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“Más que poetas locos quiero a lectores enloquecidos”


Por Valeria Román Vargas
valeriaromanvargas@gmail.com
http://literofilia.com/

 

 

 



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Héctor Hernández Montecinos, poeta chileno de poesía universal que llegó a ella como por gracia y obra del destino. La poesía le dio hasta el nombre que lleva. Pero él también, en los catorce años que le ha dedicado, le dio y le sigue dando mucho a la literatura chilena y latinoamericana.

Es un poeta que enloquecido por las amplísimas posibilidades del lenguaje un día se hastió de la educación tradicional de la literatura y llegó a un taller, allí parece que todo empezó, pero  puede que haya sido antes pues, tal como dirá Héctor, “la poesía es un género del tiempo, pero de un tiempo que no hemos aprendido a ver: la cuarta dimensión, esto es, la duración del pasado, el presente y el futuro a la vez”.

Su obra es una sola: los libros que han sido editados entre el 2001 y el 2003 se reúnen en [guión] porque en realidad siempre lo fueron, pero [guión] es a la vez uno solo con [coma], que fue escrito entre el 2004  e 2006. Estos dos libros hermanos forman La Divina Revelación. Su poesía es insólita, todo lo que no se espera comercial ni, incluso, académicamente de éste género porque lo deslinda, cruza sus límites y besa nueva posibilidades. Pero mejor dejemos que Héctor hable con Literofília, esto fue lo que nos contó:

- Fue hasta los 19 años que tuvo contacto con la literatura y con su “yo literario”. ¿Qué impacto tuvo ese contacto para que usted lograra de cierto modo cambiar de opinión con respecto a la literatura?
- Estudiaba literatura en la universidad, pero mi interés era la dramaturgia, no la literatura en general, ni menos la poesía. Desde adolescente escribí obras de teatro, hice adaptaciones de novelas, pésimas novelas, que llegaban a mis manos. A pesar de eso, nunca tuve mayor idea ni reflexiones sobre la literatura como historia o devenir.

El encuentro con la creación así de verdad fue fortuito o mejor dicho gracias a mi amiga Paula Ilabaca, quien me invitó a un taller de poesía y me vi afortunadamente ‘forzado’ a escribir por lo cual ese ‘yo literario’ nació como un modo de conciencia de y en el lenguaje.

- ¿Por qué lo llevó  ella a ese taller?
- Con Paula éramos compañeros en la universidad. Nos sentíamos estafados y decepcionados por la educación tradicional de la literatura. No había vida, pasión, emoción, nada. No había escritores allí como yo imaginé, ni recitales, encuentros, diálogos vivos. La gente no estaba enloquecida con el lenguaje como lo estábamos nosotros. Entonces ella me dijo que fuéramos a este taller de poesía en el centro cultural Balmaceda 1215 a cargo de Sergio Parra. Éramos jóvenes-sobras del fin de siglo: pobres, rabiosos, tristes, delirantes. Allí nos encontramos y sentimos que no estábamos tan solos. En sí ese taller nos mostró un lado oscuro de la poesía chilena: Carmen Berenguer, Pedro Lemebel, Malú Urriola, que eran los amigos de Sergio, pero era la literatura que en la universidad jamás íbamos a ver.

- Mirando esto ahora retrospectivamente, ¿no atisba algo de poeta en el usted anterior a los 19 años?
- No hace mucho encontré un ‘cuaderno literario’ que escribí a los 13 años. Hay allí una suerte de esbozo de novela futurista y algunos poemas más o menos circunstanciales. Me dio emoción darme cuenta que ya algo de poesía había a tan temprana edad. Dos poemas, “Vida” y “Muerte”, los incluí en La Divina Revelación, pues creo que son un resumen de lo que es ese libro de casi 800 páginas: una pregunta por el más allá del más allá, es decir, la resurrección.

- ¿Cómo fue ese primer acercamiento a la literatura?
- De niño siempre me interesó mucho lo que era la imaginación, ya que de alguna forma era la manera en que yo sorteaba mi realidad circundante. Siempre fui un niño muy despierto y atento al mundo de los adultos. Me gustaba observarlos y analizarlos, por eso quizá muchas de las decisiones de mis padres me parecían irracionales. Estábamos en dictadura y además éramos lo suficientemente pobres como para resentir todo doblemente. Hice algunos poemas en el colegio, entre el 92 y el 93, como a América por los 500 años del descubrimiento, otro a mi hermana antes de que naciera y algunas cosas sobre la naturaleza. Me salían sin querer. Eran cursis y dramáticos, pero me gustaba hacerlos. Los escribí y los guardé hasta ahora en que los leo y sinceramente siento que no hay diferencia de fondo con lo que escribo ahora.

