Héctor Hernández Montecinos Publicado en Materia frágil. Poéticas para el siglo XXI en
América Latina y España
Erika Martínez (ed.). Iberoamericana. Vervuert. 2020
A Jessica Freudenthal, Miguel Pecho
y Francisco Vargas Huaiquimilla
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Acabo de terminar mi último libro de poesía: OIIII. Digo último en las líneas del tiempo de una mano y en la línea de tiempo de mi vida. El proyecto total se llama Arquitectura de la Mentalidad y comenzó en 1999. Voy rumbo a Bolivia, a La Paz. Miro las nubes como si fueran años. ¿Qué es terminar una obra? ¿Qué es terminar más que el infinitivo de un infinito? ¿Se puede dejar de escribir como quien deja de acostarse en una cama y cerrar los ojos? Sí, se puede. Una renuncia. Un proyecto de arte. No, de muerte. No, de resurrección.
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El festival al que voy lleva en su nombre las palabras Sudaka y Marika. Me leo. Me llama en su paradoja. Sudaka en Sudamérica y marika como el más y como el menos. Una identidad, pienso. Me escabullo de la trampa, del código de barrotes, del catálogo de igualdades: una fiesta de diferencias sin bailar. Escribir es ser otro, otres, otredades, todos, ninguno. Alguien lucha para que perdamos juntos. Hablo en el Centro Cultural de España contra todo centro, contra toda idea de cultura, contra lo idéntico de lo que no es. Desde ahí me reconozco sudaka y marika. La identidad, como el pueblo, no es sino que ocurre. Solo para pensar, solo para joder, solo en el mundo de las ciudadanías y los contratos.
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Todo lo último tiene que ver con lo primero. No hay otro modo de portar el sopor de la existencia. Estos días he escrito sobre la Atlántida. No como un mundo perdido sino como el continente recobrado. Desde Platón y para muchos no se trata de otra cosa que América. Bolivia en un momento de sus colores pudo ser su capital. Las descripciones geográficas coinciden. La lógica de ciertos mitos. El deseo europeo de que el mundo sea y no sea Europa. Hubo una lengua original, una lengua americana. La poesía de allá, nuestra poesía, es el espíritu de esa lengua: un fósil, una ruina, una luminosa desaparición constante.
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Hago un taller no para escribir sino para pensar la poesía. Separarla del lenguaje y del yo. Recordar su origen pre lingüístico y su regreso. El autor es parte de una red mayor, un punto de conexiones que se desconocen y que se leen solo siendo otro. Inventa quien lee, un género y una escenografía donde se puede ser un objeto de mentira. Un lujo de celulosa. Se va la luz y volvemos a ser materia oscura, información desconocida en el cosmos y el ADN. Escribir no con las palabras sino con el silencio, el ruido, las conjugaciones. La vanidad, la soberbia y el ego de lo absolutamente inútil en un momento de extrema complejidad. Las figuras retóricas son eróticas y los versos cositas en los bolsillos. Todo lo que se pueda aprender por la poesía si no es para la vida es un rotundo fracaso. Salud.
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Conozco cuerpos, siento el peligro. Me arriesgo a una muerte pequeña en largas noches de blanco insomnio. El deseo sobre alguien como si fuera un libro. Uno sin colores pero al revés. Uno escrito con una tinta que no es del mar. Todo rostro es una página que mira desde la muerte de los objetos. Las palabras y las cosas, bah. Las palabras son las cosas en esos amaneceres. Vasos de agua, camisas, cepillos de dientes, un reloj. Si escribí es porque deseaba que todo fuera la última vez.
