La poesía de este libro pertenece a lo profundo del ser, al misterio de las zonas en que el espíritu abre sus pozos. Es hacia esa raíz viva que tienden los movimientos de un deseo casi en trance trágico, de un ansia implacable de penetrar en las sombras de ese "Armonioso YO, diferente de un sueño", de Paul Valéry.
Con El aventurero de Saba, Humberto Díaz Casanueva alcanzó lo que se puede pedir a un sentido estético en que impera cierto ejercicio de bruscas visualidades y en que lo maravilloso externo alcanza proporciones deslumbradoras. Ahora, sometido el poeta a una mayor rigurosidad intelectual y a un mayor sentido de lo trágico en los fenómenos de la realidad humana, nos da esta Vigilia por dentro, páginas escritas al borde de los extraños abismos vitales. Su poesía no tiende ya a la pura creación poética, sino a una especie de revelación. El "decididamente estamos fuera del mundo", de Rimbaud, no es aquí una simple retirada forzosa, sino una inmersión en los signos interiores, en la negrura de las corrientes psíquicas y en el extremado color blanco de la escala de los sueños. Porque si el hombre, y aun los elementos que lo rodean, empezaron a manifestarse por medio del símbolo, ¿qué manifestación del espíritu logra ser más alta que la revelación poética? ¿Qué lenguaje vivo no viene del lado poético? El mismo Rimbaud, rodeado del círculo de llamas que fué su vida, vislumbraba esta expresión futura de las hondas zonas del ser; pero en la imposibilidad de someterse a sus leyes necesarias, desesperábase con su terrible: "Je m'évade". Y en esta misma zona alcanzó Lautreamont la mayor de sus desesperaciones —entrando, por fin, en un mundo de pesadas tinieblas. Es, pues, esta poesía de los abismos del ser, esta búsqueda de una expresión total, de lo absoluto en los pozos vitales, lo que ha alcanzado hasta hoy una mayor realidad, producto de vastas rigurosidades y vigilias.
Vigilia por dentro trae una atmósfera casi desconocida, algo de ese "viento negro y hermoso" que veía Lautreamont. Poesía reveladora de un profundo conocimiento de los fenómenos que rodean al ser y que lo aturden a golpes de misterios, de incitaciones, de formas que desean andar y de pensamientos que desean extenderse sobre sí mismos, alcanza su existencia casi perfecta entre sus propios velos, entre sus símbolos, entre su estructura de cosa viva e irreparable. Jamás fuera de su tema central y siempre como una corriente de vigor estético, resume la mayor posibilidad de una forma, de una base, de una expresión casi total de los rumorosos conflictos del ser:
Desesperado apago en mí la aureola de los santos, quiero descubrir mis propias leyes.
Tal vez este espejo y sus pequeñas aguas muertas devolvieron mi más perdido rostro.
Pero fatigado estoy y en piedra ya desangrada caen los ojos saciados.
Veo que el día brota en mí sólo por el limo que el sueño deja por mi cuerpo.
¿Quién ha de serenar entonces mis cien estatuas que de la luz se desprenden y enloquecen?
Qué oscuridad caliente, jadeo en mi eclipse íntimo, pierdo el presagio,
Ahora mi corazón sería capaz de negar su pequeña crisálida
Y esas pavorosas alas que le asoman emergiendo de la nada.
Por este camino de expresión, la poesía vuelve a tomar la corriente de la permanencia, despejada de imaginerías circunstanciales. Los elementos que desesperan de mayor modo el subterráneo mental entran en su justa proporción y sentido. La oscuridad caliente se aclara en una realización metafórica profunda y el ritmo se forma espontáneamente, de modo que la gran fuerza simbólica que precede al acto de crear atraviesa un espacio de látigos cuya rigurosidad es de difícil dominio. Todas las contorsiones del pequeño ser en tinieblas que alimenta el espíritu alcanzan aquí una forma de existencia poética de la más pura ley, ya sea por la justa medida del lenguaje —apropiado al movimiento de los símbolos— como por la forma depurada de toda oscuridad sistemática, hasta el punto de entrar en un plano estético absoluto:
Cuando un viento nupcial levantó sus solares pechos
un beso le detuvo adentro esa estrella de piel blanca,
por amor, su cuerpo es la más tierna pausa de la muerte,
su leche, por el hombre, disuelva láminas puras.