- ¿Cuándo fue consciente de que escritor era lo que quería hacer?
- Recuerdo que en el taller leímos Aullido de Allen Ginsberg y me conmocionó. Fue el momento en que me dije que si ese era el camino equivocado de la poesía sería el que yo tomaría también. Era la vida misma, la mía y otra a la vez. Era una manera distinta de cómo yo pensaba que se podía ser escritor y me gustó. No era lo ridículo o sentimental que antes me daba risa de la poesía. Era un tono enérgico, fuerte, poderoso de pararse frente a frente a la vida y exigirle, estrujarla, injuriarla con rabia y ternura.

- ¿Qué le dio la poesía cuando llegó a ella?, ¿qué le ha dado hasta hoy?
- La poesía me dio un nombre propio, me dio una dignidad que no conocía, me dio una familia que yo elegí, me dio amigos con quienes compartimos ruta, me dio un poquito de amor, me dio una forma de ganarme el pan haciendo lo que me apasiona hacer. La poesía me ha dado mucho más de lo que alguna vez llegué a soñar, por eso nunca ambicioné nada. Los muchos libros y viajes, los poquitos premios y reconocimientos aparecieron de repente y aún ni siquiera sé muy bien cómo ocurrió todo. A los 33 años y viéndolo en retrospectiva creo que la poesía me dio una ética de entender las cosas colectivamente, de sentir con intensidad, de pensar agudamente y sobretodo vivir un pasado, un presente, un futuro como si estuvieran ocurriendo a la vez.

-¿Qué nombre le dio?
- Algo muy concreto y quizá tonto. Mi segundo nombre es Adrián y en mi casa siempre así me llamaron, o incluso Adri. Ese era mi destino, pero la poesía me hizo llamar Héctor Hernández Montecinos, que es como firmo los libros y ambas personas son opuestas en todos los sentidos posibles, incluso más de lo que yo mismo quisiera. El nombre del escritor es lo mismo que un seudónimo, ambos muestran lo que la obra quiere ocultar.

- ¿Y qué le ha dado usted a la poesía?
- Le he dado 14 incondicionales años de mi vida, en los cuales me he dedicado cien por ciento a ella. No sé hacer otra cosa más que escribir poesía, escribir sobre autores y libros, leer, pensar literariamente, construir obras, deconstruirlas.

Mi aporte no pasó por más que ser un gesto político a comienzos del nuevo siglo, gesto que implicaba no escribir con miedo, al menos no con miedo a la escritura. Uno no es consciente de los aportes que puede hacer más que por la cantidad e intensidad de detractores y enemigos literarios que se pueden llegar a tener. Me siento más que satisfecho.

- Acerca de la novísima: ¿cómo nace está generación? ¿qué los caracteriza?
- A comienzos del 2000 apareció un grupo de escrituras con un denominador común: la rabia. Cada una de estas obras estaba lidiando con una rabia en particular. Paula Ilabaca se enfrentaba a los designios culturales de un ser mujer, Diego Ramírez entablaba una lucha contra la violencia del deseo heteronormativo, Pablo Paredes luchaba por una lucha de clases más justa, Felipe Ruiz violentaba los tabús de parentesco y raza, etc. En sí, era la respuesta a las microdictaduras que dejó dispersas la Dictadura Militar en Chile, cosa que la generación del 90 no atendió por desidia y miedo. Entonces nos vimos en una trinchera simbólica haciendo una alianza con las escrituras más arriesgadas de los 70 y 80. Me refiero a Raúl Zurita, Carmen Berenguer, Diamela Eltit, Juan Luis Martínez, Soledad Fariña, José Ángel Cuevas, Diego Maquieira, Carlos Cociña, Bruno Vidal, entre otros. En varias oportunidades he hablado que desde el 2001 estamos viviendo una Hiperdictadura que no es más que la continuación del Golpe de Estado, quizá la ‘Revolución de Derecha’ más “exitosa” que va desde Pinochet a Piñera. La poesía chilena ha estado siempre atenta a los devenires políticos del país, parecieran ser hermanas de una misma tragedia. Su historia es su geografía y viceversa, y ese enroque lo han leído varios poetas, no con impresionismo sino con impresionantes monumentos poéticos.

