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        UN LIBRO ES DESPERTAR
          Sobre «Su sombra como un mapa. Obra reunida de Kelver Ax»  (Quito: Mecánica giratoria, 2019)          
        
          Por Héctor Hernández Montecinos
            
            
            
        
          
            
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Sigo pensando en la  muerte y la poesía. No hallo una respuesta que sea un consuelo a no saber qué  quiero pensar. Qué secreto se esconde en este arte de pájaros agoreros y oráculos.  Las palabras encierran no sólo el misterio de la creación sino también de la  destrucción del mundo. Alcanzamos a imaginar lo que puede imaginar el lenguaje  mediante nosotros. Lo real es lo que hemos escuchado a través de siglos de  generación en generación, noche a noche, una humanidad del tiempo. Escribe  quien morirá y el autor es siempre fantasma, una aparición que no aparece, pero  que está ahí como un nombre, una foto, una fecha de nacimiento y a veces de  defunción. Todo libro, sea el que sea, es siempre un mausoleo. La vida que allí  está dejó de existir al momento de ser escrita. Hablamos con los muertos y  somos ellos desde este lado del papel. Sabemos que tanto un poema como un libro  como la vida tienen un final pero no estamos seguros de cuál es su fin. Unos  pocos poemas o decenas de libros no alcanzan a explicar nada de lo que está más  allá de esos cinco segundos últimos. Todo lo que sigue es literatura, la  historia de la literatura desde Gilgamesh y su viaje a la  resurrección. Los  autores aparecen como flores y desaparecen entre las estrellas. Se les recuerda  en cada horizonte que es el mar de las palabras que nos mantienen vivos. La  poesía y la muerte son siempre una pregunta que no sabemos a quién está  dirigida.
resurrección. Los  autores aparecen como flores y desaparecen entre las estrellas. Se les recuerda  en cada horizonte que es el mar de las palabras que nos mantienen vivos. La  poesía y la muerte son siempre una pregunta que no sabemos a quién está  dirigida.
        Me ha tocado ver nacer a  poetas en su adolescencia, acompañarlos en sus primeros destellos y leer  manuscritos que luego serán los libros que uno siempre quiso escribir. No  obstante, también me ha tocado despedirme de otros enfermos, decirles adiós  sabiendo que es el adiós, abrazarlos por última vez y llorar sin que ellos  lloren conmigo. El 2012 murió Antonio Silva y el 2015 pude por fin publicar su  obra reunida, El imperio de los  sentimientos. De ahí seleccionaron poemas para una antología de poesía  chilena en cinco tomos y el concepto de “Matria” ha vuelto a tener una urgencia  en estas nuevas contingencias. También ese año murió el brasileño Ericson  Pires. A ambos homenajeamos en el último Poquita Fe el 2014. El 2015 murió  Pedro Montealegre y en Los nombres  propios agregué los correos electrónicos que nos mandábamos comentando  sobre nuestros primeros libros. Meses más tarde se sumó el poeta argentino  Ioshua y luego la poeta boliviana Emma Villazón con quien hablábamos sobre la  maravilla que es Arturo Borda. Los mexicanos Sergio Loo y Luis Alberto Arellano  murieron el 2014 y 2016 respectivamente; este 2019 lo hicieron José Molina y  José Luis Bobadilla. Los chilenos Rodrigo Hernández y Luis Marín también  murieron este año. La lista podría seguir. Poetas que uno quiso y poetas que  uno odió son parte del panteón que es la propia literatura. Stella Díaz Varín,  Pedro Lemebel, Gonzalo Millán, Gonzalo Rojas, Nicanor Parra son partes de una  vida mía que también ya no está. Tal como lo son los peruanos Walter Curonisy, Antonio  Cisneros, Rodolfo Hinostroza, José Pancorvo, Eduardo Chirinos, Enrique  Verástegui, Tulio Mora con quienes conversamos,  brindamos, celebramos y nos reímos. Sus libros y sus palabras son esas noches  que ya comenzaron.
        Ecuador es un país que  también es parte de mi vida. Me enamoré ahí y estuve entre el frío quiteño y el  furor de Guayaquil, en Ambato, Cuenca, Manta, Salinas, Otavalo y tantos  pueblitos hermosos que de igual manera son el centro de un mundo. Su poesía y  la muerte son también un misterio. Tantos poetas suicidas, poetas que renuncian  a que sean las palabras el destino de las cosas. Desde Dolores Veintimilla  pasando por Medardo Ángel Silva, César Dávila Andrade y David Ledesma hasta la  entrañable Dina Bellrham con quien bailamos y lloramos juntos en una noche al  ritmo de Lady Gaga y el notable poeta y artista visual Kelver Ax. Ninguno de  los dos sobrepasaba los treinta años. Un, una poeta trabaja con la luz, el  fulgor, el éxtasis, pero también con la sombra, el trauma, la pesadilla. Se  mira cara a cara con la imposibilidad del día y sobre todo con la noche como  una eterna tentación. No hay nadie que tenga más los pies en el barro que los  poetas y a la vez quiera saber que hay más allá de las estrellas. Ese es su  sino trágico, la imposibilidad de que las palabras sean los cuerpos celestes  que brillan en el cielo. Hay una tentación de infinitud no en lo que uno hace  sino en lo que no se puede. La poesía acaso es ese intento. Cada poema, cada  libro, los sueños que están ahí fracturados como vidrios y esquirlas son los  restos de un porvenir que no viene o que vino tan sagaz que arrasó con todo lo  podía convertirse en luz. 
