Finalmente parece que todo lo que hemos hecho gira en torno al sol. Desde la invención de la agricultura a la escritura, desde una idea de tiempo hasta de otros mundos más allá. La luz no solo sirve para darle sentido a las cosas y las palabras sino que también es lo que las une bajo una idea de civilización. Podemos ver porque hemos podido nombrar. Desde un Génesis donde la luz se hace hasta la tiniebla previa al Juicio Final. Desde cavernas frías, tenebrosas, húmedas que gracias al fuego se convirtieron en algo parecido a un país. Lo luminoso es lo verdadero, lo bello, lo bueno y es hacia donde todo lo humano gira la cabeza como las polillas que finalmente somos en un universo de luciérnagas. Sea como sea, toda confesión es bajo una luz, ya sea policial, jurídica, religiosa, educacional, psicológica o médica. Lo enunciable, lo observable, lo vivible está en ese espectro en donde podemos conocer al otro, al mundo, pero hay otra luz para verse a sí mismo, para reconocerse y desconocerse, sin afán de verdad pero tampoco de mentira, sin la obligación moral del bien pero tampoco con el deseo del mal, sin la necesidad de una belleza que sea contemplación. Una luz difusa, sencilla, tenue, a veces intermitente, que finalmente es la luz del poema.
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Se suele dividir la poesía entre la del día y la noche, entre la claridad y la sombra. En ciertos ámbitos se ha utilizado para hablar de una poesía española de la experiencia diurna y de otra latinoamericana barroca, densa, ciertamente oscura. O de una que observa los objetos y los acontecimientos como si estuviesen siempre bajo iluminación tal cual ocurre en gran parte de la norteamericana y de otra que al no poder distinguir a primeras debe tantear en el lenguaje, avanzar, retroceder, perderse para finalmente tentar un arribo. Siempre se trata de la observación, de lo que un autor o autora ve o hace ver, de lo que ilumina o calla, de lo que encandila o donde prefiere ser cómplice de un secreto. Se ha dicho que se escribe de lo que se ve, de lo que se piensa o de lo que se imagina. En todas ellas hay algo, literalmente, claro y es el hecho de que observar no tiene que ver solo con la medición inconsciente de la materia sino también de la energía que la cruza y que a veces no es otra cosa que una intuición. Esa perspicacia es la que hace de la poesía un arte del más allá pero más acá, una voz que regresa no se sabe de donde y que sigue su camino como el ángel decapitado de la historia.
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Este libro posee esa media luz como si hubiese sido escrito junto a una vela. En una mesa de madera rodeada de sombras que se agrandan o se deforman según la respiración o el movimiento de quien escribe, estira un brazo, se toca la cara, bebe una copa de vino. No se trata de una escenografía sino de un tono y un silencio, de un crepitar y de detalles que revelan al mundo fuera de esa habitación imaginaria que es a veces la realidad. Sin pretender nada más que ser un libro de poesía, Mal de Giovanni Mollo da en el punto exacto entre una sensibilidad y una época aunque no se trate, necesariamente, de un tiempo sino de lugares, de espacios, de hábitats que son hechos aparecer y desaparecer ante la mirada de quien cree estar leyendo un poema pero está hablando con el árbol que fue antes de ser una página. Esa intermitencia entre el algo y el alguien solo es posible por parte de quien conoce a cabalidad el mundo y la desigualdad de sus valores, la realidad de las cosas, el radical peso de la materia y que en estos poemas no necesita sobrenombrarse. Lo que está allí podemos verlo en su presente tal como escucharlo diferido en su fugacidad, en el eco alejándose que es también la voz que lo enuncia. Algo se pierde, se va, decide renunciar, pero no hay nostalgia sino una resignación que bordea la rabia y la dignidad. Una hermosa resignación. Hay algo de ese sujeto no tan sujeto a nada, que puede abandonarlo todo, es decir, del único que podría llamarse libre. Ese borde poroso crea una intimidad que de tanto llevarla a su grado cero logra parecerse a la de una inmensa minoría.