- Me parece que usted también mencionaba la soledad y la tristeza como característica que los unía…
- En el inicio del nuevo siglo, que ya no es tan nuevo, se jugaba un proyecto político en apariencia progresista con el gobierno de Ricardo Lagos por el cual todos sentimos cierta simpatía, más aun con el hecho de que por primera vez la derecha vislumbraba un empate técnico. Ganó el modelo político de Lagos, pero ganó el modelo económico de la derecha, entonces fuimos lamentablemente testigos de un socialismo neoliberal que sumió al país en una decepción social y un desgaste de la Concertación de partidos por la democracia. Ese es el contexto en que nosotros empezamos a escribir, a ver un país silenciado desde la escritura, a vivir el lenguaje en una sociedad donde la palabra había sido convertida en una máquina utilitaria y de consenso capitalista, lo cual sin duda nos provocaba mucha tristeza y ciertamente una sensación de desamparo y soledad. Eso sin entrar a las historias personales de cada uno.

- Usted ha dicho que la literatura lo ha ayudado, lo ha hecho huir de sus sufrimientos y soledades ¿cómo ha sido esto?
- Más bien me ha hecho vivir de mejor manera el sufrimiento y la soledad. Ahora para mí son figuras literarias, material afectivo biodegradable, entender que la vida es más importante que los poemas, que los libros. Éstos se pueden corregir, reeditar, pero la vida no. El sufrimiento y la soledad son maneras en que la conciencia crece, alcanza nuevas aristas, es como si fueran contextos donde uno es personaje. Nuestros sentimientos están formateados como novelas o películas. Por eso hay que aprender a re-vivirlos, hacerlos propios, personales, creativos.

- Entonces, ¿agradece el día en que llegó a la literatura?
- Más bien la noche.

Literatura y poder:

- He visto que usted es un escritor que rompe parámetros, ¿hay relaciones de poder en la literatura? Yo pienso que sí: las normas de la academia, lo canonizado a través de la historia, los “premios”, las etiquetas de “buena literatura” y “mala literatura” o de “literatura femenina”, los géneros en sí, etc. ¿Usted qué opina?
- La literatura es una forma de empoderamiento del lenguaje, es decir, palabras, frases, giros, escritos que adquieren una genealogía, un estatuto estético, simbólico, ya sea desde su propia creación o mediante lecturas posteriores. La literatura es la historia de un camino que tomó el lenguaje, no más que eso. Cada vez me gusta menos la idea de la literatura, siempre tan servil a los reforzamientos culturales del mercado, de los estereotipos, de las instituciones que la rodean como por ejemplo las editoriales, la prensa cultural, la academia, el aura autor/autoridad, el bien decir, los adjetivos apropiativos del contracanon, etc. La noción de la ‘literatura’ no le sirve a nadie más que a ella misma y al negocio cultural que la mantiene, que no es lo mismo que el lenguaje o la escritura que es por donde me interesa tensionar más bien no al poder en general, sino a los modos en que ese poder desea tensionarme a mí como sujeto.

- Usted en una entrevista dice que tanto el escritor como el sujeto social deben descomprometerse con los poderes hegemónicos de turno y sus formas de agresión material y simbólica ¿Cómo lo hace usted con su literatura?
- Mi escritura nació enferma, resentida, violenta y en aquel momento mi enemigo eran los fantasmas que me atormentaron desde niño. Los poderes son hegemónicos sólo si uno lo permite y su agresión te toca cuando de algún modo lo deseas. El escritor es un sujeto social y por ende tiene una ética, que no es la pregunta por lo bueno y lo malo, sino por qué lo bueno es bueno y lo malo, malo. Nunca quise ofrecer una respuesta a nada sino más bien en los gestos escriturales hacer pequeñas fracturas, deslices, desvaríos que la propia literatura ha vuelto casi imperceptibles. Leerme desde fuera de la idea de la literatura es una experiencia que puede llegar a ser más combativa y política que lo que yo mismo haya planeado escribir.

