GRACIAS
Mujer, la de esos besos, la de esos besos largos,
la de esos besos breves húmedos y calientes,
la del regocijado sonreír en la sombra
que iluminó la vaga blancura de sus dientes;
la de la casa humilde, con ventanas humildes,
en la calleja oscura, soñolienta y callada;
la que entre beso y beso me lo decía todo,
aunque entre beso y beso no me decía nada;
la del mirar risueño, la del reír risueño,
la del querer ardiente, violento y extenuante;
la que vivió conmigo, con nosotros, con ella,
esa noche de amor, corta como un instante;
la que turbó el solemne silencio de esa noche
con las voces amargas y dulces del pecado;
la que dejó en mis brazos, en mi ser, en mi vida
eso que es el recuerdo de que nos han amado.
Gracias, mujer, la inquieta, la de este pueblo quieto,
la de esa noche alegre, porque tú la alegrabas;
gracias, la de los rojos besos interminables,
por esos besos rojos interminables, ¡gracias!
CANCIÓN EN LA HORA DEL OLVIDO
Ya nuestro amor no es nada sino un recuerdo, y una
claridad imposible sobre la vida mía.
Ya todo nos separa, ya nos aleja todo,
y entre nosotros corre, como un río, la vida.
Pasas junto a mi lado como si no pasaras,
y yo no me detengo para verte pasar.
El eco de tu voz ya no me dice nada,
y tu luz infinita no me ilumina ya.
Y sin embargo, somos los mismos que una tarde
se juntaron en esa tu mirada profunda.
Somos los que una noche callada aprisionaron
toda la paz de Dios entre sus manos juntas.
Somos los que se amaron y los que se olvidaron,
los que perdieron ya su infinita alegría.
Pero en ese pecado que Dios no ha perdonado,
no fue tuya la culpa, ni fue la culpa mía.
¡Qué culpa tengo yo, mujer, si así como otros
tienen el vino triste, yo tengo el amor triste!
Y tú, qué culpa tienes, si con tu alma traviesa
no puedes comprender lo que no comprendiste.
Lo que no comprendiste: mi amor – llama y fulgores-
ardiendo tras mis frías palabras cotidianas;
mi amor – luna risueña sobre mis torvas noches,
y rubio sol ardiente que alegro mis mañanas.
Y ya mi amor no es nada sino el recuerdo de algo,
claridad imposible sobre mi vida oscura.
Yo recojo en silencio, las perdidas palabras.
Tú seguirás viviendo sin recordar ninguna.
Pero en mi quedará lo que fue en ti divino.
Todo yo fui un camino que tú hollaste, al acaso.
Todo yo fui un camino, y sobre ese camino
no ha de borrarse nunca la huella de tus pasos…
EL VIAJE
Poco a poco se apagan las tenues sensaciones.
Me voy quedando solo, en doliente pereza,
bajo las frías sábanas y entre los almohadones,
en la negra y pesada soledad de mi pieza.
Pienso que en este día – que fue nublado y gris-
no he sentido tristeza ni alegría ninguna.
M e revuelvo en la cama, sin poderme dormir.
Afuera, se oye un perro que le ladra a la luna.
Pobre náufrago débil en el mar de la noche-
mi alma está llena de tristeza taciturna.
(La calle se estremece con el rodar de un coche.
Un pitazo, a lo lejos, rompe la paz nocturna).
Yo le temo al silencio de estas noches heladas,
un silencio preñado de encono y de maldad,
de fantasmas oscuros y de almas embrujadas,
un silencio que pesa como una eternidad.
¡Quién me hará la limosna de un leve y breve ruido,
que ahuyente mi funesto meditar en la nada!
un ruido que no sea ni mi voz ni el latido
silente del reloj, en la noche callada.
Y las horas se arrastran, monótonas, tranquilas…
Voy a coger mañana, en divino derroche,
toda la luz y el oro del sol en mis pupilas
para borrar de mi alma el horror de la noche.