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PASIÓN COLÉRICA
Presentación de Enciclopedia del amor en los tiempos del porno de Josefa Ruiz-Tagle & Luciana Egaña Rojas

Por Héctor Hernández Montecinos




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Sí, pasión colérica, fue uno de los nombres con que se conoció la enfermedad que provoca la bacteria homónima ya que así aparece registrada en algunos vademécum del siglo XVIII. Cólera, tan cargada de complicidades semánticas que vienen al caso esta noche. Rabia y virus. Veneno y antídoto en el nacimiento de la biopolítica. La primera entrada, orificio de contacto, que nos ofrece el libro está en este juego del título, es decir, contraponer cólera y porno, preguntarse por el origen de la epidemia, por la irradiación de la plaga. Qué es lo pornográfico hoy en que todo lo que nos rodea es obsceno y la conciencia es tabú. Qué es lo pornográfico hoy en que la industria XXX mueve más millones que todos los presupuestos de salud y educación de Latinoamérica juntos. Qué es lo pornográfico hoy cuando un joven prostituto accede gustoso al dinero de un ex torturador de la DINA. La política de la obscenidad como epidemia, la política de lo abyecto como plaga. La normalización del morbo, su diseño como fetiche de mercado: nuestra complicidad que es un sinónimo de no preguntarnos hasta qué punto lo bueno es bueno y lo que creemos malo es malo. Que vivimos en un país tremendamente moralista, enfermiza y obtusamente moralista no es ninguna novedad. Casi todo el siglo XX ha sido así, y ese ‘casi’ por paradójico que parezca hace referencia a la dictadura. El comienzo de los años 70 son una transición moral de la obsesión por la producción, leit motiv de la UP, al de una nueva ciudadanía basada en el consumo ya comenzando la siguiente década, es decir, no sólo es el cambio de una moral de la producción estatal, con sus mineros, pescadores y obreros como emblemas, a una del consumo neoliberal celebrada por la publicidad y el bienestar de la familia chilena, sino que justamente la gran modificación y verdadera revolución es la que pasa por las costumbres y hábitos en torno al deseo. Sabemos gracias a libros como Raro de Óscar Contardo o Bandera Hueca de Víctor Hugo Robles los aciagos momentos que vivieron las comunidades sexuales bajo el prospecto revolucionario, donde a la imagen del “hombre nuevo” no se le podían sumar los colitas ni menos las mujeres confinadas a la labor de madres de la patria, pero en la casa. Entre ese gris escenario sexual y el colorido arribo del mundo de la moda y los medios masivos es que la moral se permite una zona de experimentación que ciertamente indignó más a los compañeros que a los dueños del fundo, ya que el fundo era de ellos que volvían de Estados Unidos a prefigurar el éxito de la ‘vía chilena a la modernidad’. Desde ese momento hasta ahora el modelo no sólo ha hecho más que reforzarse e insisto en llamar este periodo que va desde el Golpe de Estado hasta ese último gobierno, es decir, desde Pinochet a Piñera, la ‘Revolución de Derecha’, lamentablemente la más exitosa, innovadora y visionaria quizá del mundo entero. Este es el triunfo, ya nada subterráneo, de la dictadura del neoliberalismo que venía de la mano con la mano militar. Los milicos volvieron a los cuarteles, pero los Chicago Boys se quedaron. Allí nace el real fascismo chilensis: hacer desear el miedo y tenerle miedo al deseo. No hablo de una moral de la cual puedan desentenderse tan fácilmente la derecha pero tampoco la izquierda, sino justamente esa multitud que puede esconderse entre nosotros esta noche o en la jauría inquisitiva de las redes sociales.

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El diccionario no es más perverso que Wikipedia aunque es más humilde en su soledad y tiene claro que sus entradas son menos que sus salidas, pero sobre todo entiende que su afán totalitario no es más que la metáfora del totalitarismo de la lengua. El sueño enciclopédico, tan caro al siglo XVIII, fue el de contrarrestar el feudalismo, la pesadilla medieval, la opresión de la ignorancia que olvidó para siempre la cima renacentista. Fue una inmolación cultural que hoy nos sirve de parodia no de una época sino de la civilización. Lo que nos propone Enciclopedia del amor en los tiempos del porno de Josefa Ruiz-Tagle & Luciana Egaña Rojas es una duda biocartesiana, un grado cero de los cuerpos que problematiza el elefante blanco de los estudios que confunden deseo y placer y que viven una crisis ante el Estado por su acceso a él en términos de revuelta. En estas múltiples entradas se nos plantean tres zonas de contacto: cuerpos, territorios y discursos entre la A de asco y la Z de zoofilia, y entre éstas cirugías, moteles, el arte, sadomaquismo, cuartos oscuros, la política, travestismo, swingers, el mercado. Se sobreponen, se confunden, se acoplan, se excitan en el eje del desmontaje del yo y sus tecnologías de identidad. Es un ella, un él, un algo. Se da, se recibe, se lame, se deja lamer. No hay identificación, no hay las marcas de esa trampa y se borronea la verdad de sí con la cual Foucault quiso hermeneutizar al sujeto, ya que justamente el modo de desarticular dicha trampa es convertir el cuerpo en carne, desterritorializarlo, que no haya marcas ni evidencias, que el sustrato matérico dance en su acción y pasión, en la ley del universo que es penetrar y ser penetrado como diría el poeta Antonio Silva. Entre la C de cibersexo, la G de gang bang, la I de incesto, la M de mamada o la V de voyeur hay un punto, es decir entre la parodia del amor y las paradojas porno, quizá sea el sexo en toda su simpleza como concepto, en su abrupta fatiga de materiales, en la fricción de dos cuerpos sustrayendo del ‘discurso amoroso’ la atracción y de la ‘tecnología del porno’ la repulsión, que no son más que los dos estados de las partículas, de los átomos, de la vida orgánica, que nosotros hemos decidido llamar deseo y miedo. En ese estado cero, entre el “me gusta pero me asusta”, es que la propia carne se convierte en la materia de ese punto medio, en el aleph del libro, en la fuerza volitiva de su suspensión. Cito:

