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LUZBÉLICA IRREGILIOSIDAD
Presentación de “Livro Universal” (Selo Demonio Negro, Sao Paulo, 116 páginas, en portugués. Traducción de Vanderley Mendonca y Virna Teixeira) de Héctor Hernández Montecinos.

Por Javier Norambuena

La cuestión del infierno siempre parece un asunto medio pedregoso, sobre todo porque cruza con total promiscuidad cuestiones como lo religioso y la escritura y al modo más esotérico de ésta, como cuando se trata de una representación que se encuentra en directa disputa con la realidad alucinada.

Una realidad vista desde el éxtasis como forma de escritura donde el cuerpo del poeta y el cuerpo de la letra, por tanto, subyacen a aquello que Borges en “La duración del infierno” denominó como la gran irreligiosidad, que significa la convicción de creer en el Infierno y poner en marcha la pregunta por una alteridad. Escribe Borges en la posdata del texto, “Pensé ¿quién soy? Y no me pude conocer. El miedo creció en mí. Pensé: Esta vigilia desconsolada ya es el Infierno, esta vigilia sin destino será mi eternidad. Entonces, desperté de veras: temblando”

Así, pues, es necesario leer esas palabras que deslizan esa relación de lo irreligioso con una creencia extática –la vigilia desconsolada- del Infierno, donde se manifiesta la relectura de tópicas sacramentales. Pues allí, lejos de catalogar esa vinculación como una relación groseramente pagana, se abre la necesidad de leer aquella vigilia por el destino del sujeto lírico, dentro de lo que este “LIVRO UNIVERSAL” de Héctor Hernández Montecinos (1979) monta y desmonta como escena poética.

Pareciera que “LIVRO UNIVERSAL” plantea un desafío al partir desde un tropos central: el jardín codificado. Quiero detenerme y pensar ese espacio, ese territorio del jardín, su condición de lugar y espaciamiento.

Habría que identificar cuál es el tiempo-espacio de ese jardín y cuáles son sus elementos que componen representación. Ese jardín, me recuerda aquello en que el cuerpo nunca logra descomponerse y genera esa focalización con la genealogía corporal que linda en la confesión ante la alucinación.

Lo que interesa de este jardín, es su no-proyección. Nada hay de representación al modo de una visualización subliminal, sino una estética del éxtasis que hace posible recurrir al miedo como forma del descenso; la misma táctica Borgeana de poner al miedo como una estética de la detención, es decir aquella que pone como primigenia condición una intelección estancada del descenso, que ejecuta su narratividad tatuando el viaje de iluminación poético.

Quiero, brevemente, identificar los desajustes como formas de enunciar un pathos del exilio del éxtasis y una operatoria donde la creencia irreligiosa en el Jardín Codificado de Hernández Montecinos, hacen reconocible una “luz general” sobre aquel interesante ejercicio de superstición.

Sobre el paisaje del “jardín codificado” hay una condición alucinada de existencia, pues en ese jardín coexiste la codificación como ejercicio de simulación del viaje hacia el recuerdo,

“Mis pensamientos eran manchas de recuerdos esa música también continúa sobre una mancha Entonces me sentí como vibrando y el color era una oscilación de la energía Luego comencé a sentir un vértigo desde mis ojos y note que nuevamente estaba descendiendo”.

Es la forma de un paisaje y palabra que se presentan como posibilidad estética bajo la miniaturización de Jardín Codificado,

“Me quedé en absoluto silencio y eso nunca más fue un presagio Ese libro estaba escrito desde los ojos hacia fuera y sus esporas eran miles de señuelos lingüisticos que perfumaban de ficción el aire”

El descenso de la palabra no tiene que ver con una creencia en el infierno sino en el ligamen con aquel estado descrito por Néstor Perlongher como Luzbélico, donde puede hallarse un devenir-infierno que pone en jaque aquella noción inicial de lo irreligioso.

“no podía seguir escribiendo sin el miedo de estar hiriendo a la muerte Pero cuando las cosas brillan de este modo es que algo ha de suceder que no sea fatalidad La muerte aparecerá en mi vida el día que se haya marchado”

¿Qué significa, pues, escribir ‘con’ miedo?, es allí donde aquella filiación hace operar al libro-Jardín-Flor, al modo de una apertura hacia esa condición singular de la escritura alucinada y luzbélica, que confía al estatuto de representación las nociones de aparición de un paisaje.

Es una forma donde la existencia –la experiencia poética, podríamos puntualizar- opera a través de una relación con la ‘memoria del hueso’, pues allí se sitúa el espíritu más aferrado de la escritura, su contenido de paisaje muestra esa correlación con el libro del jardín, un libro abierto al aire pagano y no al orden de un paisaje al modo de linealidad.

Se trata, pues, de paisajes como imágenes discontinuas que se escriben más allá de la condición de pérdida y las formas de paisaje. Es una forma de escribir la infancia y el éxtasis como estrategia de refundación y apropiación de una historia de la catástrofe. Es una escritura histórica que no historiza genealógicammente sino politiza al sujeto como configuración de una iluminación luzbélica en medio de la catástrofe, es decir, lo pone en trance desde su condición miedosa de lo irreligioso.

Se abre, entonces, un libro/jardín como paisaje de esa lengua, y por tanto plantea aquella radicalidad donde la infancia es éxtasis (pienso en Sordomudoniño) y además es un estilo de la naturaleza. Aquel estado de cosas interesa porque suceden alternamente a otros hitos textuales del poetas jóvenes del siglo XXI.

Este “Livro universal” desajusta al éxtasis en la forma central de invocarlo pues no se plantea desde el agenciamiento del yo como centralidad sino como fuga del vientre/yo, y así desfigura su centralidad. Esa operatoria ya no recupera la denominación de la casa como forma –tema recurrente en la escritura anterior de Hernández Montecinos- sino que la revierte de manera irreligiosa hasta convertirla en paisaje. Destruye la casa como forma de la experiencia.

Es ese jardín codificado - aquel paisaje del éxtasis- lo que interesa como espaciamiento. Aquella, pues, es una punzante manera de enfrentarse a la catástrofe y hacer sospechar la religiosidad, cuyo remanente infernal siempre pareciera dar la palabra, finalmente abrirla.

FLAP 2008, Casa das Rosas
Sao Paulo, agosto 2008

 

 

 

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