UN MUNDO SOBRE LAS CONSTELACIONES
Sobre Los poemas que vi por un telescopio (Ciudad de México: Tierra Adentro, 2009) de Yaxkin Melchy
Por Héctor Hernández Montecinos
La poesía siegue siendo uno de esos grandes secretos a voces, su inminente carácter entre subterráneo y arte mayor quizá sea una de las razones por lo cual el mercado no ha insistido en apropiarse de ella, por más que intente apaciguar estéticas y comprar silencios literarios incentivando al miedo de manera desesperada, o intentando poner un valor a lo que pueda ser la escritura, que sin más se seguirá moviendo entre el ocio, la desesperación y la rebeldía.
No es extraño que este continente sea el que más poetas haya visto pasar desde el siglo recién pasado hasta ahora, pero sí lo es la profunda radicalidad en muchas de sus propuestas y el intransigente delirio de las operaciones textuales de dichas obras. Varias serían las causas posibles para explicar tal grado de experimentalidad, pero éstas mismas serían nuevas preguntas, porque a pesar de poder dar luces sobre el fenómeno generarían más interesantes tensiones que nos ayudaría a deslindar las nociones de tradición y centro, nacional y extranjero, institucional y marginal.
Estos preámbulos se me vienen a la mente para de algún modo poder explicar la conmoción y el desconcierto ante Los poemas que vi por un telescopio de Yaxkin Melchy, que sin lugar a dudas inaugura una sensibilidad e imaginario no visto en la poesía mexicana reciente y que abre con fuerza y claridad un puente simbólico con los más destacados escritores latinoamericanos de su generación, es decir, pienso en poetas nacidos a mediados de los 80 como el guatemalteco Wingston González, el boliviano Osdmar Filipovich, el colombiano Alexander Ríos, el poeta peruano Willni Dávalos, la poeta argentina Valeria Meiller, el chileno Camilo Herrera, entre tantos otros.
La poesía de Yaxkin Melchy encuentra en la musicalidad de la lengua un soporte para descargar una voz potente, diáfana, delirante y sobretodo anclada en un porvenir espacial escrito desde la primera noche estrellada de la humanidad hasta la de hoy, pues en Los poemas que vi por un telescopio cada palabra es un cuerpo celeste, y cada poema una constelación que cambia de forma como los ojos que la contemplan. Una escritura sin miedo, libre y nómade entre la ternura como gesto político y un inconfundible tono que congrega los altibajos de una época, de una escena, de sí mismo.
Los poemas que vi por un telescopio está dividido en tres partes. La primera es “IEU Inscripciones”, donde el poeta inicia su mirada al cielo poniendo sus pies en el barro que él mismo contempla confrontado su mundo personal con el fracaso y el miedo de una generación que optó por callarse y dormirse en un nicho funerario en vez de salir a quemar los poemas a las calles llenas de deseo, vida y aventura. Es más que un manifiesto y menos que una proclama, pues es un llamado de atención y de algún modo una venganza en contra de la complicidad de la abulia que prefiere la comodidad en vez del desacato, que se siente cómoda en una sociedad del bienestar en vez de reconocer y ver la catástrofe. Cito:
Me avergonzaron ustedes Reversificadores Radios con cabeza Me convirtieron en un programa de computadora y estoy teletipeando un manifiesto resultado del trayecto de una bala por el cerebro (20).
La segunda parte del libro es “C Los poemas que vi por un telescopio”. Aquí se comienza a construir un observatorio que mira hacia sí mismo, hacia una profunda tristeza, hacia una rabia contenida, hacia una soledad que convierte al autor en parte de una constelación que sólo él ve en la propia noche de su vida. Desde esta posición contempla tanto los componentes del ADN como las partículas suspendidas en la galaxia, y es en ese campo de visibilidad que los textos adquieren una fuerza sobrenatural y una expresividad que conmueve. Andrómeda le dicta poemas, le muestra imágenes, sueños del futuro, del siglo 30, visiones de un sueño colectivo de la humanidad. Los signos lingüísticos son signos celestes, y en cada poema es una constelación metafórica mayor. Cito:
Yo sólo quiero servir a los niños del futuro que me roerán los huesos escribiendo en las computadoras Yo soy este tipo que se cree un piano que florece Este tipo que se cree cometa (87)
Por último, “D Los sueños, los viajes” es la aventura visual más intensa, pues se dan lugar en este cielo tanto poemas como imágenes de estos poemas que recuerdan las escrituras antes de la escritura y que son el secreto de la primera humanidad mirando el cielo. Son sueños, son constelaciones hablándole al poeta. Son flashes de otra dimensión que ni siquiera llegamos a imaginar, es otra lengua, una lengua muerta del futuro, una lengua muerta el castellano pareciera decirnos Yaxkin Melchy, que sin lugar a dudas, es el poeta joven que más lejos ha llegado en su vuelo poético, en su caminata espacial sobre las estrellas que veremos en millones de años. Nunca el cielo había estado tan a la mano de un poeta que sin quererlo nos devuelve una esperanza, un sueño, una utopía allá en esas estrellas que somos nosotros mismos vistos desde la muerte.
Tanto Los poemas que vi por un telescopio, como sus libros y plaquetes anteriores son parte de una obra mayor, portentosa, desbordada, que es El Nuevo Mundo, que sólo el autor conoce en su totalidad aunque aún no la haya terminado de escribir, y eso es la poesía ver o soñar lo que nadie más intentará imaginar, hacer presente lo que no existe todavía y que más encima ese fantasma que es futuro nos hable directamente a la cara mediante un libro de poemas de un chico mexicano de 24 años.
Si Yaxkin Melchy no es un espía del año 2312, en realidad no sé cómo pudo escribir este libro y no puedo ni imaginarme todo lo que nos brindará en los siglos que le quedan en este mundo. Sólo sé que al final de Los poemas que vi por un telescopio nos cuenta un gran secreto, quizá el secreto mejor guardado para la humanidad: 0110110111010001101111.
Ciudad de México, 2 de diciembre de 2009.