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LA ÚLTIMA ENTREVISTA
Adelanto de Buenas noches luciérnagas (Ærea, 2017, 428 páginas) de Héctor Hernández Montecinos
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Buenas noches luciérnagas es mi primer libro en prosa, digamos, no ficción, aunque también puede leerse como una novela o un largo ensayo sobre la poesía chilena. Un joven de 19 años accede a un mundo lleno de sucesos luminosos y potentes como un taller de poesía en Balmaceda 1215 donde encuentra una familia a fines de los noventa, una cómplice como Paula Ilabaca con la que comienza su vida como escritor y hacen recitales poéticos, performances, videos, etc. El valor de una amistad entrañable con poetas como Pablo Paredes, la propia Paula, Sergio Parra, Carmen Berenguer, Raúl Zurita, pero a la vez, el duelo por otros que ya partieron como Antonio Silva, Stella Díaz Varín o Pedro Lemebel. Sin embargo, es también una radiografía de la guerrilla literaria vista desde dentro, de las veleidades del campo literario, las delaciones y el odio, tanto así que luego de escribir un largo poema contra todo aquello, ese joven de 19, ya un hombre de 28 años, decide irse a México frustrado y deprimido, pero también enamorado. Ese es más menos el marco argumental del libro. Formalmente consta de diarios de vida, artículos de prensa, notas de viaje, fotografías, recuerdos, prólogos, cartas, apuntes, emails, chat, sueños, etc. De algún modo no dista mucho de lo que he hecho en poesía, ya que se trata de extremar la escritura, el formato, los soportes, el género, pero en este caso uno se convierte en lector de sí mismo desde otro ángulo, y no tan solo de sí mismo sino de las comunidades, las redes, los afectos que se ponen en juego cuando alguien decide ser un escritor en un campo cultural determinado como lo es el chileno.
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Creo que hay espacios y sí se lee, aunque nunca el mercado dará cabida a la enorme variedad de escrituras poéticas que existen actualmente. Y cuando digo mercado hablo de sellos grandes que no son tan grandes e independientes ante las cuales uno se pregunta independientes con respecto a qué, al Estado, al capitalismo, al canon, etc. En el libro hablo de eso también, desde mi experiencia como editor de un sello que tuve que prohibía la venta de sus libros en librerías, no contaba con ISBN ni registro de propiedad intelectual, es decir, la relación del libro como fetiche en el seno de la producción bajo demanda, el editor como nuevo gerente y el campo cultural que reproduce la contingencia del país en el sentido de concentración de poder, manipulación de los medios, cohecho, tráfico de influencias, entre otras. El lector, que me interesa mucho como figura, es la gran víctima en todo esto. Es quien paga el triple por libros que no lo valen, quien no tiene donde leer críticas no sesgadas ni antojadizas, quien debe convertirse en un conspirador para llegar a obras invisibilizadas o ignoradas por estos círculos. A pesar de todo esto yo creo que se lee bastante en Chile, en especial mucha poesía. No todo es venta sino que también se lee desde las bibliotecas públicas, el internet, el pdf, la fotocopia que me parecen modos horizontales importantísimos y sugerentes.
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Yo creo que actualmente hay muchos poetas, unos interesantes y otros no tanto, pero que lo parecen. Del supuesto retorno a la democracia su visibilidad ha crecido, no así su variedad ni menos su radicalidad. Hay autores importantes que ya bordean los cincuenta años y que son reconocidos en el medio como Yanko González, Malú Urriola o Germán Carrasco, y algunos de la misma edad, pero que quedaron en un lugar más bien excéntrico como Morales Monterríos, Christian Formoso o el propio Antonio Silva, fallecido el 2012. También poetas jovencísimos brillantes y arriesgados que están ampliando los mapas de lo que hemos pensado como poesía chilena actual y que reuní en Halo: 19 poetas nacidos en los 90 (2014). En artículos y entrevistas, ya de cierto tiempo atrás, hice una crítica un poco extrema a lo que fueron los poetas que comenzaron a publicar en los noventa, pero también a lo que ha aparecido en lo que llevamos de siglo XXI y creo que gestos como esos son aliciente para que se generen discusiones, e incluso conflictos, que desembocan en más y mejores lecturas de dichas obras o que se conozcan en un mayor radio dichos autores. Hoy, en un mundo de redes sociales, los escritores son unos “amigos” más en tu perfil. Los lees, ves sus fotos, opinas en sus peleas, te burlas también, los ignoras y esto es un síntoma de una cierta ampliación del campo cultural que ha significado internet y que a mí me parece muy interesante. El gran paso es que el sujeto cultural ya no es solo el autor sino también el lector. De allí su relevancia, que muchas veces, llega a inutilizar cierta necesidad de la crítica como tal, tanto la académica como la de prensa. Un buen lector construye una obra, inventa nuevos géneros, rompe toda expectativa de lectura.
