Sobre “Eclipse de la poesía” de Ignacio Valente, la extrema derecha literaria
y el Opus Dei cultural.
Por Héctor Hernández Montecinos
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El artículo de Valente es del 25 de noviembre de 2012. Despierto de mi fiesta de cumpleaños que es ese mismo día. También el de Augusto Pinochet. Algo nos ha unido desde siempre con el dictador. Comenzando con su accidente y posterior operación en la rodilla izquierda hasta ciertas rocambolescas acusaciones personales que han visto en mí a una suerte de pinochet boy/fumigador/ mini führer de la poesía chilena escrita por jóvenes. Viví diez años bajo dictadura, diez años en una población a cuadras de donde fue la matanza de Corpus Christi. Recuerdo la misma celebración televisada cada año: Varios de los actuales ministros de Piñera llegaban a casa de Pinochet y junto a varios de los actuales rostros televisivos cantaban al unísono “y sigo siendo el rey”. Aparecía el tirano y soplaba sonriente las velas. Corte de escena.
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Es el año 1980 y José Miguel Ibáñez Langlois, aka Ignacio Valente, publica su obra mayor: Futurologías. De allí cito:
Y que sería del hombre sin dolor
en su actual condición lo necesita
no se debe aumentar por gusto propio
masoquismo se llama esa rareza
no se debe extirpar a cualquier precio
cristianismo se llama esa prudencia
si el precio es ser un dios labrado en piedra
más vale nuestra carne vulnerable
por el dolor hemos sido salvados
por el dolor aprendemos a amar
por el dolor engendramos belleza
por el dolor existe la alegría
por el dolor preparamos la muerte
que es el acto supremo de la vida
No deja de conmover su apología al dolor y la pasión punitiva. “Cristianismo se llama esa prudencia” poetiza Valente. Conmueve y de verdad duele cuando en el momento en que él escribe son torturados, vejados y asesinados miles de chilenos y chilenas. Él lo sabe, los que asisten a sus eucaristías lo saben, los que celebran los sacramentos con él lo saben. La Virgen del Carmen es la patrona del Ejército. La Virgen del Carmen lo sabe. Corte de escena.
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Releo el artículo de Valente y tomo algunas notas, apuntes sobre lo que se argumenta. Lo mismo hago con los comentarios que empiezan a aparecer como callampas. Las leo detenidamente y del mismo modo conmueven por su patetismo. Todo en Chile es sumamente cristiano. Estamos en una misa de Valente donde él ha terminado su interpretación de las Sagradas Escrituras. Los feligreses están inquietos, algo no les pareció bien, comienza un cuchicheo en letras.s5. Habla el curita:
Ignacio Valente:
No termino de acostumbrarme a cierta crítica literaria que suele escoger y validar como buena poesía, en Chile y en el extranjero, poemas o fragmentos de poemas sin gracia, sin imágenes que superen lo convencional, sin fuerza, sin manejo de lenguaje, sin musicalidad, sin experiencia humana perceptible. (Completamente de acuerdo. Roberto Onell y él mismo son un claro ejemplo en las páginas de El Mercurio).
Se me permitirá un ejemplo más bien ponderativo: el crítico N, o el poeta N en funciones de crítico, o el simple comentarista literario N, escribe sobre el autor X y cita unos cuantos versos suyos como ilustración singular de... de lo que sea: del partido que saca X al prosaísmo, de su profunda experiencia del paso del tiempo, de una imagen brotada del fondo de los sueños, de un humor digno de Parra... Y uno lee los versos en cuestión, y en ellos no encuentra nada de eso: nada sino un prosaísmo plano, o la afirmación (¡oh!) de que el tiempo pasa, o una imagen sin el menor aire onírico, o un chiste a medio camino. En suma, N toma dos o tres adjetivos raros de un poema como si fueran una novísima manera de adjetivar, o considera que es lúcida crítica de la vida una observación insulsa, o audaz sabiduría erótica una vulgaridad adolescente, o valora una imitación repetitiva de versos famosos como si fuera una memorable síntesis de Safo, Góngora y Baudelaire.
