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Héctor Hernández Montecinos: “La poesía no cambia el mundo, cambia la forma en que ves el mundo”

Por Edison Paucar.
Contramancha, Revista de Arte, abril de 2013
Fotografía de David Kattán H.

 

 


 

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“Ahora que tengo 33 sigo sintiendo la misma sensación de
cuando tenía 19 años, como si esto siguiera siendo un juego”

 

No es un sábado como cualquiera. Camino por las calles de un Quito desolado. Estamos en el medio del feriado y las calles bostezan porque las ruedas no derrapan. Timbro en dos ocasiones. ¿Quién?, pregunta una voz que empieza a tomar forma: es el joven poeta peruano Jorge Vargas. La puerta está con seguro. Al fondo aparece la figura de Héctor Hernández Montecinos, chileno que reside en México y está por unas semanas de visita en Ecuador. Abre el portón. Ambos están hospedándose en la casa del bardo Andrés (Tush) Villalba. Salimos a un balcón ubicado fuera de la habitación de Héctor. Desde donde diviso un libro enorme de Raúl Zurita, “Zurita” sobre el cual Héctor está escribiendo un artículo para la edición crítica de su obra en la colección Archivos. El celaje empieza a colorearse de brea y el viento de tanto en rato empieza a aumentar. Enciendo un cigarro y le digo a Héctor que será mejor empezar con la entrevista.

Sobre tus inicios en la escritura…

Desde niño nunca me gustó mucho la literatura, la veía como algo lejano, distante a mi clase social, a mi origen cultural. En mi casa no había libros, no había nada. Estábamos en dictadura y éramos pobres. Sin embargo, algo que me interesaba y era el asunto de leer, pero no poesía, la encontraba ridícula e inútil. Leía revistas. Allí estaba todo lo que yo quería. Luego las recortaba y hacía collages. Con respecto a la poesía tengo el siguiente recuerdo. Un día llegué a mi casa (tenía 6 ó 7 años) y mi madre me mostró unos cinco cuadernos llenos de poemas. Ella se reía al leerlos. Se burlaba sin mala intención creo. Al verla sentí que tenía que reírme yo también. Eran poemas escritos por mi padre. Él llegó y nos vio. Recuerdo su mirada. Al día siguiente había unas cenizas fuera de casa. Los había quemado todos. Ese fue mi primer contacto con la poesía. Pasó el tiempo. Entré a la universidad queriendo estudiar teatro porque en la secundaria escribí muchas obras de este género, pero me decidí por literatura con la intención de acercarme a la dramaturgia, pero no había nada de eso allí, a nadie le importaba, casi no existía. Yo tenía 19 años. En esa época conocí a mi amiga, la poeta Paula Ilabaca, que me dijo que fuéramos a un taller de poesía porque podría ponerse divertido. Me gustó la idea y la acompañé. Estamos en julio del 99. Ahí, quien dirigía el taller, Sergio Parra, me preguntó desde cuándo escribía poesía. “No, yo no escribo”, le contesté, “estoy aquí porque acompaño a Paula”. A lo cual respondió “Pues, si te quieres quedar en el taller tienes que escribir poesía, ¡si no te vas!”. Me sentí violentado y con un reto. Entonces ahí escribí poemas. Sergio al leerme me dijo que era esquizofrénico. Me cayó bien. Luego me empezó a pedir que llevara más y más poemas hasta que le cogí el ritmo en un momento determinado. En una clase, recuerdo, el llevó el poema Aullido de Allen Ginsberg y explicó que teníamos que leer un fragmento cada uno de nosotros. A mí me tocó empezar:

“He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles, negros al amanecer buscando una dosis furiosa, cabezas de ángel abrasadas por la antigua conexión celestial al dínamo estrellado de la maquinaria de la noche, quienes pobres y andrajosos y con ojos cavernosos y altos se levantaron fumando en la oscuridad sobrenatural de los departamentos con agua fría flotando a través de las alturas de las ciudades contemplando el jazz”.

