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Lluvia o temblor
Prólogo a Halo: 19 poetas nacidos en los 90 (J.C. Sáez editor, 2014)
Héctor Hernández Montecinos, compilador
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Un país de juguetes
Sí, son poetas nacidos en los noventa. Esa es la primera explicación que tuve que dar cuando comencé a armar esta antología el año pasado. Muchos pensaron que se trataba de una continuación de otra aparecida hace algún tiempo en esta misma editorial[1], que efectivamente era de poetas que comenzaron a publicar en dicha década y con cuyo título y subtítulo quise crear una zona de tensión y diálogo. Nada más. Comparten un tiempo, es verdad, uno ciertamente espantoso y anómico, pero entre ambas promociones no sólo hay una infancia, que es un modo de decir una vida, que los separa sino un país completamente distinto. Los primeros nacieron entre fines de los sesenta y comienzos de los setenta por lo que el contexto de su niñez será plena dictadura. En el prólogo del libro recién mencionado, Francisca Lange contextualiza a estos poetas como “los niños de los ochenta” y señala entre otras características la influencia de la televisión a tal punto de convertirlos en “la primera generación de niños chilenos propiamente televisiva”. Este dato no es menor, ya que como señala Luisa Eguiluz [2] sobre estos autores:
En esa época surgen otras voces, aún cautivas de lo que sucedió en su infancia, y que observan el exterior como desde una cámara, mostrando la vertiginosidad de los cambios que los hace verse perdidos en la ciudad.
Esta sentencia es muy clara en mucha de esta poesía, pero sobre todo en algunos autores de entre ellos que actualmente se han dedicado a la narrativa como Alejandro Zambra o Leonardo Sanhueza vitalizando y visibilizando un corpus principalmente de novelas al que se ha llamado “literatura de los hijos”, nombre de uno de los capítulos de Formas de volver a casa [3] del propio Zambra. En el artículo “Nosotros, los culpables” [4], Lorena Amaro analiza del mismo autor, Mis documentos [5], pero regresa a la anterior y abre un panorama para llamar la atención de que ya desde comienzos del nuevo siglo, e incluso un poco antes, existían obras narrativas con ese registro tal como En voz baja [6] de Alejandra Costamagna o Mapocho [7] de Nona Fernández, aunque se olvida, por ejemplo, Memorias prematuras [8] de Rafael Gumucio. La académica agrega:
Si me refiero a todos esos libros, es para decir que no basta con que hayan existido: para que un problema exista en el mundo del pensamiento, de la cultura, alguien debe darle nombre y ese nombre no llegó ahí, con ellos, sino que llegó más bien con la novela de Zambra, una novela que en otros artículos he llamado “de tesis”. Es el momento en que se nombra, el que moldea un problema, lo hace visible.
La literatura de los hijos en Chile, a diferencia de lo que ocurre en Argentina, donde existen otros humores para enfrentar el tema -sin exceptuar el desparpajo-, es una literatura cargada de culpas. Quizás porque la dictadura fue tan larga que dio tiempo a que los niños crecieran y entendieran lo que estaba ocurriendo, pero no duró tanto como para que pudieran combatirla realmente. Como estudiantes secundarios esos niños alcanzaron a movilizarse tardíamente, en el borde de un tiempo nuevo que los traicionó. Quizá la culpa en estas historias tiene que ver con la falta de realizaciones, con la ausencia de lo político en un tiempo que debió seguir siendo de luchas. Culpa en el gesto conformista de esa clase media que se esforzó por mandar a los hijos a la universidad y que votó por el No masivamente, pero que tras el cambio de mando hizo la vista gorda y aprobó los “consensos”.
Pareciera ser que existiese una pulsión edípica y biopolítica que crea la necesidad argumentativa de volver ahí, a ese cruce entre infancia y dictadura, entre deseo y miedo. Tres hechos concretos se suman a esta sincronía temática. El primero de ellos es el grupo de ensayos agrupados bajo el título Hablan los hijos [9] editado por Andrea Jeftanovic que amplía el campo de lecturas a otros géneros y latitudes; la antología de crónicas Volver a los 17 [10] a cargo de Óscar Contardo y el congreso “En el país de nunca jamás: narrativas de infancia en el cono sur” realizado el 2 y 3 de octubre de 2013 en la Pontifica Universidad Católica de Chile. Sean o no coincidencias es cierto que la trama se hace recurrente desde hace unos años. Moda editorial podrán decir algunos, la despolitización nostálgica de la violencia dirán otros. No es el lugar aquí para dicha discusión. “En el país de nunca jamás” fue donde los ya mencionados Zambra, Costamagna, Fernández, Gumucio, Jeftanovic o Contardo junto a una decena de otros escritores, periodistas y especialistas del cine se dieron cita refiriéndose al tema. Este último, en una entrevista [11] sobre Volver a los 17 señala que la clausura de los espacios públicos fue un motor para que las personas se volcaran de manera tan personal hacia el mundo de la televisión y agrega:
Creo que ninguno de los autores extrañamos esa época. Ese pasado de la infancia es un lugar que uno recurre para entenderse uno mismo. Aunque creo que hay un hilo conductor en los relatos, que es el sentimiento del miedo.
Las preguntas que uno se puede hacer hoy es por los significados que subyacen a ser niño en dictadura, a su inocencia política, a su no-compromiso, a su irresponsabilidad obvia con respecto a los juicios que se han hecho con el pasar de las décadas, a favor y en contra. Lo mismo sucede con la espectacularización mediática que significó el boom de la televisión y los medios en general a modo de correlato de la economía del ‘milagro chileno’, la publicidad como distensión de la lucha social y la sorprendentemente rápida subyugación a la dictadura neoliberal de los que anteriormente se habían reconocido como “pueblo”. ¿Qué hay de esa intocabilidad en los ya adultos que vuelven a este lugar? ¿Cómo leer dicho candor?, en el caso que lo fuera. A diferencia de estos autores por ejemplo, Alberto Fuguet escribió y concluyó un par de libros en dictadura que se publicarían poco tiempo después del Plebiscito. Allí no es el niño el protagonista sino el que media entre el adolescente y el adulto joven, aquel que ya es punible de infringir la ley con el crimen, el consumo de drogas o el robo a mano armada, pero que sobre todo es consciente, como producto y síntoma de este cruce entre mercado y medios que la gran mayoría de escritores y artistas tanto a fines de los setenta como en los ochenta no percibieron ni menos visualizaron en sus obras.
