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Edgard Lee Masters: Poeta de los vulgares
Por Héctor Figueroa
Esperpentia, N°2. Primavera 2001
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T.S. Eliot fue banquero, Carlos Williams médico, Wallace Stevens vicepresidente en una compañía de seguros. Sabido es que el pueblo ateo o judeo-cristiano lo que busca son víctimas, derrotados o perdedores que sean dignos de compasión. Y digo esto, porque al igual que los tres poetas ya mencionados, hoy les presentamos a un escritor que de paria, aventurero o maldito, tampoco tuvo nada, pues Edgar Lee Masters fue en vida un excelente poeta, a la vez que un profesional decente como ninguno, y recalco la palabra “decente” ya que el poeta que hoy presentamos fue abogado.
Lee Masters no fue un poeta romántico; lejano a cualquier disquisición de sublimaciones interiores, tampoco se cantó a sí mismo; su individualidad debió parecerle demasiado vulgar, ya que vistiendo la toga, pasó su vida entre papeles de archivo y discusiones de tribunales, sin embargo, esta experiencia, anodina para muchos, fue el “leitmotiv” y el gran impulso para llevar a cabo su novedoso plan poético, que plasmaría en su famosa obra “Spoon River Anthology”, conjunto de epitafios donde el lector puede escuchar la voz de todo un pueblo: 244 personajes que se confiesan de manera descarnada; personajes ficticios, pero tan reales como los de cualquier barrio, pueblo o ciudad.
Antes de Yknapatawpha, Santa María, San Agustín de Tango o el pueblo de Comala (este último, donde también los que hablan son muertos), Lee Masters funda el mítico pueblo de Spoon River, escenario que le sirve para dar movimiento a una saga de relatos poéticos, donde la voz y el tono íntimo de estos protagonistas óbitos, alcanzan ribetes auténticamente contemporáneos.
Los poemas, primeramente fueron apareciendo en la revista de un amigo, en el mes de Mayo de 1914 y a manera de entregas periódicas. Luego, en 1915, se publicó el libro como tal.
“Spoon River Anthology” es un libro de apariencia necrofílica que, sin embargo, de lo que único que habla es de la vida, de la realidad singular, privada, cotidiana y hasta, a veces, conventillera de un pueblo de provincia, personajes de una comunidad donde convive lo mejor y lo peor de cualquier aldea.
Estos poemas son epitafios que resumen toda una vida. Cada hablante se refiere a una situación en particular, como si esos puros acontecimientos al cual hacen mención, a cada uno de ellos los explicara y muchas veces los justificara ante la vida que ya se les extinguió. En este libro, encontrarás la voz arquetípica de la jungla humana: mujeres probas o demoníacas, cónyuges adúlteros, machos ingenuos, padres e hijos; empleados de almacén, curas y jueces, asesinos, mendigos, suicidas; mujeres y hombres de los oficios más diversos. Además, encontrarás la invisible pero dañina corrupción económica -tan conocida por nosotros los chilenos-, las grandezas y miserias políticas, los contubernios de todo tipo; la desesperanza, el amor y el desamor, etc.
Se ha dicho que Lee Masters “es el hijo natural de Whitman”, y sí, bajo cierto vericueto lo es, pero mientras este último canta grandilocuentemente desde el púlpito profético o desde la lejanía de una montaña, el primero lo hace desde la fría realidad o derechamente desde la cloaca; desde el bien o el mal de cualquier condición humana, y todo esto, siempre en un lenguaje escueto y objetivo, con una intensidad poética que ya se la quisiera cualquiera. No en vano, estos son los famosos poemas narrativos que ciertamente al gran Cesare Pavese le hubiera encantado elaborar. No hay que olvidar que antes que cualquier comentarista o crítico oportunista, el gran escritor italiano dejó dicha la sentencia: “Edgar Lee Masters es el padre de la literatura moderna”.
“Spoon River Anthology”, aparte de influir en muchos narradores norteamericanos del siglo XX, en más de un sentido, también es predecesor de algunos Cantos de Pound, esto, en lo que dice relación con la cuestión político-económica, que tanto el primero como el segundo libro en su oportunidad abordaron. El gran Ezra, a sus 28 años, tuvo la lucidez de conjeturar la importancia de Lee Masters: “Por fin el Oeste americano ha producido un poeta lo suficientemente fuerte como para aguantar el ambiente, capaz de afrontar la vida directamente, sin circunloquios, sin resonantes frases sin sentido. Dispuesto a decir lo que tiene que decir, y a callar cuando lo ha dicho. Y que logra tratar a Spoon River como Villon trató al París de 1460”.