(Completamente de acuerdo. Es lo que él mismo ha dicho sobre obras como la de Oscar Hahn y Rafael Rubio en las páginas de El Mercurio).
Como es obvio, estoy exagerando para darme a entender mejor, pero lo cierto es que tales evaluaciones desorbitadas se leen a cada paso, y dejan la impresión -el espejismo, la ilusión- de que abunda la nueva poesía de calidad superior.
(No estaba exagerando. El impresionismo en nuestra época resulta impresionante pues carece de las herramientas para leer esta “nueva poesía de calidad superior” como señala irónicamente. Críticos como él y su séquito mercuriativo significan la pervivencia de la derecha cultural que ensalzará el neoliberalismo del lenguaje -concisión y belleza-, el fascismo de la palabra -violencia del olvido-, y el capitalismo de la vida misma –bien y verdad-. No pueden y no quieren ver lo que hay frente a sus ojos después de lo hecho a fines de los sesenta. Por ejemplo, el conservadurismo heredado en los noventa negó por completo la poesía hecha por mujeres en la década anterior. Me refiero a obras como las de Soledad Fariña, Carmen Berenguer, Verónica Zondek, Paz Molina, Eugenia Brito, Carla Grandi, Elvira Hernández, etc. Quizá yo mismo he pecado de negar a raja tabla todo lo hecho en los noventa siendo que hay algunas cosas muy valiosas. El brillo y la juventud de la poesía no la mide el tiempo sino las veces que ésta se renueva, se actualiza y se convierte en urgente en los nuevos decires de las nuevas sociedades).
Si no cito versos y juicios literales tomados de diarios y revistas, es sólo por no herir sensibilidades personales dignas del mayor respeto, tanto entre poetas como entre críticos.
(¿Alguien hace críticas, reseñas de libros, artículos sobre la nueva poesía en diarios y revistas? Sólo conozco el boliche personal de Leonardo Sanhueza en LUN, las candideces pfeifferianas de Onell en El Mercurio, una que otra cosa contingente y periodística en La Tercera y ya. Todo lo que se hace de manera independiente debe luchar no sólo contra el establishment cultural sino que también contra la abulia y el desprecio de los mismos que piden, exigen y juzgan desde dentro del campo literario).
Atribuyo los malentendidos de esta clase a la decadencia más o menos general de la poesía en las últimas décadas. ¿Acaso en Chile se escriben hoy poemas como los que sesenta años atrás escribían Neruda, Díaz Casanueva, Anguita, Arenas, Rojas, Parra, o muy pronto escribirían Arteche, Barquero, Lihn, Uribe, Teillier?
(La decadencia no es de la poesía sino que de la crítica que se ha hecho de la poesía, de la cual el mismo Valente es aún (per)genio y (des)figura. Una crítica impresionista, moralina, asustada, redituable e ignorante en todos los términos. Pero no sólo nos fijemos en el sacerdote Opus Dei, sino que en muchos de nuestros amigos progresistas, liberales o post marxistas que no han tenido en bien hablar ni divulgar nada de la nueva poesía. Y cuando digo nueva me refiero a los últimos casi quince años, es decir, desde el 2000, de la cual sabemos por uno que otro amante o detractor. No estoy señalando a esa molesta trampa de ‘divide y vencerás’ que fue la imposición del concepto de la ‘novísima’ a una escena múltiple, nómade, proliferante, dispersa y dispar que es la poesía de este nuevo siglo, donde decenas de autores, grupos, colectivos, estilos tuvieron y tienen espacio de sobra. Somos plenamente conscientes que los periódicos y los medios de comunicación en general están en manos de la extrema derecha, pero ¿qué hemos hecho? ¿cuántos intentos como la revista Rocinante le siguieron a ésta? ¿qué poetas mayores, o no tanto, se han dignado a hablar, en buena ley, de la nueva poesía chilena? Poquísimos. Y ciertamente hoy se escriben poemas tanto o más buenos como los de los autores que Valente cita, sólo no hay que caer en su trampa de hablar de ellos como si estuvieran vivos y tuvieran la misma edad de los que hoy escriben. En menos de sesenta años muchos de los jóvenes poetas serán igual de leídos, reconocidos, imitados, vilipendiados y superados por otros nuevos poetas jóvenes del futuro. El conservadurismo quiere hacer creer que todo sigue igual, que los libros son de piedra y sus autores, estatuas. No es así).
