Los jueces han tomado lugar en todos mis años para calificar mi sobrevivencia.
Round 1: los entrenadores no perciben la armonía de mi pecho. El guante viaja por el Valle de México hacia mi nuca. (Golpe prohibido). Me levanto de la lona de atropellados, por la escuadra de un masón. Los flashes son una constelación en mi ceja abierta. Cubro mi costilla de una ópera de guantes. Un poco de sangre no es suficiente para detener mi circuncisión.
Round 2: el desorden en mi juventud permanece en mis golpes a nadie. Acordarme del odio es caer en la costumbre de estar arrepentido. De nada sirvió el ejercicio con mi sombra en el gimnasio de la ética, debo golpear en el costal de la existencia. A fosgenos sabe la bota de mi oponente.
Round 3: (el médico presupuestó la cirugía de mi pómulo). Fue necesario salir de nuevo al enfrentamiento, mi bata verde ya fue anotada en el inventario de la misericordia y en el sumario de la deuda externa. Acepto dos ganchos al hígado, un golpe de cabeza en mi pulmón. Por más rabia que reciba, por más señoritas que aplaudan mi resistencia, un cuervo me sacará los ojos.
Round 4: mientras las empresas suman y suman maíz transgénico, mi grito es un cero en la plaza central. Mis piernas me levantan otra vez, me escabullo, zigzagueo, al agacharme al estirar mi puño, al crecer en su hombro con un jab, estoy golpeando mi holograma en la diversión del auditorio, ¡estoy siendo transmitido en cadena nacional!
Round 5: un poco de agua para rejuvenecer la fuerza, un poco de anestesia para la comercialización del agua, un pleito en la fila seis para mantener el noticiero, otra caída para la producción de vendas, otra cirugía para el cine. Existo en la maquinaria del mercado.
Round 6: harán de mis heridas postales para el auditorio. Todos los vendedores, los carpinteros, todos los indigentes, los constructores, el presidente firmando mi próxima función con un corredor de bolsa reverberan en la sangre de mi oído.
Round 7: los monasterios oran por mi rescate. Ya me es imperceptible tanta ráfaga. Mi tentación es bajar del ring, abrazar a mi oponente, entregar los guantes al museo de la paz. Desvanezco en la sombra de mi sombra, en la sombra de un apostador y entre tanta sombra, una moneda rueda en la penumbra de los críticos de box. Abran la puerta del coliseo, voy a escapar por un fósforo encendido. No le sorprenda a nadie si vuelvo a caer, si mi sangre es usada para lavar el teatro de los hombres.
Epístola del niño
(Señor M)
Señor M:
No cierre usted los ojos. No se pierda en el infinito. No se haga usted el cadáver o simule ser una letra filosofal. No porque su crimen fue anónimo se haga el que no me escucha. Ayer. Cuántos ayeres. Ayer entró a uno de mis razonamientos y se robó la llave de mi habitación. Me quedé viviendo el hielo del remordimiento. Es terrible la nada. Es terrible mirarse en la conciencia sin la llave para entrar a la calefacción del cuarto. Y usted, dónde estaba cuando todos me culpaban de herejía.
Entró a la habitación. Abrió el vino. Se embriagó con un pierrot que perdía equilibrio en un avión de juguete. Se reía mucho usted, ¿verdad? Mucho histrionismo le causaba saber mi envejecimiento. No tuvo piedad de mi esfuerzo por conservar ese espíritu de niño. Desordenó todos mis juegos de mesa. Aplastó los caballos azules. Hizo muecas a una imagen de Cristo. Se dijo comunista y negó la existencia de un amigo imaginario que jugaba a los dados con Jesús. Descolgó mis banderines de fútbol y con ellos mi única anotación a la vorágine de estar en la red del misticismo. Usted sembró una planta de coca en mi diario. Fundó el museo de mis terrores y los distribuyó en los andenes de mis días. Me enseñó la palabra: tragedia. Por usted supe que los aviones usan diesel y fracasó mi experimento de volar en un poema. Creía en la existencia de los misterios en la selva chiapaneca, y usted los cargó de escopetas para asesinarme.
Señor M, usted no es yo. Recuerde que lo abandoné en el futuro. Avance por las escaleras hacia abajo y tráguese el infierno. Llévese en sus colmillos el traje de mi muerte. Muérdase las venas. Usted no es yo. Usted ha quedado calvo mientras mi madre me recuerda hace 20 años. No insista en que me robo el oxígeno del mundo. Ya no tengo culpa. Hace mucho frío en mi realidad de enfrentar la pirotecnia y todas sus visiones.
Debo entrar a dormir. Señor M, salga usted de mi pensamiento.
Foto de Carlos Cureño