Un espíritu Heroico en la tierra de la Usura:
Sobre la Interpretación de mis sueños, de Héctor Hernández Montecinos.
Por Felipe Ruiz
Fue en Julio que Héctor Hernández daba una pequeña entrevista a un periodista de La Nación, a propósito de un viaje que realizaría a Brasil. En aquella entrevista Héctor las arremetía contra los poetas de los 90 y contra editoriales de muchos recursos y poca mística, situando al entrevistado otra vez en la palestra de los juicios y escarnios. Me llamó profundamente la atención la osadía de Hernández y, como venía pensando desde hace algún tiempo algo así como una arremetida contra lo que aún creo es una camarilla literaria chata y mediocre, sentí necesario escribir una nota en relación a la entrevista dada por Héctor. En aquella oportunidad, y sin ningún ánimo de generar cuñas de prensa o algo por estilo, hablé de fumigar a las poéticas a las que Héctor también parecía aludir. Fumigación que fue velozmente mal entendida, cercada y mal calificada, y que dio pie a una respuesta del ilustrado Juan Pablo Pereira. Acto seguido respondí a Pereira y salvo por una intervención sin importancia de dos poetas menores Sebastián Knox y Andrés Florit, la polémica giraba en torno al tema de la fumigación, giraba, hasta que llegó la respuesta de Víctor López y Cristian Aedo, en donde se atacaba con saña a Hernández en defensa de la poesía de los 90. Sólo un par de días después Héctor me escribe desde Brasil y me comenta que responderá poéticamente los ataques de los exégetas… es así como nace La interpretación de mis sueños.
Yo no diría que este es un poemario oportunista, sino más diría es ocasional: y así, se sitúa en la extensa tradición de obras que han hecho del polemos su lugar de apertrechamiento: pienso por ejemplo en Incitación al Nixoncidio, de Neruda, o al reciente Los países muertos, de Zurita. Comparte con ellos esta obra el hecho de arrancar de una polémica particular para situar la divagación en la amplitud de mirada que debería alcanzar todo poema.
Para lograrlo, Hernández se sirve de un arsenal que ha venido experimentando recientemente: el poema clásico, que ha servido de base para A 1000 o la vida muerta y que en un momento pensé que nunca sería utilizado por Héctor. El resulto es en sí curioso, en todo caso. Porque la forma del poema clásico es usada por Hernández bien como un formato parodiado, ya que solo es el revestimiento de un flujo complejo, irreverente, que viene siendo usado ya en sus obras anteriores. De tal modo, yo indicaría que las direcciones de esta obra cabalgan acompasadas en dos bastiones: flujo y proclama, ya que la primera parece ser la suerte de revestimiento formal de la obra y la proclama la conclusión, el resultado de lo buscado.
En su estructura, el poema responde a la numeración de cada sección y se han omitido deliberadamente las anti dedicatorias originales. De tal modo, el poema se ha convertido en una obra que sella la aventura de Hernández como poeta joven en su tierra natal. De entrada nos lo dice: todos estos años di lo mejor de mí/ ahora puedo dar lo peor. De este modo la obra sostiene una invitación a sumergirse, tempranamente, en los descargos de Hernández, y su sinceridad llama la atención en un poeta tan joven aún. De todos modos, se podría argüir que el excelente tercer poema sirve de punto de inflexión para situar la problemática del sujeto situado en la encrucijada de la vida: lo que para Hernández resulta desalentador no es la crítica hacia su persona, sino la mala poesía y el poco coraje para enfrentar el sistema. De este modo, esta obra es un intento fugaz, desmedido, por encontrar el sentido de una juventud fatalmente perdida, y en donde lo más probable, haya que reinventar la victoria.
Hoy fue un día de protestas salariales, y estoy triste. Hernández se va y con él un pedazo de la historia de la poesía chilena. Esperemos que a la distancia intente, intentemos, planificar un sueño, una forma, una palabra nueva para la gesta de la victoria.