Edgar Lee Masters es el primer poeta, y en cierta medida narrador moderno, en cuanto a objetivizar “la voz de los sin voz”. Y aunque su tono está muy lejos del canto épico, el norteamericano, sin impostaciones mesiánicas de ningún tipo, escribe desde el pueblo y no en representación de éste, como lo hicieran Maiakosvski o Neruda por ejemplo. Nuestro poeta-abogado incluso abarcó mayor universalidad que el ruso o el chileno: registró e hizo escuchar la voz de los común y corriente, tanto de los poderosos como de los débiles, siempre de manera coloquial y sin misericordia o postura barata de cualquier tipo. Lee Masters es un poeta de individualidad social: logró interpretar al pueblo moderno mejor que cualquier ingenuo poeta panfletero.
Si algo le debe la literatura contemporánea a los norteamericanos, es la síntesis discursiva , su económia en el uso de recursos verbales, una precisión e intensidad para tratar el verso o la frase literaria, esto, sin mencionar la vertiente de otros poetas, farragosos o excelentes charlatanes como Ginsberg o John Ashbery por ejemplo.
Lee Masters escribió y publicó toda su vida: teatro, biografía, novelas, libros de poemas y hasta una autobiografía. Escribió y publicó mucho, pero el destino quiso que fuera recordado por una sola de sus obras: su “Spoon River Anthology”, libro que bien puede ser considerado como una balzaciana comedia humana pero en síntesis.
Seleccionar un puñado de poemas de un libro que exige su lectura completa -ya que es una verdadera novela-poema, con correspondencias y simultaneidades tanto de personajes como de temas-indudablemente que es casi un sacrilegio, pero bueno, no seamos tan ortodoxos o graves, porque si es por eso, para qué ver entonces sinopsis de películas, o asistir voyerísticamente a las pasarelas, donde se contornean -mostrando sus mezquinas pero maravillosas mercancías- las diosas de ébano, de cristal o marfil.
Poemas de Edgard Lee Masters
Traducción: Jesús López Pacheco y Fabio L. Lázaro
Todos los poemas pertenecen a su libro: Spoon River Anthology
CHANDLER NICHOLAS
Cada día me baño, me afeito cada día,
Cada día me visto.
Pero no hay nadie en mi vida
Que goce contemplando mi dengosa presencia.
Cada día paseo, respirando muy hondo,
Que es cosa saludable.
¿Pero de qué me sirve mi energía?
Cada día adelanto cultivando mi espíritu
En la lectura y la meditación.
Pero no tengo nadie con quien poder hablar.
En Spoon River no hay ágora
Ni ningún lugar donde liquidar las ideas.
Busco y no soy buscado.
Maduro, afable y útil, no sirvo para nada.
Encadenado aquí, en mi Spoon river,
Donde no hay ningún buitre que me devore el hígado.
REVERENDO LEMUEL WILEY
Prediqué cuatro mil sermones,
Dirigí cuarenta misiones
Y bauticé a muchos conversos.
Pero ninguna de mis obras
Brilla con más luz en la memoria del mundo,
Ni es tan preciada para mí como ésta:
Salvé a los Bliss del divorcio,
Librando a los hijos de semejante desgracia
Para que pudieran hacerse hombres y mujeres de bien,
Felices ellos y orgullo del pueblo.
EL JUEZ SOMERS
¿Cómo es posible, decidme,
Que yo, que era el más sabio de los abogados,
Que me sabía el Blackstone y el Coke
Casi de memoria, que hice el mejor discurso
Jamás oído en el tribunal, y que escribí
Un sumario elogiado por el Magistrado Breese,
Cómo es posible, decidme,
Que yazga aquí sin una señal, olvidado,
Mientras Chase Henry, el borracho del pueblo,
Tiene su bloque de mármol con una urna encima
En la que la naturaleza, con irónico humor,
ha plantado un hierbajo que da flores?
CASSIUS HUEFFER
En mi lápida han grabado estas palabras:
“Amable fue su vida, y en él los elementos
de tal manera se combinaron
Que la naturaleza podría alzarse para decirle al mundo:
Este fue un hombre”.
Quienes me conocieron se sonríen
Al leer esta hueca retórica.
Mi epitafio debería haber sido:
“La vida no fue amable con él,
Y en él los elementos se combinaron de tal manera
que le hizo la guerra a la vida y en ella le mataron”.
En vida yo no aguantaba las malas lenguas;
Y ahora que estoy muerto tengo que soportar un epitafio
Grabado por un tonto.