Hasta donde se me alcanza, una pregunta semejante puede hacerse incluso en los países que fueron las grandes potencias poéticas del siglo pasado, con la posible excepción de algunos enclaves de habla inglesa. Figuras crepusculares de relieve, como Hahn y el primer Zurita, no son frecuentes entre nosotros. La desolación se ha abatido sobre un gran ciclo poético que en Occidente venía del siglo XIX, que alcanzó cotas altísimas en el período del entre deux guerres, que pervivió -declinando- todavía unas tres décadas más, y luego... luego la sobrevivencia de algunos grandes longevos, la repetición de lo precedente en escala harto menor, y el eclipse actual.
(Sin duda, hasta donde alcanza la ignorancia de Valente es desolador. No conoce acaso la poesía peruana, mexicana, uruguaya, ecuatoriana, brasileña, argentina, salvadoreña, colombiana, etc. No conoce acaso figuras como las de Marosa di Giorgio, Enrique Verástegui, Roberto Piva, Leónidas Lamborghini, etc. No se da cuenta que confunde a Hahn con Zurita, pues lo que vale de Hahn es el primer Hahn, con suerte sus disquisiciones atómicas, y Zurita con su obra homónima ha venido a confirmar en Chile, pues en el extranjero todos lo saben, el lugar que tiene en la poesía latinoamericana. No se da cuenta el cura Valente que ha sido en las grandes tragedias de la humanidad donde ha nacido la más brillante e influyente poesía como el dadaísmo y el surrealismo en las guerras mundiales, o mucho más cerca de nosotros las escrituras que se hicieron en las dictaduras militares. La desolación ha venido de parte de las dictaduras civiles, esos poderes fácticos, como el mismo El Mercurio y los diarios de Copesa que le niegan espacio a la poesía, de los que manejan el mercado transnacional de las editoriales y el papel, de la derecha literaria conservadora y del fundamentalismo puritano de la lírica).
Era muy difícil que esa declinación no tuviera un efecto visible sobre la crítica literaria. Me refiero a la de poesía, pues la de narrativa conserva mayor solvencia. Los críticos de poesía, que nunca fueron muchos, y hoy son menos aún, no siempre parecen haberse dado cuenta del deterioro del género, y por eso algunos siguen hallando gracia, lenguaje, humanidad, lucidez, sabiduría e imaginación donde apenas la hay. Entre los dos extremos de esos comentaristas académicos que no ven más allá de sus propias categorías teóricas, y esos gacetilleros que lo encuentran todo excelente, por no mencionar a aquéllos tan graciosos que escriben metáforas poéticas comentando poemas, va quedando poca voz fiable en esta materia, poco gusto personal de veras cultivado, poco oído para esa entidad fonética misteriosa que llamamos verso, poca conciencia formada en el conocimiento de la poesía de otras épocas y latitudes, y por tanto capaz de puntos de referencia más universales.
(Completamente de acuerdo. Los críticos de poesía son escasos y en términos sencillos se trata de ‘buena onda’ que alguien escriba un texto sobre un libro y sin que ésta sea una presentación de dicho libro. En general, se hace pésimo tanto del fraude de los estudios culturales como del lado de los amigos que hablan de los amigos que publican en las editoriales de los amigos. Mi pregunta es por qué Chile es casi el único país donde las revistas literarias, la prensa cultural progresista, los suplementos culturales de verdad no tienen absolutamente ninguna cabida. Si no fuera por letras.s5 nadie sabría nada de nada, ni nadie sabría de nosotros).
Viene al caso la pregunta de Hölderlin: "¿Y para qué ser poeta en tiempos de penuria?" Por penuria entendía él la extinción -no definitiva- del brillo de la divinidad en la historia del mundo. ¿Pesimismo? Es tan fácil engañarse y creer que estamos en un siglo de oro, o al menos de plata. No, no lo estamos en absoluto. Pero ¿quién sabe? ¿Quién sabe a la vuelta de qué recodo de la historia, pasando por quién sabe qué purificaciones colectivas, empiezan a enhebrarse de nuevo los hilos de la palabra poética?
