Comentario crítico
de Este libro se llama como el que yo una vez escribí
(Contrabando del bando
en contra, 2002)
Entre
lo queer y el neobarroco
Por Patricia Espinosa, Rocinante
Nº55 (2003)
Me gustaría comenzar con una afirmación que para algunos
parecerá obvia, pero que se olvida con demasiada frecuencia:
la literatura siempre aparece ligada a un contexto social, ideológico,
histórico y también de género. Hoy la teoría
promueve la pluralidad, sin embargo los viejos conceptos de centralidad,
homogeneidad, universalidad aún siguen vigentes reaccionando
de manera tenaz y virulenta ante lo catalogado como excéntrico,
diferente o desviado. Aquello que literariamente intenta traspasar
el canon se vuelve problemático, discutible y considerado de
manera negativa, aunque la mayor parte de las veces es simplemente
ignorado. En este contexto la escritura que aborda el tema homosexual,
distanciada del maniqueísmo oficial, asume desde ya una disidencia
o distanciamiento. Parece vergonzoso decirlo, después de tanta
reflexión en torno al tema, pero en este país las cosas
siempre parecen estar comenzando. Por lo tanto, creo conveniente volver
a un método de crítica con un fuerte aroma "noventero":
la contraposición sin ambages entre textos teóricos
y la obra analizada. Quizás el método sea un poco anticuado,
pero no deja de ser útil. Por ello es que para analizar el
texto poético de Héctor Hernández Montecinos
(Santiago, 1979).
Este libro se llama como el que yo una vez escribí,
debemos aproximarnos a los conceptos de literatura neobarroca y literatura
queer. El término queer alude a: "lo raro,
extraño o excéntrico en apariencia o carácter.
Se usa también como una exclamación peyorativa principalmente
dirigida a aquellos cuya sexualidad se orienta hacia personas del
mismo sexo y, en cuyo caso, traduciría raro o maricón."
(Cf. Víctor Rodríguez). Lo queer crítica
las identidades definidas de manera unilateral, heterosexual, en términos
de generar un espacio literario-cultural abierto a nuevos territorios
genéricos donde se asuma la performatividad del género
o puesta en escena desligada del hecho biológico (Cf. Butler,
Sedwickh).
Desde esta perspectiva, la escritura de Hernández, explora
el espacio del cuerpo textual, humano, haciendo de ella un uso político.
Quizás por ello, no ceja en el uso de un yo devastado y reconstruido
infinitas veces, como mecanismo de sobrevivencia ante la normatividad
del género literario y sexual. Un yo que roza el flujo de la
conciencia y desoye muchas veces el formato poético. Un yo
dialogizado en términos de asumirse víctima, pero a
veces victimario, suplicante, mujer, hombre, amador, de Dios o de
su chico. Sin embargo, también resulta fundamental la metatextualidad
o reflexión en torno a la propia escritura, el acto mismo de
escribir, la ficción, la novela y su condición bastarda.
Pero a esto debemos sumarle lo neobarroco. Término inventado
(según el escritor argentino Arturo Carrera) por el poeta brasileño
Haroldo de Campos, y que luego toma Severo Sarduy. Hablamos de neobarroco
cuando una escritura se niega a un formato estable, simétrico
y se sustituye por formas inestables, irregulares, un asumir la crisis,
la pérdida de la sistematización, elementos que Hernández
explora de manera furiosa. En otras palabras, estaríamos ante
un texto neobarroco cuando asistimos a la puesta en escena del exceso,
lo que en las escrituras latinoamericanas pasa también por
el kitsch, por la inserción de elementos provenientes de la
cultura de masas, el humor, grotesco y el guiño siempre presente
al pomposo estilo rubendariano. No es una dominancia, continúa
siendo parte de una estética marginal, pero que se cruza, en
Latinoamérica, con lo queer. Este libro se llama...
asume la tan esquiva utilización de la estética queer
neobarroca y, lo que es mejor, en formatos diferenciables del gran
referente nacional en esta línea que es Lemebel.
Hernández ha escrito un texto que resuma acopio. Por tanto
hay segmentos mucho más trabajados que otros, la tapa es horrible,
falta un índice y quizás el máximo error, las
páginas carecen de numeración. Más allá
de esto aparece un Hernández Montecinos a veces cursi, melodramático,
otras, con cierto tufillo surrealista, pero que verdaderamente sacude
con su erotismo sucio teñido de
metafísica. Este libro se llama... logra inquietar exponiendo
su dolor desde una perspectiva que oscila entre la ingenuidad y el
desgarramiento del yo. Postura que permite la instalación de
una perspectiva que juega con lo idílico para desestabilizar
un orden cómodo, quieto y hasta autocomplaciente en su severidad,
pero siempre atento a minar cualquier devenir minoritario.