- Con respecto a esto: noto en su poesía una apertura ideológica e incluso simbólica (esto es duro de conseguir) con respecto al tema de género, sexualidad, identidades. Incluso es agresivo contra el discurso de turno…
- Claro, el discurso de turno de la democracia representativa y sus inclusiones me parece la gran metida de dedo en el culo social. Las identidades son armas de captura a las subjetividades, pues el sistema te permite ‘identificarte’ con algún formato preestablecido y monocorde con el cual te crean un origen y un destino, te encasillan y te llevan sin darte cuenta a ser tu propio policía interior. El Estado te permite ser una identidad para que seas parte de él, un ciudadano en una escala jerárquica de derechos y deberes. La democracia hace creer que se sustenta en una diversidad que no puede ser más hipócrita y obsoleta. Por ejemplo, por un lado se le da atención a la poesía mapuche a nivel de reconocimiento estatal o académico, pero a la vez ese mismo Estado y esas mismas universidades contribuyen a su criminalización. Lo mismo ocurre con la homosexualidad atendida desde el Estado como una enfermedad sanitaria, pero no como estatuto civil para unirse ante la ley o adoptar hijos. Por eso nunca creí eso de la poesía homosexual, femenina, mapuche, joven, etc. Esas son formas interesadas de leer, pero la escritura es libre de esos adjetivos. No la rozan ni la interpelan.

- ¿Estos son temas que le interesan a su poesía?
- Me interesan en su revés, en lo que dejan de decir, que es de donde yo me sirvo para pensar desde el lenguaje. El género, la política, la edad o la raza son formatos de identidad como te decía antes y tienen un interés claro y fijo: normativizar una conciencia creativa, ante lo cual me declaro enemigo número uno. El poema no se revela al poder, más que en lo que su autor puede o quiere renunciar a ese poder.

- ¿Qué temas suele trabajar?
- Nunca he trabajado con temas al menos así de manera consciente, más bien son áreas, pliegues, cruces, fricciones en cuanto a ciertos momentos en que uno como sujeto se siente pulsionado a escribir. Los temas literarios siempre me han parecido engañosos, pues yo puedo leer la homosexualidad en Neruda, el nazismo en Dante, o el feminismo en Pound si es que lo quisiera, y lo más probable es que lo lograría al menos en parte. Como te decía antes, esas son formas de lectura, no de escritura.

- ¿Qué autores que hayan roto el esquema le gustan?
- En su mayoría latinoamericanos que es mi campo de lectura y experimentación. Me siento un poeta latinoamericano, y no chileno, lo cual me lleva a extender mi sistema de referencias y alcances a lo que es la poesía escrita en nuestro continente. De ellos me gustan muchísimo no tan sólo porque hayan roto esquemas sino que justamente porque los abrieron, es decir, nuevas formas de leer la poesía. Desde los primeros vanguardistas como Pablo de Rokha, Vallejo, Ramos Sucre, Gamaliel Churata, Arturo Borda hasta las innovaciones de Marosa di Giorgio, Leónidas Lamborghini, Manuel Capetillo, Reinaldo Arenas, Roberto Piva, Julio Inverso, Raúl Gómez Jattin, etc. sólo por nombrarte autores que ya no viven (así muchos que admiro y están vivos no se enojan conmigo).

[coma] y el deslinde de los cánones:

- Usted suele hablar del libro o la escritura tosca, sucia…
- La literatura es un modo de higienización de la escritura y de los devaneos del lenguaje. Me gustan los libros abruptos, torrenciales como ríos, con sus crecidas y menguadas, sus superficies cristalinas y sus fondos barrosos. Esas escrituras que no se sirven de la concisión, la pureza o la claridad benefactora me llaman la atención. Es justamente lo que une a los escritores recientemente nombrados. El lenguaje, la escritura y los libros están vivos; la literatura, no.

- He pensado con respecto al arte plástico que actualmente más que crear obras para un museo deberían ser creadas para estar afuera: en las calles, en los parques, en el cielo, etc. ¿con la poesía debería suceder igual?, esto sería un rompimiento grande de parámetros dictados por academias y maquinas editoriales, ¿no?
- El arte contemporáneo ha sido un interesante vector de los caminos posibles del resto de las artes. La idea de obra, de autor, de materiales, de contextos, de aura, de work in progress, de curatoría provienen de allí en sus lecturas más problemáticas. La literatura se ha quedado un tanto atrás en ese cruce. Lo más cercano es cuando ciertos escritores han sentido la limitación de la página en blanco y se ha trabajado el performance, la acción de arte, el land art, la intervención, etc. En Chile tenemos una importante tradición de este cruce entre escritura y visualidad, de hecho, ese es el tema de una serie de libros de ensayo en los que trabajo. Desde los poemas pintados de Huidobro, o sus poemas-ropas que usaban  modelos en un desfile, pasando por las acciones de Enrique Lihn, Alejandro Jodorowsky, el grupo CADA o las Yegua del Apocalipsis, Raúl Zurita, Diamela Eltit o más actualmente las intervenciones de Casagrande, Elizabeth Neira, David Añiñir, entre otros. Estos casos demuestran, al menos para mí, que la literatura es un límite asfixiante y ante ella se desmarcan estas obras, no contra el lenguaje ni la escritura.

