Cuando el mundo entero se decide con un poema:
Una mirada a Cambio climático: Panorama de la joven poesía boliviana
(Ediciones Fundación Simón I. Patiño, La Paz, 2009)
Por Héctor Hernández Montecinos
Si los cruces entre poesía e historia fueran lógicos alguna vez, todo lo que se ha escrito en Latinoamérica sería la mirada diacrónica de un universo diagonal, ya ni siquiera paralelo, pues tanto sus poéticas como sus presentes están dialogando más que nunca con un futuro oblicuo forjado hace siglos como la más catastrófica utopía humana en la cual la barbarie es el motor de la civilización. De hecho, ese es el panorama social en nuestro continente desde hace décadas, por no decir siglos, y quizá en ese transcurso de tiempo la precariedad se ha convertido en un aliciente y en una pregunta en y por el lenguaje que nos lleva a la duda más simple, pero a la vez más compleja sobre la inusitada existencia de tanta poesía escrita por jóvenes, la cual nace como un estallido, como esquirlas de una bomba que muchos aún no quieren ver, como la voz de una generación pre-guerra, y digo ‘pre’ sólo por convención, pues el campo de batalla lleva un buen tiempo a nivel global, y más en los propios países respectivos del continente, pero con distintos nombres y cuerpos.
Además, la tragicidad dramática de este escenario viene a anexarse a las astucias y marismas que el mercado tiene contemplado para la poesía, y no así para la novela o el ensayo que tienen más fáciles alianzas con los poderes de turno, pues si bien es cierto que las literaturas latinoamericanas son quizás las más interesantes y versátiles del mundo, la poesía ha sido uno de los más ensordecedores silencios vistos desde el hipercapitalismo neoliberal. Uno se cansa de oír que la poesía no vende, que la poesía nadie la lee, que la poesía es inútil, o que la poesía es sinónimo de un yo expresando sentimientos, y así un campo semántico de ridiculización y desecho, pero hoy día que somos testigos de cómo ese mundo, el mundo de ellos, se les cae a pedazos de entre las manos y los bolsillos, no nos queda más que comprobar que en esa batalla entre el mercado y la poesía, es ésta última la que está triunfando ahora.
Cada vez que las sociedades se miran a sí mismas como catástrofe, y a las otras como enemigas, es cuando su desbarajuste se convierte en una reiterativa palabra: crisis, y no saben qué hacer con ella. Todos sus presupuestos, sus objetivos a mediano plazo, sus intereses proyectados se convierten en dudas o ya meros fracasos que la literatura contempla con una ácida sonrisa silenciosa, y los ve caer, así como ya han caído imperios, dinastías, ejércitos, capitales, llenas de orgullo y soberbia. Es en ese punto que el trabajo poético vuelve a brillar, en la agonía desesperada de la publicidad, en la miseria de los medios de información, en la abulia ignorante de las masas. Es ahí cuando un poema puede decidir el mundo. Y el mundo se lee como un poema.
Cambio climático es, según entiendo, el primer panorama, o quizá el más completo, que se hace sobre la poesía joven boliviana, argumento que la convierte ya en un documento de época, pero de una época que todavía no vivimos, y ese es el tiempo de la poesía, el limbo entre el día de hoy y el mañana, entre el presente de ser leídos y el futuro de esas escrituras. Hay en esta muestra poetas nacidos en un margen de diez años, que equivale a más o menos una última generación de autores, que en Chile y en otros países, han sido distinguidos como poetas que han dejado atrás a la generación precedente con su suerte de estéticas dialogantes sobre la ciudad como espacio alternativo, un lenguaje coloquialírico o una cuidada contención en el mismo decir, de entre los cuales sus exponentes más representativos podrían ser Germán Carrasco (Chile, 1970), Washington Cucurto (Argentina, 1973), Rocío Cerón (México, 1972), Miguel Ildefonso (Perú, 1970), entre varios otros. La generación que les sigue y que en parte se les opone en cuanto a grado de radicalidad y experimentación es la que se ha llamado del 2000, o incluso ‘novísima’ como un encasillamiento etario y estético. De este grupo, los mayorcitos somos algunos que nacimos al final de la década del setenta como el guatemalteco Alan Mills, el ecuatoriano Ernesto Carrión, los chilenos Paula Ilabaca y Felipe Ruiz, los peruanos Giancarlo Huapaya y Rafael García-Godos, entre varios otros, y ya de los nacidos en los 80 destacan poetas como Pablo Paredes y Diego Ramírez (Chile, 1982), Manuel Barrios (Uruguay, 1983), Manuel Tzoc (Guatemala, 1982), Yaxkin Melchy (México, 1985), entre muchos otros más.
