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Frente a un hombre armado: Desfigura y coacción

Héctor Hernández Montecinos



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HOMBRES. El libro está lleno de hombres que no son más que la suma de sí mismo cuando no hay sí mismo sino máscara[1]. Ni siquiera hombres: cuerpos de hombres. El poder de ser materia, piel, hendidura, fluidos. Volver a ser elemental: tierra y agua. La geografía de una historia. Todo cuerpo desnudo es un cadáver de sí en el futuro. En su mutuo desprecio, en el espejo quebrado de la realidad. Aún más. Ni siquiera cuerpos sino las sensaciones que produce un nombre, en todas las posibles conjugaciones que podrían resultar de Juan de Warni. El síntoma agónico de una guerra contenida en su propia inscripta: una guarnición identitaria. El éxito de su paradoja, la contradicción de un cuerpo frente a otro cuerpo. Una vida imaginaria como lo son todas las vidas reales. Y como lo es toda guerra para el porvenir.

— PUNCTUM. Todo nombre es el resultado de una guerra. Todo apellido es su triunfo. La luz de un tiempo que la civilización celebra. El nombre es el alma de la historia. Lo que recordamos, los que se nombran en los escenarios de los siglos. Tan así. Nombres (cuerpo), guerras (territorio), siglos (discurso)[2] como el eje narrativo de Frente a un hombre armado (1981). Jeanne y Leon, M. Albert (M. de Morlux), Par Maurens, Alexandre, Conrad de Wohl, S.A.R., Segundo Imperio, Segunda Guerra Mundial, Pacificación de la Araucanía, 1815, 1845, 1847, 1914, 1946. Marcas de narración que se convierten en flujos, nódulos de una crónica, una (auto)biografía, una ficción. Señales en el camino para no llegar nunca donde nadie quiere llegar.

— LA MEMORIA Y LA FUERZA. Se recuerda sólo lo que se desea. Incluso el dolor que es también deseo. Se recuerda lo que queremos sentir por siempre dentro de uno. No durante la eternidad sino en cuanto intermitencia, cuando podemos ir y volver, ser y dejar de ser, es decir, agenciar una identidad. El cuerpo no recuerda sino aquella identidad. La historia imaginaria de ese soma, en su genealogía y devenires. Es el sentido de la Musaraña. [3] El recuerdo como una sublime ficción y viceversa: el propio libro. Por su parte, la fuerza es lo que concede sentido a esos nombres, a esas guerras, a esos siglos. La fuerza como autoridad nominativa, punitiva y temporal. En ese eje, axis, Juan de Warni es el punto en el mapa narrativo donde estas líneas convergen. Ciertamente es su fuerza[4] para trascender la soberbia y prepotencia de lo real, incluso de lo real de su propia ficción. La penetración de un imaginario.

— LA ENFERMEDAD COMO GUSTO. Era tifus, era meningitis, era depresión. Una fiebre amorosa, una suma excitación causada por Alexandre. Un intermezzo clínico para el delirio erótico. El gusto permisivo de una enfermedad, el placer por el dolor y el éxtasis de la muerte. Constantes que se profundizan a cada momento. Cuerpos que padecen anticuerpos. Cuerpos sodomizados por otro cuerpo. Cadáveres exquisitos. En su antípoda: la vida es sufrimiento.  El sadomasoquismo como una metáfora de toda guerra, de todo hombre, de los siglos. La cacería es su sinécdoque. Un cuerpo frente a otro cuerpo y entre ellos todas las posibilidades. El catálogo completo desde el crimen hasta la pasión anal. ¿Qué es un cuerpo sino todos los deseos que permite? Su límite: adolecer, el que adolece, el dolor.

— LA VOZ DE TODOS. El narrador, el personaje son agenciamientos. Rompen la unicidad de la línea que une un origen y un destino, es decir un yo[5]. Los límites friccionados, en el roce de las identidades. Travestirse es volver a ser. Ver a través de ti.  Juan como prostituta. Su padre para fecundar a su madre. Género travesti la crónica. Etimológicamente la historia de un tiempo cuando en la ficción son todos los tiempos. Los tiempos de todos. Un tiempo es la suma de sus voces, sus ruidos, sus gemidos y quejidos. El tiempo es la negación del silencio. El silencio entre Juan y todo lo que no es él incluido el espejismo de su deseo, Alexandre, vuelto él mismo[6]. Jean/Juan/Warni/Guarní, el Chevalier, hijo de Diana, amante del siervo, de la presa de la presa.