Si Amaro hablaba de una culpa y Contardo de un miedo son justamente esos los principales efectos del éxito de la Revolución de derecha que comenzó con Pinochet y que se ha mantenido intacta en sus fundamentos a lo largo de cuatro décadas hasta el día de hoy. El Plebiscito es el hito que marca la transición o también llamada postdictadura, que no es más que el fin de la posibilidad de la vía armada en aras de devolverle al Estado su poder mediante el reforzamiento de sus instituciones, eso sí, sin tocar a los involucrados militares y civiles en los casos de tortura y crimen político, la privatización y el sistema binominal. Esa será la tensión de la “alegría” prometida que nunca llegó y el clima anímico sobre el que decantan los gobiernos transparentes de la Concertación, la Alianza por el Cambio y la Nueva Mayoría, o lo que he llamado post e hiperdictadura que corresponden a los escenarios políticos durante los cuales nacen y crecen estos nuevos autores que presentamos en este libro.
El nuevo milenio los alcanza en plena niñez, de hecho, el mayor de ellos no habrá siquiera pasado su primera década de vida, y el menor recién este año ha alcanzado la mayoría de edad. Si bien es cierto, son parte también de una cultura massmediática sus referentes son ya la televisión por cable, y no la nacional, pero sobre todo el internet. De hecho parafraseando a Lange podríamos decir que es la primera generación de niños chilenos propiamente internauta. Asimismo, la telefonía móvil, las redes sociales y las memorias extraíbles son útiles escolares más en sus colegios o en los primeros años de universidad a los que asisten. En una de las mesas del Seminario de Nueva Poesía Chilena celebrado en marzo de este año, uno de ellos hablaba de la nostalgia que les producía como generación no haber sido parte de la historia reciente del país o en otras palabras su desvinculación temporal con la dictadura en el contexto hoy de las nuevas revueltas políticas estudiantiles de las cuales muchos de los acá presentes fueron protagonistas, líderes y férreos manifestantes. De allí que con su sola irrupción en el medio se conviertan en una pregunta a la autoridad literaria, o dicho de un modo paródico, a la “literatura de los padres” por ser ellos parte de la de los hijos de los hijos. A pesar de aquello, esta antología no es edípica, pero sí pone en escena varios complejos del campo cultural. Principalmente en escritores mediocres, críticos, editores o académicos temerosos a cambios que ellos no podrán ni sabrán leer. Los principales estereotipos en reseñas, dictámenes o ensayos tienen que ver con afirmar que los libros de los poetas jóvenes, o las antologías que los incluyen, son siempre obras en proceso y que la mayoría quedará en el camino. Ese tipo de aseveraciones no se puede entender el día de hoy más que con una teoría de hace ciento cincuenta años que se llama darwinismo.
Un poema está consolidado de manera cabal o simplemente no es un poema. Toda la literatura reside en un constante proceso, abierto, rizomático, nómade, lo cual quizá sea lo único interesante como fenómeno a lo largo de la civilización, y por cierto, es lo que la mantiene unida a la vida misma. Con respecto a la selección natural y el tentativo éxito de ciertos autores y obras es evidente de que depende de múltiples factores, demasiados. La mayoría de ellos son prejuicios, autoridades intelectuales poco generosas o espacios de caución que nada tienen que ver con el talento, pero de entre todos éstos los menos importantes son justamente los propios críticos, editores o académicos. La lista de errores garrafales, asesinatos literarios e historias infames es lamentablemente larga tanto en Chile como en el extranjero. Basta recordar la carta del editor Marc Humblot a Proust cuando este le mandó el manuscrito de En busca del tiempo perdido que, entre otras cosas, dice: “Por más que me devano los sesos no acierto a ver por qué alguien necesita treinta página para describir cuántas vueltas da en la cama antes de dormir” [12].
Es este Halo un libro con espacio y luz suficiente para los más nuevos escritores, es más que el anuncio de lluvia o temblor, no sólo porque reactualice un arte de tres mil años de existencia sino porque además propone nuevas entradas y nuevas clausuras a lo que hemos decidido llamar presente.
Una breve antología de antologías de poetas jóvenes (1994-2014)
En Chile la historia de las antologías poéticas es la historia de una guerra en la que ciertamente nunca hubo ni habrá ganadores pues todos pierden, desde el antologador que siempre será acusado de nepotismo literario hasta los antologados que aunque no sean amigos del susodicho son partícipes de la sospecha, la habladuría y el rencor. Por su parte, quienes las defienden, algún interés tendrán y quienes las atacan hablan desde el resentimiento por no haber sido incluidos. No hay antología sin escándalo y tal vez eso sea su plusvalía más transversal: remover lo apoltronado de una escena y la culpa de quienes pudieron haberla hecho antes pero no la hicieron. Una antología es un mundo que construye el observador, en este caso el antologador, pues detiene el caosmótico flujo de infinitos poemas, posibles e imposibles, para crear relaciones que en el mundo real no existen o no serían visibles si alguien no los hubiera reunido en un conjunto. Dicho de otro modo, recrea una intuición de un lector perspicaz que en cada uno de sus antologados reconoce una parte de esa visión que tiene que ver más bien con un estilo que con una época, con una conciencia que con un lugar. No hay fotografía de generación, ni graduación de una etapa literaria formativa, pues lo que una antología apela tiene que ver con ser un libro donde los posibles lectores del mañana puedan sorprenderse y encontrar allí su propio presente. He hablado hasta acá de “antología”, “generaciones”, “estilo”, que son paradojas conceptuales en torno a justamente la idea de juventud en su cruce con la poesía misma, por eso es que mediante un breve panorama de trabajos compilatorios de poetas jóvenes chilenos aparecidas en el transcurso de dos décadas quiero discutir dichas nociones y llevarlas hacia una zona más bien de pliegues que de genealogías.
El año 1994 parece ser una fecha particularmente llamativa en lo que se refiera a la publicación de antologías a lo largo de todo Chile. Yanko González aparece relacionado con dos de ellas en nuestro sur. Una es en Voz sero [13], libro que recopila material del taller que dirigió en la ciudad de Valdivia.Allí se selecciona a Mauricio Gómez, Gloria Santana, Cristian Ahumada, Claudia Serrano, Anthony Díaz y Víctor Palacios. La otra es la antología Jóvenes poetas de La Unión [14] que lo tuvo a él y a Claudio Cárcamo como encargados de la muestra. En el prólogo de Voz sero, Yanko se pregunta in situ como referirse a la emergencia de la producción juvenil en materia del arte sin analizar del todo el fenómeno como problema ni menos como identidad fija y halla una respuesta en la sociabilidad horizontal, en la comunidad creativa, cooperativa y pulsional del taller.