(Los tiempos de penuria son los del capitalismo, la ortodoxia de los monoteísmos y el fascismo, por eso es que cierta poesía se ha alzado contra estos dogmas y justamente es contra la cual Valente apunta sus dardos de manera subrepticia. La poesía más brillante de los últimos cuarenta años es la que se ha hecho en Chile en tiempos de penuria. Hablo de Stella Díaz Varín, Gonzalo Millán, Raúl Zurita, Carlos Cociña, Carmen Berenguer, José Ángel Cuevas, Bruno Vidal, Nicolás Miquea, Alexis Figueroa, Antonio Silva, Elizabeth Neira, Jaime Pinos, Christian Formoso, Rodrigo Gómez, Arnaldo Donoso, Daniel Rojas Pachas, Roxana Miranda, Víctor Munita, Pablo Paredes, Diego Ramírez, Gladys González, Andrés González Berríos, Matías Tolchinsky, Francisco Ide, Juan Carreño, Roberto Ibáñez, Sebastián Duarte, Victoria Espinoza, Samuel Espíndola, Yerko Medina y un largo etcétera. Hemos vivido la penuria militar de la Dictadura, la penuria neoliberal de la Postdictadura y ahora padecemos la penuria de la Hiperdictadura. A mis 33 años he vivido aproximadamente una década en cada una de ellas. Sé de lo que hablo. La única purificación colectiva es que salgan del camino críticos tan nefastos como usted para que la nueva poesía pueda brillar, encantar, renacer con dignidad en un país de poetas y no deban seguir estando en las catacumbas de las estadísticas culturales o buscando un presente digno fuera de Chile). Corte de escena.
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Lorenzo Peirano agrega:
Ignacio Valente ha venido a poner orden. Sin embargo, ha olvidado a poetas de su gusto, autores que en sus críticas dijo apreciar; consumación, se deduce, de poesía verdadera. ¿Por qué esta omisión?
(Es una buena pregunta, pues Valente desde El Mercurio ha ensalzado empalagosa y hasta ridículamente a poetas como al mismo Rafael Rubio antes citado, Manuel Silva Acevedo u otros cercanos a su credo religioso, político o estilístico. Ahora hace tabula rasa y se queda con lo primero de Zurita, es decir sus obras escritas a fines de los setenta y comienzos de los ochenta, de los cuales estamos a más de treinta años. Es en esa fecha en que Valente se pierde en la emergencia de las nuevas poéticas. Pérdida que significa un silenciamiento total o parcial de ciertos autores. A Juan Luis Martínez o Maquieira los puede enunciar pero no ensalzar y en efecto no está obligado a hacerlo tampoco. Ante esto mismo, uno se pregunta la reacción torpe del mundillo literario cuando Valente situó a Zurita como un continuador de Neruda y el nuevo gran referente. Las críticas le cayeron al poeta y no al sacerdote. Eso en mi pueblo se llama envidia). Corte de escena.
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Jaime Retamales agrega:
Una conciencia planetaria coincide, en medio del caos dominante, en que la aparente estabilidad de nuestras sociedades es nada más un forzado juicio movido por la inercia y sordera de un poder enfermo focalizado en todas las esferas: institucionales, privadas e individuales.
(Exactamente. Pareciera que Valente y cierto sector de la poesía quisieran privatizar el aura del lenguaje, cuidar las bellas formas de la tradición de cientos de años, hacer perdurar el lirismo en el cual el yo del poeta expresa sus hemorroides emocionales. La poesía es un bien colectivo. Se releva y se rebela en sus fracturas y sismos cada vez más intensos y pertinentes. Valente, los medios de comunicación y ciertas instituciones literarias representan lo fatuo de la cultura, su rigidez y su paquidermismo estético. La poesía es una tensión entre lo creativo y lo artístico, el modo en que la conciencia se inscribe en una serie de códigos genealógicos y que devienen una obra. No hay poema individual, no hay poema que no dialogue con su afuera, con su intemperie por más que estos neoconservadores quieran hacernos creer que el poema sólo dialoga consigo mismo, que dialoga con la tradición, que dialoga con la lengua. La mano que escribe tiembla, suda y se arrepiente. Borronea y regresa. Se excita. La mano es un arma). Corte de escena.
