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Sobre Leyendas y misterios de los pueblos de Colima (contadas por sus niños) [1] de Víctor Chi

Por Héctor Hernández Montecinos

 

Hace meses que no escribo. No quería volverlo a hacer. Algo hay en la escritura que me desajusta. Algo huele mal aquí. Se siente la pudrición de algo. Se ven los bordes de esta costura. Llevo meses pensando en esto. No es un odio. Es un desencanto profundo. Ha caído una máscara que no quería ver. Ha fracasado el lenguaje.

Pienso en Sócrates. Pienso en Diógenes. Pienso en Cristo. Pienso en tantos que nunca escribieron. Éste último sólo anotó algo en la arena y luego el mar se lo llevó. ¿Qué palabra fue? ¿Un poema? ¿Una profecía? ¿Un nombre? Algo hay en la escritura que me desajusta. Es más que el fracaso del lenguaje. Es más que su imposibilidad. Pareciera ser que la escritura es una enemiga. Es la mano armada de un plan de silencio universal. El gran silencio. El silencio de una genealogía que sólo se transmitía de manera oral. Un secreto a voces. Generación tras generación los secretos de la Naturaleza. Los secretos del olor del viento. Los secretos del brillo de los ojos de un lobo en la noche. Los secretos de la temperatura de la tierra. Los secretos de las apariciones.

Si en algún momento se hubiese pensado en cómo desarticular la lectura del mundo fijar la escritura era el modo. La única manera en que la sabiduría ancestral fuera negada era la de imponer un alfabeto. Una joya mental. Una caja de herramientas finísima. Al alcance sólo de los mejores. Arma pacífica de escribas egipcios y sacerdotes medievales. Arma pacífica de hechiceros zoroástricos y de la clase alta alfabetizada. ¿Por qué el lenguaje siempre estuvo en manos de los poderosos? ¿Por qué siempre el que supo leer y escribir fue más que el que no sabía?

Con la instauración ‘natural’ del alfabeto y por consiguiente de la escritura (y la lectura) un modo de formatear el conocimiento se dio. Todo lo que quedaba fuera de sus posibilidades se entregó al olvido. A la voracidad del olvido. Al odio desenfrenado del olvido. Cientos y miles de años de ‘evolución’ fueron cercenados desde los jeroglíficos o del cuneiforme sumerio o de los ideogramas chinos. Naciones poderosas fijaron su alfabeto en momentos de guerra. En momentos en que la economía lo necesitaba. El lenguaje como esclavo del poder.

Antes de la escritura un anciano podía ‘leer’ el brillo de las estrellas y lo comentaba luego junto al fogón de la comunidad. Una mujer podía narrar sus sueños y lo que ellos significaban. Un niño podía cantar sus aventuras recolectando frutos o cazando animales. Todo era oralidad. Todo era voz. La naturaleza y el mundo eran un libro abierto. El ser humano podía leerlo y podía contarlo a otros seres humanos que venían huyendo de una guerra del hambre o de la glaciación.

¿Por qué el lenguaje se ensañó con ellos? ¿Por qué la escritura los borró de la noche de los tiempos? ¿Por qué el alfabeto impuso su propia condición?

Estas preguntas iniciales han estado en mi mente al leer el libro Leyendas y misterios de los pueblos de Colima (contadas por sus niños) de Víctor Chi. Tercera entrega de un brillante trabajo de compilación de leyendas tradiciones y mitos. Relatos que se salvaron a la depredación de la escritura oficial. A un idioma oficial como el castellano. Estas historias cruzan los imaginarios mayas y aztecas. Los imaginarios cristianos y criollos. Los imaginarios mestizos y sincréticos. Los imaginarios de la ‘alfabetización’. Leyendas y misterios que se han contado de abuelos a padres. De padres a niños esta vez. Pues como el título lo indica han sido los niños del hermoso estado de Colima los que han narrado estos relatos. Con el brillo de su infancia y el despuntar de una adolescencia. Los mayores tienen catorce y los menores cinco años.

Relatos orales que se le fugaron a la modernidad. A la posmodernidad. A la economía global. Al internet y sus herramientas sociales. Una reliquia del inconsciente colectivo. Un misterio mayor a los mismos misterios que cuentan. Boca a boca. En calurosas tardes en el patio. En las escuelitas rurales. En las milpas. En los rincones más inhóspitos estas leyendas florecieron y alguien las contó. Alguien guardó en su mente y en su corazón estas historias para el porvenir. Para hoy y mañana.

Si no fuera por éstas no sabríamos donde está la tumba del rey Colimán ni de la culebra Tilcuate que embaraza mujeres. No sabríamos de aparecidos en carreteras o lagos. Ni de luces misteriosas. Ni de los tesoros enterrados que fantasmas o animales mágicos resguardan. No sabríamos de la cabeza rodadora. No sabríamos que los cerros los andaba trayendo el Diablo a cuestas y que por eso siempre hay secretos ahí. No sabríamos de las aventuras de los duendes llamados chaneques. No sabríamos de la muchacha que encendía electrodomésticos con su mente ni el porqué de ese conejo en la Luna. Tampoco sabríamos qué es un nahual y que todos tenemos un nahual al nacer y que es parte de nuestra naturaleza.

Este libro es un ‘ejemplar gratuito’. Así reza la leyenda en el colofón y me consta. Pues todo este mes de abril hemos viajado por decenas y decenas de pueblitos villorrios aldeas colonias y comunidades. Ciudades y Albergue. Casa por casa. Mano a mano entregándolo. Devolviéndolo a sus originales dueños: la propia comunidad. Bajo este enorme sol colimense como si de misioneros se tratara Víctor Chi y su equipo de jóvenes maravillosos se han dado a esta noble labor. Yo también con ellos. Me he emocionado al leer estas leyendas a ancianas solas y analfabetas. Me he emocionado viendo como los niños se buscan entre los autores o a sus padres llorando de alegría. Me he emocionado viajando horas hasta pueblos de no más de diez casas. Es el triunfo al silencio. Al doble silencio.

Pocas veces los gobiernos invierten así. En el futuro. En lo que está a orillitas de la institución. De la oficialidad. Me consta como Esaú Hernández ha tenido esta visión y como Víctor Chi le ha dado cuerpo. Él y su brigada (silenciada por lo demás) son los continuadores de algo que no se terminó De algo que se remonta a los orígenes de la humanidad. Y son los viejos sueños que son los nuevos sueños. Los viejos mitos que son los nuevos mitos. Este libro es una joya de barro. Caldo de cultivo. Humus. Vida. Hace meses que no escribo. No quería volverlo a hacer. Pero algo hay aquí que su propia escritura no traicionó. Es el lenguaje del futuro. Es el corazón de los niños del mundo hablándonos. Y con eso es suficiente. Es más que suficiente para irse a dormir y esperar que mañana vuelva a ser el primer día de la humanidad.

Colima, 4 de mayo de 2011
Para Nákser y Tristán

 

 

[1] Secretaría de Cultura de Colima: Colima, 2011.

 


 

 

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