- Con respecto a [coma] usted decía que es todo lo contrario a lo que espera un “lector burgués” ¿quizá por qué es todo lo que no espera?
- [coma] fue un libro que me gustó mucho escribir y varios amigos dicen que es uno de los mejores, por no decir el mejor. Quizá sí y quizá no. No lo sé. En el probé por primera vez las reescrituras y las transescrituras, además de la ‘novela bastarda’ que es como llamé a la narración novelada escrita en un contexto de poesía. También allí hablé de las acciones de arte dentro de los poemas, del vacío de la página/mente en blanco y de la desaparición de la literatura en tercetos. Todo esto tal vez es mucho para ese lector burgués que espera poemas con un tema, una sola voz, alineados a la izquierda y ojalá cortos y con versito pegador. Esto es todo lo contrario. Tanto este libro como los otros siempre fueron búsquedas, no a ciegas sino con plena conciencia de lo que quería hacer. Los libros los trabajo como si fueran edificaciones, hago planos, bosquejos, diagramas, pruebo materiales, los hago fatigar, busco sus límites, en sí, más que escribirlos, los construyo.

- De hecho me llama la atención el deslinde de géneros que usted hace. Por ejemplo en  [coma], como usted mismo lo dice, se puede leer un poemario, una novela, teatro, guión, etc. Se lee el libro no el género. Yo siento que más que la “desaparición” del género es una especie de redefinición de género, el género en su literatura no son esas medidas rígidas que encasillan sino un continuo donde fluye la obra. 
- Sí, la literatura es un dispositivo de sujeción imagínate lo que son los géneros literarios. Es espantoso. Yo creo que tanto La Divina Revelación (donde está incluido [coma]) como Debajo de la Lengua son dos novelas. La primera trata sobre un niño sordomudo que descubre la poesía y enloquece a tal punto que cruza la delgada línea de la ficción y pasa a vivir en el “más allá del papel”; la segunda, son las peripecias afectivas de un muchacho que viaja por Latinoamérica. No son más que eso estos dos libros. Que haya poemas, diálogos, personajes recurrentes, diagramas, dibujos, collages, tiene que ver con la libertad del libro como casa, la escritura como forma de habitar y el lenguaje como vida.

- Este deslinde de géneros, ¿qué significa para la literatura?, ¿qué significa, también, para la forma en que percibimos la literatura?
- Significa su crisis. Las obras que han creado estos conflictos recién pueden leerse el día de hoy en su complejidad y belleza. No es coincidencia que ciertas obras puedan entenderse actualmente al alero de la física cuántica o la neurociencia, dos de las más importantes formas de re-comprender el mundo y al ser humano. La antipoesía de Parra fue anterior al descubrimiento de la antimateria y Galaxias de Haroldo de Campos es anterior a las neurogalaxias. A lo que voy es que la literatura no le conviene abrirse a las otras áreas del conocimiento porque es ignorante, soberbia, prepotente y mediocre.

- ¿Por qué cree que ocurre este deslinde en la literatura actual?
- Es un requisito para la evolución. No estoy muy seguro de eso del cambio de conciencia, pero sí creo que a la conciencia que se apunta no es más que la conciencia creativa que siempre estuvo allí, sólo que el sistema y el Estado hicieron lo posible por anularla, invisibilizarla y negarla. Basta ver como la educación tradicional es un genocidio a la creatividad y justamente sus armas son la institucionalización, la demarcación de géneros y la competencia, todo lo opuesto a la escritura y el lenguaje, a la poesía. De allí que todos estos deslindes posibles estén produciendo el caldo de cultivo para las nuevas escrituras del mañana que quizá no veremos, pero sí los intuimos, los queremos imaginar.

