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EN UN NO LUGAR DE LA MANCHA
Prólogo de El mundo era un hermoso espejismo (RIL, 2022) de Dionisio Cañas


Por Héctor Hernández Montecinos



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Hablar poéticamente del mundo es casi callarse
MAURICE MERLEAU-PONTY


Poesía y vida terminan siendo lo mismo cuando pensamos en el viaje. Más allá de las vanguardias o las hermenéuticas del sujeto. Se parte de un lugar y se llega a otro que es ese mismo ampliado. Podría agregarse además la noción de universo porque en definitiva viajar no es irse ni tampoco llegar sino estar donde todo se está moviendo, en constante expansión, en constante entropía.

De algún modo, se vuelve a la idea del habitar. El/la poeta habita el lenguaje, entra en él como un extranjero, sin mapa ni instrumentos de medición más que su irrefrenable pasión y, a su vez, el lenguaje le habita también, le posee, agudiza su visión, le da nuevas fuerzas a la voluntad, pero sobre todo lo conduce hacia sus bordes, sus límites, a la experiencia sin palabras.

No obstante, creo, no se trata solo de espacios, territorios, intrusiones o bienvenidas, sino que además hay una disposición del espíritu, un recogimiento, que nos recuerda que la poesía, la vida y el universo son infinitamente más grandes que el/la poeta, los cuerpos, la realidad. Así, ese estado en que todo lo que hacemos tiene un sentido colectivo, mayor, para otros que no son otra cosa que nosotros allí de múltiples maneras.

Pienso en estas reflexiones, justamente, hoy que el telescopio espacial James Webb ha exhibido al mundo la primera imagen del espacio profundo y volvemos a recordar que lo que creemos tierra firme no lo es, que lo monumental y eterno tampoco lo es como tampoco lo son el vacío y la verdad.

Este libro trata sobre la poesía, la vida y el universo, pero no como abstracción sino como una existencia concreta y determinada, con una biografía que comienza en Tomelloso y luego de una gran vuelta por el mundo regresa ahí siendo un otro que es por fin él mismo. Es a la vez un niño herido que odia y ama a su padre de la misma forma que odia y ama a Dios, un joven que trabaja de obrero en Francia hasta tomarse una fábrica en mayo del 68 y que se enamora de un profesor universitario con el que se va a Estados Unidos, un hombre que desacopla su yo existencial, yo poético y yo crítico para que cada uno decida ser blasfemo o piadoso, fetichista o ángel, paródico o ensimismado.

Esta obra no es una antología, tampoco una muestra más, sino un libro unitario de principio a fin con un relato que recorre la escritura de un autor tanto en verso como en prosa, en poemas, ensayos y acciones de arte, reflexiones y diálogos, a lo largo de cincuenta años de producción. Se trata de poner en escena una poética, una poética crítica, como he llamado a este tipo de proyectos que cruzan géneros y corpus, archivos y obras, pero sobre todo sus propias fronteras que, en este caso, son el arte y la política, el deseo y la mística, la ética y la tecnología.

Dionisio Cañas, pionero en todo lo que ha hecho, es hasta ahora uno de los secretos mejor guardados de la poesía española. No obstante, su obra se traduce, estudia y publica en México, Estados Unidos, Francia, Egipto y ahora Chile al que, por lo demás, lo une su amistad con poetas como Nicanor Parra, Gonzalo Rojas y Humberto Díaz-Casanueva a quienes conoció en sus años en Nueva York.

Para adentrarnos en El mundo era un hermoso espejismo, y como bien señala el autor, Nueva York ha sido vista como un infierno moderno en el seno del capitalismo, pero también como una utopía de las libertades y la cultura en general. Amada y odiada por partes iguales, la ciudad se convierte en la última gran síntesis de la propia civilización desde su relevo a lo que fueron en su momento Londres y París hasta la caída de las Torres Gemelas el año 2001. Sueño y pesadilla, hegemonía y barbarie, se confunden en una sola noche que es también la noche que el poeta ve en Europa.

Efectivamente, desde dicha catástrofe hasta la que ha significado la pandemia del Covid-19 podemos pensar en un solo momento histórico que se explica bajo las mismas lógicas de exclusión, control y violencia, pero más allá, se trata de la nostálgica caída de Occidente que venimos siendo desde las cenizas griegas del Imperio Romano.

Sea como sea, la sensación de vivir entre ruinas es lo que marca este siglo XXI y muchas de las obras en literatura y arte dan testimonio de ese carácter ya no tan solo fragmentario sino que también de fin. Hemos sido testigos del apocalipsis por televisión y redes sociales al mismo tiempo que todo lo que creíamos era real no lo era desde la paz a la democracia, desde la justicia hasta la propia libertad.

Dionisio Cañas ha podido leer esta coloratura de época desde antes que comenzara y en libros como El fin de las razas felices (1987) se reitera no solo la idea de este «apocalypse now» sino de un «apocalipsis siempre» que es la metáfora de cuando una civilización termina y otras pujan fratricidas por nacer. En medio de ese limbo, esa transición, ese purgatorio, que es siempre el presente, el poeta señala que, efectivamente, desde aquel libro ha «practicado el reciclaje poético (he usado materiales ajenos que inserto en mis obras) en dos niveles: en el de la creación de mis poemas y en el de las acciones poéticas» (p. 82).