Todo esto creo, fundamenta que un factor de primera línea para entender estos fenómenos, la encontramos al interior de un microespacio social fructífero que desencadena en la emergencia: El Taller. No siendo el único obviamente, contiene los elementos suficientes –y a la mano- para acelerar el proceso de “creérselas” y “enfrentarse”; y sin duda, uno de los factores integrantes de la causalidad de estos fenómenos de generación y reproducción
También del año 1994 son otras iniciativas en su mayor parte productos de diversos talleres o concursos como Primeras cosechas [15]editada por Nelson Navarro y José Teiguel en Puerto Montt o Primeros juegos literarios 1994 [16] a cargo del Departamento de Cultura de la municipalidad de la misma ciudad. No obstante, la que aparece como un hito en el sur de Chile es Zonas de emergencia [17] compilada por Bernardo Colipán y Jorge Velásquez, auspiciada por el Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura. Allí Colipán agrega:
El propósito de realizar una arqueología precoz de la poesía joven, consiste en seguir un camino, un método que nos permita acercarnos a este fenómeno que, por su misma complejidad, está plagado por elementos no dichos, de subplanos, de aquello que se muestra, pero no se manifiesta del todo.
Es destacable el hecho de que la revitalización del quehacer poético postdictadura haya surgido desde el profundo sur donde tanto los estragos de la represión y la censura militar como la soberbia de la transición fueron menos intensas o vividas con una celeridad distinta a la de Santiago. De hecho, una parte importante de los poetas que se visibilizaron principalmente en la capital desde fines de los ochenta y comienzos de los noventa tampoco eran nacidos allí como es el caso de Jaime Luis Huenún, Sergio Parra, o Alexis Figueroa. Estos dos últimos junto otros poetas como Malú Urriola, Guillermo Valenzuela, Víctor Hugo Díaz o Jesús Sepúlveda, entre otros, tuvieron una lectura de grupo en Ciudad Poética Post [18] de Luis Ernesto Cárcamo y Óscar Galindo quienes prefirieron hablar de de “recorrido sobre cierto paisaje de signos” debido al carácter eminentemente urbano y “posmoderno” de sus poéticas. Agrega Cárcamo:
El lenguaje de los jóvenes poetas chilenos de fines de siglo tiene rutas, desvíos y fugas tal vez más flexibles, haciéndose cómplices de la “relatividad” de estos “tiempos” democráticos, en que se mueven no sólo la sociedad chilena sino que la mayoría de las sociedades del Occidente y Este del mundo (…) En este mapa poético –por lo menos en sus momentos más interesantes- encontramos los “difusos” rastros de cierta sensibilidad ciudadana y epocal post, como: el impacto del espectáculo urbano, la “agonía de la realidad”, la influencia multilateral de la cultura de la “imagen” (la televisión, el video clip, el cine), la pérdida de “pureza” de la lengua nacional y la transnacionalización de las hablas (giros angloamericanos) como expresiones de la condición internacionalizada de la cultura actual.
Ese mismo año aparece en Santiago 22 voces de la novísima poesía chilena [19] a cargo de Carlos Baier y Cristián Basso, quien afirma que es la primera antología que reúne a los poetas de la generación del noventa. De algún modo es así, pues en su clara voluntad de carácter nacional, reúne en sus páginas más bien a representantes de ciertas tendencias poéticas de la época aunque de algún modo validadas en el hecho de que la mitad de los integrantes hayan participado de los talleres de la Fundación Neruda, otros tantos poseían premios e incluso algunos habían ya publicado sus primeros libros. Teresa Calderón señala en el prólogo:
Así encontramos poesía que regresa a la matriz nerudiana, poesía “etnocultural”, poesía cuya principal preocupación es el lenguaje, la configuración de la imagen y la metáfora; antipoesía, textos de voluntad neo vanguardista y urbana, re-conocimiento y recorrido por el cuerpo a través del lenguaje, poesía lárica y, también lírica, una sorprendente reinscripción en las formas clásicas, ya sancionadas por la tradición, si no es que ya todas las corrientes reconocidas más arriba son, a estas alturas, tradición (…) Observamos que los más jóvenes son los que buscan de preferencia en la tradición poética y presentan menos intenciones rupturistas o neo vanguardistas, consiguiendo con esto una poesía cuidadosa de la unión entre forma y sentido, y centrada en un especial hincapié en la voluntad de trabajo de la metáfora.
Poesía chilena para el Siglo XXI [20] fue compilada en el seno de la DIBAM por Floridor Pérez, Thomas Harris y Mario Salazar Castro luego de un encuentro nacional relativo al tema. En el libro se dan cita veinticinco poetas, de entre los cuales Damsi Figueroa y Carolina Celis, de 1976 y 1977 respectivamente, son las más jóvenes. Dos años después se publica en Concepción quizá la muestra más voluminosa hasta el día de hoy. Nos referimos a Poetas Chilenos Jóvenes, antología [21] cuya selección y presentación corresponden a César Valdebenito. Eduardo Asfura escribe al respecto:
La presente antología da cuenta de 86 poetas nacidos entre los años 1964 y 1981, y nos entrega un panorama amplio y significativo de las novísimas voces que actualmente enriquecen el inconfundible territorio de nuestra poesía. En estas páginas conviven poetas que registran los más diversos cauces de escritura y, al mismo tiempo, se nutren de una vasta pluralidad de vertientes. En definitiva, aquí coexisten las más complejas sensibilidades: aquellas que recogen el valor de la tradición y la herencia junto a las que establecen una óptica personalísima al explorar innovadoras líneas estéticas. Sin duda, una escritura bella, provocativa e intensa recorre y da vida a esta selección.
El año 1999 también pareciera ser un año intenso no sólo en cuanto a la aparición de antologías de poetas jóvenes, sino de eventos como el Encuentro Nacional de Poetas Jóvenes “La angustia de las influencias: los poetas leen a los poetas", que tuvo lugar en la Universidad de Chile entre los días 22 y 24 de septiembre, organizado por Alejandra del Río, Verónica Jiménez y Javier Bello con financiamiento del Consejo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura. De manera paralela, Paula Ilabaca y quien escribe organizaban en la Universidad Católica, de manera autogestionada, el ciclo “Flor de Lepras” con reunía a autores que no sobrepasaban la veintena de años con poetas principalmente de los ochenta como Carmen Berenguer, Soledad Fariña, Elvira Hernández, Verónica Zondek, Eugenia Brito o que habíamos conocido en algunas de las antologías anteriormente nombradas como Sergio Parra o Malú Urriola. Aquí se me perdonará la digresión, pero de algún modo al leer ese corpus vivo sentíamos que nuestras búsquedas estaban más cercas a esos autores que a los de la propia década que llegaba a su fin. Las nuevas voces que desde ya comenzaban a perfilarse para el nuevo siglo generaban un corte a la poesía que se produjo en la transición, tensión que se mantiene aún en la actualidad y que ha hecho correr bastante tinta y pixeles.
