Buenas noches luciérnagas de Héctor Hernández Montecinos
(Santiago de Chile, RIL, 2017)
Por Víctor Sanchis Amat
Boletín n°10 (julio-diciembre)
Centro de Estudios Literarios Iberoamericanos Mario Benedetti
Universidad de Alicante, España
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El poeta chileno Héctor Hernández Montecinos presentó en junio de 2017 Buenas noches luciérnagas, colección de textos de no ficción que construye a lo largo de las 420 páginas del libro la ficción de una historia literaria, personal y generacional, que el autor subtitula «Materiales para un ensayo de vida», guiando así una lectura que se adentra en la configuración de una memoria de muchas memorias, sobre todo literaria, de un escritor que se construye a sí mismo en el espejo de su proceso de escritura y, ante todo, de sus relaciones personales con la literatura y los escritores del suyo y de otros tiempos.
Tratar de desentrañar el género de esta colección es un trabajo aparentemente innecesario si partimos de las consideraciones del propio Héctor Hernández Montecinos, filtradas a través de las admiradas palabras de Raúl Zurita, uno de los protagonistas de este relato, cuando escribe que en la pulsión de [coma], uno de los libros principales de HH, late «la pasión por destruir todas las barreras de géneros porque todo género es fascismo» (p. 48). En esta idea se sustenta Buenas noches luciérnagas, una colección fragmentaria de textos de diferentes procedencias y autorías vertebrada a través de la voz narrativa del autor, que escribe su memoria dispersada a partir de cartas personales, presentaciones de libros, correos electrónicos, estados de Facebook, artículos de opinión, fotografías, poemas, dedicatorias, pero que solo puede completarse a través de las miradas de los otros narradores del relato (muchos capítulos son recortes de periódicos, entradas de blog, cartas, presentaciones, traducciones o reflexiones sobre el autor y su obra que han escrito otros autores, como Raúl Zurita o Paula Ilabaca) y a través del proceso lector al que nos aboca el libro, que va completando su sentido conforme el lector avanza en la lectura de los breves capítulos que conforman los tres bloques en los que se reúnen ( «Celestes cordilleras», «Autobiografía de un poema» y «Una pequeña historia nacional»).
Así, resulta interesante el proceso de resemantización que han sufrido la mayoría de los capítulos, que ya cumplieron su función inicial en un lugar y en un tiempo anterior al del relato, algunos publicados, otros inéditos y otros tantos efímeros en su exposición pública, y que sin embargo cobran un nuevo significado en la ordenación que Hernández Montecinos ha trabajado minuciosamente. Algunos capítulos sí han sido decididamente escritos para vertebrar el relato, como el recuerdo del viaje inicial a España en febrero-marzo de 2015 con motivo de la investidura honoris causa de Raúl Zurita en la Universidad de Alicante, en el que se proyecta la ficción del escritor latinoamericano errante por las calles de Barcelona y sus encuentros con otros artistas y editores, a la manera de la narrativa de Bolaño, con quien construye un diálogo imaginado incluso en el capítulo primero (como la entrevista de Borges con Lugones del conocido poema) a las puertas del que fuera su piso en el Raval, tras recordar la estima que le tienen los españoles. «Quizá no le habría dicho ni una palabra. La poesía chilena no se parece a nada y no sé si eso es trágico o cómico. Menos se parece a la española» (pp. 20-21). Tampoco el relato pretende parecerse a nada, aunque se puede percibir la aguda fiereza de los ensayos de Entre paréntesis y la muy chilena tradición de escritores desmenuzando y despellejando el mundo literario. Es posible que en ese encuentro imaginario en Barcelona Héctor Hernández no le hubiera dicho nada a Roberto Bolaño porque lo iba a escribir todo en este Buenas noches luciérnagas.
«Creo que todo es fragmento de otro fragmento mayor» (p. 56), dice el autor. Así, tras su llegada a Alicante, el narrador da con la clave de construcción y de interpretación de la narración que tenemos entre las manos armando un collage, como el de la portada, preparado por el propio autor, a partir de retales de una vida, como en la canción, fotos a contraluz de la literatura chilena última:
He pensado en una nueva estructura para mi libro raro con pedacitos de todo, como una novela escrita con artículos, prólogos, presentaciones, algo del “diario virtual” del cual tengo más de mil páginas, algunas entrevistas pertinentes, lo de mi blog. Quizá aprovechar de agregar fragmentos de mi tesis de licenciatura o de las investigaciones sobre poesía chilena que nunca publiqué. No sé, todo lo que he escrito como poeta pensado en la poesía, no como crítico a pesar que regrese a la academia, sino como un autor desde dentro de lo literario, con su rabia, su deseo y su ternura que de algún modo resumen estos más de quince años ininterrumpidos de escribir. Veremos qué sale de eso. (p. 21).
Y lo que sale de Buenas noches luciérnagas es una memoria de la literatura chilena, no solo de las últimas décadas, revisada a partir del proceso de aprendizaje de un poeta nacido a la literatura en el siglo XXI, que ha vivido intensamente el proceso creativo y las camaraderías y descamaraderías del mundo literario. Un poeta vibrante, desbordador, dentro y fuera de su poesía, como se intuye en la pasión de cada una de las líneas de este libro con el que Héctor Hernández Montecinos está revisitando desde el ensayo la mítica de una generación, la suya, que asesinó a sus padres literarios para intentar establecer los fundamentos poéticos y los referentes estéticos de la novísima poesía chilena a veinte años vista de los talleres de Balmaceda 1215, y reflejada en su producción más actual de una obra todavía en proceso.
El relato de Héctor Hernández dibuja una genealogía de su generación en la gran tradición de la poesía chilena con el vigor de la novedad, la altanería de la juventud y la inteligencia de la reflexión de quien, en plena ebullición intelectual todavía a sus casi 40 años, nos lega los borradores de su intimidad literaria primera: un camino repleto de luces en movimiento, como luciérnagas alumbrando la oscura noche de la poesía. Como ha repetido en numerosas ocasiones el profesor Rovira con respecto a su trabajo de recuperación e interpretación del legado de Miguel Hernández, este relato de Héctor Hernández Montecinos en Buenas noches luciérnagas es también la memoria de nosotros mismos.