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CASI DOS DE NOVIEMBRE
Presentación de Obra Reunida de Stella Díaz Varín (Cuarto Propio, 2011)

Por Héctor Hernández Montecinos



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La forma más fácil de cercar una obra poética es convirtiéndola en mito. Cercarla desde el éxito del éxito o en este caso, desde el éxito de una historia intensa y trágica que hemos ido conociendo, en parte, gracias al documental La Colorina, que no sólo nos muestra los fulgores de una vida única sino también la desaparición de su luz.

No es sencillo escribir sobre Stella Díaz Varín. Comienzo y borro líneas. Tanteo frases y recuerdos desde la cercanía emocional. Imagino su voz y su presencia ante todo lo que hoy sucede. Ella no se habría callado ni habría dado tregua y esto es una hermosa forma de resurrección.

Se ha dicho que la vida y la obra de Stella Díaz Varín son una sola cosa, pero creo que eso no es cierto. A una vida expansiva y celebratoria se contrapone una obra trágica y en constante duelo. Pues cuando leemos al mito pensamos que su obra está al servicio de su vida, pero cuando hacemos otro tipo de acercamiento nos damos cuenta que es justamente su vida la que está al servicio de su obra. Una complementa a la otra, suplen las ausencias respectivas, a veces se cruzan y se separan como si de un espejo se tratara. Por eso quizá nunca lleguemos a comprender a Stella y en unos pocos minutos no podré hacer justicia a las décadas de silenciamiento que tanto ella y su poesía tuvieron que soportar. No obstante, haremos una pequeña lectura de los devenires de sus libros para de algún modo volver a pensarla más allá del mito espectacular y proponer la atención a una escritura que se resistió a las gravedades de su campo literario.

En la obra que hoy presentamos se reúnen sus cuatro libros publicados más un tríptico de escasísima circulación. El primero de ellos es Razón de mi ser que la autora publica a los 23 años, es decir, en 1949. Aquí en este texto inaugural vemos una poética anómala, en todo el sentido de la palabra, hermética. En los trece poemas subyace una transversal panteísta que se lee como una religión del cuerpo, o de los cuerpos vivos, incluyendo animales y vegetales que ciertamente abundan y proliferan barrocamente con un tono que podría imaginarse como una forma de larismo surreal o metafísico, emparentado quizá con Omar Cáceres o Gustavo Ossorio.

Dios es llamado “Alfarero” en el poema “Advenimiento”, con lo cual entendemos una visión de la creación que no sólo incumbe a la vida como fenómeno sino que también a la creación poética desde sus propios elementos, desde el humus del lenguaje, desde lo mineral de la palabra. Asimismo, constantemente es interpelado un “Hermano”, por ejemplo en los poemas “Somnolencia inaudita” o “Desolación y vínculo” como si la hablante fuera parte de una comunidad, de una familia de carácter superior con la cual mantiene un secreto, una pregunta por el “Alma” que deja de ser aquí un receptáculo emocional para convertirse en una contraseña de un misterio colectivo. Cito:

Cómo deseo, hermano,
tu estadía en mi hora suprema,
la joya zodiacal de tu mirada
sobre la tierra blanca de mi seno,
cómo deseo el tacto de tu palma
cuando suene el derrumbe de mi cáliz.
(53)

Sinfonía del hombre fósil aparece en 1953, a los 27 años de la autora.  No es ciertamente una continuación de la primera obra, pero sí mantiene una pregunta activa por el sentido de la creación. Es decir, si en Razón de mi ser, la hablante pareciera renacer como vestigio desde un sepulcro natural y maravillarse ante la visión de la vida en todas sus dimensiones, en este libro es un proceso enteógeno pero visto desde una tercera persona masculina, precisamente, este hombre fósil que deviene más bien líquido que tierra como lo era en el primer libro. Una suerte de matrimonio sagrado, alquímico, originario e iniciático, o también una posibilidad de un tercero no excluido en la configuración de la mística.