Qué lejos estamos de cierta cansada eternidad en el tema poético y a qué distancia del simple ejercicio en que la imagen reina como una chispa demasiado extensa, tan extensa que bajo su resplandor más de alguna vez suele perecer el poema. En cambio, en esta Vigilia por dentro, el rumor del lenguaje está circunscrito a su justo medio y la vitalidad metafórica no aparece sino ceñida de lo más ardoroso, de lo más sobrecogedor que anima el bosque del subconsciente. Porque este rumor que busca forma alcanza los abismos de lo religioso y golpea vacíos quemantes o abarca la arena del miedo donde el éxtasis se bifurca hacia su punto (máximo, y apóyase siempre en un espíritu de revelación que le sume y le levanta entre las ocultas tragedias del ser.
Todo este universo contiene una atmósfera de invisibles capas, y de planos ciertamente convulsos: el delirio. Y una corriente, una presión, un conjunto representativo en cuyos dominios reposa o acelera su ritmo: el sueño. Conocemos las pesadas manos nadadoras, las grandes flores sangrantes, las albas detenidas al borde de altos océanos. Conocemos los precipicios en que la existencia pierde su gran grito de socorro y extraños caballos se desbocan sobre arenas azules. Conocemos el resplandor que guía los pasos del espíritu, resplandor obtenido por cierta invisibilidad de tan extraño modo parecida al deseo real de evadirse artificial o naturalmente. Y los pequeños éxtasis en que el ser vital dobla la cabeza hacia una atmósfera que no es de éste ni de ningún otro mundo. Y luego el espanto del día dado ya por muerto en la memoria. Es, sin duda, durante el proceso de estas cotidianas resurrecciones que una fuerza desconocida prepara la cera que, no un concepto estético, sino una revelación estética, dará pronto forma de página escrita a un secreto cogido una vez más al borde mismo de las libres presiones mentales:
De ojo consumido, con sus cisternas debajo se guarda el alma prudente ebria en sí mísma, rehúsa al fuego la onda y sus vastas creaciones el alma con solsticio está dorada y muda
pero sus secretas raíces convienen a toda sombra,
inmolado en mis propias leyes, adentro estoy.
Estas secretas raíces son el camino que conduce al delirio y al punto en que la presión del espíritu labra jornadas desconocidas, trabajos de difícil paralelismo, líneas en que el horror de las sombras se aniquila y el ser recobra —por fin, como en un despertar— las llamas largo tiempo perdidas, el sentido disperso, extraviado como una música de cierta estatura a lo largo de sí mismo. ¿Qué alientos fustigan la materia en este delirio? Se puede reconocer en ello una corriente que no puede ser sino la poesía.
Y es que H. Díaz Casanueva viene de esa línea casi directa que parte y llega al conocimiento. La sensibilidad y la inteligencia son en él dos líneas paralelas. Acaso se pueda decir que en su poética sólo el símbolo alcanza una fe ciega, una dedicación formal. Porque el conocimiento de su existencia poética entra en el símbolo en el instante preciso, en el trance revelador. De ahí que su poesía no represente el estado intelectual puro que viene de Mallarmé a Valéry o la fiebre de lo desconocido de Rimbaud, sino únicamente y de justo modo, la videncia delirante del ser tanto en su sueño de profundos éxtasis como en sus trágicos ritos:
Yacía oscuro, los párpados caídos hacia lo terrible
acaso en el fin del mundo, con estas dos manos insomnes
entre el viento que me cruzaba con sus rutas de cielo.
... ... ... ... ... ... ... ...
Torné a lo oscuro, a la larva reprimida otra vez en mi frente
y un terror hizo que gozara de mi corazón en duros cantos.
Estoy seguro que he tentado las cenizas de mi propia muerte,
aquellas que dentro del sueño hacen mi más profundo desvelo.
Con esta Vigilia por dentro de Humberto Díaz Casanueva se enriquece la poesía chilena, que sólo era posible conocerla en Vicente Huidobro, Ángel Cruchaga y Pablo Neruda. Porque frente a estas páginas del ser en trance poético —o en trance trágico, que casi es lo mismo— no es necesario ubicar una poesía, sino entrar en la poesía. Pocos sudamericanos han logrado penetrar en lo esencial de un martirio, de una fe poética paralela a la de este libro.
Los críticos de literatura de Chile han visto en Vigilia por dentro una "cosa absurda" o un "laberinto". Sería conmovedor que la poesía estuviese sujeta a la crítica literaria.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com "Vigilia por dentro", de Humberto Díaz Casanueva
Por Rosamel del Valle
Publicado en La Gaceta Literaria, N°114, 15 de septiembre de 1931