Terminado de leerse el poema, todos los que estábamos en ese taller llorábamos. Eso me causó mucha conmoción y pensé: Si todo esto es la poesía, yo realmente quiero hacer poesía. Si esto es el camino, yo realmente quiero que sea mi camino. Ese día decidí que quería consagrar mi vida a la poesía.

Sobre el lenguaje en tu poética…

Siempre el lenguaje me pareció una materia prima muy amplia. Encontré a la poesía por casualidad y no quería ganar nada con ella. No tenía miedo a equivocarme ni mucho qué perder. En esa época, entre los 19 y los 21 años, yo también experimentaba nuevas cosas entonces me dije que no puedo ser experimental en la vida y no en la escritura, que de algún modo mi intuición me decía que eran lo mismo. Desde ahí me dediqué a indagar en las formas, en los paisajes escriturales, en los tonos, las voces, los estilos. Esto no es ninguna novedad, sino la inquietud y la necesidad de cuando las palabras no alcanzan a expresar el delirio, la esperanza, la tristeza, la melancolía, la furia, el deseo que son parte de una vida. Uno se desespera y empieza a distorsionar el lenguaje hasta sus límites más que por hacer literatura por las ganas de querer distorsionar la propia realidad. Con ello queda también la idea de llevar la vida al límite. Hay que probar hasta dónde se puede y siempre se puede más. Es por eso que los poemas en sí no me importan tanto, pues unos los puede corregir una y otra vez, en cambio la vida, no. La vida es ahora. Ya cuando tenía 27 años el delirio ya había bajado o transformado y empecé a probar con otro tipo de poesía. De allí nació Debajo de la Lengua. Yo con La Divina Revelación buscaba escritura-violencia, el lenguaje en conflicto contra el género literario, contra la idea de libro y obra porque si no violentas el lenguaje, este te hace cómplice. Ahora, está cercado por la publicidad, por el capitalismo, por el fascismo, por el lenguaje político, de allí la necesidad de que si no lo distorsionas te suma a un coro de relleno en el que todo cabe. Esa falsa libertad de lo democrático, de la ley.

¿Eres un nómada?

Nunca pensé en que iba a escribir un libro, ni mucho menos viajar. Las cosas se fueron dando. La primera salida que tuve fue a Argentina en 2004, luego Perú, Brasil, Uruguay, México, Centroamérica, etc. Creo que fue muy positivo porque conocí a muchos poetas que ahora, después de tanto tiempo, son mis amigos. Ya no somos sólo las siete u ocho personas personas con las que leímos el Aullido, sino que somos muchas más. Es la familia que uno quiso tener y que la poesía ha hecho realidad. No obstante, viajar mucho incluye un castigo personal, pues cuando estás en otras partes tienes que dejar a tu familia, a tus amigos y sabes que no puedes enamorarte porque te vas a ir. Peregrinar te hace generar una especie de ética gitana: aprovechar el momento, vivirlo todo, existir. Pero cuando encuentras una razón para dejar de viajar comienza una nueva vida. Otra cuestión que entendí es que cuando viajas aprendes a renunciar y ese gesto es político, pues renuncias al amor que te venden, a la amistad formateada, a un trabajo formal, al dinero. Tú viajas con tres pantalones, dos camisas, una playera y un par de libros, lo que te cabe en una maleta o en un bolso: eso es tu vida, tu mundo. El sentido de acumulación ya no es importante. Te sientes libre pero también sientes más desamparo porque a veces no sabes adónde ir. Vuelves a sentirte huérfano y eso en algunas ocasiones es muy doloroso.

¿Tú escritura es una apuesta hacia la reescritura de la tradición?

