A propósito
de un prólogo, un poeta y una antología
Tomás
Harris, Patricia Espinosa, Héctor Hernández M.
Quintarueda, año
1, nº1, junio de 2004.
Basta pronunciar el apellido Zurita en el mundo literario para que
se desaten las reacciones más disímiles. Admirado y
criticado por su mesianismo, aplaudido y abucheado en apariciones
públicas, el autor de Purgatorio y Anteparaíso vuelve a estar en el ojo del huracán tras anunciar una nueva
antología de poesía joven, de la que adelantó
parte del prólogo en un texto que fue publicado en el suplemento
Artes y Letras de El Mercurio. Allí, el poeta sostiene que
"la constatación es tajante: en el último tiempo
ha irrumpido en Chile un impresionante número de poetas excelentes,
ninguno de los cuales supera hoy los 33 años. Inmediatamente
antes de ellos -por el momento- no hay nada". Y agrega que la
fuerza y originalidad de estos autores sólo son comparables
a la de los "poetas inaugurales".
La crítica literaria Patricia Espinosa, y los poetas
Tomas Harris y Héctor Hernández Montecinos
-uno de los incluidos en la antología- salen al ruedo para
dialogar con Zurita en torno a los
alcances de su proyecto.
No
creo en otro Rimbaud más que en Rimbaud
Tomás
Harris
Existe, en la democracia de postdictadura, una forma cada
vez más arrolladora de una suerte de fascismo difuso pero muy
eficaz, de censurar la buena literatura y, sobre todo y como siempre,
la poesía,
y no es otra que el neoliberalismo y todos los ámbitos a los
que éste llega, sobre todo en materia de intercambio editorial.
Por eso puede parecer sospechoso, si no inconveniente, cuestionar
un libro que aún no aparece. Más aún si es una
antología de poesía emergente, compilada por Raúl
Zurita, uno de los tantos poetas interesantes surgidos durante los
difíciles 80 y ya canonizado en nuestra escena literaria con
el Premio Nacional. Y más aún si dicha antología
será editada por LOM, editorial que justamente ha opuesto una
resistencia notable al fascismo editorial al cual me refería,
que más que impedirnos leer nos obliga a leer (porquerías).
Pero ojo, porque no todo lo que aparece en el nuevo escenario
poético es bueno per se, y tampoco las
estrategias que mueven a sus actores. La primera pregunta que uno
se hace en relación a esta antología de poetas emergentes,
según la expresión usada por Waldo Rojas en los años
60, es por qué una antología más a tan corta
distancia de dos ediciones que compiló Francisco Vejar hace
poco más de un año. Los nombres más significativos
(Germán Carrasco, Rafael Rubio, Javier Bello, Kurt Folch, etcétera)
se repiten, y se incluyen algunos que Vejar excluyó y viceversa,
pero por la edad y obra de los autores, nada es aún definitivo
en su aporte al árbol de la poesía chilena. Pero aún
así, si es por tres o cuatro poetas por los cuales Raúl
Zurita se las "juega", también es válido el
intento. Lo que lo descalifica, o, a lo menos, lo hace sospechoso,
es su batería de estrategias, que más que querer demarcar
un canon prematuro (que puede por lo mismo abortar) es entronizar
la figura poética
del antologador, borrando con el codo de los novísimos lo que
los contemporáneos de aquél escribieron con la mano
durante la dictadura y antes, incluso en los 60 y 50, las generaciones
de un Gonzalo Millán o un Enrique Lihn.
La poesía siempre es un milagro, no ahora más
que nunca. Ningún sistema le será propicio, ninguna
forma de represión justificará la belleza textual. Ni
el ruido de las armas ni el ruido de la tecnología del libre
mercado. La táctica de publicar con meses de antelación
el prólogo del compilador en el suplemento Artes y Letras de
El Mercurio, como si fuese un ensayo literario que nos anuncia buenas
nuevas textuales, una suerte de epifanía generacional que nace
de la Nada, de un ex nihilo textual, sin otra tradición que
la antipoesía de Nicanor Parra, es una de las mistificaciones
literarias más enormes que he leído desde las que el
mismo Raúl Zurita profiriera, ya sea en su Mein Kampf
publicado en la revista Cal en el primer semestre de 1981 o su propuesta
totalitaria de una "neovanguardia" excluyente y liderada
por él mismo, una suerte de Bretón criollo que daba
su bendición a sólo seis poetas para el atribulado Reyno
de Chile de la época, incluido el mismo. Los demás -por
sus rasgos textuales- quedaban excluidos del canon. Ahora, en el nuevo
milenio, prevalece sólo él y dos excepciones de su generación.
Lo peor de la propuesta del actual despropósito zuritiano -el
prólogo a los novísimos- es su falta de rigurosidad
teórica y su sorprendente ignorancia en lo práctico
respecto a cómo se teje y desteje una tradición literaria.
Yo no creo en otro Rimbaud más que en Rimbaud. Yo no creo que
de una sociedad socialdemócrata y neoliberal, aunque sea en
estilo sudaca, vaya a surgir el nuevo Hornero, a menos que sepa reírse
de sí mismo y parodiar, desde la tragicomedia que vivimos en
esta agónica modernidad, a un género que hay que conocer
-y muy bien- desde su propio interior, su verosímil, para hacer
algo más que un pastiche con él. Dicen que nos fundó,
como país, un poema épico, cuando en realidad lo que
nos fundó fue un poema del desengaño y la vergüenza.