Quizá lo propiamente contemporáneo sea esta conciencia de trabajar con despojos, escombros, basura, tanto discursivas como materiales que es finalmente lo que define también el trabajo del colectivo Estrujenbank y gran parte de proyectos individuales de Cañas como «El Gran Poema de Nadie» o «Economía. Fragmentos de un poema realmente surrealista». De ser así, el gesto va más allá, pues una de las singularidades de esta poética es dar cuenta de la propia noción de artista y del campo cultural también como una ruina ante lo que no cabe más que ser un paseante, un voyeur, de dicha obscenidad que, ciertamente, es de igual modo la academia y su mercado.

Invertir los papeles es lo que se desea, que el artista sea el espectador de su propio desmontaje, del fin de sí mismo, hacer de su propia renuncia quizá la única obra de arte posible. En este sentido, son las figuras invisibles, paralelas, nómades las que se invocan en el vacío que deja esta inmolación, es decir, vagabundos, mendigos, borrachos, delincuentes. Dicho de otro modo, «hombres de ningún lugar» que es la imagen con la que se identifica Dionisio a partir de una canción de Los Beatles en uno de los ensayos del libro.

Hombres que cruzan las ciudades, los pueblos, los poemas, los libros, el cuerpo: la propia vida del poeta. Obreros y campesinos entre los que se reconoce uno más en las tensiones entre Estado y pueblo, entre macroeconomía y hambre, entre publicidad y pobreza que no es otra cosa que el hundimiento del imperialismo y el marxismo, la derecha y la izquierda, la heterosexualidad normativa y la «gay life».

La única ética posible, en este sentido, es esta renuncia a la ficción, pero no a la imaginación; al intelectualismo, pero no a la fascinación que despiertan las nuevas ideas, los nuevos sueños, las nuevas sensibilidades que son siempre la más alta expresión de lo otro.

Estas intuiciones, Dionisio las llama «críticas» y con ellas elabora un método que alejado de cualquier dogmatismo lo que permite es brindarles una misión a las obsesiones, al azar, a las vivencias como «una forma de conocimiento de sí mismo en el mundo» (p. 44). De este modo, traza una perspectiva no tan solo para leerse sino para que leer la propia literatura que es lo que ha hecho, sobre todo, con la poesía española contemporánea desde autores como Juan Ramón Jiménez y García Lorca pasando por José Hierro, Francisco Brines, Claudio Rodríguez, José Ángel Valente o Jaime Gil de Biedma hasta autores latinoamericanos con los cuales sobre todo convivió en sus años en Nueva York. Una fenomenología materialista, pues sí. Una crítica que crea contextos no solo de recepción sino que de partida, de rumbo, de viaje.

Artistas y escritores que zarpan sin saber muy bien a qué y que terminan con libros póstumos que nunca pudieron ver, enfermos terminales en hospitales o asesinados en las noches del mundo. Ese es el vértigo que los une a la humanidad, al anonimato, al dolor, a la tristeza. La zona muda donde llegan las almas en pena que es todo bar, toda sala de espera, todo chat virtual.

Una de las acciones de Estrujenbank fue poner en jaque las intenciones políticas de la alfabetización, sospechar de la totalización de la experiencia de leer y escribir, pero sobre todo imaginar la paradoja de una realidad sin escritura donde todo sea acción, cuerpo, acontecimiento como lo es en la mística y la ascética. Un silencio lleno de sentidos y no de significantes, palabras que se borren en el desierto o en la arena del mar, libros suicidas que lo único que quieran es irse a blanco.

Este es uno de los pliegues de la poética de Dionisio Cañas que encontró su eco en la lengua y cultura árabe como demuestra su libro Un viaje hacia el País Invisible. Sufismo, erotismo y la búsqueda del Yo (2018), pero que, sin embargo, halla su máxima concreción en las acciones que ha hecho con los refugiados, principalmente musulmanes, que intentan entrar a Europa.

En un no lugar de La Mancha un hombre envía mensajes en las botellas al mar que son los monitores de computadores y teléfonos a través de videopoemas preguntándose si estos sienten el mismo amor, el mismo odio, la misma rabia. ¿Qué tipo de virus se contagiarán los sistemas operativos que se desean, que se susurran en ceros y unos, que se excitan con la dominación y la sumisión del mercado?

La respuesta está en Walt Whitman y Allen Ginsberg, pero también en Ovidio y Safo. En María Zambrano y José Lezama Lima, como en Billy Tipton y Ricardo Blanco, pero además en José Olivio Jiménez y Patricia Gadea, asimismo como lo están en Dionisio González Soria e Isabel Cañas Rivas.

Dionisio convoca a sus muertos y a nosotros vivos a que nos volvamos a reunir, pero en un lugar que no es este sino otro, en un tiempo que no es este sino otro, con un cuerpo que no es este sino otro, pero que es siempre aquí y ahora, porque finalmente el mundo, el mundo era un hermoso espejismo.

 

 

 

 

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