Toda escritura es parte de una tradición, por eso me interesa la tradición que aún no existe. No quiero que los lectores del futuro, la tradición del porvenir digamos, sienta vergüenza o decepción por lo que uno escribió, pues eso es lo que yo sentí por mucho de lo que había leído. Sentí vergüenza ajena, vi un pavor y eso no me gustó cuando, por ejemplo, leí a varios poetas que escribieron en la década del 90’ o mucho antes. Pude sentir su miedo a experimentar, a escribir, a imaginar una obra de cientos de páginas con todos los errores y aciertos que pudiese tener, tal como la vida misma. Yo siento que le tengo mucho miedo al miedo y más en este tema de la escritura. Entonces no quiero que esos lectores del futuro lean en mí ese miedo porque fue justamente contra lo que me rebelé. Es mi lucha personal desde los 19 años y sigue siéndolo hasta ahora. Hay escritores que hablan de luchas, de política, de rebelión, pero es por fuera y luego escriben un librito de setenta páginas con sus mejores poemas escritos en diez años. Yo leo eso como el miedo de la mano con la idea del éxito. Me interesan esos escritores que se equivocan en el poema, en el libro, porque ellos también se han equivocado en su vida.  La vida no es perfecta, la literatura menos.

Sobre la literatura…

Es un modo de leer, no de escribir y cada modo por esencia es distinto. La literatura es un espejismo, un fantasma de un cuerpo, de un corpus. Yo creo en la creatividad, pues es antagónica a la cultura, siempre jerárquica, de arriba hacia abajo, relacionada con instituciones, presupuestos, en sí, es la política disfrazada de arte. En cambio, la creatividad es siempre de abajo hacia arriba, es parte de todos los seres humanos, niños, ancianos, campesinos, indígenas, etc. Es su herramienta del día a día para sobrevivir. Una persona creativa con una cebolla, una papa y un huevo hace una comida para diez personas. Nos sirve para poder ver el mundo y enfrentarlo con soluciones, ideas, nuevos giros. La literatura no mira el mundo, lo lee. La creatividad en cambio sí lo ve, pues está ahí y lo interviene. De hecho, en cuanto a los escritores muy poquitos de ellos son creativos. Suena paradójico, pero de los artistas en general, no son muchos los que uno pueda llamar creativos. Mucha repetición, fórmula, modos y modas de escribir. Obras muy bien redactadas y escritas, pero carecen de corazón, de rabia, de delirio, de sufrimiento, de alegría, de violencia. Entonces, la literatura así se convierte en una convención, una hipocresía. Cuando uno escribe no está pensando en literatura, está pensando en otras cosas, en justamente lo contrario a ella.

¿Hay respuesta en el mundo real?

La obra literaria y la escritura en sí es un modo de transformación tanto de uno como sujeto como del entorno en el que estás. Eso es fantástico. La transformación es una forma de conciencia porque al ser escritor ves cosas que otros no ven, ves detalles que para el mundo pasan imperceptibles y todo se convierte, está en movimiento. Para uno son detalles maravillosos y empiezas a trabajar con los desechos de la realidad. Lo ordinario lo haces extraordinario y lo extraordinario, ordinario. Esto es quizá nuestro único mérito. El escritor es una especie de caracol que se come la basura y la convierte en espuma, en estrellas, constelaciones. La obra literaria no es más que eso, la transformación de lo que está cerca de ti como si se tratase de un agujero negro que luego estalla y devuelve todo en probabilidades infinitas. La poesía no cambia al mundo, cambia la forma en que ves el mundo. Eso ya es el 80% del proceso porque si la gente sigue viendo el mundo normal y natural está todo fallido pues nada es normal ni natural, nada está dado. Todo lo que nos rodea está construido tanto a nivel físico como simbólico por alguien. Un ser humano lo soñó, lo imaginó, lo pensó, lo proyectó o le resultó por accidente, pero allí está la realidad construida. Lo que cambia en concreto es la percepción de esa realidad. Después de leer un libro no vuelves a ver igual las cosas. Un libro que trata sobre los árboles te cambia el modo en que ves, piensas, recuerdas o imaginas un bosque.