- Su libro  [coma] a mi parecer se acerca a la narrativa. Es más ya muchos de sus “poemas” son en sí narrativos, una narrativa poética, una especie de “prosema”, ¿cree que este rompimiento le da –además de la libertad suya- libertad al lector de decidir cómo leer la obra?
- Como te decía hace un rato, los verdaderos aportes no son tanto en la mera escritura sino más bien en los terremotos que uno le provoca al lector como lector. Las vanguardias allí justamente centran su verdadero punctum y no tanto en romper el formalismo como tantas veces se ha querido encasillar su aporte. El tema de las autorías me apasiona tanto como el deslinde de los géneros que son la identidad de las escrituras. Más que poetas locos quiero a lectores enloquecidos. Me gusta imaginármelos. Creo que es nuestro aporte: romper con los modos de lectura condicionada, mediocre y acomplejada que crean las transnacionales y la literatura basura, que es toda la literatura pensada como literatura.

“Bing Bang somos…”:

- Había leído por ahí algo que usted decía acerca de la poesía como una intuición, ¿contiene para usted la poesía verdades trascendentales?
- La poesía es una forma de intuición, una plebeya telepatía. Dos mentes, dos conciencias, dos personas se conectan. Whitman y un chico de 16 años se enamoran y se aman sin jamás verse y a cien años uno del otro. Carlos Oquendo de Amat pega un cartelito en un poema prohibiendo estar triste y una sala de veinte personas en Quito sonríe. La poesía es una conexión con todo lo que está fuera de ella, al menos esa es su energía y la intuición es el modo en que se unen. Esto no tiene que ver con verdades trascendentales, o quizá sí, pensando que la única verdad trascendental es que nuestro yo está afuera de nosotros. Al menos eso es lo que entiende la poesía en su sentido más profundo, su tensión con el Macrocosmos, el Multiverso.

- Usted decía que la poesía es un género del tiempo (génesis-apocalipsis), lo que me llama la atención de esto es que precisamente esa es la sensación que me deja sentir [coma].
- Sí, para mí la poesía es un género del tiempo, pero de un tiempo que no hemos aprendido a ver: la cuarta dimensión, esto es, la duración del pasado, el presente y el futuro a la vez. Como si se tratara de una imagen fija donde los continentes se están moviendo desde su creación hasta su desaparición, o una fotografía donde se asiste desde el nacimiento de un niño hasta su muerte en la vejez, pero todo al mismo tiempo, en una sola mirada. Ese es el tiempo del que hablo en la poesía como te decía antes por ejemplo entre Whitman y ese adolescente. La epopeya de Gilgamesh y Omeros de Derek Walcott están sucediendo en este momento. Francisco Nájera y Catulo están escribiendo de manera simultánea. Esto es.

- Empezando el libro, ya con el Último jardín codificado, me llama la atención un ciclo vivo de nacimiento, destrucción, renovación donde estos “pasos” se suceden pero a la vez se contienen el uno al otro, ¿el tiempo se deslinda como los géneros?
- Este tiempo del que te hablo anula por definición a la idea de género literario. Todo está sucediendo incluso el Big Bang. Los cuatro pasos de la rueda vital: Desarrollo, Expresión, Expansión y Transformación están ocurriendo en todo lo que existe, desde los gobiernos hasta las libélulas, desde la computación hasta los poemas. Esto es lo que estudio con la Ecosofía, que creo será mi aporte como autor más que las miles de páginas de poesía que he escrito. Creación y destrucción terminan siendo lo mismo, renovarse y extinguirse. El asunto es ver los procesos con un poquito más de distancia y eso es lo que hace la poesía, te permite dar un par de pasos más.

- Usted hablaba acerca del poema como un acontecimiento de vida, ¿a qué se refiere con esto?, ¿es así su poesía?
- Sólo alguien que morirá puede escribir poemas. Imagina a un ser infinito. ¿Tiene sentido que escriba poesía? Pues no. La poesía no es el registro de una vida, sino un hecho en sí mismo. Escribir transforma, tanto al sujeto como a quienes le rodean o leen. Escribir y leer son acontecimientos, vivencias que ayudan a desplegar esa multiplicidad de conciencias que poseemos los seres humanos. Nos gusta ser otros por un rato, cuando leemos o escribimos. Imitamos a Dios y es divertido saber que destruiremos todo lo que hemos creado. Volvemos a ser niños y odiar con esa intensidad. La poesía nos ayuda a vivir una vida más grande, por eso el inmortal no puede escribir, sólo soñar, soñar con morir algún día.

