó en llevar al papel la obra de Díaz-Casanueva; sino que la acompañó de la recepción crítica escrita por Rosamel del Valle en 1959, amigo y compañero de letras del autor, donde se puede profundizar en los simbolismos e interpretaciones del poema; además, el libro cuenta con un prólogo de Diego Sanhueza, quien se ha encargado de dar valor y reeditar la obra de Humberto Díaz-Casanueva.
El trabajo de portada realizado por el artista Jaime Alfaro Castillo, se desprende de la imagen xilográfica que acompañó la primera edición del libro, por allá por el año 1954 por Editorial Nascimiento; no es más que una interpretación vertiginosa del mismo, en un juego visualmente poético a la vez.
Agradezco públicamente la oportunidad de leer este texto, e insto a todos quienes quieran darse una caricia en el alma, a quienes quieran deleitarse con la idea de perderse en una imagen, enfrentar el vértigo y encontrar la eternidad en lo fugaz; a leer La Hija Vertiginosa de Humberto Díaz-Casanueva publicado por Bordelibre Ediciones.
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dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
La hija vertiginosa, o por qué este libro nos humaniza.
Humberto Díaz-Casanueva. Editorial Bordelibre 2019, 116 págs.
Presentación de David Santos Arrieta 32° Feria del Libro de Ovalle. Región de Coquimbo