Ejemplo para los triunfalistas e ilusos de hoy o mañana.
Arremetidas
del sensei palaciego
Patricia
Espinosa
En el imaginario Who is Who de las letras chilenas, sin
duda que Raúl Zurita ocupa un lugar importante. Por supuesto
que su primera obra literaria lo amerita. Sin embargo también
habrá que asumir el desprestigio que le trajo la cortesanía
palaciega y la obtención del
Premio Nacional como una agradable jubilación anticipada. Pero
a él le da exactamente lo mismo. Siempre triunfará,
estoy segura. Lo sabemos. Aplausos para Zurita, cómo sabe moverse
con el poder. Ahora quiere cimentar su fama con un espacio que podría
estarle siendo esquivo: el de los jóvenes poetas. Necesita
legitimarse intentando pastoralmente incluirlos a todos, intentado
ser El Mesías que otorga vida. No olvidemos que el título
de su artículo en "Artes y Letras", El Mercurio de
nuevo, fue: "El baile de los niños". Llamar niños
a los nuevos poetas, algunos en todo caso con más de diez años
de trabajo (y bastante viejitos) me parece francamente un insulto,
pero no se nota bajo los empalagosos calificativos que utiliza. Generación
heroica, denomina por ejemplo al conjunto de egresados de Balmaceda
y que ahora leen -y juegan, supongo- a reformular El Canto General.
Zurita está en campaña para rearmar su fama y no ha
encontrado mejor método que el mercado de los poetas jóvenes
necesitados de un padre nuestro. Va remontando el descrédito,
sin duda, insuflando vida, santificando voces virginales. Zurita acaba
de mirar hacia abajo y ha descubierto (se supone que nadie ha sido
capaz de reconocer el fenómeno antes que él) que hay
muchos y buenos poetas.
Puedo imaginar cuántos emails y llamadas telefónicas
habrá realizado. Llamadas que obviamente
habrán generado agradecimientos. Gracias, Zurita, maestro,
por pensar en mí. Me pregunto si entre los muchos que le han
sacado el cuero, habrá alguno que se le haya negado. ¿Será
muy ingenuo suponer que alguien se le niegue? Habrá que esperar
por su tan cacareado volumen, sólo un pretexto para que el
fénix renazca de las cenizas. Así, a los títulos
ya alcanzados entre los que no hay que olvidar el de poeta oficial
del retorno a la democracia, Zurita agregará el de epónimo
de la nueva camada de poetas. Un gran título con el que podrá
ser presentado en las reuniones palaciegas y en las oficinas de El
Mercurio.
"Chile
antes de ser un país fue un poema"
Héctor Hernández
Montecinos
En el prólogo El baile de los niños escrito
por Raúl Zurita se da cuenta de una antología de la
nueva poesía chilena, pero antes de ser un libro es también
un haz de escrituras dispersas y discontínuas en su mayoría.
En este manojo veo con clara distinción a los poetas de la
llamada
generación del 90, académica, literatosa, banal, despolitizada,
y lo peor de todo, fome; y los verdaderos jóvenes que empiezan
a publicar después del 2000, si es que han publicado, pues
la gran mayoría de esta nueva escena de la que hablo se mantiene
inédita y las razones no son inocentes. Cito a Diego Ramírez
y Pablo Paredes como dos integrantes de esta nueva poesía que
se fuga de la literatura como un género limpio y de las expectativas
puristas de su lectura. Una poesía que habla y sangra, que
desea y odia. Ellos dos junto a Paula llabaca plantean una nueva escena
de escritura desde el cuerpo como un pivote político y resistente
a las nuevas (micro)dictaduras que arrasan las relaciones y los diálogo
entre los sujetos. Incluso entre el sujeto-autor y el sujeto-escritura.
Esta misma desconfianza hacia la poesía como patrimonio nacional
y la imagen del poeta como inspirado y genio, abre la brecha para
quebrar el conjunto y para re-leer la misma antología. llabaca,
Ramírez y Paredes son sólo tres de estos nuevos poetas,
pero ni el mismo Zurita se imagina la cantidad de deslumbrantes escrituras
que pulula en este pequeño poema llamado Chile. Poema que recién
ahora empieza a re-escribirse a sí mismo con la frescura del
riesgo, el aire de la renovación en sus visiones, sus formas
y hasta las mismas condiciones de escritura. Una nueva y maravillosa
camada de poetas se huele en el cielo y en esta antología son
una bella minoría que sólo con su inclusión ya
están haciendo un gesto, un guiño. Un Felipe Ruiz, un
Max del Solar, una Marcela Saldaño, un Rodrigo Gómez,
un Rodrigo Olavarría, un Pablo Karvayal, un Nicolás
Cornejo, un Ignacio Briones, una Gladys González, una Elizabet
Neira, un Gregorio Fontén, un Claudio lasis, un Pedro Díaz,
una Úrsula Starke son nombres que también forman parte
de esta poesía naciente y verdaderamente valiosa que quizás
en otra antología puedan aparecer, o tal vez no: no creo que
a ninguno le quite el sueño, porque nada ni nadie les arrebatará
el lúcido sueño de estar despiertos escribiendo y ahora
mucho más que nunca. Hoy es el día.