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Eduardo Llanos Melussa agrega:
Esta columna provoca en mí efectos paradójicos.
(Todo en esta persona provoca efectos paradójicos)
Por un lado, celebro que Ignacio Valente exprese claramente su convicción respecto al espejismo (de hecho, suscribiría su diagnóstico en un 95%).
(Ya se los dije recién)
Por otro lado, hace casi treinta años sostuve una dura polémica con Raúl Zurita a raíz de un escrito suyo, publicado bajo el ambicioso título de "Poesía y sociedad". Mi objeción principal era precisamente que él devaluaba allí con singular arrogancia nombres tan valiosos como Gonzalo Rojas, Enrique Lihn y Jorge Teillier, justamente los últimos grandes poetas que produjo Chile.
(Los poetas no necesitan defensores, ni siquiera críticos, necesitan estar vivos y ser renovados por esos nuevos lectores del presente y del futuro. Cada autor tiene el derecho, e incluso casi la obligación, de enseñar sus cartografías, los derroteros donde su poética encuentra puerto o se estrella. Evidentemente que para la neovanguardia, la poesía de Rojas, Lihn y Teillier corresponden a otra época y frente a ellas, hegemónicas en su mismo tiempo, hubo que soslayar un gesto de tensión. No porque hayan sido la tradición, pues la vanguardia también lo es, sino porque las nuevas condiciones del país y del mundo de la época estaban destinados a producir un corte con la poesía amorosa, la poesía urbana y la poesía nostálgica. Conceptos como el amor, la ciudad y la memoria fueron fracturados en su fundamento como para seguir siendo poetizados sin un coeficiente político desde la propia escritura).
Ignacio Valente apoyó no sólo los buenos momentos de Zurita (concentrados en sus dos primeros libros), sino que indirectamente alentó ese mesianismo neofundacional, que últimamente intensificó hasta extremos caricaturescos en el prólogo a la antología "Cantares".
(Ahora el cura Valente es el responsable ‘indirecto’ de la novísima. Sin duda, este poeta-sicólogo tiene una capacidad inconmensurable para la paranoia, el complejo obsesivo y el aturdimiento neuronal). Corte de escena.
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Roberto Onell agrega:
Los poetas mencionados -ninguno infalible- tienen al menos un denominador común que los distingue de las decenas de poetas de entonces, y que ayuda a discernir hoy: rigor artesanal, el oficio de arrimar palabras en niveles más que aceptables de ritmo y revelación, el apoyarse en una tradición donde reconocerse; disposición a aprender y trabajar, cuya continuidad verificamos en niveles varias veces sobresalientes hoy mismo.
(La idea de que la poesía conservadora tiene más rigor que la experimental o la llamada vanguardista es un cliché que los teóricos del mundo ya dieron por superado hace por lo menos tres o cuatro décadas. Y eso que uno no sabe muy bien a qué se refiere con ‘rigor artesanal’. Acaso en U, Altazor, Artefactos, Orfeo, Sinfonía del hombre fósil, Purgatorio, LaNueva Novela, Palabrarmás, Matria, entre otros, no hay rigor artesanal, es la pregunta que uno se hace. Luego señala ‘arrimar palabras en niveles más que aceptables de ritmo y revelación’. Si eso es para este crítico la poesía, pues bien tiene ganado su puesto en El Mercurio. Ese cristianismo que quiere hacer del poeta un carpintero que arrima palabras como maderos para su cruz y más aun en términos aceptables ¿para quién? ¿quién debe aceptar mis poemas? ¿Dios? ¿Valente? ¿Él?. Insiste luego, ‘apoyarse en una tradición para reconocerse’. ¿Eso hace poeta a un poeta? Como si no todas las palabras ya hubiesen sido usadas por cientos y cientos de escritores, abogados, vendedores, cocineros, profesores, niños. Esa es la única tradición del lenguaje que importa, la de las palabras vivas, resonantes y libres en las calles del universo. La tradición poética no es más que el modo en que lo hicieron personas antes que tú. Algunos lo hicieron bien, otros pésimo. Es como la relación con los padres. Nos obligan a quererlos sin juzgarlos. No. La tradición debe ser enjuiciada por cada niño del mundo. Sólo así se mantendrá fresca y viva por siempre. ‘Disposición a aprender y trabajar’ es el concepto de la producción capitalista de la poesía. El Opus Dei de la palabra. No hay poeta que no aprenda de una noche estrellada, del sexo, de sus viajes, de las flores de su jardín. Los poetas que aprenden sólo de la poesía son esclavos de ella. Escribas y funcionarios retóricos).