—UN JARDÍN. Un paisaje en miniatura. Un bonsái hiperbólico. La metáfora de un estado de ánimo del Estado. Un punto medio entre lo que une a la familia y lo que la separa.[7] El amor como administración y la conveniencia como reparto. El jardín como máscara de una máscara colectiva. El jardín como mapa de una dinastía enriquecida por la usurpación (Araucanía, Argelia). El éxito de la cacería, la casa. Un paisaje instantáneo, la fotografía de su poder desproporcional observado por Diana y su traducción Artemisa y su inversión asimetra. Jardín, corazón e inteligencia nuevamente como correlato de territorio, cuerpo y discurso. Un pozo como un agujero negro, un ojo para ver la sima familiar de los Warni[8]. Una parodia inexacta de un campo fúnebre, una metáfora de un origen y un final. El lugar donde el hombre aprende a mentir a Dios al negar el fruto: el origen de toda ficción.  Y el final, “un sistema de caprichos” de algo que nunca sucedió.


ADDENA.

Las similitudes con Casa de Campo (1978) de José Donoso no dejan de ser inquietantes. Una casa-fortaleza incluida una gran reja, un muchacho que se traviste, una familia de la aristocracia, un juego de ficción como La Marquesa salió a las Cinco y Musaraña, un narrador que enuncia la propia enunciación, diálogo con el lector, la novela como artificio, el deseo infantil y el miedo edípico de los adultos, la relación placer-poder, iniciación sexual entre primos, miedo a los indígenas, etc. Tan así que en varias partes se habla propiamente de la residencia de Perier como “casa de campo”. Se podría pensar en una novela y su doble. De ser así ¿cuál es cuál? La cronología es sugerente pero no conclusiva. ¿Por qué dos novelas de dos autores tan cercanos pueden llegar a parecerse tanto? ¿Es un juego entre Donoso y Wacquez? ¿O entre sus personajes? Ficcionalizar incluso el estado de recepción de dos obras casi paralelas.

 

NOTAS

[1] “Tal vez por esta razón, nuestro adolescente –que es tal, como los actores del antiguo teatro eran a veces la máscara de la juventud- no está preparado, o en todo caso, si lo imagina, sólo podrá hacerlo mediante una premonición agónica” (18). “La reacción no pasó de ser una mirada, el derrumbe de una máscara” (21). “La máscara, o sea, las mil forma que puede revestir un mismo rostro, es capaz de proyectar fuera de sí lo que, por un engaño fundamental de la esencia, podría ser o hacer (31).

[2] “Aunque al hablar del Kaiser me di cuenta de que se refería a algo mucho más antiguo y ¿por qué no?, más verdadero que un nombre, que una guerra, incluso que un siglo. Me dijo que tenían que ganar” (21).

[3] “(…) ese pequeño mundo, que pretendía imitar el universo, no pasaba de ser una contingencia parcial, aunque no antagónica, de lo que cada uno deseaba ardientemente. Me imagino que éste era el sentido de aquel juego denominado Musaraña, romper por una vez la corteza de lo real” (30).

[4] “Sin haber caído nunca en la tentación de dirigir a los hombres, he construido un sistema personal donde la fuerza representa la única caución de la inteligencia” (33).

[5] “Es la razón por la que las voces, hasta ahora, se funden en una sola voz. He creído más cómodo atribuirme la representación familiar, los secretos deseos comunes, que darle a cada uno la responsabilidad de sus propios fantasmas” (84)

[6] “Pero la desnudez de Alexandre era casi perfecta. Bajo sus ropas descuidadas había un cuerpo liso y bronceado que rechazaba lo superfluo. Puestos lado a lado, contrastábamos profundamente en el color de la piel, aunque no en esa cualidad espigada de los cuerpos jóvenes, enjutos y admirablemente elásticos” (163)

[7] “(…) ese lugar no se abandona jamás si por ese territorio entendemos un recinto no mayor que un jardín, que un corazón o que una inteligencia” (98).

[8] “En primeras nupcias mi padre casó en Chile con una francesa, hija de franceses medio belgas, cuyo uno de sus apellidos, o sea que no tiene nada que ver conmigo, es de Warni, nombre este que yo he elegido para el personaje de mi novela actual y de mi novela anterior (Frente a un hombre armado)”. Entrevista Póstuma a Mauricio Wacquez: Frente a un Escritor Armado. El Mercurio, 25 de marzo, 2001.

 

 

BIBLIOGRAFÍA.

Wacquez, Mauricio. Frente a un hombre armado. (Cacerías de 1848). Santiago: sudamericana, 2002.



 



 

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