Visto de este modo, Cambio climático supera esa doble hélice de escenarios poéticos que se tensionan abruptamente, tanto por la contingencia histórica de los propios autores, pero también por la aparición y uso masivo de medios de comunicabilidad virtual que han minimizado las distancias materiales y simbólicas, y que de algún modo han apurado la lectura de ciertos fenómenos sociales que se han visto leídos en mucho de estas obras últimas de la poesía. La música, las nuevas tecnologías del cuerpo, los cruces lingüísticos entre las jergas urbanas y las hablas prehispánicas, los nuevos formatos imaginarios del poema, la hibridez de los géneros (líricos y sexuales), los desplazamientos y traslapes paródicos de imaginarios canónicos son algunas de las características de esta nueva poesía latinoamericana que se escribe hoy en día y que este panorama también nos muestra desde una versión situada como lo es el caso de Bolivia, país hermano que no ha tenido una difusión cultural sostenida en el continente, siendo que cuenta con brillantes escritores como es el caso de Jaime Sáenz, quien sin lugar a dudas es autor de unos de los proyectos de vida escritural más alucinado e influyente de nuestro presente literario.
Lorena Castellón abre el libro con brillantez, escribiendo y delirando con una mitología personal y cotidiana (En las libélulas con mandíbulas de canes quiero volar), Omár Alarcón hace una crónica roja del delito que es la propia escritura (Las venas cortadas de los versos,/sangran día a día entre mis manos), René Osdmar Filipovich es el último testigo de la agonía de la modernidad (Aura technicolor de la infrahabitación sin forma/ donde coloridas moscas centuplican su gozo confundiéndose en tu cabeza), Marco Montellano es el cronista de una generación despiadada (A los 22 nada importa, ni siquiera yo), Franz Rodríguez devuelve el complejo edípico a su origen (Déjenlos venir hacia mí/ de otro modo ustedes los corromperán), Pamela Romano exhibe una voz propia notable y hace de este mundo una extrañeza literaria (así y todo recuerdan vestigios de sus cortes estos ancianos y —hagamos ficción), Valeria Canelas transforma los gestos nimios de la nada en viñetas o escenas de una película sin fin (A veces existe voluntad,/ a veces simplemente jaulas/ de Animalitos Inexpresivos), Montserrat Fernández construye voces en la construcción del mito mujer (Ser espacio, tiempo en el tiempo/ ser lo otro para darte todo lo mío/ para ti Sémele y tu pedido), Pablo Osorio habla mordaz y cara a cara con la pantalla de la realidad (De pronto el corazón/ es tan solo un símbolo de grasas saturadas), Sergio Gareca se sumerge en las profundidades del lenguaje y en su versión de los hechos sale incólume (Permitidme ¡Oh renacuajo héroe!/ sólo este minuto de silencio/ por tu memoria), Carolina Hoz de Vila le da un cuerpo deseoso a sus pesadillas y lo administra con dolor (Ampolla somos y en polvo nos convertimos/ Amas de casa), Emma Villazón escribe una novela negra con la poesía como antagonista (Es una rara sensación que me ocurre estando despierta/ y me recuerda a las víctimas de crímenes/ encerradas en baños impecables), Christian Jiménez Kanahuaty se desdobla entre un cadáver vivo y su posterior devenir animal (Un último esfuerzo,/nada de palabras,/ nada de figuraciones