        Cada vez que estuve en  Ecuador me habló Kelver para intentar coincidir conmigo y conversar en persona.  Buscó mis libros y dio con uno de los últimos ejemplares de La Divina Revelación, le habló de mí a  sus amigos y me citó en el último suyo publicado en vida. En Facebook me  preguntaba por autores como el mexicano Yaxkin Melchy o el uruguayo Manuel  Barrios por quienes se mostraba muy interesado, al igual que por 4M3R1C4, la antología de novísima poesía  latinoamericana que publiqué el 2010. Me compartía lo que iba escribiendo desde  aquel 14 de julio de 2012 que me envió un poema fascinante. Le pedí me mostrara  más y ese documento se convirtió en el único adelanto de un libro, Repúblika Binaria, que no alcanzó a  publicar. Pienso en Kelver, en la poesía ecuatoriana tan injustamente poco  conocida en el resto de Latinoamérica. Pareciera que los poetas  tradicionalistas hicieron más vanguardia que los últimos vanguardistas que  fungen como una nueva tradición que se consume a sí misma. La poesía de Kelver  posee lo mejor de ambos mundos y crea un lenguaje que lo emparenta a otros excéntricos  como Paul Puma o Pablo Flores. Fue en el Facebook de Bernardita Maldonado que  vi la noticia de su obra reunida por la editorial Mecánica giratoria. Le  escribí contándole de esta Repúblika  Binaria y se emocionó. Luego se lo envié a Lucía Moscoso, la editora de su  obra reunida, quien me confirma que esos textos no se conocían. Ella se los  hará llegar a su familia que planea una edición con más material que se  recopile en este tiempo. Me envía un PDF del libro y me siento emocionado,  parte de una cadena que va entre la vida de la vida y la muerte de la muerte.  Sin querer comienzo unas palabras que debí escribir hace por lo menos cinco  años y ahora es demasiado tarde. A Kelver le hubiese gustado le digo a Lucía.  “Le hubiese gustado o le gustará (ya depende de cómo veamos nuestro paso por  este mundo)”, me responde. Es cierto, la poesía es como el mundo pasa por  nosotros.    
        Su sombra como un mapa abre con un prólogo de la propia  Bernadita que en su tesis doctoral trabaja la obra de Kelver. El libro lo  componen sus tres obras publicadas en vida más una sección de inéditos. CU4D3RN0 D3 4R3N4 (2012) propone una  desviación al libro como cuaderno y al poema como un apunte. Incluso el propio  lenguaje se lleva a sus extremas posibilidades de enunciación, contracción,  fonetización. No se trabaja con la lengua sino justamente con lenguajes que es  la primera gran característica de la poesía latinoamericana desde Churata y  Borda. Desde esas k que refulgen a aymará y quechua pasando por vocales ausentes  como el hebreo de Dios hasta la jerga del propio chat que se mueve entre la  comunicación y la expresión como poemas en un mundo sin poesía. El deseo total  de un cuerpo pareciera ser de un corpus en constante movimiento, en una orgía  en que las palabras y las cosas se separan y se fusionan, donde lo sagrado es  justamente donde lo que se escribe sólo alcanza su imposibilidad. pop-up (2014) es una intensidad de esos  materiales, una proyección que regresa a una idea de autor que desaparece o que  se lee desde su inversión como algunas páginas del libro que nos preguntan qué  es lo derecho y al revés. El libro que es un cuaderno que luego es un solo un  soporte, un dispositivo para una escritura que no cesa de sacudirse de todo lo  que se ha querido sea el poema. Egagrópilas (2016, póstumo) es la fuga de la virtud de la realidad, ese mundo posible donde  todo es imposible, hacia algo que se expulsa, sale, se vomita sin siquiera un  cuerpo. Una renuncia, es posible, como la idea ya de que la poesía no sirvió.  Es el retorno de una guerra, una guerra perdida, junto a los ejércitos de  fantasmas que siempre estuvieron. La sección de poemas inéditos abre con sus  notas momentos previos a su suicidio. Es el punto final de cualquier obra. No  hay más. Todo comienza aquí. Se es libre en la muerte donde ya no hay lenguaje  y ese es el secreto de este arte funerario que es la poesía. No hay nombre,  objetos, personas, palabras. El sol nos arrastra en su inmensa gravedad y  volvemos a los átomos de los cuales nacimos. El último verso de Repúblika Binaria es una pregunta: “Cambiarán  los muertos de nombre, para evitar ser reconocidos?”. Es la pregunta que resume  toda la poesía. Bernardita lee este texto y me dice que hoy se presenta el  libro en Quito. No lo sabía. Le contesto que estamos conectados con él y él con  su porvenir que somos nosotros. La poesía es ese pedacito de eternidad.