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He sido muy afortunado desde los 19 hasta hoy que tengo 37 años. Mis libros son difíciles de leer, no tan solo por la escritura a veces muy enrevesada y ciertamente rara, sino también por el volumen de ellos, ya que fácilmente sobrepasan las 300, 500, 700 páginas. El hecho también de que la mayoría esté publicada fuera de Chile juega en contra, por eso agradezco tanto a Cuarto Propio (Debajo de la Lengua) y LOM ([guion], [coma] y próximamente [y punto]) porque para mí son mi casa acá. La escasa crítica que hay en Chile juega siempre en dos bandos, pero es parte de su negocio. Lo que me importa, como te señalaba recién, son las personas que te leen, ante ellos siento una enorme responsabilidad. Uno debe dar lo mejor de sí en la escritura, aunque a veces sea contradictoria esa honestidad. En mis libros me importa que ese proceso se note, el borde de la costura textual, poner un borrador o variantes es parte de eso: trabajar con la conciencia de mis propios materiales. De algún modo es lo mismo de este libro nuevo. Pensar en voz alta sobre lo que es la escritura, su contexto, sus desafíos, sus límites, las autorías, el canon, etc. Otro punto importante es que uno al no ser parte de las transnacionales está libre del lector corporativo, que es una especialización comercial del lector burgués, es decir, ese que no busca autores sino lo nuevo de Alfaguara, Random House, Anagrama, Planeta, etc. No le interesa la escritura sino la autoridad, seguridad y marca registrada que el sello ofrece como mercancía. Muchos autores nacionales tienen cobertura y repercusión gracias a este lector corporativo, incluso muchas veces opina sin haber leído las obras en cuestión, o se suma al veredicto de redes sociales o el suplemento cultural. Es un síntoma del mercado editorial, de la presión que ejercen los medios y del marketing.
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Este libro fue una experiencia distinta porque más que el cómo se escribe fue el qué elegir. Como te digo, son varios los materiales que hay en él, de distintos años, una gran mayoría de la década pasada. Entonces el trabajo es otro, componer con fragmentos, darles unidad, contextualizarlos horizontalmente, darle el sentido de obra, de relato de principio a fin, es decir, que cada texto deba ir ahí y a su lado los que están, no otros. Ese celo en la yuxtaposición sería un modo de “escribir” este libro, que cada unidad sea un signo en sí mismo, un signo sincrónico y diacrónico con respecto al total. A la vez, los primeros 93 ejemplares tendrán un bonus track que es algo que he llamado Un sobre interpretado, que no es otra cosa que un sobre con más materiales. Es una suerte de links de papel o hipervínculos concretos que hacen referencia a los mismos contenidos del libro, pero crean un relato distinto, oblicuo, perspicaz. Por cierto, hay también una ironía allí a la crítica literaria que es especialista en sobre interpretar las obras, saturarla de lecturas muchas veces ridículas y es por eso que estos documentos están expuestos, desnudos. Más que interpretar, creo yo, la vía es encontrar relaciones, conflictos, diálogos internos no dichos.
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En realidad, me siento un poco nervioso. Dos veces detuve lo que era el libro. Me arrepentí porque me preguntaba si era un aporte, si era necesario hablar de tantas personas, si era importante todo eso que estaba ahí. Al final volví a él y lo terminé y se lanza ahora en junio. Lo saca RIL con su nuevo sello Ærea. Como te decía, es un libro raro que puede leerse como una novela de formación de un poeta, pero a la vez como un “ensayo autobiográfico”. Actualmente, al menos en Chile, creo que están los lectores para una potencial escritura de este modo. En Argentina, por ejemplo, estos cruces ya tienen tiempo. Justamente a partir de un video de una conferencia de Piglia sobre Borges donde conversaba con dos autores jóvenes me quedé con el nombre de Mario Ortiz. Sus Cuadernos en Lengua y Literatura me parecen performances de escritura notables, o lo nuevo de María Moreno que menciono en el libro; obviamente lo de Piglia. A pesar de que mi libro lo sienta muy local creo que se puede inferir cierta afinidad, reconocer ciertos gestos que ya son propios de estas nuevas escrituras postautónomas o como se las quiera llamar. No es para nada autoficción y jamás quisiera que se leyera por ahí. La ambigüedad va por otro lado, uno mucho más interesante que ese.
