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Elvira Hernández ha publicado un nuevo libro. Es el tercero en cuatro
años. Pero podría decirse que el conjunto forma un todo, una suerte de
diario de lírica irritada. Un diario de viaje que se llama Carta
de viaje. Un diario de reflexiones poéticas sobre Chile y sus
emblemas, titulado La bandera de Chile. Y este que nos junta
hoy día, Santiago Waria.
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En todos, prevalece un aire de naufragio que aún se llora, o de
terremoto entre cuyas demoliciones camina la hablante, tratando de
hacerse cargo de la nueva configuración álgida de las cosas. El modo
de hacerse cargo es la ironía violenta o un cierto cinismo o el
enjuiciamiento directo y condenatorio. La hablante de los textos se
mueve por el mundo o por los sentidos de las cosas chilenas o por la
ciudad de Santiago con el pequeño tesoro doloroso de sus recuerdos de
un tiempo mejor. El perfil de este tiempo mejor jamás aparece. La
lectura lo tiene como telón de fondo de los textos. Antes del ahora en
que la voz nos dice su dolorosa habitación nueva, tuvo unas
esperanzas, un acomodo en el mundo, una orientación, que en el
presente, en la "ciudad/Robótica y Mendicante", son una pura
ausencia.
..... Santiago Waria
está dicho por una voz de mujer. Sin embargo, los predicados
habituales de la palabra "mujer" no se le aplican a la hablante. No
hay ternura en los poemas. Carece de casi todo lo que constituye el
texto "mujer" en la cultura burguesa. Ni siquiera la soledad está
dicha en el habitual código femenino. Este despojamiento de todos los
auxilios y límites que significa a las mujeres en general su
voluntaria o forzada adscripción al texto "mujer", es quizá lo más
lírico de los poemas. Hay una desolación pudorosa y emocionante en ese
reconocerse como mujer, pero sin recurso a las ayudas que ellas tienen
para vivir su femineidad en el mundo de recuerdos de lo derruido y de
construcciones nuevas y repulsivas que recorre la hablante. Ni
siquiera el feminismo le queda a esta solitaria.
..... El poemario consta de 29 poemas,
correspondientes a las letras del abecedario. Esta elección, la de
escribir un texto que empiece por cada una de las letras castellanas,
es significativa. Tiene que ver con la extrañeza de la hablante frente
al mundo traspasado de violencia y sinsentido por donde deambula sin
aferrarse a nada, casi sin tener una habitación. Es como un avanzar al
puro tacto, un movimiento propiamente literario, una búsqueda
que encuentra un orden para sus tanteos en la materia misma con que se
construye la literatura, en las letras. Es una elección arbitraria,
ciertamente, pero al mismo tiempo, bastante orgullosa: nada menos que
las letras del alfabeto está a disposición de la autora para su tarea
de enjuiciamiento y observación.
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Es un sujeto perteneciente a la historia de Chile la "autora" de los
textos. Empieza a serlo desde que el lector se encuentra con el título
del poemario, que da dos fechas, la de la fundación de Santiago y la
del año de los textos (1541-1991), y luego lo refrenda, al pie de la
misma página, cuatro líneas:
así como
Atenas fue astu para los
griegos y Roma
urbs para los romanos
Santiago fue
waria para los mapuches
como cualquier otro
poblado
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Dos efectos producen estas líneas. Uno es extender el tiempo de los
textos hasta hacerlo coincidir con toda la historia de Chile, y no
solo el presente de la ciudad. Otro efecto es introducir en la
lectura, expresamente, un elemento que estaría apenas presente si no
fuera por eso: el indio. Y con ello, el libro obliga a sus lectores a
hacerse cargo de lo que pone en los textos esa palabra mapuche que los
titula (waria). Los obliga a hacerse cargo de una violencia
de 450 años. Violencia del conquistador sobre el conquistado; y
violencia que en el caso de una mujer, es violación. En uno de los
poemas, la hablante sufre precisamente un asalto sexual. Está en uno
de los mejores poemas del libro; en "Hueviche súmmum" "Hueviche" tiene
resonancias múltiples para el ojo y el oído chilenos. Se parece a
"seviche", y por ahí, alude a la palabra "sevicia", que designa el
grado máximo de la crueldad. Pero el comienzo de la palabra, evoca
"huevo" y mayormente el aumentativo insultante "huevón". Leamos el
texto completo:
Cero
claridad. Durmiendo el día y despertando de noche. La ampolleta
apagó la luz en la mitad de la escalera. Cayó sobre mí una montaña
ardiendo, una ruma de piedras caldeadas o me tragué un pan muy
picante. Crucificada en los escalones yo sólo hubiera querido echar
lava por la boca. Después estaba en cueros, sucia, goteando, como
salida de un terremoto pero intacta, y mi corazón parado de un solo
campanazo.
Cero
claridad. Ya he contado el veintiocho, el treinta y cinco, el
cincuenta y seis y el setenta y cinco sin ver sangre. Sin ver el
sol, sin ver nada. Sólo los perejiles que me pongo, y creo que
alguien las verá verde.