Decíamos de la vigorosidad de aquel 1999. Tres antologías aparecieron ese año: Vivos pero desdoblados [22], a cargo de Matías Ayala y Cristóbal Joannon, que recoge el trabajo, a parte de ellos mismos, de Andrés Anwandter, Jaime Bristilo, Héctor Figueroa, David Preiss, Matías Rivas y Rafael Rubio. La edición cuenta con el apoyo financiero de la FEUC y el auspicio de la municipalidad de Vitacura mediante un fondo concursable. Genetrix [23]fue otra de dicho año que también estaba financiada con un fondo concursable de la misma municipalidad. Acá aparece un grupo de poetas ligados a la Universidad Católica y al taller de Samir Nazal. Nos referimos a Francisco Leal, Pablo Barceló, (ambos compiladores), Rafael Rubio, Manuel Rodríguez, Fernando Pérez, Cristián Basso y Mónica Montero. Los datos, no menores, de los modos de producción de estos libros y de otros refuerza lo dicho anteriormente con respecto al retorno de la democracia y la potencia que recobraron los aparatos del Estado como el Instituto Nacional de la Juventud, el Fondart, la Biblioteca Nacional, los fondos edilicios y sobre todo el mundo académico y las universidades llamadas tradicionales.
Finalmente, de todos estos libros quizá el más conocido por los lectores y reconocido por la prensa cultural fue Antología de la poesía joven chilena [24] de Francisco Véjar. Si bien es cierto no estuvo exenta de críticas, en términos generales llegó a posicionarse como una compilación importante que daba el cierre a la poesía escrita por jóvenes en el Chile de fines de siglo y los perfilaba para una inserción cultural y repercusión mayores, hecho que aún está en proceso debido, por un lado, a la alta visibilidad y reconocimiento en el campo cultural de figuras como Alejandro Zambra en la narrativa, Matías Rivas en la edición o Julio Carrasco y su colectivo Casagrande en lo que son las intervenciones urbanas a gran escala, en contraste con la desaparición total de otros de ellos.
Dos años más tarde se consagra una segunda edición de este libro con sustanciales cambios. Se excluye a Matías Ayala, Santiago Barcaza, Juan Herrera, Cristóbal Joannon y Samuel Soto; en su reemplazo se agregan David Bustos, Bernardo Chandía, Cristián Formoso, Mario Meléndez y Marcelo Rioseco. Esta permuta se hizo notar y fue Marco Antonio Coloma [25] quien hace una rotunda crítica a varios aspectos de la edición, como la decisión de no actualizar el prólogo o la mentada exclusión y agrega:
pero convengamos que ni Chandía, ni Formoso, ni Meléndez aportan novedad a la antología, y que su trabajo está muy por debajo de la poesía, por ejemplo, de Juan Herrera (que además era el único penquista en la selección original).
En Bahía Blanca, Argentina, el año 2001 la editorial Vox publica Al Tiro [26], selección a cargo de Germán Carrasco y nota introductoria del anterior más Cristián Gómez. El nombre previo del libro era Los cabros chicos que no deja de resonar en Los nenes [27] de Patricio Fernández, el cual se publica casi una década después y en la cual las generaciones parecieran ser un espacio común. También en el extranjero aparece Carne Fresca [28]. Poesía Chilena Reciente de Yanko González y Pedro Araya. El nuevo siglo abrió la curiosidad del resto de Latinoamérica en torno a lo que pasaba con la poesía chilena de postdictadura y la tensión con las nuevas voces que ya publicaban sus primeros libros y proponían un desvío de lectura. Por ende, acá ya es patente la tensión que se daba principalmente entre lo que la crítica llamó “náufragos”, es decir, a un grupo de poetas del noventa y a la “novísima” que representaban a los del nuevo milenio, superlativa denominación que también sin proponérselo la escritora y periodista Alejandra Costamagna utilizó en una entrevista [29] para referirse a la nueva escena y no sólo a un cierto tipo de poéticas que volvían a politizar el discurso, recuperar el afuera del poema y visibilizar los desfalcos de las identidades de género, clase, edad, etnia, etc. Cantares [30]de Raúl Zurita es el primero que recoge a estas nuevas poéticas y las contrapone sin dicha intención con las de los noventa, lo cual divide las opiniones de la crítica. Por una parte, se consolidan ciertas voces de dicha década como Germán Carrasco o Javier Bello, pero a la vez ingresan al campo de lecturas autores como Paula Ilabaca, Pablo Paredes, Gladys González, Felipe Ruiz y sobre todo Diego Ramírez. Sin duda, esta ha sido la antología más polémica y comentada de los últimos tiempos que a una década de su publicación sigue generando acaloradas, entretenidas y algunas, por cierto, bizarras discusiones. Ese mismo año parte de estos poetas recién nombrados organizan y celebran en Santiago el primer festival de poesía latinoamericana Poquita Fe, el cual trae a jóvenes autores de Argentina, Perú, México, Ecuador. Uruguay, Brasil, etc.
Como decíamos al comienzo, en 2006 aparece Diecinueve[31] de Francisca Lange, la cual se presenta como el estudio más concienzudo con respecto a los poetas de la generación del noventa. La autora comentaba en el Seminario Nueva Poesía Chilena en marzo de este año que aquel libro como idea original era una investigación de la presencia e influencia de Enrique Lihn en los poetas jóvenes de aquella época, que no obstante se convirtió en una muestra representativa de aquel periodo. En una reseña Roberto Careaga [32] sobre el libro comenta:
Náufragos. Así llamó Javier Bello a los poetas de los '90 a fines de esa década. Hablaba de sujetos perdidos que ingresaban al poema sin saber cómo regresar. Puede ser el influjo de Enrique Lihn y su desconfianza ante el lenguaje. O el descampado ideológico de los 90 y la transición interminable. Por ecos literarios, efecto de la historia y variables aún en exploración, durante la década pasada la poesía chilena parece haberse alejado de los discursos sociales. Se replegó. Bajó las banderas y se dedicó a mirarse a sí misma. Se dispersaron las poéticas.
Hace poco tiempo apareció en Proyecto Patrimonio el artículo “Los hijos de Pinochet o la poesía líquida de los 90” de Omar Cid. En él se hace una descarnada crítica:
Es curioso como la poesía, parece quedarse afónica, en este periodo histórico donde las contradicciones entre justicia y medida de lo posible; amnesia y memoria, acuerdo o conflictos sociales, juegan sus cartas (…) Resulta llamativo constatar, cómo un grupo de jóvenes seleccionados y concertados, para irrumpir en la escena poética en tiempos de la transición política, lejos de la inocencia e introducidos de modo rápido y eficiente en las reglas del juego del mercado, ocuparon con una facilidad que impresiona, el espacio generado desde las aulas universitarias. Si la década de los 80, perteneció a Los prisioneros, la de los noventa, es la de La ley. Si los escritores de los ochenta, generaron espacios de resistencia, los de los noventa, en su aparente fragilidad y renuncia a toda rebeldía, construyeron las redes necesarias y los canales precisos, para conseguir sus objetivos.