En un mundo anestesiado por los medios de comunicación, en donde la naturaleza es humillada por una cultura de masas embrutecidas, el único material capaz de conmover, de hacer una diferencia, de llamar la atención sobre lo que se ha perdido o lo que podría ser, el único material verdaderamente noble, es la carne humana.

Este hecho es interesante pues justamente contraviene el fundamento de los estudios de género, feminismos y disidencias sexuales varias. Me lo he preguntado antes, no es quizá la identidad tan sólo el contrato social de transacción de la democracia liberal en torno al deseo, no es acaso un catálogo escrupulosamente calculado por el mercado y la anomia de los agenciamientos políticos ¿Podría no ser sin embargo más que la autoimposición de una jaula de oro para fundar ciudadanía y de paso revalidar al Estado y sus dispositivos de institucionalización como la academia o la genealogía del imprevisto crítico? Dicho en otros términos, qué pasaría si nos damos cuenta que la lucha por las identidades sexuales tal vez no ha sido más que la visibilización autopanóptica de los cuerpos insurrectos y que su comercio con la academia especialmente no es más que una forma de regulación, control e inspección horizontalmente sobre dichas comunidades, incluso ellas mismas en la personalización de sus luchas en las redes sociales confirmando su confesión, pero no hay lucha, sino visibilidad de una lucha imaginaria, fotografías de una batalla, instantáneas de la desaparición de la revuelta. La paranoia identitaria se lee a grados tan complejos pero visibles como un sujeto sin documentos de identidad se convierte automáticamente en alguien punible ante la ley. Las reales disidencias sexuales, el real pornoterrorismo creo yo juegan en la desestabilización de las identidades, en problematizarlas a nivel molceular, en llevarlas a una opacidad que el Estado y la ley no puedan leer. No las hacen visibles sino por el contrario ante la vigilancia material y simbólica devienen materia caosmótica, flujos y pliegues que burlan la cuadrícula y el patrón. Digamos algo como hace Tiqqun en términos de biopolítica, pero aplicado a los estudios de género. El queer fue un intento que dio unos primeros y tímidos pasos, pero la academia lo fagocitó de manera cautelar e ingenua. La Enciclopedia del amor en los tiempos del porno nos recuerda en sus abruptos y exquisitos retablos que el capitalismo es experto en conocer y reconocer las relaciones de producto/valor. Eso es un hecho, no obstante su encrucijada está justamente en defraudar dicha simbiosis. El capitalismo crea necesidades y en su constante crisis es que funda el círculo vicioso de su lugar. En este sentido la vida humana es un bien valioso que la biopolítica ha sabido enmarcar para su recuperación. La vida como discurso público, como cuerpos privados y acontecimientos íntimos. El modo de captarlos sabemos es dándoles un lugar en una máquina abstracta, institucionalizarlos en la comodidad de la diferencia. La moral es un producto de la identidad y responde a ella. La moral cristiana responde a la identidad cristiana, la moral burguesa responde a la identidad burguesa y así hasta la guerra civil en curso. Los quiebres que nos propone el libro en términos de los cuerpos, los territorios y los discursos vuelve a plegarse en los géneros que aquí se ponen en juego: es novela, es crítica, es teoría, es un ensayo, es un poema, es un guión, es una obra dramática, pero sobre todo responde al placer del propio texto, al goce y su emulsión de autorías disociadas. Estamos ante una obra única en su clase, portadora de nuevos entrecruzamientos, no denuncia sino que exhibe, no funa sino que goza en su verdadera revuelta, en su furor crítico, o como decíamos al comienzo, en su pasión colérica.

Bar The Clinic, 27 de junio, 2014.




 



 

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