La matriz de lo inefable, la experiencia de lo sagrado también está presente aquí no obstante desde una visión más trágica, más desolada, lo cual será un motivo in crescendo en la obra de Stella. Del mismo modo, vuelve a aparecer el “Hermano” en el poema IV de “Introducción al vértigo”, pero se agregan “amiga”, “amigo” y luego “compañero” en textos posteriores a éste casi como lectores metatextuales, o más aun, aparece un personaje, Anadir, misteriosa proyección de la hablante, desdoblamiento cósmico. Cito:

Anadir, si te dijera que acabas de nacer junto conmigo me tendrías más confianza, pero ya ves, la fatalidad ronda mis puertas y no puedo mentirte, pero descenderé desde mis comienzos para estar contigo y podré besar tu mejilla. Entonces tu planta bailará sobre los cristales líquidos de la lluvia, y reirás como una niña recién parida.
(82)

A los 33 años, Stella Díaz Varín publica Tiempo, medida imaginaria, esto es en 1959. Ciertamente a sólo cinco años de la publicación de Lagar de Gabriela Mistral, último libro publicado en vida por dicha autora, con quien tenía una diferencia de edad de casi cuarenta años. Dato no menor para quienes gustan construir genealogías sin entender que el devenir de una obra es intempestiva en su emergencia, y más aun en su urgencia escritural.

Tiempo, medida imaginaria se compone de diez poemas que significan un cambio en la voz de los dos libros previos. Es decir, no es un quiebre sino una nueva dirección menos hermética y más cercana a lo personal. Basta leer los poemas “Breve historia de mi vida” o “Ven de la luz hijo”. Sin embargo, la presencia del concepto de “Dios” es mayor, no como mera figura religiosa sino como el nombre del misterio creativo que ronda toda la obra de la poeta. Cito:

Llegaremos a amar la contextura de Dios
tan difusa;
tan perfecta como tus pequeños ídolos.
La madera de Dios
tan bella y roja
como el corazón de los árboles.
Tan bella y roja
como el corazón del veneno.
(118)

El poema que abre el libro, “Prólogo”, es quizá uno de los más descollantes de toda su obra poética. En él se alterna un diálogo imposible que nos recuerda lo mejor de las vanguardias históricas. A partir de este momento, Stella entrará en un largo silencio editorial de casi treinta años hasta que en 1987 publica el tríptico “La Arenera”. Allí nuevamente da un cambio en su voz, esta vez de manera más rotunda, pues ya no es la intimidad hermética, ni lo privado emocional sino que ahora es una poesía pública de denuncia a partir del caso de la joven trabajadora Flor Beltrán.

A los 66 años lanza su último libro, Los dones previsibles, esto es en 1992. Quizá el más conocido por los lectores de hoy y en el cual la hablante conjuga lo íntimo, lo privado y lo público en textos donde se reconocen los fulgores de su trayectoria pero a la vez la desolación y el desamparo del cual no saldría hasta el día de su muerte. Stella como nadie cantó a las ruinas de la civilización antecediendo a la posmodernidad y al quiebre de la Dictadura. “La palabra”, “Dos de noviembre” o el poema homónimo que da título al libro ya son parte del Chile actual, del Chile poético que lee su obra con admiración, con un profundo respeto por su ética irrestricta y por su rebeldía lúdica a ultranza que aprueba y desdice las etiquetas, ya que fue y no fue comunista, fue y no fue feminista, fue y no fue punk, fue y no fue nerudiana, fue y no fue parriana y muchos la elogiaron en público y huyeron de ella en privado poniendo a prueba las rebeldías de la subjetividad.

Stella Díaz Varín como nadie está presente el día de hoy. A pesar de que su poesía es oscura se difunde, se lee en escuelas, en el extranjero. Miles de personas han visto el documental sobre su vida y estoy seguro que otros muchos más se acercarán a leer este libro. Ella misma me contó que tenía cajas con poemas inéditos, ojalá se publiquen no en mucho. Lo anhelamos. Es emocionante estar aquí. Sin duda. Yo mismo cumplo un pacto secreto con ella. Nuevos lectores son nuevos ojos por donde volver a mirar el mundo desde la muerte, muerte que Stella convirtió en su último poema pues ella no se irá jamás de la historia de la poesía chilena ni de nuestras propias historias personales. Stella Díaz Varín, resolviste la eternidad.

Feria Internacional del Libro de Santiago
Domingo, 30 de octubre de 2011.


 

 

 

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