Desde el norte de Chile aparece en edición virtual Un poema siempre será nada más que un poema [33]. Allí se encuentran Juan Podestá Barnao, Tito Manfred, Eduardo Jeraldo Farías, Víctor Munita Fritis, Mauro Gatica, Danitza Fuentelzar, Ashle Ozuljevic, Carol Vega y Daniel Rojas Pachas. No podemos no referirnos a la necesidad de que se emprenda una mayor cantidad de trabajos recopilatorios de poetas de nuestro norte, tanto de jóvenes como de autores mayores, pues sin duda hay una clara importancia y densidad que ha sido un tanto olvidada como puede ser por ejemplo Magallanes Moure, Romeo Murga, Guillermo Deisler, Ludwig Zeller, Mahfud Massis, Benjamín Morgado, Braulio Arenas, Stella Díaz Varín, Raquel y Alejandro Jodorowsky, entre muchos otros, por no mencionar a Gabriela Mistral, quien con Jodorowsky encontraron un reconocimiento válido en México, país que ha sido desde siempre, baste recordar a Neruda y Bolaño, muy atento a nuestro quehacer poético. De hecho, varias son las editoriales aztecas que cuentan con autores jóvenes nacionales en su catálogo como asimismo su presencia en encuentros y festivales. El año 2012 en la Feria del Libro de Guadalajara que celebraba a Chile como invitado de honor aparece Doce en punto [34] a cargo de Daniel Saldaña Paris quien señala en su prólogo una idea que creo pertinente para este trabajo:
Son responsables de obras que han modificado nuestra lectura de sus predecesores. Ese me pareció un criterio de inclusión que, aunque difícil de definir, valía la pena defenderse: la tradición, en contra de lo que suele creerse, no es unidireccional, sino que conforme se añaden piezas a su diseño se va alterando el dibujo completo (…) Me parece que no está de más poner el acento en esta forma de relación con la tradición como criterio del antólogo, pues la capacidad para dialogar activamente con el pasado es una característica exclusiva de las obras más logradas, mientras que las más endebles se limitan a balbucear de cara a un pretérito que les queda grande o a falsificar las rutas de un futuro sin chispa.
Me interesa esta idea borgeana de que los nuevos autores cambian el modo en que leemos a quienes les preceden, de hecho, es un poco el espíritu de este libro, desacomodar lo que entendemos por poetas del noventa o del dos mil y generar un hilo que tensione sus obras a tal punto de leerlas aún como obras y no como documentos ni mucho menos archivos. Lejos se está de cualquier intento de monumentalización por más que algunas de ellas cumplan veinte o quince años de existencia. Las nociones de generación, antología y estilo sólo serán problematizadas con nuevas generaciones, nuevas antologías y nuevos estilos. Esa es más menos la visión de lo que aquí se propone y es por donde quise ir al hacer una de las últimas muestras de poesía chilena escrita por jóvenes. Me refiero al libro que se me encargó para la editorial guatemalteca Catafixia en una colección donde trece poetas de diversos países harían lo mismo en los suyos, por ejemplo Ernesto Carrión en Ecuador, Manuel Barrios en Uruguay, etc. La llamé Réplica [35], pues había hecho una hace algunos años con el nombre de Terremoto [36], y la condición era el número de poetas incluidos además de un corte epocal determinado. De este modo emprendí el libro que abre con Antonio Silva (1970-2012) e incluye a Morales Monterríos, Germán Carrasco, Yanko González, Rodrigo Gómez, Gustavo Barrera Calderón, Pedro Montealegre, Paula Ilabaca Núñez, Felipe Ruiz, Arnaldo Enrique Donoso, Diego Ramírez Gajardo, Pablo Paredes, Roxana Miranda Rupailaf y Felipe Becerra, éste último parte del colectivo La Faunita que aún tiene mucho que decir junto a otros como Camilo Herrera, Sebastián Baeza o Andrés González.
Para finalizar, como se verá el gesto fratricida que ha sido parte de nuestra continuidad literaria nacional puede tener un giro más bien creativo. Leer hacia atrás con nuevos ojos y desterritorializar los sedimentos líricos y las placas semánticas con el fin de reconocer los pliegues de las obras y sus fugas sin culpa, ni miedo ni odio. En sí, las antologías, muestras, selecciones o como se les quiera llamar han sido parte importante de nuestro paisaje poético. Se visibilizan autores, se evidencian intenciones, se confrontan y se critica, lo cual ha sido así desde la Selva lírica que por lo demás está pronta a cumplir su centenario. Por ende, ninguna antología es rupturista en ese sentido, ni menos de quiebre, pero lo hermoso de todo esto es que su coeficiente de ruptura siempre tendrá que ver con los que quedaron fuera y no adentro. Eso las deja abiertas para siempre para que alguien las continúe a través de los siglos como nuevas epopeyas ojala anónimas del mismo modo que las de Homero, el Cantar de Roldán, las Mil y una noches o inclusive una pieza como la Antología Palatina. Obras colectivas y sin inscripción que se escapan a los vaivenes de la vanidad y el deseo. Libros escritos desde el futuro que vemos a lo lejos como señales en el cielo, anuncios de un mañana aún posible, la sobrevivencia de la poesía.
¿Existe algo así llamado poesía joven?
No sé si es porque sea el comienzo de un milenio en que todo lo nuevo pareciera tener un carácter fundacional, de primera vez o el hecho de que las sociedades patriarcales estén viviendo una suerte de puerizacion por la enorme cantidad de juguetes tecnológicos y entretenimiento es que la pregunta por la poesía escrita por jóvenes, y no poesía joven, es decir, sustantivo y no adjetivo, ha adquirido un carácter que antes no tenía. Será debido a una madurez y conciencia literaria más prematura, es posible. Será el acceso a más información pertinente debido al internet y los nuevos modos de leer, también. Sea como sea, desde el dos mil lo joven ha ido tomando un protagonismo cierto y pertinente que primero se percibió en el ámbito artístico, que nosotros vimos en especial con la poesía, luego en lo social gracias a las revueltas del movimiento estudiantil y actualmente en lo político con varios de esos ex líderes en el Congreso. Pareciera ser que el famoso futuro que sería tomado por los jóvenes era hoy, pero bajo ningún punto de vista ha sido fácil ni mucho menos ideal. Las precauciones y reservas al respecto son evidentes, pues miramos hacia atrás como, por ejemplo, la academia ha querido ir ampliando su canon de intervención sobre las comunidades indóciles. Si durante los ochenta la atención institucional recayó sobre la mujer, en los noventa fue sobre lo gay, en el dos mil sobre lo mapuche y en esta década sobre los jóvenes y estudiantes. Las sospechas son innegables tanto en el ámbito social en cuanto a las identidades o al Estado y en el literario que ha querido frenar la velocidad de entrada de estos muchachos y muchachas salvo por instancias casi excepcionales como los talleres de Balmaceda Arte Joven donde gran parte de ellos, como nosotros, tuvo una primera formación o en menor grado en los de la Fundación Neruda.