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El texto está lleno de marcas lingüísticas. La hablante es una
prisionera. Lo dice la frase "sin ver el sol", pues "estar a la
sombra" es un eufemismo popular por "estar en la cárcel". Además, la
hablante es una mujer muy pobre: se pone "perejiles", lo que en el
lenguaje popular de hace unos años equivalía a "estar harapiento"; o
lo está por pobre o porque le han roto la ropa; en ambos casos la
vestidura apunta a lo mismo: una situación de pobreza. Pero este
"perejil" va más allá. Hay otro predicado pobre y popular para esta
palabra: el perejil es un abortivo. Este poema confirma la lectura del
título que proponíamos: la hablante representada en este poema ocupa
en la historia de Chile el lugar de los indios, de los pobres (que
entre nosotros, como en el resto de América Latina son mayormente no
blancos) y es paciente de la misma violencia con que el invasor
europeo afligió a la mujer mapuche.
..... Hay un juego con los componentes textuales
que tiene que ver con lo que venimos diciendo sobre la historicidad de
los poemas. El primero, el que corresponde a la A, termina con el
siguiente verso:
Anda Sola
Teresa vieja...
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Estos libros de Elvira Hernández tiene algo de anónimo. Ellos han
fabricado a su autora, a esa escritora que no ha querido cambiarse el
nombre, ponerse uno más llamativo, más sonoro. Podría haber escogido
llamarse, por ejemplo, Teresa Adriasola, y parece que en este primer
poema, Elvira Hernández empieza a firmar con un nombre que se aproxima
a ése, a Teresa Adriasola, mucho más atractivo y prestante que el suyo
propio, tan deslavado, tan parecido al de un hombre que se llamara,
por ejemplo, Juan Pérez. Parece que Elvira empieza en este libro a
pensar en crear a esa otra autora, a Teresa Adriasola. Y en verdad, la
frase "Ando Sola Teresa", tiene mayúsculas, como buen nombre propio, y
el lector, que sabe lo que sabe, entiende que le están hablando de una
soledad que se llama Teresa y lleva a delante su apellido "Anda
Sola".
..... Esto altera la relación
habitual entre los autores históricos y los textos que firman.
Normalmente, se puede decir que el origen histórico de los textos va
indicado por la firma. Al punto que algunos autores cambian su nombre
y dejan de llamarse, por ejemplo, Lucila Godoy o Neftalí Reyes
(designaciones tan grises como Elvira Hernández) y pasan a nombrarse
Gabriela Mistral o Pablo Neruda, incluso ante la oficina real del
Registro Civil. Para presidir sus textos, y adornarlos con un origen
especial, estos autores escogen llamarse ellos mismos, en su realidad
civil, con nombres tales que ilustren los textos que producen mediante
la sonoridad de la nueva designación. Aquí, el juego de las
nominaciones (jamás inocente o poco importante) es una evanescencia,
una indeterminación. Se diría que con esto, al no poder decidir quién
es quién, ha aparecido en los textos un grado adicional de
desrealización, un incremento de lo ficticio que siempre se les ha
atribuido a los textos llamados literarios. Pero ocurre a la inversa.
Estas dos instancias textuales, Elvira Hernández y Teresa Adriasola,
en su mutua indeterminación, hacen a los poemas mucho más relativos a
la realidad.
..... ¿Elvira Hernández ha
puesto a su alter ego el nombre "Anda Sola Teresa"? ¿o a la inversa?
De no poder decidirlo, el lector tiene que atender a un componente
nuevo en estos poemas. Señalan su origen, o subrayan, pero sin
decidirlo. Eso le da una poderosa situación al sujeto de los poemas.
Pertenece más a lo real, está más lleno de historicidad que los
autores corrientes con nombres decidibles. Es un grado más de
anonimidad del que tienen los autores (algún poeta, algún filósofo)
que según lo que escriban cambian de firma. Aquí no hay la firmante
como origen, pero eso la hace más de lo real que otros juegos
nominales. Más de lo real justamente porque se trata de un puro juego
textual. En ese juego y por ese mismo juego, entra todo el texto de la
vida histórica de la escritora. Y con ella, la de su comunidad,
representada en este poemario por esa ciudad textual, Santiago
Waria.
..... Con esto, queremos
señalar otra característica que apreciamos mucho en estos poemas. De
tal modo pertenecen a la estructura del Tercer Mundo, y de tal modo lo
asumen, que acogen al indio como parte de la lectura, y hacen a la
autora y a la hablante representada indistinguibles del texto mismo.
Pero a la vez, al llamar la atención sobre su origen, sobre la que
escribió, van contra toda esa posmodernidad postiza que estamos
importando porque a algunos le interesa que seamos indistinguibles de
los escritores y pensadores del desarrollo, desde donde algunos otros
pregonan que se acabó la historia, que ya no hay utopías que seguir,
ergo, tampoco hay estructras sociales que cambiar ni discursos
contestatarios que tengan ninguna importancia.
..... No he querido entrar en consideraciones
sobre las virtudes propiamente poéticas de los textos de Santiago
Waria. Me he quedado con uno solo de los componentes del conjunto:
su relación con lo real de la ciudad que deploran. Pienso que lo otro,
la presentación de la calidad poética, es innecesario. Se presentarán
solos. Los poemas de Carta de Viaje y La bandera de
Chile eran promisores, hasta algunos de ellos producían sorpresas
poéticas muy gratas. Los de Santiago Waria, son claras muestras
de una evolución sorprendente; ha aparecido en ellos un manejo del
lenguaje que tiene valor por sí mismo. "Con palabras se escribe" dijo,
lo mismo que otros, Vallejo. Elvira Hernández o Anda Sola Teresa,
ostenta en este libro que ha empezado a trabajar seriamente el
lenguaje. La poesía, a diferencia de otros ajetreos lingüísticos, no
es más que eso.
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