Parra qué
(En respuesta al artículo “Para qué antipoetas en tiempos aciagos” de Heriberto Yépez)
Por Héctor Hernández Montecinos
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“Poeta
Anti poeta
Culto
Anti culto”
Altazor
Vicente Huidobro
En su Altazor no sólo fue el primero en llamarse a sí mismo antipoeta, además de mago por cierto, sino también se llamó anticulto. Tiene razón Heriberto Yépez en aseverar que Huidobro fue demasiado mago para ser antipoeta. De hecho quizá sea el más poeta de los antipoetas chilenos y el más culto de los anticultos. Sin embargo, discrepo con que Neruda haya sido antipoeta y mago. Si en Chile hay uno de esa especie bífida es sin duda Pablo de Rokha. Usó el lenguaje popular, coloquial y oral en la poesía contemporánea antes que nadie. Baste su “Epopeya de las comidas y las bebidas de Chile” o su “Rotología del poroto”. Mago, también lo fue. Uno lo lee hoy, casi cien años después, y sigue siendo visionario y profético. La Mistral quizá sea la más anticulta de los cuatro grandes. Digo, para no dejarla fuera. Por su parte, Nicanor Parra releva el título de antipoeta. Lo hace suyo, hace casi sesenta años, sin pedirle permiso a nadie. Con una sonrisa de oreja a oreja y guiñando un ojo. Sin embargo, leyéndolo hoy quizá resulte ser más bien el primer antimago que el último antipoeta. Y con eso digo todo.
El primer tomo de sus Obras completas & algo + me produjo una grata ansiedad de seguir leyendo todo Parra. Quedé contento. Fui a Las Cruces y me vine con un “queda pendiente la Dedicatoria”. No obstante, el tomo segundo y, según dicen, último me dejó un sabor un tanto amargo. Primeramente, debería llamarse Obras completas & algo -, ya que a pesar de las excusas editoriales termina siendo una antología de su trabajo. Se omite parte importante de las obras visuales y de lo último de su producción no hay registro, ni siquiera una miradita. Sin contar que la edición chilena deja mucho que desear en cuanto a factura. Da la sensación de que la tardanza en la aparición de este volumen final haya tenido que ver con la espera del cierre del boliche pero el boliche sigue abierto y Parra ganó el Cervantes, el Premio Iberoamericano Pablo Neruda y sigue a la espera del Nobel.
Hace un tiempo hablaba con unos amigos sobre los tonos de la poesía. Un poeta no sólo logra convertirse en un autor, ni siquiera en una obra, sino que en un tono. Ese es su éxito. Su máxima aspiración. No me refiero a un tono único sino de hecho que cada verso, poema, libro sea distinto pero algo los una. Algo que no sabría más que llamar que el tono. Un tono que deconstruya la prepotencia de la lengua, así como lo hace el estilo con respecto a la moda (Echavarren dixit). Ese tono tal vez sea de lo que hablaba Gonzalo Rojas, enemigo íntimo de Parra por lo demás. A pesar de esta particularización un tanto antojadiza, creo que la propia poesía chilena se ha convertido en un tono. En efecto, ahora mismo que hablo de la poesía chilena no pienso en ningún poema, ningún libro, ninguna obra, ningún autor o autora sino en ese sonsonete mental, ese signo lingüístico que puede llegar a ser un país. Parra es un tono, un tono grave a pesar de su aparente liviandad. Un tono que ha sabido mutar y ser el mismo.
No hay que ser muchas personas, personaes, personajes para tener varios tonos. Se podría pensar en épocas en que los autores se engolosinan con sus descubrimientos verbales. La época de los antipoemas, la época de los artefactos, la época de los poemas políticos, la época de los poemas ecológicos, la época de las obras visuales, la época de los discursos de sobremesa, etc. Pero no me convence esa clasificación. El tiempo es aciago. Sigo creyendo en el tono. Más que un gesto y menos que una voz. Personal, sin ser necesariamente biográfico. Menor, en el sentido de lo minoritario de Deleuze y Guattari. En Parra esos tonos hacen sentido cuando se enfrentan a los metarrelatos culturales, a las instituciones de la burguesía, a las formas-de-vida del capitalismo, a la Poesía. Sea ese corazoncito con patas, ese Mister Nadie, tal vez la visualización de ese tono.
Heriberto señala que “Parra explotó su nicho”, pero la obra viva de Parra, es decir sus tonos, tiene poco más de setenta y cinco años y en dicho tiempo muchas cosas han pasado. No sólo en la ficción poética sino que también en la ficción histórica. El hecho de ser el más longevo de los poetas chilenos termina jugándole en contra. Nadie lee de verdad a los autores cuando están vivos. Menos aun a Parra y sus obras incompletas. El lector es una extrapolación de Drácula. Prefiere la sangre que la tinta. Un libro de un autor vivo le llega al corazón, pero cuando está muerto él muere también pero de gozo pues puede leer tranquilo. Un autor en su último momento puede decir que todo era una broma o una cámara oculta. Un bello final como el del ya citado Huidobro que en su lecho de muerte al mirar el rostro de su sufriente amiga Henriette Petit le dice: ¡Cara de poto![1]. Veremos si Parra por ser el último que ría reirá mejor. Confío en su testamento bajo la manga.
También señala Heriberto que Parra “fue un demócrata del verso”. Acá coincidimos, pero lo que nos separe tal vez sea el sentido que le damos a la palabra ‘democracia’. Para mí se trata del más grande engaño de la historia. Nunca ha existido la democracia ni existirá jamás. Los atenienses en el Ágora eran los aristócratas, los hombres nobles y libres, que debatían los temas de la res pública mediante asambleas, pero allí las mujeres no tenían cabida y en sus casas eran los señores de sus esclavos. De cierto modo, la democracia hoy sigue siendo casi igual. Esto suena como un chiste parriano o chespiritiano. Pareciera que todo el humor es humor político al fin y al cabo.
