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Ni tan delicados y sin filtro
Presentación de 359 delicados (con filtro): Antología de la poesía actual en México. Pedro Serrano
y Carlos López Beltrán, compiladores.
Por Héctor Hernández Montecinos
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Viví los suficientes años en México como para que me incluyeran en una antología de poetas del DF, me invitaran a un par de festivales nacionales y hasta estudiaran algo de mis poemas en una tesis sobre escrituras de vanguardia mexicana. Todo esto fue en casi un lustro y lo más probable es que hayan sido los errores más gratificantes de mi vida. Aunque perfectamente pudiera haber estado tan solo un año y aun así nada de esto habría sido distinto. Me perdonarán el excurso biográfico, pero no se puede hablar de este país desde afuera, sin vivir todo su fulgor, su potencia y su espanto. El hecho es concreto: México recibe con las puertas abiertas a quienes llegan con sus propias puertas abiertas a él. Más aun en los términos del arte donde mutuamente tenemos tanto de que hablar en este simétrico apocalipsis que sin que nadie lo esperara ha dado ya las primeras semillas de lo que será la gran poesía del siglo XXI. No obstante, no todo es crema sobre tacos, pues ciertamente me vi involucrado en la guerrilla literaria, entre los filobarrocos y los del círculo vicioso, entre los herederos de los infras y los herederos del INBA, entre los mexicas y los sudacas; aparecí entre los atacados y entre los favorecidos, viví como nini por destino y como becario Fonqui en plena Narvarte, y hasta madrazos me ofrecieron por defender a Paquita la del Barrio. Así de intenso es el campo cultural mexicano, pero también así de intenso es el campo cultural chileno. Países extremos no sólo en su geografía, sino también en su historia y sobre todo en lo que los une: su resplandeciente tragedia, que a estas alturas de los siglos, es ya una paradójica comedia de enredos. Es tan singular el mutuo temple que no hay amigo mexicano que no haya quedado alucinado con Chile, como tampoco conozco chileno que no haya quedado alucinado con México. Algo hay en todo lo que nos separa que actúa como una fuerza de atracción que a simple lógica no se explica del todo y eso lo hace aun más hermoso. A pesar de estar de regreso en mi primera patria sigo sintiéndome chilengo, que era la carta de ciudadanía entre chileno y chilango con la cual participé y fui testigo del nacimiento de la más nueva generación de poetas mexicanos jóvenes. Es ya casi una década desde que estuve por primera vez en aquel país, allí pude interiorizarme en lo que estaban haciendo estos chicos nacidos a mediados de los ochenta y comienzos de los 90, pero también de la enorme tradición que los antecedía y de algún modo incomodaba, y ojo, que no sólo hablo de Paz, figura indiscutida y ciertamente discutida hasta hoy tal como para nosotros sigue siendo Neruda, sino que hablo de cientos y cientos de años hasta la flor y el canto. Estos jóvenes poetas mexicanos, notables, brillantes y poderosos como Yaxkin Melchy, Manuel de J. Jiménez, David Meza, entre varios otros, me mostraron un canon que yo no conocía y que ciertamente la mayoría de los poetas mexicanos mayores que ellos, tampoco. Leí a Manuel Capetillo, Miguel Ángel Godínez y Ámbar Past, por ejemplo, y me fascinaron. Conocí de primera fuente la poesía de los infrarrealistas, poetas en lenguas mayas, libros escritos en chicano y mucho más que es imprudente seguir nombrando ahora. La poesía mexicana del siglo XX tiene tantos recovecos como tiene la poesía chilena, grandes cimas y también encrucijadas de las cuales los críticos aún no pueden salir. Un punto que siempre reclamo a mis compatriotas, esta vez no será la excepción, es el poco conocimiento que tenemos de la poesía escrita en Latinoamérica, que se contradice de la atención que el resto del continente tiene con la nuestra. México no es la excepción. De allá tenemos nombres sueltos, que rebotan de internet o porque alguien trajo algún libro. Mario Santiago Papasquiaro nos entra por Bolaño (presente en la antología, ojo), David Huerta y Coral Bracho por Medusario, Luis Felipe Fabre, Rocío Cerón, Alejandro Tarrab, Rodrigo Flores, Daniel Saldaña Paris, el ya mencionado Yaxkin Melchy, entre otros, pues han venido al país, Paz por ser Octavio Paz y así archipielagamente tenemos una noción dispersa de los poetas mexicanos al menos del siglo recién pasado. México, si mi impresión editorial no me falla, creo es el país con más antologías poéticas al menos en este lado del Atlántico. Antologías nacionales, estatales, temáticas, generacionales, de amigos, de enemigos, de Conaculta, en contra de Conaculta, en la red, etc, pero aun así ese material no llega hasta acá, tampoco a Centroamérica y tal vez a España que hasta les queda más cerca. Un cierto endocentrismo se da en el campo literario mexicano, tan bendecido por las becas y premios, pero tan maldecido por lo mismo. Un cierto rubor, siento yo, se da con respecto a la poesía del sur, en especial la nuestra, tan llena de quiebres, rupturas, delirio y pliegues. Es como si la monumentalidad de México y de la lengua que de allá nos fue legada la asimilamos monumentalizándola en un cierto tipo de escritura como lo es la poética. Y en especial, digo, la poesía chilena, ya que pareciera resultarles a los mexicanos un desborde telúrico, una irrupción en el paradigma del poema y de una caótica continuidad que tampoco sabría yo explicarles el porqué de todo esto sin los terremotos o el vino, que de algún modo, por efecto y causa, terminan siendo lo mismo.
