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LA CASA DE CARTÓN
Presentación de Estado de incertidumbre: antología de poesía latinoamericana cartonera
(Cartonera Tica, 2018) de Diego Mora (Costa Rica, 1983)
Por Héctor Hernández Montecinos
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Hace exactamente diez años me fui a vivir a México, por amor. Partí con tres pesos, tres pilchas y uno que otro libro. Llegué a un hotel del centro del DF y por las tardes salía a caminar por la ciudad. Me sorprendió la enorme cantidad de basura, de plásticos, de cartón en las calles. Al irme había cerrado una editorial que dirigía, Mantra, y que sucedió a [contrabando del bando en contra] que comencé el 2002 cuando ni existía la noción de editoriales independientes tal como se conoce ahora. Allá quería volver a editar pero no tenía más que las ganas. Editar un catálogo latinoamericano ante ese monumental imperio cultural que es México y el sistema literario de su poesía. En una noche de esas primeras semanas alguien me dijo “sudaca” en una fiesta del mundillo. Supongo que fue un chiste. Lo quiero suponer más aun si esa persona creía estar en Norteamérica. Me ofuscó, pero a la vez me hizo volver a justamente la creación sudaca más importante de la década que eran las editoriales cartoneras. Ese insulto fue la respuesta. En poco con Yaxkin comenzamos a recolectar cartones, papeles, pinturas: los materiales. Él había estudiado diseño industrial y era prácticamente un genio en construir cosas. En otra de esas noches volvíamos a casa y vi a un tipo con una figura de una virgen calavérica. De ahí salió el nombre: Santa Muerte cartonera. En esa imagen vimos “a un ángel representando el triunfo y la utopía del mañana”. Escribimos algo así como nuestro manifiesto que expresa, entre otras cosas, ser parte de:
una comunidad informal de editoriales que insisten en la vida nómade del libro, en la lectura como intervención social y en la circulación de los materiales literarios como un desvío a los abrumadores consorcios transnacionales de literatura y publicidad o a los intereses capciosos o herméticos del mercado editorial actual.
Eso representaba para nosotros la cartonera, una forma indócil de creer en algo en contra. La posibilidad de convertir la basura en belleza que es una metáfora del propio arte, es decir, transformar la mierda en un oro que no quiere acumularse ni comprar nada.
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No sólo se trataba de ecología y reciclaje sino también de ecosofía, es decir, ecología social y mental. Si el papel del papel ha sido fundamental en la historia de la escritura ahora era el turno del cartón. Cartón bajo el cual muchas personas en el mundo duermen, esperan un mañana mejor, creen. Tal como nosotros. Recorrimos varias ciudades de México, varios países de Centroamérica dando talleres a niños y niñas que no tenían nada, a jóvenes que pudieron publicar sus primeros libros, a hombres y mujeres que volvieron a pintar, recortar, sonreír. Nuestro catálogo iba de autores como Raúl Zurita o Roberto Echavarren, pasando por Julián Herbert, Ernesto Carrión de Ecuador, Alan Mills de Guatemala, Miguel Ildefonso de Perú, Jessica Freudenthal de Bolivia, Leonor Silvestri de Argentina y de Chile autores como Roxana Miranda Rupailaf, Diego Ramírez o Claudia Apablaza, entre muchos otros. Varios pasaron por México y nuestra casa-taller fue una casa de cartón. Hicimos libros de ellos, con ellos, por ellos. La vida cartonera es feliz porque todo es ganancia en un sentido contraeconómico. El año pasado nos vimos con Cucurto en Ciudad Juárez y no alcancé a agradecerle todo lo que hizo al dar un ejemplo para soñar y trabajar. Estuve hace pocos días en el precioso encuentro de cartoneras que organiza la Biblioteca de Santiago cada año. Doné todos los libros cartoneros que me habían publicado, cerca de una decena de una decena de países. Esta es nuestra casa siempre. Se sabe que hoy las editoriales sobrepasan las doscientas cincuenta con miles de títulos en decenas de países. Latinoamérica halló ahí una metáfora. Somos esa metáfora. No obstante, en cierto momento llegó la academia y nosotros como Santa Muerte decidimos salirnos, huir, volver al punto de origen, a las calles, al verdadero amor.
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Diego Mora además de ser un gran poeta se ha convertido en un cómplice en Costa Rica con su Cartonera Tica, o Ticartonera como le digo yo. Es un punto de resistencia y conexión entre los dos hemisferios y sobre todo una posibilidad cultural en una parte de nuestra América que nos recuerda justamente el origen de ser de estas editoriales. Estado de incertidumbre: antología de poesía latinoamericana cartonera es el resumen de nuestra historia como escritores cartoneros, poetas que invierten su papel de poetas, autores que se van a las manos con tijera y pincel. En efecto, las y los más de 80 poetas incluidos publicaron alguna vez en cualquiera de las editoriales cartoneras que existen o existieron. De allí el corpus elegido que va desde Violeta Parra, Blanca Varela, Haroldo de Campos, Raúl Gómez Jattin, Néstor Perlongher, Ámbar Past, Mario Santiago Papasquiaro hasta autores jóvenes destacados en la escena actual de la poesía latinoamericana como Rosa Chávez (Guatemala), Nicole Delgado (Puerto Rico), Mayra Oyuela (Honduras), Magdalena Camargo (Panamá), Milenka Torrico (Bolivia), Yuliana Ortiz (Ecuador), entre muchos otros. Varios de estos autores también han sido o son editores cartoneros lo que nos dice que finalmente todo esto se trataba de ensuciarse las manos y darle color.
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Un libro cartonero es único. No sólo porque esté hecho a mano sino porque esa mano interactúa con otra que no se conoce. Nos obliga a leer de manera distinta. A tocar, ver, escuchar, pensar al mundo que resume dicho libro. El desperdicio en la actualidad tiene dos posibilidades: el apocalipsis o el génesis. En este momento de incertidumbre ambas son ciertas, pero sólo una tiene continuidad, un mañana, una luz. La basura del planeta somos nosotros, el resto son subproductos que nos pertenecen. Me refiero a las ciudades y la literatura. La poesía sabe lo que es la ruina y es la única que le puede cantar. Una de las razones está en este libro.
Santiago, 23 de octubre, 2018
Diego Mora