- Lo cito: “Quiero señalar que convierto mi propia vida en una obra, y no tanto al revés. O sea que escribir es un paso terciario o cuaternario en un misterioso proceso de entender lo que te sucede como si no fuera real, o de tan real que es que el conjunto pareciera ser un gran largometraje o una obra de teatro global. No me gusta hablar de mí en mi escritura, más bien hablo de mi mano, mi ojo, mi lengua, es como si fuera un Hans Pozo describiendo el infierno desde allá” Entonces, explíqueme, ¿de qué escribe usted?, ¿se trata de metamorfosear la vivencia en literatura como modo de verla desde arriba? Como morir y poder verse desde afuera y al mismo tiempo convertir lo de afuera en parte de usted.
- Escribir para mí es una forma de vivir, de ser un algo-en-lenguaje. El performance es vivir fuera de ese yo identificado, de esa verdad de sí de la que hablaba Foucault. No tengo o no reconozco temas en mi escritura, no soy dueño de una sola voz, quiero que cada uno de mis libros sea antagónicamente distinto uno del otro. Yo mismo soy cambiante, contradictorio y ciertamente confuso. La escritura le dio un formato a mi vida y no al revés.

- Otra cosa que me llama la atención de sus poemas es que en cada uno me da la impresión de que se encierra ya una obra entera, un cosmos.
- Bing Bang somos y al Big Bang volveremos.

- También me impresionó un aspecto: me parece que hay un individuo fragmentado, como ya señalan otros, pero también me parece que cada fragmento de ese individuo tiene una voz propia… el dialogismo de Bajtín llevado al máximo ¿es su obra un diálogo de sus yoes?
- Es un diálogo con todo lo que puedo imaginar. En la poesía todo habla, todo está lenguajeando, emitiendo señales, supurando signos, iluminando significancias, no es sólo ese yo antipático y ceñudo que es el autor o el yo lírico. El poema habla, cada verso de ese poema habla, cada palabra habla, cada letra o espacio entre ellas está también hablando. No hay silencio como tampoco existe el vacío. El Universo está lleno de lo que han llamado ‘materia oscura’, el poema también, pero acá se llama página en blanco.

- Hay personajes que se repiten en su obra. Me da la impresión que toda la obra es una sola.
- Así es. Todos los libros que voy publicando se van concentrando en unos más grandes, es como un agujero negro. La Divina Revelación ya va por las 800 páginas y Debajo de la Lengua por las 500. El tercero y último en el que trabajo actualmente, O4, creo que los superará. Estos tres son uno solo: Arquitectura de la Mentalidad. Cada página es distinta pero es la misma. Un agujero negro que se devoró a sí misma como obra y a mí como autor.

- Por cierto, usted explicaba que, por ejemplo, en La Divina Revelación o por lo menos en el caso de  [guion]  ya usted lo visualizaba como una sola obra aún cuando fueron al principio varios libros. Me preguntaba entonces, ¿cómo es el génesis de una obra suya?
- Desde que comencé a escribir a los 19 años siempre tuve la intuición de que lo que haría en el futuro sería una sola cosa, un solo libro, una sola obra. La vida no tiene etapas, tampoco la historia, sino modos distintos de entender los procesos y flujos que las atraviesan. Con los libros quise que sucediera lo mismo. El hecho de armar tres trilogías, que son La DivinaRevelaciónDebajo de la Lengua y O4, se dio de manera más natural de lo que yo mismo pensé. Son las mismas preguntas abiertas pero hechas en distintas palabras a los 19, a los 27 o a los 33 años. Arquitectura de la Mentalidad lo más probable es que sea un libro que no exista o llegue a existir, no sólo por el hecho de que sean más de dos mil páginas sino que con el sólo hecho de imaginar tener a la mano quince años de mi vida, es decir, mi juventud, me provoca una idea de vacío que es lo más parecido a las ganas de desaparecer for ever.

- ¿Sexo, vida, muerte, creación artística, poesía: tienen un punto en común? Quizá ese deslinde o fisura de la que le preguntaba antes.
- El sexo se vive, la vida se muere, la muerte crea, la creación artística busca lo poético, la poesía es la suma de todas las anteriores.



 

 


 

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“Más que poetas locos quiero a lectores enloquecidos”.
Entrevista a Héctor Hernández Montecinos.
Por Valeria Román Vargas