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No se trata de un yo sino de un cuerpo y eso lo emparenta a Trilce de César Vallejo donde, efectivamente, es la máquina cuerpo la que escuchamos desde el hambre, el deseo, el quejido. En efecto, el poema “Soy frágil y dulce” de Mollo remite a esa etimología probable del emblemático libro peruano: triste y dulce. Una dulzura que duele, así es. Una tristeza y una fragilidad que conmueven, así es. Algo hay de desolado en esta poética, pero acompañada de todos sus fantasmas y eso la hace aun más profunda. Habla un país a través de este cuerpo. Un pueblo quizá. Una ciudad del porvenir poblada de todos sus miedos, sus deseos, pero también de los detalles urgentes que lo sacan de la categoría de foto invertida o de postal del horror. Ese cuerpo como el libro abierto, dispuesto, desnudo, presto a la noche en que otros libros dejan de serlo y también se entregan a su origen vegetal, de “árbol secreto” pero también de flores muertas, de bosque habitado por criaturas de la noche, por bestias y animales de protección pero también de maleza que habla hasta el amanecer. Mucha naturaleza se ha visto en la más nueva poesía chilena, pero acá se trata de otra. Una salvaje y caótica, una terrible y poderosa como realmente es la ley de la selva en la selva de cemento y el pantanal.
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San Bernardo es una sensibilidad oscura, un tono trágico del espíritu metropolitano, que se sintetiza perfectamente en el videopoema “Azabache” en el que aparece el autor recitando en el cementerio local y donde, por cierto, se cruzan Romeo Murga y Antonio Silva, símbolos de ese afuera, de ese borde, de esa espectralidad que le es tan característica. El llamado “pueblo”, “pueblo infame”, es esa intemperie en donde también habitan o habitaron otros y otras poetas como Marcelo Arce Garín, Juan Carlos Urtaza, Ana Montrosis, Mónica Montero, Úrsula Starke, Claudia Kennedy y una familia de muertos que son también quienes desde el anonimato o lo no reconocible de un territorio están dándole vida a esta pequeña muerte que es la literatura. No obstante, cada vez que Mollo habla de la poesía, de escribir, de los poetas, no suena como en otras partes. No resulta majadero ni mucho menos pretencioso sino, por el contrario, es esa solitaria pero resurrecta compañía de los que han descendido al infierno y vienen con una flor en la mano. El autor lo deja claro en este verso: “Escribo para que otros se hundan conmigo”.
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Tan cercano a la muerte, al dolor, al fracaso y la decepción que estos poemas se impregnan de una piel que no es común. Esconde sus cicatrices, sus heridas, pero del modo en que solo otro herido puede entender. De allí que solo alguien que ha decepcionado, que se ha equivocado, que ha defraudado tanto como a él mismo, puede mirar desde los poemas todo lo que no es poema y ese es el efecto de afuera de este libro. Nos recuerda la necesidad de afecto y compañía, pero no de los seres humanos sino de los árboles y la noche, de los rincones de una ciudad y de los pájaros que pasan. Sus traumas, sus pesadillas, su violencia es el natural calor de una vida común y corriente, de esos cuerpos que detentan un país y que son en su fatiga de materiales también una historia patria.
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El poema final del libro, “Perder”, dice: “Yo ansío vivir y conocer/ para luego escribir el manual de la Noche/ O también podría llamarse el manual de la Luz Tenue/ ¿Qué nombre me sugiere?”. En efecto, el título Mal parece la contracción de “MAnual de la Luz” y en esa imaginaria posibilidad lo que nos hace ver Giovanni Mollo es esa contraparte del mal que no es el bien sino la vida misma. Una que teme de las emociones desmedidas, pero que anhela los afectos como la ternura, que escribe junto a esa vela en una sociedad calcinada por el calor de sus pantallas, que se desborda en lo natural de su voz porque como dice más adelante: “No pienso cerrar ciclos sino expandir al hablante”. Sin duda, ese hablante que es poeta, músico, trabajador, tiene mucho que seguir haciéndonos ver, observar, mirar de reojo porque estamos frente a una escritura que se da la vuelta larga para llegar a un origen que es también el nuestro. En fin, ya se hace de noche y comienzan los nuevos poemas.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Manual de luz tenue.
Sobre "Mal" (La Otra Costilla, 2024) de Giovanni Mollo.
Por Héctor Hernández Montecinos