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[coma] o el triunfo de la escritura
Hernández Montecinos, Héctor. [coma] (Santiago: LOM, 2014)
Por Roberto Ibáñez Ricóuz
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Íbamos de vuelta a nuestras casas. Veníamos mi amigo Sebastián Duarte y yo de un taller que dictaban Julio Carrasco y Raúl Zurita en la UDP, el año 2010 -no está demás decir que fue ahí donde conocí a mi amada Paula Ilabaca-. Nos habíamos hecho amigos con Seba en el colegio y ambos asistíamos los viernes a la Academia de Letras. Él había leído poesía mil veces más que yo. Recuerdo particularmente ese viaje. Me habló del poeta Héctor Hernández Montecinos. Íbamos subiendo una escalera mientras me decía que era raro encontrarlo en Chile, pero que apenas tuviera noticias de él, iría a verlo. Según Seba, HH trabajaba en la Universidad Católica, y allá había que ir a buscarlo. Yo no tenía idea de poesía ni poetas. Recién apenas había escuchado a Raúl Zurita y había quedado conmocionado: su voz era la geografía de Chile. Me imaginé a Héctor sentado en su oficina, grave, serio, altivo.
Tiempo después -y no recuerdo exactamente cómo- Seba me invita a postular a otro taller de poesía. El profesor era Héctor. Subimos hacia la biblioteca del GAM y esperamos unos momentos. Héctor llega con gafas de sol, sus típicas botas negras que ya están por jubilar -aunque ayer me enteré que ya jubilaron- y los collares que hasta hace poco siempre andaba trayendo. Nos cuenta -perdón, Hector- que estaba tomándose unas chelas en el parque San Borja y que habían llegado los pacos. Por ponerse a discutir le sacaron multa. Ese día nos juntábamos para ver quién quedaba en el taller. Leí un poema que hablaba explícitamente sobre Chile. Héctor dijo que si hacíamos una revisión de la poesía chilena, todos los poetas tendrían al menos un poema en donde apareciera la palabra Chile. Nadie parece poder escaparse de la casualidad de haber nacido entre estos límites feroces.
Ahora reflexiono sobre lo que pasó ese día y en realidad pudimos haber estado hablando de [coma]. Algo aprendí ese día y ahora me doy cuenta. Hay sólo una forma de insertarse en la tradición poética chilena: vivirla. O decir: la poesía chilena soy yo. No hay otra salida, cualquier poema escrito en estos paisajes tiene cargado a su espalda el peso de Residencia en la tierra, Tala, La miseria del hombre, Los dones previsibles, Poemas árticos, Canto a su amor desaparecido, La greda vasija, y así hasta que se agote el tiempo. Pero el ejercicio, entonces, no es luchar contra esos libros ni derrumbarlos de su imaginario sitio privilegiado -el canon es una mentira que le creemos a la academia-. Se ha señalado que este libro es uno de los mejores en tanto obra, libro, estructura, dentro de la prolífica producción de Héctor Hernández. Más allá de esta valoración, creo que [coma] es el libro clave para entender la propuesta literaria total de este poeta. [coma] es el largo aliento de un poeta -un poeta vivo, real, que está sentado en esta misma mesa- que se une a la corriente de aire levantada por todos aquellos gigantescos libros, por todas aquellas gigantescas vidas de los escritores que nos anteceden. Es el tránsito de un héroe que comienza con el desconocimiento de su propia identidad y termina comprendiendo la sabiduría del silencio. El camino en donde vida y obra no aspiran a coincidir, sino que son, desde antes de la escritura, una sola cosa.
Ahora, no me interesa este peso de la poesía como bulto o molestia que debemos evitar, ni como algo estático que debemos mirar hacia atrás, atendiendo o desatendiendo sus modos. Es ahí donde hallo el mayor valor a [coma]. La reescritura de cuatro libros fundamentales de la poesía chilena no se realiza como mero ejercicio formal ni provocación al lector, sino que es parte del proceso, de este camino que el poeta/héroe ha escogido recorrer.
Creo que hay algo particular en las elecciones de Héctor para configurar la sección “]lapoesíachilenasoyyo[”. Hablo de los libros U, Poema de Chile, Altazor, y la sección “Alturas de Machu Picchu”, de Canto General. Todos estos libros, en mayor y menor medida, están rodeados por una derrota. Lo mismo vale para la poesía chilena en general. No hay escritura sin una derrota previa y posterior. Así lo intuyo cuando comienzo a leer Canto General: “Antes de la peluca y la casaca/ fueron los ríos, ríos arteriales”. Lo primero que se nombra son estas palabras duras y explosivas, la peluca y la casaca, triunfo del forastero, derrota del nativo en nuestras tierras. Lo mismo el llanto silencioso de horas, días, años, edades ciegas, siglos estelares que sufre Neruda hacia el final de “Alturas”. El tránsito de Altazor va desde la derrota a la derrota: la muerte de Cristo como la caída de un sistema de orden hasta la desintegración de la gramática como la caída de otro sistema de orden, desde el silencio de la muerte hasta el silencio de las palabras. U, de Pablo de Rokha es la lucha del hombre desentendido frente a la modernidad aplastante. Pero, ojo, que es finalmente este hombre quien más la entiende. Pero a mi gusto, la mayor derrota que rodea una obra, es la de Poema de Chile, aquel país inexistente que Mistral sólo construye a través de la escritura, país soñado, cuyo reflejo en la vida real no pudo haber sido más ingrato con nuestra terrible madre. El último poema de esta obra nos muestra a la mama yéndose al lado de su dueño. Habitar este país de ensoñación no fue ni será posible.