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Mi primer libro, La Divina Revelación, abre con una cita de Arturo Borda. El genio boliviano autor de El Loco. La obra que da inicio a la poesía latinoamericana. Junto a Gamaliel Churata del Perú. Su Pez de oro. Ellos y más al sur Pablo de Rokha construyen el siglo XX a patadas. Aún no hay obras más extrañas, indóciles, múltiples que esas. Todo lo que escribimos sigue estando ahí. Cada uno de los libros sobre el Rig Veda es el Rig Veda. Cada uno de los libros sobre el Rig Veda es el Rig Veda. Cada uno de los libros sobre el Rig Veda es el Rig Veda.
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Tengo sueños. Muchos sueños. La altura y la bajeza de estas noches. Veo una iglesia en llamas. Hablo con personas que no conozco. Escribo un texto numerado que leeré en España sin saber lo que es. Me invitan a un valle sagrado. Me dicen que nos juntemos en San Miguel. Es una iglesia en forma de arco. La misma con la que soñé. Exactamente la misma. Una madrugada un tipo se me acerca y habla. Me dice la frase del sueño. La he olvidado pero eran exactamente esas mismas palabras. El valle sagrado se llama Palca y es el corazón de la Atlántida. Un caminante perdido se nos acerca y nos pregunta algo. Me reconoce de un futuro que me paraliza.
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La escritura no es diferente a los sueños. Un punto medio entre la vida y la muerte. Entre el mal y el bien. Entre los otros y el yo. Entre la medianoche y el amanecer. Entre la enfermedad y el veneno. Entre un cuerpo y todos los cuerpos. Entre los kilómetros y las nubes. Entre las botellas de vino y el sol. Entre el nombre de los dioses y su olvido eterno. Entre el aire de las vocales y el ruido de los signos ortográficos. Entre los accidentes y las líneas imaginarias. Entre los ojos que leen y la luz que se desprende de ellos. Entre los libros y los árboles. Entre los agujeros negros y los coleópteros. Entre tú y yo. Entre la sangre de mis manos y la sangre de mis venas.
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Debajo de la Lengua es el libro del medio. Una poesía con puro mundo interior y exterior: América. A diferencia del primero quise que no hubiese nada de afuera ni nada de mí. La ficción de lo que puede ser todo menos un poema. Intentar escribirlo hasta el límite en casi ochocientas páginas sin que sea nada. El último, el último tomo, el primero en nombrar, es un retorno al mundo interior y exterior pero de un mundo que no es este. Un mundo en el futuro del futuro donde la humanidad es un recuerdo, una duda, una lengua muerta. Ese mundo se llama 47L4N. Como se llamaban las primeras ciudades precolombinas. Como se llamará el continente recobrado.
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El poema y los sueños. El cerebro y el cosmos. Tiempos y lugares donde todo se conecta. Todo se escapa dentro de una huida hacia un comienzo. Una obra como una noche universal: neurogalaxias. Casas celestes donde llegar con las constelaciones en la mano. Casa, cuerpo, cosmos. Todo lo que se repite desaparecerá. Desaparecerá entre millones de repeticiones y millones de desapariciones. Una obra que no repita ninguna de sus palabras y que no sean distintas las unas de las otras. La poesía como habitar y habitarse. Un planeta como un baño con el espejo trizado. Digamos, una arquitectura de la mentalidad.
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Hay fecha de regreso y es otro país. Regreso a un mundo que viene de otro mundo. Mi avión partió hace dos días. Mi avión ya no es mi avión sino una ráfaga eléctrica. Mis amigos se despiden, se recordarán, ya se fueron. La soledad del primer hombre. Conformarse que la realidad será siempre más que todos los poemas. No hay libro que detenga las horas, los días, los siglos. Una noche más en una habitación que sabe como toda la humanidad. Comienzo a escribir con unas palabras que vi en un sueño. El sueño universal de La Paz.
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Epílogo. Granada, España. Anoche tuve otro sueño. Cuando lo encuentre les contaré.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com El sueño universal de La Paz.
Héctor Hernández Montecinos.
Publicado en Materia frágil. Poéticas para el siglo XXI en América Latina y España.
Erika Martínez (ed.). Iberoamericana. Vervuert. 2020.