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En términos concretos mis autores favoritos son los que señalo en el libro, me refiero a autores nacionales. He mencionado a algunos ya y son varios más. Hoy en la mañana, pensaba que este libro es más huidobreano y rokheano, que mistraliano y nerudiano, en el sentido de que puede leerse como como un extenso manifiesto o una incendiaria arenga. Más que autores como tal, lo que me interesa es la constante tensión entre la poesía y sus afueras, su exterioridad. Algunas veces es lo político, el campo cultural, la red de contención, el amor, la institucionalidad, la crítica, la tensión con la novela, con el ensayo. De allí que, por ejemplo, aparezcan Bolaño, Fuguet y Zambra como una unidad, como un significante. O haga referencia a autores tan lejanos, pero tan cercanos como Adolfo Couve o Mike Wilson. Recién mencionaba a Piglia, pero también pienso en Vila-Matas que lo he venido a descubrir tarde. Esta semana tuve una operación que se complicó un poco y en las horas muertas del antes y después llevé conmigo al hospital el Chat Baker piensa su arte donde leí sobre las escrituras Finnegans y me sentí desnudo. De hecho en la contraportada de La Divina Revelación (2011) que escribió Raúl Zurita lo menciona directamente y, es más, el único libro, no de él, que me ha regalado es el Finnegans Wake en la edición de Penguin en inglés de 1999. En el relato “Recuerdos inventados” Vila-Matas escribe sobre un viaje y su relación con las biografías de otros escritores como la suya. Allí marqué la siguiente cita que de algún modo cierra mi libro y me da una cierta tranquilidad ahora que ya está terminado: “Recuerdo haber siempre pensado que la propia vida no existe por sí misma, pues si no se narra, si no se cuenta, esa vida es apenas algo que transcurre, pero nada más. Para comprender a la vida, hay que contarla, aun cuando solo sea a uno mismo”.
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En lo más profundo de mi corazón mis libros de poesía son novelas, de hecho se dice ahí mismo en los poemas, una “novela bastarda”. Son libros con una trama, hay personajes, hay una progresión, un mapa delineado. El mote de poeta “experimental” me ha servido para que no me expulsen del gremio lírico, pero siempre pensé y sentí que estaba trabajando más bien con la escritura que con la literatura y sus géneros, su genealogía, su sumisión. Entiendo la pregunta y justamente sobre escribir una novela más formal, lo dudo. Me siento cómodo en esa zona intermedia, donde un poeta escribe ensayos novelados o un narrador escribe novelas en verso, incluso con la de un anómalo crítico que es también un autor y habla de lo que escribe. En términos generales, la diferencia principal entre el escritor y el crítico es que el primero esconde sus lecturas, las reescribe, las mimetiza con el paisaje del poema o el relato, en el libro. El crítico gusta citar, prefiere sentarse a la cabeza de la mesa literaria y administrar la palabra antes de él comer. Ambos procesan diversa información, pero es el escritor el que la pone en tensión de manera más radical, es decir, se atreve a moldear los materiales haciéndolos decir otra cosa, los fatiga, los extrema para su obra, no para sí como hace el crítico tradicional. Con respecto al comienzo de la pregunta, varios amigos poetas se pasaron a la novela, como dices. La misma Paula Ilabaca por ejemplo, o el caso más paradigmático que es Alejandro Zambra. Me gusta todo lo que es extraño, creo de hecho que para escribir hay que sentirse extraño con respecto a algo, ya sea tu cuerpo, tu sexualidad, tu clase social, tu medio cultural, tu propia obra. Desde esa extrañeza es que pensé y armé el libro.
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¿El futuro de la poesía chilena? El mismo que el de Chile: desaparecer. En nuestra nueva casa no tendrá ese nombre. Cuando estuve en España hace un par de años se discutía fervorosamente la educación religiosa en las escuelas. Se quería implantar el dogma del “origen divino del universo”. En el libro se habla mucho del Bing Bang, como el origen de la creación, esto es, del universo y del universo poético, en su constante expansión, en su indeterminado tiempo y espacio, en su inflacionaria autorregulación. La poesía como energía, el poema como materia y el poeta como ese hombre de la portada que desde su ‘satélite ebrio’ parece decirle a las estrellas: “Buenas noches, luciérnagas”.