marinas), Guillermo Augusto Ruiz trata el inicio y el fin del mundo como si fueran el mismo poema (Una gota de tinta con la cual empezar el mundo), Mariana Ruiz recupera la sonrisa gótica (Exploto al respirar. En el jardín, otro capullo cae abierto), Janina Camacho vaga como fantasma en la letra capital (interminable recorrido/ de una cuidad enmohecida/ cargada de pus), Elvira Espejo es un cuerpo celeste más en la galaxia de sus poemas que rotan y se trasladan entre el castellano y el aymara (El sol en la cima del cerro/ y yo en pueblo ajeno. Intikay lupatxanji nayakay/ Jaqin markpanjtha), Rodny Montoya es la voz del primer hombre del día de mañana (Yo era feliz escuchando/ esta radio en A.M. / que sólo Ofrece interferencia), Alejandro Pereira es uno de los más mordaces con los múltiples usos de la lengua (PIENSO [NO NECESARIAMENTE PIENSO] VEO MI BILLETERA/ Y LUEGO EXISTO), Eufemia Sánchez fotografía los momentos del hacerse (Línea de teclas/ tu espalda encorvada), Diego Mejía le da a cada letra una infra vida para su lectura fatal (mientras la Ó en un bostezÖ/ [..se calla]), Jessica Freudenthal crea un tono nuevo que mezcla música, mito, canon, y lo convierte en un estilo único (Hay que ser glamoroso/ pero sin caer en la extravagancia obvia), Anabel Gutiérrez hace de la casa la metáfora de su cuerpo y una metonimia del poema (Mi cuerpo es una casa de la que todos se han ido,/ incluso yo), Adriana Lanza construye personajes para luego matarlos con su propia palabra (Si mis manos te molestan/ fabricaré guantes de seda), Nelson Van Jaliri intersecta los significados del lenguaje para la fuga de su historia (Pero es preciso antes hablar en voz baja/ de nuestras vidas paralelas), Vadik Barrón juega con su momento tecnológico en la mano mientras escribe (Chatear es un acto de amor simulado./ Un i-poem en cambio/ le ofrece al usuario/ la ilusión del pensamiento), Valeria Del Barco hace de la historia de amor una historia del poema (Me quedo el día en casa,/ limpio el piso/ y entiendo que esto/ alguna vez fue un bosque) y Clider Gutiérrez fataliza la vida a modo de una obra de teatro sin público (Me he encerrado en un cuarto con la muerte).
Cambio climático es el punto final de un proceso en Bolivia que comprende todos los esfuerzos de las editoriales pequeñas, independientes, alternativas, así como de encuentros, lecturas y festivales de poetas, también de las revistas que circulan mano en mano, de los y las poetas que a pesar de todas las precariedad siguen escribiendo y de un momento de diálogo latinoamericano en que nos preguntábamos que pasaba con la poesía boliviana reciente: he aquí la mejor respuesta, sus poemas alucinados, llenos de cruces y lecturas, escritos desde la sobriedad de la parodia hasta la prosa delirante. Cambio climático no sólo en Bolivia es un referente ineludible, sino que para nosotros lectores extranjeros que no podemos más que celebrar esta poesía que ahora conocemos y dialogar con ella en la luminosa catástrofe que significarán el derretimiento de los hielos canónicos, las inundaciones de las ciudades del miedo y la vergüenza, el aumento de la temperatura de los libros de los jóvenes y sobre todo el nuevo mundo que empezará mañana, pero que hoy, ya nos ha dado algo más que su poesía: la esperanza.
Ciudad de México, enero de 2009.