Es verdad que el versículo -también llamado verso libre- se cultiva en demasía desde hace al menos treinta años, haciéndonos difícil discernir su calidad por parecerse mucho a la conversación corriente.
(Cristianismo monástico y votos de silencio mode on)
De ahí el imperativo, para toda crítica de poesía, de asumir el ejercicio lector de modo análogo: rigor, artesanía, oficio. Espíritu de trabajo lector y, sobre todo, de oyente adiestrado con los predecesores.
(La poesía como trabajo doloroso, alejado del éxtasis y el placer del texto. Estitiquez de los signos. Hordas adiestradas por el canon. Ya se dijo una vez: No a los distinguidos perros de la poesía).
Es legítimo conquistar más espacios críticos para diversos proyectos poéticos? Claro, pero de la mano conformarnos como lectores con parámetros que no conviene democratizar hasta el igualitarismo.
(Una cuña fascista en pleno 2012. Récord pinochetista)
Y es relevante discriminar porque hay mucho en juego: la recreación del mundo, la manifestación del sentido. Porque "poéticamente habita el hombre", anotó el citado Hölderlin, y sabemos que no cualquier suspiro o eructo, buena conciencia o travesura, transfiguran el mundo.
(El mundo y el sentido están en el mundo y en el sentido y no en un poema. El poema exterioriza, fractura, pregunta por esos mundos y esos sentidos, pero no lo es. Ese esencialismo heideggeriano, pues ya hace rato fue superado por la propia poesía.)
Si alguien quedó sordo en el intertanto, procuraremos curarlo; si no resulta, "el diálogo que somos" (otra vez Hölderlin) sigue en marcha indefectiblemente, aun al precio del silencio y la sordera.
(Ahora los críticos de El Mercurio también hacen milagros). Corte de escena.
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Rafael Rubio agrega:
Ante la incertidumbre de la ausencia de criterios objetivos para la valoración de la poesía, me aferro a la materialidad del lenguaje. La poesía es una producción material en la medida en que los objetos con los que trabaja – las palabras - son entidades materiales. Tienen peso, sonido, textura. Susceptibles de ser analizados fonológica y fonéticamente –en la forma de espectrogramas y oscilogramas- son objetos concretos. Esa materialidad del poema permite cierta objetividad en su apreciación. La afirmación de que es imposible cualquier tipo de objetividad en la “valoración” de un poema es, pues, también un prejuicio ideológico. Ojo que hablo de “cierta” objetividad, pues el lenguaje, a la vez que un producto material es también un producto ideológico. Tomando esas precauciones, me atrevo a afirmar que sí existen algunos criterios materiales que permitirían detectar cuando un poeta nos quiere hacer pasar gato por liebre o liebre por gato.
(Cuando habla de la materialidad del lenguaje está haciendo referencia a lo que la lingüística, la ciencia del lenguaje, puede asir. A la condición material que podemos escuchar de las palabras. Ese sería un ‘criterio objetivo para la valoración de la poesía’. No obstante, uno se pregunta acaso esos parámetros no servirán para los casos de laringitis, sordera, afasias, etc. Realmente pretende llegar a la poesía con ‘espectrogramas y oscilogramas’ y ser un juez para que no se confunda la evidencia con una trampa. O sea los sordos están privados de la poesía. Es vano que la lean. No tiene sentido. La prueba de ‘calidad’ estaría en las pruebas empíricas y científicas irrefutables de que tal o cual poema existe porque es oíble. Toda la poesía visual, el juego de las palabras como en Trilce, la escritura misma no tiene sentido sin estas maquinitas del laboratorio de lingüística aplicada).