Al pensar en la relación entre juventud y poesía volvemos en primer lugar, y ya casi como un clisé, a Rimbaud, aquel niño genio que pintó las vocales y describió el infierno antes de la mayoría de edad. Quizá sea el ejemplo más concreto de una metáfora arriesgada que piensa a la misma poesía como un agenciamiento siempre jovial, eterna constante de la primera vez de la belleza. Tanto así que lo joven pareciera ser un subgénero dentro de la poesía moderna y las antologías retomar ese espíritu rimbaudiano en su gesto abrupto, precipitado y temerario. En los estudios literarios chilenos aún da la sensación que lo joven connota inmadurez o apresuraminento en ser parte de un canon que la academia cuida celosamente. Allí recién están entrando autores que sobrepasan los cuarenta años y las lecturas son más bien tímidas y contextuales. No han sido muchos los críticos que se han referido a la poesía escrita por autores jóvenes de los últimos 25 años. Entre ellos se puede mencionar a Patricia Espinosa, Naín Nómez o quienes han publicado libros sobre el tema como Walter Hoefler con Presuntas re-apariciones[37], Luisa Eguiluz, citada al comienzo de este texto, con Santiago: Fragmentos y naufragios [38] y Magda Sepúlveda que quizá sea la primera en formalizar estas escrituras dentro de un panorama integral de la lírica nacional a lo largo de cuarenta años en su libro Ciudad quiltra[39]que reúne dichos acercamientos proponiendo nuevas entradas de lectura como las hospederías, la fiesta o la discoteca.
Aunque debemos reconocer que en su momento sí hubo una extrañeza con la poesía escrita por jóvenes una vez terminada la dictadura. Un desconcierto que afortunadamente ha ido in crescendo, pero que por otro lado en la crítica ha tenido un movimiento contrario. Las muestras editoriales son cada vez más pocas, los apoyos estatales no dan cuenta de la riqueza del fenómeno y los escasos acercamientos al respecto vienen de los propios poetas que se han visto en la urgencia de escribir sobre sus promociones, espacios de circulación y movimiento editorial. La primera lectura sistemática de los poetas del noventa la hizo Javier Bello bajo el nombre de “los náufragos”, a pesar que hubo otros intentos como el más reciente propuesto por Julio Carrasco, “la retaguardia”, nombre también del seminario al respecto con el cual se pretendía tensionar su lugar entre la escena de vanguardia de los ochenta y los despuntes vanguardistas que se han leído en los poetas del dos mil. Carrasco [40] agrega: “Fuimos la última generación literaria del milenio, la bisagra entre lo análogo y lo digital, entre la Guerra Fría y la guerra contra el terrorismo” a lo que Rodrigo Rojas complementa: “Lo que tienen en común es la diversidad. Es una generación que se educó en los 80, en una época de poca circulación de autores nacionales, y muchos se empaparon de literaturas extranjeras. Esto genera una multiplicidad de poéticas”. Algo similar sucedió con los poetas del nuevo milenio. A pesar de haber llamado a atención sobre varios de ellos, cierta parte de la crítica puso el ojo en lo que se llamó la “novísima”, nombre que por lo demás como se ha visto en este contexto se viene usando hace veinte años. Es evidente que hay muchos más poetas que “náufragos” y “novísimos”, por lo cual esta antología sirve a modo de tensión para conectar y ampliar los registros.
Raúl Zurita dijo una vez que no hay poetas jóvenes, sino escrituras nuevas o nada. Ciertamente ese es el espíritu de Halo. No es una apología a la juventud, ni siquiera a la juventud de estas escrituras sino ciertamente a la potencia y singularidad de este corpus que aquí se presenta. Chile es una tradición ininterrumpida de poetas que encuentran en lo más insólito de sus empresas una peligrosa sinergia que no se da en otros puntos geográficos, sin embargo dicha inestabilidad se contrapone al excesivo optimismo nacional por las instituciones y los conductos regulares, a una oficialidad ciega, fría e ingrata. Muchos son los poetas olvidados en aquellas antologías de las que hablamos anteriormente y muchos más serán obviados en las que sigan, lo mismo quienes permanecen en la autogestión, la autonomía y la desconfianza en las instituciones culturales o educacionales. No es una antología de poetas jóvenes sino de poetas menores que usted que tiene este libro en sus manos y el hecho mismo de reunirlos no pretende más que una cartografía de lecturas, no de escrituras, que incite al diálogo, la recuperación y ciertamente resucite nuevas polémicas, diatribas y recriminaciones que hacen por lo general que este tipo de libros sobrevivan y de paso que la poesía tenga un lugar en el ruido ensordecedor del campo cultural.
En España un poeta joven puede tener aún cuarenta años, o en México treinta y cinco, no obstante en Chile la aceleración en la producción poética se inaugura en este libro con un muchacho de dieciocho años. Varios de estos poetas los conocí en talleres que impartí o lecturas donde los pude escuchar. Terminan la enseñanza media, llamada secundaria en otras partes, o están en sus primeros años de universidad. Son casi todos inéditos y comienzan a participar en recitales literarios o publicaciones en internet. Conocen la poesía chilena mucho mejor que varios de nosotros y se ven interesados en el quehacer en Latinoamérica y España. Es en este país donde una coetánea de ellos, Luna Miguel (1990), ha promocionado a estos autores bajo el nombre de posnoventista [41] y justamente la ha difundido sobre todo en internet. Es la compiladora de la antología Tenían veinte años y estaban locos[42] publicada allá con poetas nacidos desde fines de los ochenta en adelante. Han creado fanzines virtuales, espacios específicos en la red y socializan vertiginosamente sus escritos. La prensa cultural española ciertamente habla de un fenómeno inusual que no tan sólo tiene una enorme cantidad de seguidores sino algunos detractores que ven todo esto como un “babyboom” mediático entre cibernautas.
En el mundo anglosajón se habla de esta nueva promoción como la Alt Lit, que, según algunos, es la abreviación de Alternative Literature o para otros hace referencia a las teclas Alt con las cuales cambiamos las funciones de un código. Se caracteriza por la enorme influencia de internet y las redes sociales además de un estilo de vida asociado a la publicidad virtual, el consumo pop, las drogas blandas de posible transacción en línea e incluso de una nueva sensibilidad cibernética al borde de la legalidad de la identidad. Les interesan más los blogs o tumblrs que publicar en papel y prefieren la no ficción o autoficción más que el concepto de obra literaria. El rostro más visible es el neoyorquino Tao Lin, que de algún modo recuerda a la obra de Fuguet pero un cuarto de siglo después. Otro hecho que engloba a esta nueva generación es el proyecto multidisciplinario “89plus” fundado por Simon Castets y Hans Ulrich Obrist, quienes investigan, antologan y publican a autores nacidos desde 1989, fecha que no sólo invoca la caída del Muro de Berlín sino la primera oleada de masificación del internet en el Primer Mundo y en Chile la caída de la Dictadura militar.