Sobre eso mismo, Parra en efecto le bajó el volumen a la obra de Neruda, pero sin querer queriendo, al menos en Chile, lo hizo también con De Rokha, Huidobro y Mistral. Solemos hacer un corte abrupto entre él y éstos pero no hay tal. Parra es su lector más activo. Los cuatro grandes están en toda su obra, ya sea como guiños, discursos de sobremesa o ajuste de cuentas. Al que sitúa de manera más lejana a él es sin embargo al que más se le parece: De Rokha. Como ya decíamos antes, ambos comparten una koiné, una lengua vulgar pero entre ellas distinta. La voz coloquial de De Rokha es la del campesino, la del huaso, y la de Parra es la del citadino, el que se reconoce en la urbe, en sus medios de comunicación masiva, en su mundo laboral de bienes y servicios.
El famoso parricidio/parracidio con Neruda no es tan así tampoco. Fueron dos poetas que se leyeron y admiraron en un secreto a voces. Se suele pensar que Neruda cierra una etapa y Parra abre otra, pero yo creo que desde cierto ángulo es al revés. Neruda inaugura el perfil del poeta cosmopolita, que sale del ‘horroroso Chile’ a Latinoamérica primeramente y que es parte de un diálogo cultural internacional, sólo antecedido por Huidobro con respecto a Francia. Por su parte, Parra clausura lo que se había entendido por el ‘poema’, cúspide del poeta profesional, mediante ese tono amateur, desatento al salón literario y al impresionismo de la crítica o del público perezoso.
Se ha hablado mucho en general de los epígonos de Parra, pero ahora que lo pienso no veo más que a uno al menos en Chile: Claudio Bertoni. Y cuando digo epígono lo hago pensando en el mejor de los sentidos y en lo mejor de Parra: su templanza al escribir, su taoísmo lírico, su carcajada zen al enfrentarse al papel en blanco. Personalmente, me siento distante a ese tipo de poesía pues no me reconozco en la realidad para escribir sobre y desde ella. No es tan transparente para mí. De hecho ni creo que exista. Poetizar una vida, o la vida misma, no es tarea fácil. Requiere una curatoría hecha con escalpelo y un vigor tal como el de Parra o Bertoni que hacen decenas de ‘anotaciones’ al día. Cuando ya no se escribe para la literatura simplemente se escribe. Esa es la enseñanza de Parra hoy. En cuanto a cada una de sus incursiones vanguardistas ahí quedan, en el propio gesto que es la vanguardia. Por ejemplo, sus “Tablitas de Isla Negra” o las bandejas de cartón escritas y dibujadas se suspenden en el hermoso silencio de su manufactura.
La poesía latinoamericana conoció a Parra y mediante él conoció a la poesía beatnik. De cierta manera uno de sus principales aportes fue haber sido esa bisagra. Como lo fue antes con la poesía rusa. Parra podría ser leído como el mediador chaplinesco de la Guerra Fría. No en vano sus aventuras y desventuras con la Habana y los Nixon fueron un episodio sintomático de aquella época. Heriberto señala que si no hubiese sido por los neobarrocos “la poesía de este idioma se hubiera desplomado y la diferencia entre verso y prosa diluido por completo”. Ciertamente, hay un extremo y otro entre la obra de Parra y lo que ella representa con respecto a estos autores que Yépez alude. Me imagino que son Perlongher, Echavarren, Carrera, los Lamborghini, Sarduy, Arenas, etc. incluso Octavio Armand o Lorenzo García Vega. La diferencia esencial sea posiblemente lo que hablábamos antes, el tono. Los neobarrocos utilizan el idioma cada uno distinto pero más menos con un tono común, que de algún modo es una autoría colectiva y emancipatoria al autor/autoridad. Parra hace lo opuesto. Él es cada uno de sus tonos. Reconociblemente él, ya sea con o sin aura. Parra es siempre Parra.
Finalmente. Mucho se podría decir a favor de Nicanor. Lo mismo en contra. Sumando y restando sacamos cuentas más que alegres. Por ahora, nos quedamos en que fue uno de los primeros, por no decir el primero, en sacar a la poesía de la Cultura, pasearla luego por el Arte para finalmente devolverla a su origen: la Creatividad. En su ocurrencia sin clase social, en su ingenio sin edad, en su brío sin títulos de ningún tipo. En la calle, los mercados, los barrios. Parra ha sido el que nos ha demostrado que la Creatividad está en cada rincón y desde allí él se sitúa pero de refilón nos ha dicho en silencio que no todos los poetas son creativos, de hecho muy pocos lo son. Su obra desafía desde ese no-lugar, desde ese don todo lo que la genealogía de la escritura poética nos ha querido imponer hasta hoy. Yépez se preguntaba en el título de su artículo para qué antipoetas en tiempos aciagos. Yo le digo porque en los tiempos aciagos lo único que nos puede salvar es la Creatividad. Así de complejo y así de sencillo. En broma y en serio como diría el mismo niño Parra en sus hace poco cumplidos 98 años.
Villa de Álvarez, México, 30 de septiembre, 2012.
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El artículo de Heriberto Yépez está publicado en el periódico mexicano “Milenio” del 10 de diciembre de 2011. Se puede consultar en: http://impreso.milenio.com/node/9077032
[1]Culo.