II
Agamben llamó excesos de vida a la pregunta inicial de la biopolítica, como si de algún modo y sin querer estuviese resumiendo la historia de Chile y México. Insisto en que no se puede no hablar de la vida, y desde su propio exceso, por paradójico que parezca, sobre estos países y sobre su poesía. Pedro Serrano y Carlos López Beltrán idearon esta antología en Inglaterra, al menos allá la vieron y luego de un tiempo de estar dentro pero afuera del propio campo cultural ya la pudieron terminar. Cuando hablo de ese afuera, de esa exterioridad, es el punto que todo antologador busca, suspenderse de las borrascas de la contingencia y sumergirse en la transversalidad de las obras y los poemas. A primera vista podríamos leer un cierto parentesco entre los poemas incluidos en el libro, al menos formalmente, sin embargo algo hay de engañoso en todo esto. Este exceso que recientemente citaba tiene que ver con uno de los logros de esta antología. La poesía coloquial es tremendamente coloquial como la de Carreto o Ricardo Castillo, la poesía de tema femenino es tremendamente de tema femenino como Dana Gelinas o Hernández de Valle-Arizpe, la poesía lírica es tremendamente lírica como D’Aquino, Segovia o Sicilia, la poesía fragmentaria es tremendamente fragmentaria como la de Coral Bracho y así, en su intensidad y tesón estos 359 poemas están derrumbando un mito, el del aparente temple bajo o más conservador de la poesía mexicana, especialmente en comparación con una tradición tan delirante como la nuestra. No es así, es más, si pensamos bien, nuestros quiebres vanguardistas tienen sus raíces en la propia historia de la literatura como genealogía. De Rokha parte de la Biblia, Huidobro con los órficos, Parra con la carnavalesca poesía medieval, Zurita de La Divina Comedia, Juan Luis Martínez de los sufíes, etc. La poesía chilena en sus raíces está mucho más incrustada en la cultura digámosle oficial, que la mexicana y sus enroques diacrónicos son ciertamente más clásicos o canónicos. En fin. Este libro reúne a un corpus de poetas que corresponderían en edad a un marco nacional que va desde Zurita hasta Verónica Jiménez, entonces tenemos que la actualidad que nos da la entrada de 359 delicados es una fotografía de actualidad, o una que hace referencia a la vigencia de esas obras. El notable prólogo de más de 70 páginas nos entrega el contexto de este corte y de paso contradice todo lo que dicho hasta el momento. No obstante, estamos frente a una obra valiente, poderosa, que lee con más que con menos y sobre todo se atreve a desafiar, en los mejores términos, a Poesía en movimiento del propio Paz y sus amiguitos. No me queda más que como primer lector de una obra, que es el único privilegio de un presentador, instarlos a hurguetear en esta caja de sorpresas que es este aleph de la poesía mexicana. Nos quedamos con ganas de leer la segunda parte imaginaria que incorpora esta nueva actualidad de la poesía mexicana de la que hablaba al comienzo de este texto. Serán ellos o serán otros que hagan no ese libro, sino esa lectura desde las cumbres borrascosas o pantanosas, parafraseando una idea del prólogo, del presente para que la poesía mexicana, cabrones, siga leyéndose, conociéndose y dialogando con el resto de Latinoamérica, que falta le hace a ella de eso, y a nosotros de ella.
Santiago, Biblioteca Nacional, 11 de junio, 2014