Hay en los 19 autores que componen Halo algo que los une al resto, pero a la vez los separa. Un interesante movimiento de pliegues se puede construir en su lectura que se sobrepone a lo lineal, a lo encasillable, a lo cómodo de una idea de antología, de nueva generación, de estilo común. Si bien es cierto se puede decir de manera general que no temen en visibilizar sus clase social, su género, su pertenencia racial o sus condiciones minoritarias y que hallan una nueva emocionalidad más cercana a Rojas que a Parra, a Teillier que a Lihn, a Zurita más que a Martínez, por mencionar su contexto en la poesía chilena, o más actualmente a la poesía del dos mil que a la del noventa. Lo suyo es más devenir que genealogía y viven los sentidos de comunidad y creatividad de modo integral en la autogestión. Si la poesía que les precede significó un primer momento de crisis ellos llegan a confirmarla, pero sobre todo a visibilizar un nuevo locus menos territorializado y tal vez sí, más digital, pero no por eso menos real.
En un momento pensé hacer de este libro un solo poema dividido en 19 partes indicando sólo al final la pertenencia autoral correspondiente. Desistí. Al menos por ahora creo es necesario que el lector desde las primeras páginas hasta las últimas pueda individualizar cada voz y tono, cada propuesta de obra, cada estilo que hay acá y que hacen de Halo algo más que una suma de singularidades. Epopeyas insólitas e imaginarios exóticos que hallan en estas nuevas épicas la reactualización de un canon imaginario (Matías Tolchinsky). El uso de los nuevos lenguajes tecnológicos, los nuevos códigos de la tribu global pero sobre todo de su potencial de desajuste en lo que es el holograma que hemos llamado mundo (Daniel Olcay). Reactualizaciones de la infancia reemplazando el miedo por el deseo con toda la celebración del tabú, lo secreto, la desarticulación de cualquier reforzamiento moral (Julieta Moreno). Nuevas experiencias de la metaliteratura sin la ingenuidad del anhelo de responder por la poesía en la poesía sino que justamente preguntando por la vida en la vida misma (Maximiliano Andrade). El giro en la ampliación del placer como concepto fundante y la bella imposibilidad de la transformación de un corpus en un cuerpo (Alexander Correa). Visitas al concepto de familia como disciplinamiento y su corrosión desde la religiosidad popular que esconde nuevas variantes del gozo (Fernanda Martínez). Una lectura del Chile actual desde la violencia de su inmovilidad exhibiendo las fisuras de un modelo en el cual la verdad es siempre verdad de sí (Benjamín Villalobos). La ampliación afectiva a las ideas estereotipadas sobre la pobreza llevando los márgenes sociales hacia los márgenes íntimos biopolíticamente (Nicolás Meneses). Parodias, ironías y sarcasmos sobre íconos de la cultura de masas como los cuentos de hadas, las princesas y las brujas posmodernas (Ronald Bahamondes). La ominosa incomodidad de acostarse uno y despertar otro, es decir, las transformaciones del yo en la vertiginosa casa nacional (Roberto Ibáñez). Genealogías íntimas del universo que no son más que los eclipses, las ecuaciones y el efecto doppler de nuestras propias vidas expuestas a la luz de la luz (Christopher Vargas). La locura, la enfermedad y la muerte vistos desde sus propias paradojas, sus propias ficciones, su propia opacidad (Claudia Maliqueo). Utilización de espacios simbólicos como metáforas de nuevas afectaciones, humores públicos y delirio indócil (Francisca Vidal). Reconstitución de una historia imaginaria entre los sedimentos simbólicos de una tradición secreta de la lengua y sus fracturas como progreso (Pablo Apablaza). Las máquinas, las memorias extraíbles, los registros encriptados en la oposición de las borraduras del recuerdo, la desmantelación del olvido (Catalina Ríos). Deslindes de las soberanías nacionales americanas mediante la actualización de cosmovisiones ancestrales que actúan como inconsciente del mundo de hoy (Pablo Lara). Nuevos tanteos a las éticas de la infancia vistas desde su alegoría primordial y la edipización de Chile (Yerko Ostap). Rebeldías, violencia y el fulgor del resentimiento ante la conformidad patriarcal de la ley (Aukán Martínez). La metaforización de una deriva tanto a nivel país como en la geografía emocional de una voz que relee los últimos cuarenta años como el despertar de una pesadilla colectiva (Daniel Medina). Estas son sólo algunas de las entradas de lectura tanto a los autores como a las materialidades mismas del libro. Como decía antes, no es una fotografía de grupo, pero sí tal vez una fotografía de este nuevo siglo que cada vez pareciera querer recuperar el horror del XX aunque de manera subrepticia fundar un nuevo pacto basado en la creatividad. Halo no es sólo la primera muestra de estos nuevos autores nacidos en los noventa, sino quizá la última mirada a la civilización tal como la entendemos hasta el día de hoy.
Finalmente, el poema que aparece como cita a continuación y abre este libro es del poeta Ignacio Sáez Gallardo nacido en 1999 y con quien hubiese querido cerrar Halo. No obstante, por razones que escapan a su voluntad y a la mía no pudo ser así. Sea la publicación de este poema un reconocimiento a su enorme talento y que como se dice ahí una invitación a descubrir esta hermosa época, que es lo mismo que decir, un nuevo amanecer y estas luces que brillan en el cielo.
Santiago, agosto, 2014
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Notas
[1] Lange, Francisca. Diecinueve (poetas chilenos de los noventa): Santiago: J.C. Sáez editor, 2006.
[2] Eguiluz, Luisa. Las Últimas Noticias, 27 de mayo, 2014.
[3] Zambra, Alejandro. Formas de volver a casa: Barcelona: Anagrama, 2011.
[4] Amaro, Lorena. “Nosotros, los culpables”. Revista virtual 60 watts, 9 de enero, 2014.
[5] Zambra, Alejandro. Mis documentos: Barcelona: Anagrama, 2013.
[6] Costamagna, Alejandra. En voz baja: Santiago: LOM, 1996.
[7] Fernández, Nona. Mapocho: Santiago: Planeta, 2002.
[8] Gumucio, Rafael. Memorias prematuras: Santiago: Sudamericana, 1999.