No se me acuse de nada. Poema de Chile me interesa particularmente puesto que también representa el mayor triunfo. La derrota viene antes y después de la escritura, su silencio rodea al poema. Sin embargo, el momento de la escritura y de la lectura es triunfal, acaso el único que se nos ha permitido en toda nuestra historia y acaso la razón de nuestra vigorosa poesía. Pese a que el Chile imaginado por la Mistrral nunca existió ni existirá jamás en la vida real, está ahí, en el libro. Fue imaginado y seguramente seguirá siendo imaginado por miles de lectores que vienen más adelante que nosotros. Ese es el camino triunfal de la poesía, la escritura misma. Sólo en estos libros la derrota se hace bella. La caída de Altazor no es sino el triunfo del lenguaje mismo entre aquellas dos derrotas, las palabras pueden crear un sistema alternativo de representación. El pueblo latinoamericano se dignifica en Canto General, habla y vive por la boca y la sangre del poeta. En U, el hombre logra, a través de la escritura, retornar a su origen, botar aquella modernidad aplastante y dejarla fuera del poema. Es la misma respuesta triunfal que hace Zurita a la primera pregunta de Canto a su amor desaparecido: Ya que de puro verso y desgarro te pudiste entrar aquí, en nuestras pesadillas; ¿tú puedes decirme dónde está mi hijo? “Sí, dice”.
[coma] realiza y lee este procedimiento al mismo tiempo. Lo que es equivalente a decir que este libro se inserta en la tradición poética viviéndola, siendo no un elemento que se agrega, sino que está pensado desde siempre como parte de un cuerpo vivo. Este libro comprende el largo silencio que acompaña a cada gran obra escrita en estos paisajes. Son las 13 páginas en blanco de la sección “La pequeña mente” y esa última y enigmática cita, donde sólo vemos signos de puntuación. Pero ¿qué son a fin de cuentas los signos de puntuación? Pausas, silencios en la lectura. Esos pequeños momentos en que podríamos reconocer que la escritura está rodeada de silencio, del no saber nuestros nombres, de que debemos lanzarnos a la experiencia del poema sin asumir ninguna consigna de antemano.
Es la vida y no la literatura la que se pone en juego aquí. Este libro, al igual que el resto de la producción poética de Héctor, está al límite con los géneros referenciales, rondando los diarios de vida, los cuadernos de viaje, las guías de lectura. Pareciera ser que [coma] contiene, al igual que el epígrafe inicial, el resto de la obra de HH. Las dos primeras letras del Rig-veda, el texto más longevo de la India, contienen a su vez la primera palabra, esta primera palabra contiene al primer verso y a su vez, el primer verso condensa el primer himno. Y así hasta contener los 1028 himnos de este texto. Lo fascinante es que estas dos primeras letras representan un ciclo completo, desde su origen hasta su fin. Este libro condensa el tránsito del silencio al silencio, de la derrota a la derrota, del nacimiento a la muerte, del tránsito por la literatura de un ser de carne y hueso y no una voz perdida en el poema. Y ese tránsito, únicamente el momento del tránsito, es triunfal, bello, esplendente. Después de todo, nuestro héroe inicial se ha convertido en sabio, superando el infinito ay de mí, su larga pasión, muerte y resurrección. Comprende que sólo después de este simulacro y esta vivencia es posible la escritura, único triunfo posible; estas son las palabras que cierran el libro: “LAS CATEGORÍAS VISUALES/ DE LA GLORIA TRÁGICA/ HAN LLEGADO A SU FINAL/ Y CREO QUE ESTA ES LA NOCHE/ QUE EMPEZARÉ A ESCRIBIR”.
He querido forzar un poco esta lectura hacia el lado de la vida y la obra. Me consideraría un necio si no lo hiciera. Héctor ha hecho un bello gesto hoy. Invitar a dos jóvenes a presentar un libro muy querido por él. [coma] es la extensión de la vida del autor en un libro. Es difícil encontrar personas que se apasionen tan incondicionalmente por esta disciplina, fuera de los lugares comunes que sería decir “sin esperar nada a cambio”; “sin pensar en lo que dicen los demás”. La labor de Héctor en la literatura hoy es fundamental. Ya lo dijo Zurita en el lanzamiento de Halo: cómo lo inventaríamos si no existiera. Y es que en [coma] la mirada no se dirige sólo hacia atrás, sino que, como el Loco del tarot, dirige la mirada hacia algún punto difuso del camino mientras que en la espalda se trae la energía primigenia en una pequeña bolsa infinita. En “La gran visión de los siete cielos gramaticales”, reescritura de Altazor, se inserta un poema hermoso que está dirigido a los poetas del futuro, “A ustedes les hablo”: poema que hoy pido que leas, Héctor. Lo que has hecho por los poetas jóvenes no tiene palabras. Te agradezco por siempre y ¡salud!
Centro Cultural de España, 11 de diciembre, 2014