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Sol de Lenguas, de Humberto Díaz Casanueva
Santiago, Nascimento, 1970. 99 págs.

Por Miguel Ángel Godoy
Taller de Letras. Número 3. 1973



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"La poesía ha sido para mí el desgarramiento de una máscara infinita, absorta pero vidente, grave, pensante. Poesía inquisitorial, dirigida como un radar a lo más espeso de mi sombra". Con estas palabras, Humberto Díaz Casanueva nos presenta los signos desafiantes de su obra poética, definiendo el surtidor incesante de una creatividad ligada dolorosamente a la tragedia humana. Analizar su poesía es encontrarse con la musicalidad grave de una sinfonía patética, y, a la vez, con una constante que se repite: la resistencia de un ruiseñor a dejarse arrastrar por la desarticulación de un mundo convulsionado. La lucha ciclópea de un poeta con el paso del tiempo y la presencia de una muerte que subyace en cada segundo de la vida. Sin embargo, no se trata de una lucha contra, sino más bien de integración a esos signos inexorables. Integración que no porta la pasividad ante lo irremediable, por el contrario, la fuerza reside en el desencadenamiento de versos inquisitivos que buscan extraer de los misterios, el destello por donde penetre la esperanza.

Sol de Lenguas, su último libro, nos presenta a un Díaz Casanueva dotado de un subjetivismo vital, vibrante y dramáticamente existencial. En "La visión de la semejanza", nos dice: "Heme aquí / Abrazado a mi lecho / Sofocado por mi respiración / Nadando / Entre grandes Peñas Rígidas". Signos que presiden el tono agonista de quien está consciente que se compone de puro tiempo, de misterio y de muerte y que sólo ha de rescatar y ensalza sus límites terrestres y la condición cotidiana de su existencia: "Más que existir quisiera suceder / Por el gusto de ser posible". Se conduele de la angustia vivencial del hombre que le cierra los caminos de una revelación que se diluye en un eco sin voces: "Desmentirnos / ¿Nos aliviaría del estupor de ser / Sin otra esperanza / Que disiparnos?". Contra la afirmación que su poesía es abstrusa y difícil de comprender Díaz Casanueva responde con imágenes que enfatizan una conciencia lírica vigilante: "Mis / enemigos / Cabalgan con estribos de hielo". Los sellos son el cordón umbilical que atan al poeta a un circuito irrefutable del que busca salir para desentrañar los enigmas emboscados: "Busco busco / La vibrante la profética / Plenitud de mi cuerpo". La certidumbre de estar inmerso en una corriente de raíces limitadas, prevalece, cercenando el aliento indagador: "Como un ciego / A bastonazos con las flores / Me arrastro sin semejanza / Naciente / Cada vez más efímero / Como si mi vida fuese solamente / Una demora". La idea se reitera con una connotación de alucinación activa, de presencia inseparable: "Escucho un grito / Un canto pétreo / Que entreabre la noche postuma".

En los versos siguientes se pone de relieve el destino de su poesía. Auscultadora insobornable de las zonas caóticas y espasmódicas: "Me amenaza / La sangre danzando en el / Espejo"... "Asido / A las inundaciones de la sangre". Es la marca tatuada a fuego en la quilla de su corazón. Estar asistido por la Muerte, la Nada, el Gran Cero que le acechan y que hallan en él, a un ruiseñor dolorido, jadeante, pero inclaudicable para sondear los tragaluces de la vida y las cosas: "Estoy solo / Solo cabo de vela ya sorbido / Solo / En medio del espacio"... "Aumenta / La pulsación de la Nada"... "Mi sudor / Corre por los muros". La oposición vida-muerte de los siguientes versos, redondean la idea motriz del poeta desdoblado, adherido al largo escalofrío de una verdad que resiste: "Muevo mis ojos como las chispas / De otro Ojo Perpetuo". Ojo perpetuo que se sostiene apuñaleando el cilicio: "Toco en mí / El filo de un astro ya acabado".

En el "Oscuro mandato", el sentimiento escrutador busca una cohesión identificadora: "Acuden animales llenos de / Firmamento"... "Canto canto / Hasta desmemoriarme / Hasta lograr / Terribles concordancias"... "Magnificando lo que soy / Más allá de mis límites"... "No comparto / No tengo prójimo sino acompañante". Empero, el eslabón se genera sólo a nivel de su poesía: "Sólo escucho / Millares de venas circulando en el / Agua"... "Escucha / El crecimiento de mi espalda / Sobre mi pecho".

El tono poético adquiere una dimensión que indiscutiblemente coloca a Díaz Casanueva en una perspectiva conceptual de gran relieve entre las voces patéticas de nuestra poesía: "Respiro / Como si un gas abierto silbara / En un inacabable suicidio / Ay / Sólo transmito una sobrevivencia / Una breve sangre tempestuosa".

En "El canto del Conjuro", el poeta, consciente de que "La tierra es el más duro de mis / Ecos", se parapeta en metáforas que desbordan del pensamiento hacia la vida, invitándonos a volvernos hacia la poesía como si en ella se concentrara el alfabeto de lo imperecedero: "Salgo blindado por la luz / Disimulando mi nada"... "Canto canto / Como gaitas mis pulmones se hinchan"... "Canto / en la agonía de mi origen". Siente que el hilo conductor está presidido por los sellos inabordables: "Alguien llega / Rompe las aguas grises con un remo / Forrado en trapo"... "Me retuerce los / Párpados".

La connotación filosófica de su poesía inquiere en una realidad-sueño, como si a ratos, los sentidos movieran a engaño confundiéndonos en una red de peces mitológicos: "Morir / Es estancar un sueño cada vez más / Profundo"... "El sueño / Es la transparencia de la muerte". Díaz Casanueva escribe premunido de una temática visceral, porque, "el poeta podría contribuir a descubrir en el hombre inconmensurables energías, dimensiones misteriosas como continentes sumergidos en el fondo de su espíritu". Resulta conmovedor, cómo, en este punto definitorio de su poesía, ésta sale ensangrentada, mutilada por la esterilidad del intento: "Despierto / Dando gritos ajenos / Canto canto / Pero todo se vuelve gutural / Tengo la garganta llena de / Abejas muertas".

Busca un modo de expresión asociativo que sea capaz por sí mismo de producir revelación del ser humano. Imbuido por esa necesidad, adopta decididamente un tono de alto sentido fraterno, de vehemente solidaridad:

El silencio
Es un acecho de piedra dentro de
Los seres

. . .

Es la muerte es la afilada
Campana
Rompiendo el cielo

"Es toda una conciencia viril que grita de dolor, logrando las alturas más empinadas del verbo poético", escribe Gabriela Mistral. Juicio definitivo para una poesía constitutivamente problematizadora, rodando de signo en signo. Frente a los signos, el vate opone la potencia de su voz lírica como atenuante desesperado a los altos arrecifes contra los que se estrella la corona terrestre que le ciñe:

Canto canto
Como si quedara sobre mis rodillas
Una jaula llena de
Pájaros Ciegos.

La muerte resuena abismante, agrieta las concavidades de las raíces limítrofes. Mas, en el poeta persiste la esperanza vital que "ni la realidad ni el hombre se agotan jamás".

Bebo
En una lámpara blanca

. . .

Me pongo a Santificar el mundo



 



 

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