[9] Jeftanovic, Andrea. Hablan los hijos: Discursos y estéticas de la perspectiva infantil en la literatura contemporánea: Santiago: Cuarto Propio, 2011.
[10] Contardo, Óscar. Volver a los 17: Recuerdos de una generación en dictadura: Santiago: Planeta, 2013.
[11] Contardo, Óscar. La Tercera, 31 de agosto, 2013.
[12] Bertolo, Constantino. El ojo crítico. Barcelona: Ediciones B, 1990. Vale recordar que también André Gide como parte de la Nouvelle Revue Française y asesor de Gallimard rechazó la novela y en carta a Proust le comenta: Haber rechazado este libro quedará para siempre como el más grave error de la ''NFR'', y (como tengo la vergüenza de ser en gran parte el responsable de esto) una de las tristezas, de los remordimientos más dolorosos de mi vida (…) Y ahora no me basta con amar este libro, percibo que siento por él y por usted mismo una especie de afecto, de admiración, de predilección singulares. No puedo seguir... Tengo demasiados remordimientos, demasiados dolores. No me lo perdonaré jamás. (Cartas a André Gide. Buenos Aires: Perfil Libros, 1999).
[13] González, Yanko. Voz sero: antología poesía joven: Valdivia: Barba de Palo, 1994.
[14] González, Yanko; Claudio Cárcamo. Jóvenes poetas de La Unión : antología: Valdivia: Corporación de Promoción Social de Valdivia, 1994
[15] Navarro, Nelson; José Teiguel. Primeras cosechas: segunda antología poesía escolar: Puerto Montt: Ediciones Polígono, 1994.
[16] VVAA. Primeras juegos literarios 1994: Puerto Montt: I. Municipalidad de Puerto Montt, 1994.
[17] Colipan, Bernardo; Jorge Velázquez. Zonas de emergencia : poesía-crítica poetas jóvenes de la X región: Valdivia: Paginadura ediciones, 1994
[18] Cárcamo, Luis Ernesto; Óscar Galindo. Ciudad Poética Post: Santiago: INJ, 1992.
[19] Baier, Carlos; Cristian Basso. 22 voces de la novísima poesía chilena: Santiago: Tiempo Nuevo, 1994.
[20] Pérez, Floridor et al. Poesía chilena para el siglo XXI: 25 poetas, 25 años: Santiago: DIBAM, 1996.
[21] Valdebenito, César et al. Poetas chilenos jóvenes, antología: Concepción: LAR, 1998.
[22] VVAA. Vivos pero desdoblados: Antología de poesía joven: Santiago: Editorial ediciones, 1999.
[23] VVAA. Genetrix: Antología de poesía joven: Santiago: Endecaedro, 1999.
[24] Véjar, Francisco. Antología de la poesía joven chilena: poesía de fin de siglo: Santiago: Universitaria, 1999.
[25] El Periodista nº36, 2003.
[26] Carrasco, Germán. Al Tiro, antología: Panorama de la nueva poesía chilena: Baía Blanca: VOX, 2001.
[27] Fernández, Patricio. Los nenes: Barcelona: Anagrama, 2008.
[28] González, Yanko; Pedro Araya. Carne Fresca: poesía chilena reciente: Ciudad de México: Desierto, 2002.
[29] Costamagna, Alejandra (Manuela Román). Las Últimas Noticias, 21 de abril, 2002.
[30] Zurita, Raúl. Cantares: nuevas voces de la poesía chilena: Santiago: LOM, 2004.
[31] Lange, Francisca. Diecinueve (poetas chilenos de los noventa): Santiago: J.C. Sáez editor, 2008.
[32] Careaga, Roberto. Las Tercera: 4 de noviembre, 2006.
[33] Rojas Pachas, Daniel. Un poema será siempre nada más que un poema: antología de jóvenes poetas del norte chileno: Cinosargo ediciones/ Groenlandia, 2010. Virtual.
[34] Saldaña Paris, Daniel. Doce en punto: poesía chilena reciente (1971-1982): Ciudad de México: UNAM, 2012.
[35] Hernández Montecinos, Héctor. Réplica: poesía chilena contemporánea (1970-1985). Ciudad de Guatemala: Catafixia, 2012.
[36] Hernández Montecinos, Héctor. Terremoto. Asunción: Felicita cartonera, 2008.
[37] Hoefler, Walter. Presuntas re-apariciones: Poesía Chilena. Poemas 1973-2010. La Serena: Universidad de la Serena, 2012.
[38] Eguiluz, Luisa. Santiago: fragmentos y naufragios: poesía chilena del desarraigo (1973-2010). Santiago: Catalonia, 2014.
[39] Sepúlveda, Magda. Ciudad quiltra: poesía chilena (1973-2013). Santiago: Cuarto Propio, 2013.
[40] Carrasco, Julio. El Mercurio, 31 de mayo, 2012.
[41] Jacob Steinberg (1989) arguye la paternidad del concepto ubicándolo como una continuación de la poesía argentina de los noventa con nombres como Cecilia Pavón, Cucurto o Gabriela Bejerman. No obstante, en una discusión en el grupo de Facebook “Los perros románticos” le argumentaba que dicho concepto yerra en muchos frentes, pues han pasado quince años desde que se acabaron los noventa y en ese tiempo han sucedido mil cosas para negarlas de plano y saltarse de esa década al día de hoy, es decir, dar ese plumazo a una década y media de poesía a nivel latinoamericano es un error conceptual. No se puede comparar una era sin internet a una con tanta presencia de él, no se puede comparar Eloísa cartonera como fenómeno a las cientos de cartoneras que hay ahora en todo el mundo, no se puede comparar las condiciones políticas de los noventa con lo que sucedió luego de las Torres Gemelas. Sin ser mala onda, creo que ese concepto agoniza en su nacimiento, pues mientras más nos alejamos de los noventa más su significación se diluye y se hace necesario explicarlo y cuando necesitamos más conceptos para explicar uno quiere decir que no va. Yo sí creo que los poetas nacidos en los noventa tienen un tono distinto a nosotros que somos los dos mil y más aun con los que empezaron a publicar en los noventa que es gente que nació a fines de los sesenta y comienzos de los setenta. La autogestión por ejemplo que hablaba Jacob como característica en los noventa argentinos es algo que ha sucedido en toda Latinoamérica, el tono coloquial ya lo puso en boga un joven poeta de cien años que se llama Nicanor Parra, e internet no es un síntoma actual. Por eso, hacer una continuidad de todo eso me parece un tanto irresponsable y miope con muchos procesos culturales, sociales, políticos y sobre todo creativos en Latinoamérica, como festivales interamericanos, editoriales asociadas, cuerpos críticos de lecturas, antologías, etc.
[42] Miguel, Luna. Tenían veinte años y estaban locos. Córdoba: La Bella Varsovia, 2011.