Play, lectura del signo trastornado y deforme
Por Luis Valenzuela Prado
La Nación Domingo / Domingo 24 de agosto de 2008
Tomar, avanzar y detenerse en "[guión]" es leer la imagen de una poesía impetuosa y esperpéntica, pero a la vez lúcida/lúgubre como proyecto, inicial en su momento, probado y en vías de consumación en el presente.
"[guión]". Poesía
Héctor Hernández Montecinos.
Lom. Santiago, 2008.
278 páginas.
A Héctor Hernández lo conozco desde que, en distintos semestres, estudiábamos Letras en la misma universidad. Antes y desde ese tiempo, año 2000, se perfilaba como un poeta destacado y activo, con capacidad para organizar "performances" y encuentros con poetas nacionales de su generación, para asomar en poemarios personales y colectivos, en revistas o diversas ediciones literarias sin distinción. De este modo fue habitando y construyendo su poesía, liderando al grupo de poetas con el cual se rodeaba y compartía poéticas y, de paso, teniendo mentores como Raúl Zurita o Carmen Berenguer, la que lo ha anunciado como futuro Premio Pablo Neruda.
Desde este campo poético emana "[guión]", consecuencia de su poesía escrita y publicada durante esos años. Poesía que expulsó y vomitó en esos encuentros y publicaciones, como parte de un caos que hoy se ordena y converge en un nuevo (des)orden. No como obras completas ni selectas, sino como fragmentos de un proyecto cuyo fin es agrupar su poesía en tres volúmenes: primero, "[guión]", segundo, "[coma]" ya publicado , y tercero, "[y punto]". Tres volúmenes que forman parte de la "Divina Revelación".
Dar una nueva secuencia o disposición a estos poemas convida a recorrer un nuevo cauce, sobre todo otra escritura. Comenzando con la parcelación en tres partes, encabezadas por epígrafes que guían la apuesta poética: primero, a partir de Deleuze y la idea de que un libro se debe sostener como objeto leído al igual que una canción o una película; segundo, desde Artaud, mostrando el cómo le corresponde ser a esa poesía en el trastorno; y tercero, recurriendo a De Rokha, quien propone al arte y a la poesía como un eterno discurrir sobre el lenguaje espantoso y deforme.
Así, las tres matrices se hacen parte de la poesía de Hernández. Por lo que, pongo play, adelanto, hago pausas y luego leo/veo páginas al azar, cruzándome con imágenes impetuosas y envueltas por la reflexión sobre el lenguaje, la palabra, el signo ortográfico (ese guión que une o separa palabras). Desde esta base se configura un hablante, generalmente abyecto, como "pequeño buda en calzoncillos", queriendo "ser un cerdo espontáneo", o "una especie de espantapájaros de la escritura sin manos, sin pies y sin ojos" o entrando y saliendo de los libros "como quien entra y sale de la muerte". Un hablante que ocupa un lugar: "Las calles anémonas sedientas de su bilis tierna", o "Y Santiago de Chile de repente amaneció encima mío". Así también, diversas formas de casas frías o de terror o la "manicomía". En la mayoría de los versos mucha prosa dura, como Pablo de Rokha asoma el cuerpo como medio o canal de la expresión: "No hablo. Escribo. Si supiera dibujar manos no utilizaría las palabras porque me resultan tan ajenas", o "mi respiración es sudor / la eyaculación del signo sobre lo que escribo".
Tomar, avanzar y detenerse en "[guión]" es leer la imagen de una poesía impetuosa y esperpéntica, pero a la vez lúcida/lúgubre como proyecto, inicial en su momento, probado y en vías de consumación en el presente.