Sobre el neobarroco…

El neobarroco fue una de las primeras respuestas desde el lenguaje al capitalismo que te dice: hay que ahorrar, hay que economizar, hay que producir poco para que valga mucho. El neobarroco es al revés, ocupa el lenguaje de manera generosa, se da vueltas, despilfarra, no economiza el léxico sino que se sirve de él en todas sus formas. Esto sí es una contraeconomía al uso del poema que hasta ahora sigue siendo tacaño, estreñido y avaro en general. Esa poesía de la concisión que dice ‘con poco di mucho' me parece egoísta y carente. Quieres concentrarlo todo para transformarlo en una joya. ¡A mí no me gustan las joyas! Me gusta la artesanía porque tú ocupas una piedrita, un palito, un hilito y vas creando sin la necesidad de economizar porque el universo está lleno de piedritas, palitos, hilitos. El barroco, el neobarroco, el neobarroso abrió esa lectura contraeconómica del uso del lenguaje y te lleva a otro lugar. Si no, pon atención a la publicidad que con tres palabras te dice un mensaje que repites todo el día. Transforma tu conciencia, quiere intervenir tu realidad, tus deseos y necesidades. La poesía es su única defensa. Actualmente, la energía del neobarroco ha mutado a otras formas que tienen que ver más que con la experimentación del lenguaje con la experimentación de otras fugas como las autorías, las ideas de obra, nuevos desajustes. Ya no es el lenguaje mismo el objeto principal de movimiento sino que se prueba otro tipo de formas en la escritura como por ejemplo reescrituras, interescrituras o transescrituras. Son nuevas tensiones con los cánones, las apropiaciones, las intervenciones. Tú no sólo experimentas con el lenguaje sino también con lo que está detrás, es decir, más allá de sus superficies y sus sonoridades, indagas en sus reveses, su imposibilidad. Pienso en el sentido de una obra y cómo anulo el libro como mercancía, cómo tensiono la circulación de estos materiales en un medio inhóspito como son los medios culturales o editoriales en el seno del capitalismo.

Sobre el futuro de la poesía…

La poesía en el futuro va a dar ese giro a la imaginación, es decir, va a regresar. Tal como leemos la mitología de ayer, así creo se leerá la poesía el día de mañana. Imaginar es previo a crear y crear es previo a escribir pero escribir es posterior a vivir.

¿Qué poesía es de tu agrado?

Conversábamos con mi amigo Ernesto Carrión en Guayaquil de que hay dos tipos de poetas: unos cuya materia prima es el lenguaje, la literatura y otros cuya materia prima es la vida misma. Los que me importan y los que me conmueven son los segundos. El lenguaje pasa, cambia. Los idiomas se acaban. Se mueren las lenguas, se transforman. Pero la vida sigue siendo una. Ésta. Tan así que los libros de medicina se actualizan, los libros de computación caducan cada seis meses, las constituciones cambian con el gobierno de turno, los libros de economía mutan al año y así todo lo que parece importante en este mundo de hoy: la economía, el estado, la democracia, la ley, la tecnología etc. No así la poesía. Esta tiene otro tiempo. Aún podemos leer a Homero, Lautreamont o Gamaliel Churata como contemporáneos ¡y ese es el gran triunfo de la poesía! No caducan ni acaban, si no que se siguen transformando como una bola de nieve. La poesía tiene otro destino: el porvenir y no el capitalismo.

Algún consejo para los aspirantes a poetas que leen esta entrevista…

Siempre ser honesto en el sentido más violento, ese que rompe las trampas morales, sociales, culturales. El miedo es la herramienta que tiene el fascismo, el capitalismo para controlar a las personas y capturar sus formas-de-vida. Vivimos en la civilización del miedo. Cultura del miedo. Sociedades del miedo: el miedo al qué dirán, el miedo al futuro, el miedo al pasado, el miedo a ser quien quiero ser, el miedo a hablar, el miedo a imaginar, al qué vas a hacer, etc. El modo de superar esto es escribiendo con honestidad, con una brutal honestidad que no quiere decir ser biográfico ni autorreferente sino que ser honesto con la vida misma, con sus aberraciones y maravillas, sus caídas y logros, su belleza sin importar la cultura, la literatura, el canon, ni nada de eso. Si la vida está hecha para equivocarse, es conmovedor equivocarse en lo que uno ama, en este caso en la escritura, en la poesía misma. Uno tiene que vivirlo todo, es decir, imaginar todo lo posible porque de ahí nace la escritura. Imaginar lo más posible y luego escribir. Imaginar sin claudicar.



 

 


 

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