“Comencé a escribir cuando comencé a mentir”
es la primera línea de este libro
y perfectamente podría ser su epílogo.
La mentira no es lo opuesto a la verdad
sino que lo opuesto al amor
¿qué es el amor?
es imaginarse con alguien
antes de esta vida
y en una por venir.
Esa ficción, ese sueño lúcido
ese convivir con los muertos
que somos cuando amamos
es también la literatura.
En Caminamos porque amamos algo
el protagonista no es un narrador
tampoco un personaje
ni siquiera un autor por más que lo parezca
sino una voz
un lenguaje
ese ser vivo y ser muerto
que es el único que puede hablar del mundo
como si fuera una ciudad
ya sea Atenas o Puerto Montt
recorrer sus bares y discotecas
en Chueca o Bellavista
como si fuera la última vez
y esa es su pulsión de nombrar.
Solo se escribe sobre algo
cuando ese algo desaparecerá.
Niños y perros
que saben que morirán enfermos
abuelos y amantes
que desaparecen de sí mismos
1876 y el siglo XXIV
como sueños de un otro
San Ignacio de Loyola
y el que escribe en el baño
“chupopicogrueso” junto a su teléfono.
Todo desaparecerá
porque se escribió
y esa es la lucidez de este libro
no era mentir
era morirse de amor en todos sus amantes
era morirse de pena con todo lo que le rodea
era morirse de rabia por lo que fue y lo que se fue.
Nicolás Lange ha escrito una obra
que le da presente a este presente
tan hiperconectado y tan solitario
tan maraco pero tan pudoroso
tan sensacional pero tan vacío
y es en ese límite exacto
que esta escritura es una maravilla.
“Este no es un libro”
es una de las últimas líneas de Caminamos porque amamos algo
y perfectamente podría ser su prólogo.
En efecto, no es un libro
es rabia y amor.
Santiago, 19 de enero, 2023
Nicolás Lange