Sinceramente, creo que los fonetistas y lingüistas, en tanto sus preocupaciones se centran en la materialidad del lenguaje, tienen más que decir sobre la poesía que los propios académicos y teóricos de la literatura.
(Refuerza su tesis cientificista, pues es la única a la que le interesa todavía en pleno siglo XXI contar sílabas, sinalefas, hiatos e interpretar con números las letras). Corte de escena.
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Andrés Urzúa de la Sotta agrega:
En este sentido, el eclipse de la poesía chilena es evidente: la figura del poeta que tanto le gusta a Valente, con ese tono épico y colosal del Neruda del Canto General, o del lírico entrañable del lar teilleriano, ya no existe. En un mundo donde la palabra está totalmente intervenida, erosionada y vaciada de sentido, esa poesía simplemente no puede existir.
(Tiene razón en cuanto a que esos esfuerzos monumentales son casi nulos en Chile. Sólo tres o cuatro poetas a lo largo de la historia se han atrevido a experimentos de más de cuatrocientas, seiscientas u ochocientas páginas. No obstante, en Latinoamérica donde la poesía es menos soberbia y mejor leída esos exabruptos son cada vez más comunes en completo desajuste con el capitalismo que obliga a ahorrar lenguaje y bajar la cabeza pues decir mucho es una falta de respeto y de rigor. En cuanto al lar, tengo la impresión de que Teillier nunca habló del sur, sino de su sur que divagaba entre el sur de países mediterráneos de Europa y paisajes oníricos más cercanos a un surrealismo campesino. Su nostalgia lárica no es muy distinta a la nostalgia un tanto patética de la poesía urbana que sigue retornando a bares de mala muerte, discotecas, calles abandonadas, barrios viejos, periferias capitalinas, etc. Esa nostalgia un tanto llorona aún existe. Las ruinas del mundo exigen otro tipo de lenguajes también en ruinas, que expresen no desde fuera sino desde el fundamento mismo del lenguaje su desaparición, su crisis y su transformación). Corte de escena.
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Leonardo Sanhueza agrega:
En cualquier lector retardatario y obtuso con respecto a la tradición es comprensible una actitud displicente frente a la poesía contemporánea por su mera extrañeza, tal como es comprensible que, pasada cierta edad, los peatones del Paseo Ahumada comiencen a abominar del presente y sus costumbres, pero en un crítico literario como Valente, que sabe muy bien que las obras literarias no son estáticas en el tiempo y que incluso los clásicos más marmóreos han sido y seguirán siendo susceptibles de las fluctuaciones de la fama o el olvido, tales diagnósticos apocalípticos parecen más bien un exabrupto irresponsable o una descalibrada lamentación acerca del fin de su propia existencia como lector.
(No creo que Valente sea tan consciente del paso del tiempo. O quizá esta Hiperdictadura le ha hecho creer que su égida también se ha restablecido junto a sus amigos de la dictadura civil que han vuelto en gloria y majestad a La Moneda, esta vez no asesinando a un Presidente, sino asesinando a un país. Acá el texto es cuidadoso. No pueden enojarse los amigos de Copesa. Sin embargo, acierta de pleno en constatar que Valente se despide de las pistas con este tipo de artículos un tanto lafourcadeanos que no hacen más que despertar a los feligreses de la capilla que no habían leído el evangelio del día y que mucho menos les interesaba). Corte de escena.
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Javier Campos agrega:
Valente se quedó pues en la época de la televisión en blanco y negro y en el teléfono con monedas.
(No, se quedó en el tiempo en que la dictadura militar se fractalizaba hasta en el campo cultural y su palabra autoritaria era sin duda importante. No se leía ni un libro sin que él lo aprobase desde su vitrina privilegiada en El Mercurio).
Yo, que ahora me interesa el tango, me encontré con una gran sorpresa. Descubrí que el famoso compositor Dimitri Shostakovick había compuesto un ballet llamado ¨la Edad de Oro¨ y dentro había un Tango.
(Gracias por el dato). Corte de escena.